AÑO 1.929
El día que cumplí once años, después de varios meses de abstinencia, dormimos los tres juntos otra vez. Estaba tan hambriento que me pasé la noche entera comiéndoles el coño y follándolas. Pero fue nada más que un regalo de cumpleaños. Pronto me abandonaron de nuevo y como no soy de los que piden clemencia ni se sienten desesperados mientras haya otras mujeres alrededor, me dije que la mancha de una mora con otra mora se quita.
Un día, después de comer, me fui a pasear por el parque y llegué hasta la verja de entrada. Instintivamente miré a derecha e izquierda. Como es lógico no vi a nadie, excepto el humo de las casuchas de la aldea ascendiendo mansamente hacia el cielo. A lo lejos se divisaba a la gente labrando los campos, cubiertas las cabezas con capuchas hechas de sacos para protegerse del persistente orvallo.
Oí abrirse la puerta de la casa de los guardas y, no deseando encontrarme con Teo, me di la vuelta para regresar a la casa. Pero no era Teo sino Margot quien estaba en la puerta. Llevaba el mandil llenó de maíz para las gallinas. Me miró sonriendo y con su meloso acento cubano saludó:
-- Buenas tardes, amo, cuánto bueno verle.
-- Hola, Mar ¿Y Teo? - pregunté parándome para mirarla, recordando su fabuloso cuerpo desnudo.
-- De viaje, el muy pingo llegará anochecido y harto de caña, clarito que si, pa no variá - y se rió enseñando sus perfectos y blanquísimos dientes, regocijada por su comentario.
Fue una sorpresa. Ella seguía parada a la puerta de la casa y yo a pocos metros de ella. No se me ocurrió nada más que decirle:
-- Estás muy guapa, Mar.
-- Grasias, mi amo, tú también ta lindo, si señó, muy guapo, y muy alto desde la última vez que te vi. Hace ya mucho tiempo, ¿ ah?
-- Si, Mar, hace mucho tiempo.
-- El maíz es pa las gallinas, ¿ quieres verlas?
--¿Quieres que vaya?
Sorprendí una fugaz mirada hacia mi entrepierna. No podía ser casual.
-- Como no, será lindo que me acompañe.
-- Quizá Teo se enfade - aventuré.
-- Ah, pucha, no, ¿por qué s'ha d'enfadá? Clarito que no lo sabrá. No pienso decirle nada al muy galopín.
Si aquello no era una invitación yo era más tonto que el que pesca con tirachinas. Caminamos juntos hasta la parte trasera de la casa. Me quedé frente a ella a la puerta del gallinero, mirándola mientras llamaba a las gallinas y les echaba puñados de maíz. De cuando en cuando levantaba sus grandes ojos negros para mirarme y sonreír. De nuevo sorprendí alguna que otra rápida mirada a mi entrepierna.
Me preguntaba si ella sabría algo sobre mi particularidad. Es difícil de ocultarlo todo a todo el mundo. Por algún conducto se enteró de algo, quizá las criadas me habían visto empalmado sin que yo me diera cuenta. Miraba sus provocativas tetas bajó la tela del vestido con descaro. También ella me sorprendió mirándoselas embelesado y me sonrió, arqueando una ceja y bajando la vista de nuevo a mi entrepierna, antes de sacudirse el mandil al acabar el maíz.
-- Bueno, ya está. Mientras comen recogeré lo güevos ¿ quiere veeerlos?
-- Claro - contesté, siguiéndola al interior del pequeño gallinero, sin dejar de apreciar sus prominentes nalgas y las prometedoras curvas de sus caderas.
Dentro había muy poco espacio, estábamos casi pegados, yo detrás de ella, notando en mi entrepierna la dura carne de su culo. De inmediato tuve a la erección presionando contra su nalga. De pronto dijo suavemente:
-- Mira, amo, esta ha puesto dos.
Pasé la cabeza por encima de su hombro para mirar. Mi mejilla rozó la suya mientras mi verga palpitaba ya contra su nalga con las violentas sacudidas de un hambriento de varias semanas. Ni se movió, pese a que por fuerza tenía que notarlas. Giró levemente la cabeza hacia mí y su boca quedó a la altura de la mía. Nos miramos en silencio. Sus gordezuelos labios de mulata se entreabrieron con media sonrisa. La besé, sin que diera muestras de sentirse ofendida, posiblemente porque ella estaba tan hambrienta como yo. Metí la lengua dentro de su boca notando su respuesta inmediatamente.
-- Estás buenísima, Mar - le susurré mordisqueándole el lóbulo de la oreja.
Por aquel entonces Mar tendría seis o siete años más que Megan y sin ser una belleza despampanante como Megan o Nere, si era suficientemente guapa y bien hecha para llamar la atención de cualquier hombre.
-- Y tu muy hambriento, mi niño - susurró mordiéndome suavemente los labios - Anda, vamos a la casa, aquí, huele pior que mal.
Me tomó de la mano y casi sin pensarlo le rasqué la palma con un dedo. Giró la cara para sonreírme mientras comentaba:
-- Eres muy impaciente, amo.
-- Y tu muy guapa.
--¿Te parezco?
-- Eres preciosa, Mar - y la besé en el cuello.
-- Cuidao no te vean, amo, hay que ser discreto ¿ sí?
--Tienes razón, Mar, discúlpame.
Entramos en la casa, me besó con ansia, un ansia que denotaba hambre tan atrasada como la mía y me hizo sentar en el sofá de la salita. Preguntó:
--¿Quieres una zarza, amo?
-- Si, si dejas de llamarme amo. Ya sabes como me llamo.
--¡Ahueva ahorita! - exclamó riendo- Ta lindo mi amo Toni, p’a luego m'acostumbro ¿ y a tomá julepe? No, s'agradese, pero no, mi niño. No, mi niño, mejó dejálo com’está. Así, tanto güeno pa los dos ¿sí?
-- Si, como tú digas, Mar.
-- Clarito que sí, mi amo.
Se fue a la cocina y volvió al cabo de unos minutos entregándome un vaso de zarzaparrilla. Se sentó a mi lado, pasándome la mano por el pelo y sin dejar de mirarme.
--¿Que me miras? - pregunté dejando el vaso sobre la mesa y besándola suavemente.
-- Lo guapo que eres, y lo grande que estás, pareces un hombre ya, y fuerte, nadie diría que tienes diez años, juro que no.
-- Once, Mar, once y tres meses.
--¡Ah, carape! Gran diferencia, zi zeñó - y volvió a reírse con descaro.
Le metí la mano entre los muslos, pero los cerró de repente impidiendo que le estrujara el sexo. Comentó levantándose:
-- Espera un momento, niño, vuelvo enseguida.
Fue al baño, porque al poco tiempo oí el ruido del grifo y el chapoteo del agua, el mismo que hacían Nere y Megan cuando se lavaban el coño. Estaba empalmado hasta el ombligo y con unas ganas de follarla cada vez más imperiosas.
Regresó para sentarse nuevamente a mi lado. Noté el suave perfume del jabón de olor cuando volví a besarla mientras metía la mano bajo sus faldas. Esta vez no me impidió alcanzarla en el coño con toda la mano.
No llevaba bragas. Tenía los labios de la vulva mucho más abultados que Nere y Megan y me produjo un placer enorme abrírsela y acariciar la carne húmeda y suave. Respingó cuando apreté su clítoris entre dos dedos.
--¡Ah, niño, sabes tu mucho!
--¿Eso es malo?
-- No... no es malo... -- acarició mi erección por encima del pantalón - demonios que cacho... no, no es malo... vaya si es grande... ya lo creeeo. No... no... no quiero así, ¿ tú sabes?. Vamos arriba.
Mientras subía la escalera apretándole con los dedos los gruesos labios del coño, pensé si ella sabría que la había visto desnuda follando con mi padre y la paliza que por tal motivo me había propinado.
Estuvimos desnudos en dos minutos. Cuando vio las cicatrices de los hebillazos, musitó besándolas una por una:
-- Mejó enterrao el muy zopilooote, degrasiaaao. Probresito, m’hijo, no hay rasón que valga esta palisa. - supe que ignoraba la causa y que yo la había visto follando con mi padre.
Tenía unas tetas impresionantes, mayor de lo que parecían cuando estaba vestida, pero fuertes y erguidas con unos pezones grandes y morenos rodeados de una areola de un café con leche casi igual que el de su cuerpo. Los rizos de su coño, negros y brillantes, eran más ásperos que los rubios de Megan y Nere, pero tenía un coño deliciosamente bien hecho.
Ella misma se llevó la tremenda erección hasta su vagina, introduciéndola con un golpe de caderas que me enterró hasta la mitad dentro de ella. Con un nuevo empujón se la calzó hasta las bolas. Los labios de su vulva me aspiraron la carne como una máquina neumática, produciéndome un placer extraordinario al frotar su humedad contra mi carne imberbe.
Creí que lo sabía todo sobre la jodienda, pero la verdad es que me dejó sorprendido por la forma en que su vagina amasaba en su interior la dura barra de carne que la penetraba, sorbiéndola hacia sus entrañas con más fuerza que si lo hiciera con la boca. Y eso parecía, una boca que me succionaba la polla constantemente haciéndome notar, en cada milímetro de piel, la suave mamada que su coño le estaba prodigando al duro mástil.
Me llevó al orgasmo de inmediato y abrió los ojos para mirarme mientras me corría temblando de placer bajo la caricia de aquel coño tan extraordinario. Comparadas con ella, ni Megan ni Nere sabían follar.
--¿Qué, mi niño, s’ha acabao? - parecía desilusionada.
-- Ni lo sueñes, Mar. Quiero verte gozar tres o cuatro veces.
Sofocó la carcajada contra mi hombro, oprimiendo mi verga con los músculos de su vagina y aspirándome de nuevo con una fuerza increíble. Comencé a bombearla despacio, chupándole un pezón y luego el otro mientras le amasaba suavemente las tetas.
Sus poderosas ancas se movían a mi compás cada vez más rápidamente, sus muslos rodearon mis caderas y sus piernas oprimían mis nalgas a cada embestida haciendo que la penetrará profundamente. La abracé por las rotundas cachas, esmagando sus tetas contra mi pecho, y me giré rápido arrastrándola conmigo.
Hice que se sentará sobre la erguida y congestionada polla mientras seguía amasándole las tetas y los pezones. Gimió cuando la punta de la verga rozó su útero, apretando las nalgas hacia abajo rozándoselo con fuerza. Notaba su vulva dilatada mojándome la carne del pubis, y el duro clítoris rozando la raíz del inflamado miembro.
Empezó a correrse con fuertes latidos de la vagina mientras su lengua se hundía en mi boca hasta la garganta. Me soltó, barritando de placer cuando los primeros chorros de su orgasmo batieron dulcemente contra mí congestionado glande. Gritaba tan fuerte que tuve que ponerle una mano en la boca. Cayó desmadejada sobre mí, clavándome los duros pezones en el pecho, mientras notaba en la base del tronco los fuertes latidos de su exuberante clímax.
-- Uf, mi niño, que bien lo has hecho.
-- Creo que lo necesitábamos mucho los dos.
Me miró con sus grandes ojos negros entrecerrados y comenzó a sonreír mientras me besaba con pequeñitos besos de agradecimiento, apretándome la verga dos o tres veces con los músculos de su vagina que movía con fuerza cuando quería. Se admiró que todavía siguiera tan duro como al comenzar, sacándosela para tumbarse de espaldas sobre la cama, diciendo que no podía más y cerró los ojos. No estaba dispuesto a dejarla dormir. Metí la cabeza entre sus muslos y antes de que pudiera impedirlo ya tenía en mi boca su botón de carne rosada, chupándolo con fuerza.
-- Oh no, oh no, por favor... no puedo más.
Seguí mamándoselo sin hacerle caso, repasando su coño de arriba abajo, hundiéndole la lengua en la vagina y lamiéndolo por dentro. Ella se metió en la boca toda la polla, hundiéndosela hasta la garganta para volver a sacarla hasta la punta del glande.
Cuando comenzó a correrse creí que me ahogaba presionándome la cabeza contra su entrepierna. Su coño, completamente abierto, se ofrecía a mi boca con un ansia loca de ser mamado y lo mamé tan completamente que, cuando finalmente volví sobre su clítoris aspirándolo y titilándolo con fuertes lengüetazos, comenzó correrse casi al momento levantando con fuerza sus nalgas, separando los muslos en compás para que pudiera mamárselo mejor.
Puse la boca en la suave abertura de su vagina cuando sentí aletear sobre mi lengua los finos labios vaginales. El primer borbotón cayó sobre mi lengua, tibio, espeso y sabroso. Seguí tragándomelo mientras duraron los espasmos, y lo aspiré haciéndola barritar de placer al succionarle la vagina con todas mis fuerzas y arrancarle de las entrañas las últimas gotas del sabroso licor. Me corrí con ella en ese momento, notando como me aspiraba la polla ansiosamente. Luego se dejó caer y la solté.
-- Basta... basta... mi niño... basta... no pueo má... ¿tú sabes?
Subí encima de ella, clavándosela hasta los huevos. Levantó pesadamente los párpados para preguntarme asombrada:
--¿Pero aún quieres más? Se está haciendo tarde. Debes irte.
-- Una vez más, sólo una vez - comencé a sacársela y metérsela despacio.
Volvió a besarme y se quedó quieta, sin moverse, amasándome la picha con su fabulosa vagina de forma tal que en pocos minutos comencé a correrme sin poder evitarlo. Tenía mi cara entre sus manos y me miraba fijamente, sintiendo dentro de ella como mi miembro saltaba de gozo con el placer que me proporcionaba. Cuando acabé comprendí que ella no se había corrido. Vio de inmediato mi desilusión.
-- No te gusta, ¿verdad?
-- Muchísimo, niño, pero cuando una mujer está saciada ya no quiere más. A mí me has dejado saciada, saciada como hacía mucho, pero mucho tiempo que no lo estaba ¿ tú sabes?
-- Si, pero creí......
-- Lo que no me explico es como es posible que todavía la tengas dura. ¿ Serías capaz de volver a correrte?
-- Ya lo creo, pero me gusta más cuando tu te corres también.
-- Lo comprendo, y lo haría si tuviéramos tiempo. No me gustaría que te hermana viniera hasta aquí a buscarte. Será mejor que te vistas y te vayas.
--¿Cuándo puedo volver? - pregunté besándola y poniendo en su boca el sabor salado de su leche.
-- Mañana es miércoles, y el gachupín estará todo el día fuera. Ven cuando puedas, te esperaré.
Nos vestimos y me largué, después de comprobar que no había nadie a la vista. Me indicó que cruzara rápido hasta el arbolado, porque así, sería más difícil que averiguaran de donde venía, si es que me encontraba con alguien. Así lo hice y llegué a la vista de la casa corriendo.
Al día siguiente, en cuanto pude escaparme de nuevo después de comer, volví a la casa de los guardas. Margot me esperaba ya impaciente y, durante dos horas, con su deliciosa vaina de muñir, me llevó cinco veces a unos orgasmos tan fabulosos que me derretía de gusto. No sé como lo hacía, quizá era una predisposición natural que tenía para follar, y te follaba con todo su cuerpo color canela, como si aquel cuerpo moreno fuera todo él una inmensa vagina que te derretía en cada orgasmo. Sin embargo, yo a ella nunca pude hacerla pasar de tres orgasmos en una tarde. Era lo máximo que daba de sí, pero, por el contrario, cada uno de sus clímax le duraba cerca de cinco minutos.
Me gustaba tanto follar con ella que durante casi seis meses, no hubo semana que no folláramos uno o dos días, según las veces que ella me indicara que el cabrón del negro estaría fuera. También supe por ella que, poco después de la muerte de mi padre, comenzaron a menudear los golpes y las palizas sin el menor motivo. Más de una vez pude observar en su precioso cuerpo las marcas de la brutalidad del cabronazo del marido y mi odio a su persona aumentó de tal manera que llegué a pensar seriamente en matarlo con uno de los rifles de mi padre. Hubiera sido un disparate que me habría llevado al correccional de menores sin remedio. Ella supo como disuadirme porque me quería y mucho. También yo la quería a ella.
Una tarde, el cabrón del negro casi nos coge follando al regresar de Lalín antes de lo que esperábamos. Fue una suerte que sintiera el sonido de los ejes del carro mucho antes de que apareciera. Fue ella, más acostumbrada que yo a su sonido, quien me hizo salir a escape por la puerta que daba a la arboleda. Corrí a toda velocidad entre los espesos árboles y llegué echando el hígado a causa de la carrera.
Me fui por la parte del muro, aprovechando las paredes de las cuadras, pasé al granero y entré por la puerta trasera. Cuando llegué a la biblioteca me encontré a Megan y a Nere sentadas en el sofá. Me miraron en silencio. Megan dijo:
-- Te has retrasado casi una hora.
-- Lo siento, mucho.
--¿En donde has estado? - preguntó Nere
-- A ti que te importa.
-- A mi no me hables en ese tono, mocoso ¿ qué es lo que te has creído?
-- Te hablo como me sale de los cojones - respondí enfadado - ¿ está claro? Y ahora me voy otra vez, y si cuando regrese vuelves a importunarme volveré a irme. Así que adiós.
Las dos tenían la boca abierta y los ojos como platos. Me largué tan rápido que no tuvieron tiempo de reaccionar. A la mierda con ellas, me dije, que se sigan follando todo lo que quieran, yo ya tengo una tía que folla mejor que ellas.
Salí otra vez por la puerta de atrás y al doblar la esquina tropecé con Elisa y se le cayó el cesto de la ropa que acababa de lavar. Menos mal que fue sobre la hierba.
-- Jesús, que prisas.
-- Perdona, no te he visto – me disculpé, mientras le ayudaba a cargarla - ¿ a donde ibas?
-- No lo ves, al granero a extender la ropa.
-- Te acompaño.
-- Mejor será que no, tu hermana podría enfadarse.
-- Que se vaya a hacer puñetas, no te preocupes por ella.
Me miró extrañada aunque no dijo nada. Entramos en el granero y mientras ella comenzó a extender la ropa en los hilos y ponerle las agujas, me tumbé en el heno mirándola mientras mordisqueaba una pajita.
-- Tienes unas piernas fabulosas, Elisa.
--¿Ahora te das cuenta? Pues hace años que las tengo igual.
-- Seguro, imagino que los muslos serán como para volver loco a cualquiera.
Se quedó con una mano en el aire girándose hacia mí y con la otra mano se tiró de la falda hacia arriba enseñándome medio muslo macizo y rotundo. Me sacó la lengua y dejó caer la faldilla.
--¿Te ha gustado?
-- Ya lo creo.
-- Pues los verás, pero no los catarás.