AÑO 1.926
4
Continué follándome y chupándole el coño a Nere todas las noches. Tenía tanta leche suya en el estómago que hasta engordé. Además, de repente, se me había despertado un apetito de lobo y hasta Nela, la garrida y fondona cocinera, estaba admirada de mi voracidad.
Nere decía que no podíamos continuar así, que me pondría enfermo porque todos los días nos disfrutábamos cuatro o cinco veces y otras tantas por la noche. Decía que ella podía soportarlo, pero que los hombres no éramos iguales que las mujeres. La convencí a fuerza de repetirle que no tenía ningún desgaste puesto que no eyaculaba; pareció quedar conforme con la explicación.
Cierto es que todos los excesos son perjudiciales, que si uno se empacha con un manjar, por muy exquisito que esté, procurará comer otra cosa, variar de condumio, cambiar de sabor, aunque siga apeteciéndote siempre tu plato preferido, y eso era lo que me pasaba a mi. Por supuesto que yo no estaba harto de Nere, ni mucho menos, al contrario, cada día estaba más enamorado de ella.
El sólo hecho de desnudarla o de verle los muslos al subir las escaleras, de extrujarle el sexo a escondidas, me ponía el miembro como el remo de una trainera. Pero, al mismo tiempo, deseaba algo más, necesitaba variar. Nere me resultaba un suculento manjar como primer plato, pero a mí me faltaba el postre.
Megan estaba allí. Megan estaba cachondísima. Megan era muy guapa. Megan me apetecía de postre y, durante tres años, la había estado observando por arriba y por abajo. También ella observaba mis manejos aunque yo no me diera cuenta hasta que finalizó el proceso de acercamiento. Cada día me fijaba más en ella, en su belleza y en su espléndido cuerpo de ánfora romana. Notaba su excitante perfume cuando estaba a su lado, miraba sus esculturales piernas y aprovecha el menor descuido suyo para mirarle los muslos y las bragas. Se convirtió en un verdadero vicio mirar sus bragas e imaginar el sexo bajo la tela.
Este voyerismo mío que duraba ya casi tres años resultó fructífero cuando menos me lo esperaba. Fue durante una clase, mientras traducía de pie a su lado un texto francés directamente al español. Tenía el brazo tocándole una teta, redonda y dura como pomelos verdes, y se me estaba empinando la estaca con el roce.
No fui capaz de traducir bien la expresión francesa et aujuord’hui je fait la grass matinèe, que es un modismo del lenguaje que correctamente significa: y hoy se me han pegado las sábanas al cuerpo, pero que yo traduje casi literalmente. Me dijo que no, y, para asombro mío, recibí un pequeño pellizco en el culo. Giré la cabeza para mirarla y tenía la cara tan cerca de la mía que, sin poder evitarlo, la besé pasándole la lengua por los labios. No se apartó y durante unos segundos intenté meterle la lengua en la boca sin conseguirlo, porque mantuvo sus labios firmemente apretados.
Se levantó de repente frunciendo el entrecejo y creí que iba a darme una bofetada. Pero no, me envió a mi asiento indicándome que siguiera traduciendo el texto, y salió de la habitación. Resoplé, imaginando que iba a decírselo a Nere. También me equivoqué, volvió al poco rato con un libro bajo el brazo. La miré justo en el momento en que estaba de espaldas y cerraba la puerta con llave, cosa que nunca hacía. Recuerdo que pensé: << Algo estás tramando, si es lo que pienso no te defraudaré >>. Se sentó, enfrascándose en la lectura sin mirarme ni decirme media palabra.
Mirándola de reojo dejé caer el lápiz, como hago siempre que quiero verle las bragas, y mientras lo recogía, vi que se había dejado la faldilla por encima de las rodillas y tenía los muslos bastante separados. El corazón me saltó de emoción al comprobar que no llevaba bragas y no pude apartar los ojos de su rizado coño rubio oscuro. Aquello era una provocación y me demostraba que Megan hacía mucho tiempo que se había dado cuenta de que los lápices no se caían al suelo por casualidad.
Por lo tanto, había dejado que le mirara los muslos y las bragas siempre que me apetecía, y el objeto de su permisividad me lo ponía muy claro. Yo no necesitaba más que me dieran un dedo para llevarme todo el brazo. Por otra parte era lógico que una mujer joven como ella, sometida a abstinencia forzosa varios años, tenía que explotar alguna vez.
Levantó la cabeza y me miró muy seria, le sonreí con toda desvergüenza, pero no hizo ningún comentario ni cambió de postura. No sonrió, pero tampoco dio muestras de enfado. Mi verga estaba ya como el mástil de un velero Aquello me animó a seguir agachado mirándola abiertamente con todo descaro. Ninguna reacción por su parte, de modo que, a gatas como un niño chico, me fui aproximando en espera de ver qué hacía. Como no se movió, mi atrevimiento aumentó considerablemente, pues era imposible que no percibiera mis manejos aunque solo fuera de reojo.
Cuando estuve bajo la mesa, pude distinguir los gordezuelos labios de su coño cubiertos de rizos, y supe, sin lugar a dudas, que podía hacer lo que me apeteciera. No me equivoqué. Ni se movió cuando mis manos se posaron en sus magníficas rodillas y subieron acariciando los muslos hasta alcanzar su coño. Seguía impertérrita, como si yo no existiera.
Metí la cabeza entre la tibia carne nacarada de los muslos lamiéndolos descaradamente. Los lamí hasta la conjunción de las ingles con el precioso coño rubio, deteniéndome allí para mordisquearle los gordezuelos labios de la vulva, lamerle la ingle sintiendo el cosquilleo que sus rizos producían en mis labios. Siguió inmóvil, como si la íntima caricia de la boca no fuera con ella. Excitado, sin poder abrir su sexo, tuve que empujar con fuerza mi cara para conseguir que los separara.
Le abrí con los dedos el estuche y lo lamí de arriba abajo hasta tocar el tapizado del sillón. No podía llegar más abajo y seguí lamiendo lo que alcanzaba. Muy despacio se fue deslizando hacia delante, separando al tiempo los muslos de tal forma que todo su coño abierto por mis dedos quedó delante de mis ojos. Casi no tenía olor, mejor dicho, tenía un olor suave, de pinocha, y un sabor semidulce, como el cava más o menos. Chupé la jugosa y húmeda carne rosada, metí la lengua en la vagina lamiéndola por dentro, y volví sobre el congestionado botón del clítoris.
Cuando lo sorbí con fuerza pasando la lengua sobre su dura carne, sus muslos tremolaron y oí su respiración agitada. Seguí chupándolo, aspirándolo con violencia y pasando la lengua por el duro botón congestionado, consiguiendo que sus muslos se estremecieran una y otra vez.
Seguí durante un buen rato lamiendo el precioso botón. Con mi barbilla hundida en su vagina noté cuando ésta comenzó a aletear con el orgasmo y entonces puse la boca en la entrada sorbiendo con fuerza el espeso licor de su clímax, oyéndola gemir mientras sus manos me oprimían la cabeza con furia contra su sexo palpitante. Cuando se calmó seguí lamiéndola, volviendo sobre el clítoris, pero ella me lo impidió, echando el sillón hacia atrás. Siguió sentada, esparrancada y mirándome. Me puse de pie. Vi que miraba mi abultada bragueta. Me cogió por la camisa tirando de mí y quedé entre sus muslos.
Sin decir palabra me desabrochó el cinturón y mi pantalón cayó arrugado a mis pies. También me bajó los calzoncillos y mi tieso mástil quedó ante sus ojos. La erección me llegaba al ombligo y entonces fue cuando comentó admirada:
-- Vaya... aún ha crecido más, no me extraña que tu hermana se encuentre tan satisfecha, se ve que lo disfruta a placer.
-- Eso es mentira – comenté, asombrado del comentario.
--¿Mentira? - preguntó sonriendo - ¿Estás diciendo que miento? ¿Y quién entra todas las noches en su habitación? Yo no, por supuesto.
-- Yo no... ella no... - me estaba enredando yo solo
Movió la cabeza despacio en sentido afirmativo. Sus bellos ojos azules no me perdían de vista. Y se levantó cogiéndome la verga con toda la mano y arrastrándome hasta el sofá de la biblioteca. Se tumbó de espaldas conmigo encima. Tenía unas ganas de follármela que no podía aguantarme. Se levantó la faldilla hasta la cintura y mi verga quedó aprisionada entre su vientre y el mío.
--¿No era esto lo que deseabas hace tanto tiempo? - preguntó acariciándome las nalgas.
-- Si, Megan, era esto - respondí besándola furiosamente y metiéndole la lengua en la boca hasta la garganta. Separó los muslos y mi verga rozó su vulva.
--¿Qué esperas, guapito?
Cogí la verga con la mano levantando las nalgas y le abrí la caliente vulva con el congestionado capullo. Ella se movió haciéndolo resbalar hasta la entrada de la vagina. El grueso glande se abrió paso quedando enterrado hasta el reborde de la vara. Me mordí los labios de placer. Hacía mucho tiempo que la deseaba, pero nunca hubiera imaginado que podría follármela tan fácilmente.
-- ¡Oh, Dios! - exclamé presionando la verga que se deslizó despacio hasta la mitad - que cachonda estás.
-- Oh, si... guapito... tu también lo estás... anda, sigue clavándola, guapito, ¿o piensas quedarte así?
-- No, preciosa, te la meteré hasta los huevos, pero quiero saborearte con tiempo.
Comencé a clavársela despacio, haciéndole notar cada milímetro de polla que la penetraba, mientras ella me besaba y lamía la cara como si fuera un caramelo de feria. Finalmente me hundí dentro de ella hasta los testículos. Estaba caliente como un horno, tan caliente como el de Nere. Le rodeé el cuello con los brazos y la besé metiéndole la lengua en la boca. Me la chupó tan fuerte que me hizo daño. Luego se separó para comentar:
-- Tienes un pene que muchos hombres mayores quisieran tener, es un buen tronco, pero no te muevas, no quiero que te corras y me dejes en blanco.
-- Puedo follarte hasta que te canses - comenté muy ufano.
-- Vaya lenguaje, ¿es el que te enseña tu hermana cuando lo hacéis?
-- No, ella dice hacer el amor - me hubiera cortado la lengua, pero ya no tenía remedio. Se rió de buena gana, y cerró su boca sobre la mía sorbiéndome los labios con tanta fuerza que de nuevo me hizo daño. Cómo logró meter su lengua dentro de mi boca no lo sé, pero experimenté un placer mayúsculo. Dejó de sorberme los labios.
-- Claro, entiendo que tu hermana te deje hacer lo que quieras, eres demasiado guapo y encima tienes un miembro como un caballo, querido mío ¿Qué te pasa? - preguntó cuando comencé a temblar.
-- Me estoy corriendo... ahora... ahora... -- volví a meterle la lengua y ella me apretó las nalgas con tanta fuerza que los labios de su vulva se incrustaron en mi carne mojándola con su tibia humedad.
--¿Lo has disfrutado, eh?
-- Si - le susurré al oído.
-- Ya sabía yo que durarías poco, En fin...
-- No lo creas - corté rápido.
Comencé bombearla despacio, entrando y saliendo con toda la lentitud posible para que disfrutara como lo hacía Nere al notar en cada entrada la dureza de mi polla. Me chupó el lóbulo de la oreja tan suavemente que me hizo cosquillas.
-- Quien lo diría. ¿Cuantas veces la haces disfrutar en una noche?
-- Seis o siete - susurré chupándole el lóbulo como ella me lo había hecho a mí.
-- ¡No es posible! - se asombró - estás de broma ¿verdad, guapito?
-- Ya lo verás. ¿Te gusta, eh? - comenté cuando empezó a temblar.
Notaba el temblor en sus muslos, que pronto pasaron a la vagina. Su coño me sorbía la verga hacia dentro como una ventosa, la aspiraba con fuerza como si temiera quedarse sin ella.
-- Más deprisa, más deprisa Toni, cariño, más fuerte, así, así, así, córrete, por favor, córrete dentro de mí, así, cariño, así, que sienta temblar tu hermosa polla, si, si, si...
Cuando se calentaba era tan mal hablada como yo. Me apretó contra ella como una loca cuando de nuevo notó las contracciones de mi miembro dentro de su palpitante vaina. Acabé de correrme y ella aún seguía lanzando esperma sobre la punta de mi verga y esa caricia me resultaba tan deliciosa que aún se me puso más tiesa. Antes de que acabara de correrse ya estaba bombeándola de nuevo.
-- Para, para un momento, por favor - respiraba a bocanadas - Es increíble, hay que verlo para creerlo.
--¿Quieres que lo hagamos otra vez?
Miró su reloj antes de responder:
-- ¡Quién lo diría en un niño de ocho años!
Tuve que aguantarme durante un buen rato hasta que comenzó a gemir. Esta vez creí que me desmontaba. Me apretaba la verga con tal fuerza que a no tenerla tan grande y tan apretada en su coño, me la hubiera expulsado con la fuerza de sus músculos vaginales y eso, fue para mí una sorpresa.
Me cogió la lengua aspirándola hasta la garganta, mientras sus manos apretaban mis nalgas con una fuerza descomunal. Estaba tan clavado en ella que toda su vulva la notaba en mi imberbe pubis como una deliciosa y húmeda ventosa. Se corrió a borbotones, bramando como una loca. Tuve que taparle la boca con la mía y comencé a correrme dentro de ella mientras le sacaba una preciosa teta para mamársela.