EL OBSESO SUPÈRDOTADO 3A
Y, de repente, ella se movió como un relámpago y encendió la luz. Quedó sentada en la cama, me apartó la mano de su coño, y se bajó el camisón.
-- Pero... ¿ qué haces? - Preguntó. Luego exclamó mirando mi erección - ¡ Jesús, qué barbaridad pero... si no es posible!
Comprendí que tendría que llorar si quería seguir durmiendo con ella, y así lo hice vertiendo agua a lágrima viva, pero no había manera de que mi erección disminuyera de tamaño. A través de las lágrimas vi su carita de pena y comprendí que tenía media partida ganada. Con ella siempre me daba buen resultado llorar, era un truco infalible.
Sus ojos no se apartaban de mi dura verga. Yo había crecido, era más alto que ella, y mi falo había crecido conmigo. Pero la conocía, la había visto bien tiesa cuando estuve enfermo. Era una verga impresionante según le decía a Megan cuando creía que no las oía. Ella era una mujer, ¿por qué no iba a tener ganas de probarla? Todo era cuestión de conseguir que la idea entrara en su pensamiento.
--¡ Oh, Dios mío! - exclamó abrazándome y besándome -, no llores criatura. No lo entiendo, solo tienes siete años ¡ Señor! ¡ Señor! Por favor, cariño, no llores, no estoy enfadada. Ya sabes que te quiero mucho.
Me acunaba contra su pecho y yo notaba sus duros senos contra mi cara y el maravilloso olor de su cuerpo, excitante como un afrodisíaco. Me gustaba tanto sentir su cuerpo medio desnudo pegado al mío que seguí llorando cada vez más fuerte. Me besó muchas veces, sus labios, mezclados con las lágrimas de mis mejillas ya no tenían sabor dulce, sino salado. Me estuvo consolando y besándome hasta que calculé que ya estaba bien de agua.
Luego, cuando se separó, volvió a mirar mi excitada verga que seguía aún más tiesa que al principio. Creo que la tenía muy preocupada, o quizá fascinada y supuse que por primera vez la veía con ojos distintos a como me la había visto siempre. Era una verga mayor que la de muchos hombres y de la que podía disfrutar sin peligro alguno.
Siguió acunándome durante un buen rato, con la punta de mi verga rozándole el muslo desnudo, unos muslos preciosos y deslumbrantes, tan bien torneados que los hubiera lamido como el perro de Ganímedes lamía el sexo de su ama. De aquella guisa era imposible que mi erección languideciera, al contrario, cada vez estaba más dura, no podía controlarla y palpitaba desaforadamente por su cuenta y riesgo y ella lo notaba.
Me pareció que hasta le agradaba sentirla palpitar contra su carne.
Ya he dicho que su cuerpo olía maravillosamente, olía a flores y a fruta, como el campo durante el mes de mayo y ese olor corporal también me excitaba considerablemente. Seguíamos abrazados, moviéndonos adelante y atrás y supuse que estaba calculando como proceder y yo comprendí que debía dejarle a ella la iniciativa.
Pero pasaba el tiempo y yo estaba cada vez más excitado con la proximidad de su cuerpo que me encendía de deseo.
Al final debió de tomar una determinación y quizá recordando la ducha de tres años antes, me hizo acompañarla al cuarto de baño, me metió en la bañera y con la ducha y el agua fría intentó rebajar la empinada barra de carne. No hubo manera y eso que estuvo un buen rato bañándola.
Finalmente, me duchó todo entero, pero el miembro seguía enseñándole el congestionado carmesí del glande con toda insolencia. Se cansó y cerró la ducha y me secó aprovechando con mucho disimulo para tocármela repetidamente. De repente me vino a la memoria cierta escena de uno de los libros del desván y gemí con voz lastimera, doblándome por la cintura:
-- Me duele mucho, Nere
-- Claro, me lo imagino, pero eso te pasa por ser tan... en fin - se llevó la mano a la frente - No sé que podemos hacer, cariño.
Volví a insistir, gimiendo más dolorosamente y tocándome las hinchadas bolas.
-- Esto me duele aún más... me duele Nere, me duele mucho, no lo aguanto.
Intentando calmarme me tocó suavemente con la yema de los dedos el escroto y los testículos, duros como bolas de billar. Ante la suavidad de su caricia la erección saltó ante sus ojos como un muelle, golpeándome el vientre con un sonido opaco claramente audible.
Se asustó echándose hacia atrás, como si temiera ser golpeada por el garrote. Volvió a mirarme perpleja.
--¡ Jesús, Dios mío! No sé que puedo hacer, cariño - su voz sonaba dudosa e intranquila, como si tuviera miedo de sus pensamientos. Se quedó pensativa mirándola palpitar y, a poco, la oí murmurar ensimismada – en fin, si tiene que ser...
Me doblé por la cintura gimiendo, simulando un dolor terrible, mi cara se posó sobre sus torneados muslos, tibios, soberanos y esculturales. Su olor me enloquecía. Se le había subido el camisón hasta las ingles y pude verle el pequeño coñito, pues dormía sin bragas.
Estuve a punto de estropearlo todo por mi ansiedad en comérselo, pero justo entonces enderezó la espalda acercándome a ella. Volvió a abrazarme y la congestionada barra quedó aprisionada entre su vientre y el mío, pues la verga había arrastrado la tela subiéndola hasta la cintura.
De pronto me apartó para mirármela otra vez pensativamente. Estaba claro que, al revés que yo, ella tenía un problema de conciencia. Si podían más sus prejuicios que sus ansias de follar y su preocupación por mi salud, que siempre fue su constante desvelo, ya podía despedirme de cumplir mis ardiente deseo de poseer su soberano cuerpo con el que había soñado desde que, por primera vez, lo vi desnudo por el ojo de la cerradura del baño.
Yo no podía forzar más la situación, so pena de descubrir mis verdaderas intenciones.
Estando yo de pie y ella sentada mi cabeza quedaba bastante más alta que la suya, me incliné apoyándola en su hombro, quejándome con una voz tan lastimera que hubiera ablandado al mismísimo Herodes. La besé en el cuello, lamiéndoselo suavemente, y chupándole el lóbulo de la oreja con suavidad. Sentí que se estremecía, y dejó que la verga palpitara desaforadamente contra su vientre sin apartarme.
Lo cierto es que debió de ponerse tan cachonda que, finalmente, me besó y me acercó más a su cuerpo. Me agaché ligeramente y mi verga quedó sobre su sexo. Notaba en mi imberbe pubis el cosquilleo de sus rizos y ella tenía que notar por fuerza como palpitaba mi berroqueño cipote sobre su deliciosa vulva.
De repente, me cogió de la mano, se levantó y, sin mediar palabra, me llevó hasta la cama y me hizo acostar, tapándome con la sábana al tiempo que me besaba susurrando:
-- Espera un momento, cariño, tengo que lavarme.
Oí correr agua y el chapoteo que hacía al lavarse por lo que supuse que estaba sentada en el bidé lavándose el sexo y la escena imaginada me puso frenético de deseo. Mi preciosa hermana ignoraba que mis ansias de su cuerpo eran tales que le hubiera comido el sexo aunque estuviera menstruando.
Salió del baño con el camisón puesto y tuve una fugaz visión de su maravilloso cuerpo bajo la transparencia de la tela antes de que apagara la luz al acostarse. Sin embargo, cuando me abracé a ella estaba completamente desnuda con sus gloriosos y satinados pechos acariciando el mío.
Mi verga quedó aprisionada de nuevo entre nuestros vientres y la oí susurrar contra mi boca:
-- Debo de estar loca, mi niño.
-- Lo que estás es cachondísima – susurré a mi vez
De pronto noté su mano cogiendo mi verga con dos dedos, separó los muslos y colocó mi congestionado miembro entre ellos, aprisionándolo sobre los gordezuelos labios de su vulva. Comenzó a mover las nalgas en suave vaivén rozándome deliciosamente el glande desde la vulva hasta la conjunción de los hermosos globos de sus nalgas.
Pero no era aquello lo que yo quería, ni mucho menos. No obstante, la dejé hacer en espera de que ella misma se exaltara lo suficiente como para que deseara ser penetrada. Me besó con los labios cerrados sin cesar el suave vaivén y los apartó cuando mi lengua quiso introducirse en su boca. Coloqué una mano sobre sus nalgas, oprimiéndola hacia mí mientras con la otra sujeté su nuca para volver a besarla e introducirle la lengua y jugar dentro de su boca con la suya, dulce como el almíbar.
Se la chupé con suavidad pese a lo muy ansioso que estaba de aspirarla entera. Durante unos segundos me dejó hacer sin corresponder, pero luego fue ella la que chupó la mía cada vez con mayor energía.
Hundía mi mano en la raya de sus espléndidas nalgas hasta acariciarle el tierno agujero notando al mismo tiempo el roce acompasado de mi glande en mi propia mano. Sus vaivenes se hicieron más largos cuando bajé la cabeza para meterme en la boca uno de sus enhiestos pezones, sorbiéndolo con fuerza mientras lamía pezón y areola con toda la lengua. Aquella caricia parecía enervarla cada vez más porque sus caderas se movían más rápido, su respiración se agitaba y su mano me oprimía el culo hacia ella con mayor fuerza.
--¿Te pasa el dolor? - musitó con voz entrecortada.
-- No, así no, pero me gusta ¿ a ti no?
En vez de responder volvió a besarme y ésta vez fue ella quien hundió su dulce lengua en mi boca para enroscarla con la mía. Acaricié con la mano toda la nacarada y tibia redondez de su teta rizando el duro pezón entre el índice y el pulgar. Y así, con su lengua dentro de mi boca acariciando la mía, se giró de espaldas arrastrándome encima de ella colocándome entre sus muslos sin dejar de mover las nalgas suavemente mientras mi congestionado falo rozaba casi de punta contra los gordezuelos labios de su vulva que se abrió levemente.
A su calor me estremecí y ella volvió susurrar:
--¿ Sigue doliéndote?
-- Si, pero me das tanto gusto que puedo aguantarlo mejor - susurré lamiéndole el lóbulo de la oreja.
Bajé la mano hasta su sexo notando que comenzaba a humedecerse, aguantando mi rojo glande para que le abriera la vulva. Me dejó hacer quedándose quieta. Se movió a mi compás y cuando de nuevo abrí la boca para sorberle una teta presionando el pezón entre la lengua y el paladar, fue ella la que cogió la barra congestionada para colocarla entre los húmedos y finos labios de su entrada vaginal.
Empujé y el capullo carmesí fue hundiéndose poco a poco hasta el resaltado reborde en que comienza el tronco, quedando fuertemente aprisionado en el húmedo calor de su estrecha y tierna vagina.
Por fin la tenía dentro de su divino cuerpo. Por fin se cumplía el sueño acariciado por mí desde la primera vez que, después de leer los libros del desván, la vi desnuda por el ojo de la cerradura del baño. Durante tres largos años, que para mí entonces representaban tres siglos, todos mis sueños giraban alrededor del escultural cuerpo de Nere, y de la imaginada delicia encerrada entre sus torneados muslos.
Bien lejos estaba ella de imaginar siquiera la ansiedad que me carcomía. Que mis continuos besos y caricias no estaban motivados por la inocencia de mi edad ni por mi cariño fraternal. Nunca, a partir del momento en que supe para qué me había otorgado la naturaleza el órgano viril, la vi como hermana ni tuve otro sentimiento hacia ella que el que tiene un hombre por una mujer a la que desea y ama con pasión.
Besándola ansiosamente, aspirando su cálido aliento, sorbiendo la dulzura de su lengua, permanecí inmóvil disfrutando el placer del inicio de la penetración, notando en mi glande la dulzura aterciopelada de su húmedo calor vaginal.
Deseaba clavársela hasta la raíz de golpe, pero no hice nada temiendo estropear lo conseguido si me apresuraba demasiado y así, palpitándome el congestionado y grueso capullo dentro de su húmeda vagina, permanecimos varios minutos. Sabía que era mejor que ella llevara la iniciativa la primera vez.
Había leído en alguna parte que, por culpa de las prisas, se han perdido muchos polvos magníficos.
Ni ella ni yo hablamos. Me limité a disfrutarla con la punta de la verga, contrayéndola y expandiéndola dentro de ella, haciéndole notar mi tremenda excitación. Mi capullo estaba terriblemente aprisionado pese a que su vagina estaba lubricada; o era muy estrecha o mi verga era ya demasiado gruesa.
Permanecimos en silencio, abrazados estrechamente, pero de pronto preguntó, sin cambiar de postura:
--¿ Se te pasa el dolor, vida mía?
-- Aún no, pero me das tanto gusto que casi no lo noto.
Aprovechando su buena disposición intenté metérsela más profundamente. Pese a la humedad de su coño me costó trabajo clavársela un par de centímetros. Me di cuenta de que ni siquiera había llegado a hundirla hasta la mitad. Era como si metiera la gruesa mano de un leñador en un fino guante de señorita. Me detuve en el empuje, clavado dentro de ella, gozándola como soñaba hacerlo desde mucho tiempo atrás. Palpitaba mi verga constantemente en su apretado y caliente estuche con un placer tan desmesurado que babeaba de gusto sorbiéndole las tetas o mordisqueando sus pezones para sentir como se estremecía bajo mi cuerpo.
Noté que sus manos bajaban despacio por mi espalda hasta mis nalgas desnudas. Sus finos dedos me cosquillearon suavemente la piel, y comenzó a apretarme contra ella al tiempo que separaba más los muslos. Seguí empujando con fuerza mi verga dentro de su delicioso chumino.
Poco a poco se fue hundiendo en su húmedo calor hasta algo más de la mitad. Resopló suavemente y detuvo la presión. También yo me quedé quieto, aunque seguí lamiéndole toda la carne desnuda que tenía al alcance de mi boca.
-- Me da mucho gusto, Nere, ¿ a ti también? - susurré taimado en su oído
Suspiró profundamente antes de responder entrecortadamente:
-- Sí... claro.
--¿Te la meto más? - volví a susurrarle
Otro profundo suspiro antes de susurrar de nuevo:
-- Sí... sí... cariño mío... más... más.
Cuando menos me esperaba noté que su vagina comenzaba a palpitar al mismo tiempo que mi verga. Su respiración se hizo más agitada y la presión de sus manos sobre mis nalgas más violenta. Poco a poco mi verga fue hundiéndose en su adorable coñito, que tragó toda la tranca hasta la gruesa raíz. La sentí suspirar, me mordía suavemente los labios y comprendí que estaba disfrutándolo tanto o más que yo.
Creo que se deleitaba en estarse quieta, con ella dentro, acariciándola con los músculos de su vagina y deleitándome a mí con sus contracciones, palpándola entera con las terminaciones nerviosas de su fabuloso estuche.