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El obseso superdotado 2 A

EL OBSESO SUPERDOTADO 2 A

Los dos estaban completamente desnudos en la cama y ella encima de él. La mulata tenía un precioso cuerpo de color café con mucha leche, unos muslos magníficos y una cinturita casi tan delgada como la de Nere. Lo abrazaba rodeándole el cuello con los brazos y sus torneados muslos ceñían las caderas masculinas arrodillada en la cama.

Lo besaba en el cuello, mientras él la sostenía por las nalgas que ella movía arriba y abajo metiendo y sacando en su sexo una tranca casi tan grande como la mía. Mientras le chupaba una de las tetas miró hacia el muro.

Empecé a retroceder y entonces él levantó la cabeza, entrecerró los ojos mirándome fijamente mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja, pero ni se movió. Salí de allí a escape, me caí desde el muro con las prisas por escapar, regresando a la casona como un cristo. Intenté llegar a mi habitación para lavarme y cambiarme de ropa y tuve suerte.

Tuve suerte hasta las cinco de la tarde cuando mi padre regresó.
Me llevó del brazo hasta las cuadras sin pronunciar ni una palabra. Sin soltarme, vi que cogía una cincha de hebilla y se la enroscaba en la mano. Al primer correazo con la hebilla me enderecé de dolor. Me revolví rabioso, pateándolo en las piernas con todas mis fuerzas.

De un puñetazo en la cabeza me envió al suelo. Llovieron sobre mi hebillazos con furia asesina. A cada hebillazo me arqueaba como una ballesta. El dolor era insoportable, quemaba la hebilla como si estuviera al rojo vivo. No sé cuanto tiempo me estuvo golpeando, pero para mí fue un infierno que duró una eternidad. Lo último que recuerdo antes de perder el conocimiento, fue ver a Nere agarrada al brazo de mi padre y luego caer al suelo de una bofetada.

Recobré el sentido en mi cama al día siguiente. Tenía una fiebre altísima y no podía mover ni los párpados. Mi cuerpo era una pura llaga, pero lo que me hizo arder de ira fue ver la cara de Nere; tenía un ojo cerrado, la mejilla hinchada y de color verde violeta. Cerré los ojos jurándome interiormente que aquello no volvería a ocurrir nunca más.

Nere tuvo que detener a Megan que quería llamar a la Guardia Civil y poner una denuncia en el juzgado de Lalín. La pobre no sabía con quien se las jugaba. Entre ella, Nere y Nela, con paños fríos y ungüentos, lograron ponerme en pie al cabo de diez días. Ni una sola vez se acercó el déspota a mi habitación para interesarse por si estaba vivo o muerto.

Me alegró que no lo hiciera. De aquella paliza conservo, en forma de pequeña herradura, varias cicatrices en todo el cuerpo.

Una desgracia nunca viene sola. Dos o tres semanas más tarde volví a caer enfermo con una fiebre altísima. Esta vez llamaron al médico de Lalín que diagnosticó sarampión. La fiebre me hacía delirar y ver visiones y pesadillas increíbles. Todo me parecía de un tamaño descomunal, mi cuerpo, mis manos, hasta mis dedos se me antojaban más gruesos que salchichones.

Sudaba como un fogonero en el trópico. Estuve mucho tiempo enfermo, más de lo normal, y sentía unos picores insoportables; el médico ordenó que me sujetaran las manos a los largueros de la cama pues corría peligro de quedar señalado para toda la vida si me rascaba. Por las mañanas despertaba con menos fiebre, aunque me parecía seguir delirando pues no reconocía aquella habitación donde la luz tenía un color rojo sangriento.

Más tarde comprendí por qué. Por orden del médico habían cubierto las luces con trapos rojos.
Nere y Megan se turnaron durante toda mi enfermedad para cuidarme. Una de día y otra de noche, salteando las noches para no acabar las dos derrumbadas también.

Mi cama olía a rayos a causa de lo mucho que había sudado y me dolían todos los huesos como si me hubieran dado otra paliza, sobre todo de la cintura para abajo y en especial los huesos de los muslos y de las piernas.

Cuando comencé a mejorar, cierta madrugada vi a Megan recostada en una tumbona que habían colocado a los pies de la cama. El sueño la había vencido. Estaba preciosa dormida, aunque se le marcaban unas ojeras bajo los párpados que nunca había tenido, pero creo que hasta la favorecían.

La falda se le había subido por encima de las rodillas dejando al descubierto la mitad de sus muslos, unos muslos tan maravillosamente torneados, tan excitantes, tenía unas rodillas tan rellenitas que, imaginándome lo demás, se me empinó como un mástil.

Quise acariciarme, pero mis manos seguían amarradas a los largueros y no pude hacerlo.
Me dormí de nuevo con una erección vesubiana, hasta que el susurro de unas voces me despertó nuevamente. Nere y Megan, hablaban de lavarme y cambiarme las sábanas porque olían muy mal. La verdad es que apestaban. Con los párpados entrecerrados vi que Nere cogía del armario un par de sábanas y un pijama limpio, dejándolo a los pies de la cama.

Megan entró en el cuarto de baño y salió con una jofaina de agua tibia y una esponja. Cerré los ojos completamente, haciéndome el dormido.
Me destaparon; me inclinaron de un lado y luego del otro mientras quitaban la sábana bajera y colocaban otra limpia. Luego me desabrocharon la chaqueta del pijama, primero un brazo y luego el otro, vuelta de un lado, vuelta del otro y quedé desnudo hasta la cintura.

-- Ha adelgazado mucho - era la voz de Megan.
-- Pobrecito mío, está en los huesos. Le diré a Teo que traiga de Lalín Ceregumil y Aceite de Hígado de bacalao.
-- Habría que darle ponches de huevo, a su edad es lo más aconsejable.
-- Megan, ¿ no te parece que ha crecido?
-- Te lo iba a decir. Las mangas y las perneras se le han quedado cortas.

Megan comenzó a lavarme con la esponja y el agua tibia. Mi verga comenzó a crecer y pensé regocijado: << Verás tú el sofoco de estas dos >> Y así fue. Me pusieron la chaqueta del pijama sin que yo abriera los ojos ni diera señales de despertarme. Oí a Nere susurrar:

-- Sigue atroncado, el pobre.
-- No me extraña, con lo que ha pasado la criatura.

Nere estiró hacia abajo la goma de la cintura, la mano de Megan chocó contra la congestionada cabeza de mi miembro. Cuando el pantalón dejó toda mi verga al descubierto, la esponja se detuvo y las manos de Nere dejaron de estirar del pijama. Oí a Megan susurrar asombrada:

-- ¡ Madre mía! ¿Cómo es posible?
-- Pues ya ves. Va servido - musitó Nere.
-- No había visto nunca nada igual, pero si hay hombres que...
-- Que me vas a decir...
-- Pues imagínate dentro de unos años.
-- Me lo imagino... sigamos antes de que se despierte.

Acabaron de lavarme, percibí el olor de colonia vaporizada sobre las sábanas y mi pijama limpio. Nere salió llevándose la ropa sucia, no sin antes decirle a Megan que se iba a duchar y regresaría pronto para relevarla. Oí cerrarse la puerta y sentarse a Megan en la tumbona. Entreabrí los párpados levemente; Megan miraba el bulto que se marcaba bajo la sábana. Me giré lo que pude hacia el otro lado.

-- Nere... Nere... tengo sed - llamé.

La oí levantarse y dar la vuelta a la cama para coger de la mesilla el vaso de agua.

-- Soy Megan, Toni - dijo colocándome la pajita en la boca para que bebiera.
-- Hola, Megan... Estás preciosa.
--¡ Vaya! Muchas gracias, guapito, ¿ cómo te encuentras?
-- Deseando darte un beso.

Se río moviendo la cabeza e inclinándose me besó en la frente.
-- Vaya sitio de besarme, ni que fuera un difunto.
Esta vez soltó una carcajada.
-- ¡Ay Dios mío qué crío este! - volvió a agacharse para besarme en las mejillas.
-- Te salvas porque tengo las manos atadas, que si no...
--¿Que sino qué? - preguntó desafiante.
-- Me besarías como Dios manda.

En ese momento regresó Nere y al verme despierto me preguntó como me encontraba, pero fue Megan quien respondió rápidamente:

-- Está muy marchoso, señal de que está mejorando rápidamente.
--¡ Cuánto me alegro, cariño! - y me besó en los labios.

Miré a Megan con toda intención. Sabía por qué la miraba. Sonrió comentando:
-- Bueno, me voy a duchar y a dormir un rato. Hasta luego.

Cuando, días después, me puse de pie ayudado por Megan y Nere, estaba más flaco que Rocinante, pero se quedaron asombradas de lo que había crecido, era más alto que ellas.

Y así, entre estas y otras delicias menos importantes, transcurrió otro año durante el cual aprendí a traducir directamente del inglés y francés al español y viceversa; aprendí álgebra, trigonometría, logaritmos, literatura española, me inicié en el latín, además de los primeros pasos en la filología española, inglesa y francesa. Física y Química en fin, todo el programa del Ingreso, primero y segundo curso del bachillerato.

Para mi Megan era un pozo de sabiduría y una cachondísima y preciosa mujer que me la ponía tiesa con sólo mirarla.

Casi todas las clases me las pasaba con la verga como mástil de velero y, con el tiempo, hasta me atreví a no sujetarla bajo el cinturón con el fin de que viera el bulto de mi erección marcándose en mi entrepierna. En más de una ocasión, mientras leía de pie frente a ella, sorprendía fugaces miradas sobre el considerable bulto que mi verga marcaba bajo el pantalón.
Datos del Relato
  • Autor: Aretiono
  • Código: 16086
  • Fecha: 03-03-2006
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.98
  • Votos: 42
  • Envios: 1
  • Lecturas: 2965
  • Valoración:
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