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El camino del infierno está lleno de buenas intenciones. Me lo repetía una y mil veces cuando recordaba la depresión que tuve inmediatamente después de la revolcada sexual con Doña Felisa. Pues a pesar de la misma, mi pensamiento volvía recurrentemente a recordar aquella tarde donde me venció el morbo por el culo de mi vecina. Lo cierto es que ese culo me había dado una tremenda satisfacción y me costaba olvidarlo.
Para aquellos lectores que no hayan leído mi anterior experiencia y que titulé El Morbo por el Culo de Doña Felisa fue mi Perdición, corresponde decir que la Felisa de marras es una vecina española de 62 años portadora de un culo de esos que difícilmente pasen desapercibidos y que era motivo de mis más locos deseos sexuales.
Como se recordará, mi experiencia sexual con Doña Felisa se limitó a un solo encuentro, pues a pesar de haber saciado su apetito sexual esa tarde, Felisa tuvo miedo de que se pudieran anoticiar su marido Pancho o alguno de sus hijos, y el temor se superpuso a sus grandes deseos de vivir nuevamente la experiencia que no le brindaba su marido.
Repito que me había prometido a mí mismo no volver al asunto, pero cada tanto venía a mi mente lo sucedido esa tarde y lo mucho que había gozado haciéndole el dichoso culo español de Felisa. Recordaba cada centímetro de ese portento, su piel suave y su redondez frutal, tanto como su ojete fruncido y luego abierto para la gran faena. Tanta era la fantasía que me había quedado grabada, que una noche recordándolo me tuve que hacer una descomunal paja para calmarme. Aunque quería evitarlo finalmente me tuve que convencer que ese culo me seguía ratoneando y quería volver a disfrutarlo.
Así estaban las cosas, cuando unos meses después me comentaron que Pancho, su esposo, había dejado este mundo a causa de un fulminante infarto cardíaco.
En la primera oportunidad que nos encontramos después de ese suceso, tuve la ocasión de darle un cariñoso beso y mi pésame a doña Felisa. Recuerdo que la encontré desmejorada, supuestamente por lo mal la que había pasado. Había perdido unos kilos y se la notaba pálida y desganada.
Con el correr de los días la seguía viendo por la calle y en el dichoso almacén de nuestros repetidos encuentros. Nos cruzábamos saludos amistosos, hasta que pasado un buen tiempo de la partida de Pancho, nos encontramos nuevamente por la calle y me saludo sonriendo y hasta me guiño un ojo picarescamente.
Me quedé pensando en esa actitud y dudé mucho en llamarla para saber de qué motivaba ese guiño. Mientras yo dejaba pasar los días dudando si hacerlo o no, una noche de esas para sorpresa mía, recibo un llamado suyo.
Ese día pasé a buscarla como habíamos convenido. Allí estaba puntual luciendo una pollera ajustada que resaltaba su poderoso culo y una blusa, prendas livianas teniendo en cuanta el calor que hacía ese día.
No bien subió a mi auto, y luego del beso de bienvenida no perdimos tiempo y nos empezamos a toquetear recíprocamente. Felisa me acariciaba la polla por encima del pantalón y yo retribuía levantando su pollera y metiendo mano a su entrepierna hasta tocar su chocho. Poco a poco mi picha fue tomando volumen y su braga empezó a mojarse, era el preludio de un encuentro con mucha carga de ansiedad carnal.
Decidí cambiar de hotel y fuimos a uno más alejado pero mucho más moderno. Tiene yacusi y unos muebles apropiados para follar en distintas posiciones.
No bien entrados a la habitación, Felisa se abalanzó para abrazarme y darme un beso mientras me apretaba la verga con una mano. Mirando en derredor abrió grandes los ojos cuando vio los muebles extraños para ella. Me lanzó una mirada inquisidora.
Guiñándome un ojo desapareció para el baño, para asearse bien las partes, según me dijo. Al rato reapareció luciendo solo un sostén y un cachetero, ambos de encaje y color negro. Me sorprendió que hubiera conseguido un cachetero que pudiera contener semejante pedazo de culo. Era evidente que la veterana se había preparado para la fiesta, y a decir verdad estaba mucho mejor que la vez anterior. Los kilos perdidos habían modelado un poco su silueta y respetado la dimensión del hermoso culo, que lucía a mis ojos, mucho más tentador que la vez anterior. Por lo demás su figura parecía haberse mejorado y aparentaba unos años menos.
Se vino hacia mí y comenzó a desvestirme al tiempo que me decía
Me senté en la silla erótica bien abierto de piernas de modo que mis cojones y la verga quedaron colgando a disposición de Felisa quien sin pérdida de tiempo dio manos a la obra. Arrodillada frente a mí, comenzó a trabajar con sus manos y la boca. Mientras me acariciaba los testículos, con su lengua comenzó a lamerme el falo desde la base hasta el glande. Sus labios carnosos succionaban mi aparato y cada tanto me daba suaves mordidas que acentuaban mi goce. Lo bueno, para mí, era que lo hacía muy despacio como disfrutando de cada milímetro. Y lo disfrutaba enormemente pues sus ojos parecían iluminados cuando me miraba para observar mis reacciones. Y hasta me hacía guiños de complacencia. Tan bien lo hacía que rápidamente mi falo creció en su boca llenándosela.
Siguió un buen rato dándome y dándose placer. Estaba como enloquecida saboreando mis jugos preseminales y chupando desenfrenadamente. Paseaba su lengua a lo largo de mi falo y se detenía en el glande para chupar y chupar. Sintiendo que empezaba el cosquilleo pre derrame, le ordené que se detuviera.
Me arrodillé frente a Felisa que ya se había sentado y abierto sus piernas para que dispusiera de su almeja. Mi boca y lengua entraron en acción. Lentamente rocé sus pliegues y chupé el veterano chocho. Con una mano le abrí la vulva y ahí sí que comenzó la fiesta. Mi lengua recorrió las profundidades de esa vagina hambrienta de sexo una y otra vez, arriba y abajo, derecha e izquierda. Sabiendo que cuando llegara a su clítoris Felisa estallaría, demoré tocarlo. A todo esto mi amante gemía y resoplaba y me pedía más y más.
Apenas lo toqué con mi lengua, Felisa dio un brinco en el sillón. A partir de ahí pasé y repasé mi lengua por su hinchado clítoris mientras ella se revolvía loca de placer. Cuando con mis labios lo chupé, Felisa no aguantó más y apretando mi cabeza contra su sexo y revolviéndose, se entregó en un orgasmo impresionante mientras repetía una y otra vez
Ya calmada y habiendo recuperado el aliento, llevé a Felisa a la cama para descansar un poco. Nos entretuvimos haciéndonos caricias. Tomé sus dos grandes tetas y me puse a degustarlas chupando sus pezones y amasándolas, mientras Felisa apoderándose de mi picha, me hacía una suave paja. De pronto me dijo
Ante tal invitación y con mi verga endurecida por las ganas. La llevé a uno de esos aparatos tipo sofá donde la mujer deber echarse y poner el culo en pompis. Ya tenía en mi mano la crema facilitadora de la penetración que unté en su ojete y en mi pene. Abrí sus cachetes y coloqué el glande en su arrugado agujero. La tomé por la cintura y empecé a pujar. Felisa respondía con un ronroneo. De un empujón logré que el glande superara la barrera del esfínter, lo que dio lugar un suave quejido de Felisa. Superado ese escollo, el resto fue puro placer.
Con la ayuda de la crema, la penetración fue más fácil a pesar de lo estrecho del ano de Felisa. A medida que mi polla se introducía lentamente mi veterana amante me dejaba saber su satisfacción.
Con todo el pedazo adentro empecé a trajinar con un mete y saca lento. Sacaba mi verga de su ojete y me extasiaba mirando el hueco que dejaba mi pene en su agujero. Luego lo volvía a meter y así sucesivamente para placer de ambos, pues si bien yo estaba en la gloria satisfaciéndome con mi anhelado culo, Felisa me demostraba con profundos suspiros y su respiración agitada que no la estaba pasando nada mal. Cuando aceleré mis movimientos comencé a sentir que me venía el orgasmo. Quité la verga y ayudé a Felisa a arrodillarse frente a mí para llenarle boca con mi semen.
Con la avidez de esperma que Felisa traía, no dejó ni una gota. Bebió todo luego de saborearlo en la boca, mientras me miraba sonriendo y feliz.
En esta oportunidad después del polvo no tuve ningún ataque de conciencia. A decir verdad estaba satisfecho y quería algo más con la viejita
Vueltos a la cama para recuperar energías, Felisa se ubicó junto a mi dándome la espalda de forma tal que yo pudiera jugar con su hermoso culo. Y así lo hice. Lo acaricié, lo apreté con ambas manos, y hasta volví a meter dedo en su ojete que todavía estaba bien abierto. También jugué con sus tetas, magreándolas y pellizcando sus pezones a pesar de los rezongos de ella. Mientras mi verga se recuperaba, tuve tiempo de jugar también con su chocho peludo. Con una mano me hice de él y pasaba mis dedos por su raja mientras oía como Felisa ronroneando me agradecía mis juegos. Cuando toqué si clítoris, su cuerpo comenzó a sacudirse entregando otro orgasmo.
A estas alturas de la conversación, mi falo ya volvía a pedir candela, así que puse de espaldas a Felisa y me monté sobre ella para darle por su chocho.
Ella no quitaba sus ojos de mis movimientos. Se abrió bien de piernas, mejor dicho todo lo que sus piernas le permitían, y me sorprendió con una movida que no esperaba. Tomó mi picha con una mano y la colocó en medio de sus labios vaginales diciéndome…
Le empecé a dar caña con mucha energía. Entraba y salía de ese viejo chocho cada vez con mayor intensidad. Felisa me alentaba pidiendo más y más. Estaba totalmente fuera de sí entregada al placer. Los meses de abstinencia los estaba recuperando rápidamente con mi ayuda. Con el dedo de una mano hice círculos en su ojete y eso dio motivo a que la veterana se volviera a derramar en un bruto orgasmo. Se revolvía de pies a cabeza suspirando y gimiendo con los ojos cerrados y los labios apretados.
Seguí con mi tarea, pujando cada vez con mayor fuerza e intensidad hasta que empecé a sentir que mis huevos se contraían anunciando mi corrida. No supe si se debió a la locura de Felisa que me contagió, pero me descargué en su almeja como nunca me había ocurrido antes. Fueron cinco a seis lechadas intensas que inundaron su sexo.
Ese polvo tan intenso nos llamó a sosiego. No teníamos fuerza ni para hablar. Toda la energía parecía habérsenos ido en ese tremendo polvo. Cuando mi verga flácida después de la faena salió de su encierro, me eché a su lado, tratando de recuperar la respiración mientras Felisa hacía otro tanto.
Y uniendo la acción a la palabra, se volvió hacia mi verga para llevársela a la boca y chuparla.
Después de haber limpiado mi picha con su boca, Felisa se echó a mi lado acariciándome todo el cuerpo y hablando
Interrumpió el diálogo la llamada del conserje anunciando que se nos había terminado el turno. Teníamos solo diez minutos, tiempo para una ducha rápida y marchar, y yo mucho tiempo más para saber si reincidía con el culo de Doña Felisa.
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