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El mejor regreso del Colegio

AGOSTINA
Esos contraturnos que ha puesto el colegio para compensar los días de huelga no le causan ninguna gracia a Agostina, ya que, saliendo tres horas más tarde de lo normal, sabe segura que no encontrará a nadie en su casa y que tendrá que improvisar en la cocina para comer algo caliente, ya que a esa hora, su hermano mayor ya estará por ir a la facultad y sus padres regresaran bien entrada la noche.
No bien entra al vestíbulo, le extraña escuchar el rumor de una conversación y encaminándose al living, encuentra que Ricky y Camilo, dos amigos de su hermano, se hallan enfrascados en animada conversación en uno de los sillones; en realidad son mucho más que amigos de Rafael, ya que desde que tiene uso de razón los muchachos han correteado por la casa y suelen entrar y salir de ella como si fuera la propia.
Saludándolos contenta porque ya no estará sola, deja la mochila sobre una mesita baja y, manifestando su agotamiento, se derrumba entre los dos para recostarse contra el mullido respaldo; mientras los muchachos la interrogan amablemente sobre sus días en la secundaria, ella compara como su reciente explosión hormonal ha acortado las diferencias físicas con ellos, ya que tan solo un año atrás, ella era una flacucha piernas largas, desgarbada y sin formas y ellos, a punto de cumplir los dieciocho, habían alcanzado su pleno desarrollo físico como hombres.
Desparramada sobre los almohadones, deja ver sus ahora rollizos muslos saliendo generosamente por debajo de la corta pollera tableado del uniforme y la alegría candorosa con que recibe los intencionados comentarios de los chicos sobre la efervescente expansión de sus formas, se ve turbada por el roce de una mano de Ricky sobre una de sus rodillas; desde los siete años ha jugado con esos chicos sólo cuatro años mayores, pasando oportunamente por su etapa de “jugar al doctor” y a varios juegos más que han expuesto su cuerpo a distintos manoseos de los muchachos, pero hace ya meses en que, instintivamente y con pretexto del secundario, ha esquivado esas confianzas.
El momento y la circunstancia “especial” de tener que estar sola con ellos por varias horas, le dicen que esa mano que acaricia su otrora huesuda rodilla ya no quiere jugar con ella sino otra cosa más desasosegante; tampoco en aquellos juegos Agustina se ha limitado a ser participante pasiva y sabe perfectamente a que conducían esos manoseos que, más tarde, la llevaban a aliviar sus escozores íntimos con los dedos, así como conocía de las masturbaciones de aquellos en el baño, teniendo como prueba los olorosos restos de sus eyaculaciones en la toalla.
Por otra parte, ella esta atravesando esa etapa en que no es nena ni señorita, por lo menos en lo formal, ya que súbitamente su cuerpo ha devenido en el de una verdadera mujer, con largas y torneadas piernas, un protuberante trasero y unos senos que a veces la avergüenzan por su generosidad y la obligan a no usar corpiño para disimular su volumen; paralelamente, su libido también ha pegado un salto exponencial, convirtiendo sus oídos en ávidos receptores de las refriegas que protagonizan sus padres en la cama del cuarto vecino y los consecuentes ayes, gemidos y bramidos con que alimentan su imaginación, más fantástica a causa de su ignorancia.
Manteniéndose en una expectante calma, siente la mano de Ricky subiendo exploratoria por el muslo hasta perderse por debajo de la falda, a la vez que la de Beto va desabotonando lentamente la camisa para dejar parcialmente los senos al descubierto que, desnudos de prenda alguna, caen apenas como dos grandes peras en cuyos vértices destaca la gruesa extensión de las mamas; casi por compromiso, ella deja escapar una velada negativa suplicante que es rápidamente acallada por los labios de Beto que, muy suavemente encierran a los suyos en infinitamente tiernos besos.
En realidad eran los primeros para la chiquilina que, no sabiendo cómo responderlos, dejó estar blandamente su boca en el entendimiento de que el organismo respondería atávicamente; así fue, y pronto se encontró estirando los labios para envolver aquellos más grandes y recibir la visita de una lengua inquisitiva que la excitó mientras sentía como la mano de Ricky llegaba a la entrepierna y exploraba con las yemas de los dedos el bulto de la vulva para luego subir por la ingle hasta la cintura e introduciéndose por el elástico de la bombacha, aventurarse por el bajo vientre hasta alcanzar la apenas poblada alfombrita de vello y, seguramente para no asustarla, se retiró para ir al encuentro de la teta.
Involuntariamente, Agostina cerró los ojos y se repantigó aun más en el asiento mientras alzaba un brazo colocando la mano sobre la nuca de su amigo para profundizar el beso, sintiendo como la mano de este comenzaba a palpar suavemente un seno mientras que la de Ricky llegaba para hacerle competencia en el otro; los roces de los dedos eran tan delicados que le producían un cosquilleo inédito que nacía en los riñones para subir por la columna hasta la nuca y desde allí expandirse por el cuerpo hasta picanear sus entrañas.
Quien no podía ser sino Ricky, la tomó por la nuca para hacerle ladear la cara y pronto era su lengua tremolante la que se hundía entre los labios y pretendía competir con la suya que enseguida se adaptó al juego y se trabó en dura batalla en tanto sus labios eran succionados por los gruesos del muchacho; independientemente de eso, la mano ya no acariciaba al seno sino que la amasaba y sobaba como para comprobar su solidez y la boca de Beto, comenzó a deslizarse por el cuello. Tras quitarle la camisa de ese lado, fue escurriéndose por su piel hasta escarbar en el hueco que formaba la axila y produciéndose allí el nacimiento del seno, siguió esa curvatura hasta arribar a la base, donde la comba producía una arruga sobre el abdomen.
Agostina nunca había experimentado algo semejante y dedujo que ese fuego que parecía arder en sus entrañas y se esparcía por todo el cuerpo, era la famosa calentura de que hablaban algunas de sus compañera mayores y comprobó que así era cuando inconscientemente y entre los labios ocupados por el beso, comenzó a emitir pequeños jadeos y gemidos que eran similares a los que escuchaba proferir a su madre por las noches y que al contacto de la lengua tremolante de Beto escarbando en la rendija que ella sabía siempre alojaba sudores inevitables acrecentó, en tanto se prendía a la boca imitando los furiosos besuqueos del muchacho.
A pesar de su ignorancia e inexperiencia sobre todo lo sexual, ese proyecto de mujer no era tan tonta como para ignorar las verdaderas intenciones de sus amigos y en qué finalizaría todo aquello pero, si bien experimentaba dudas y temores, también sabía que esa era una circunstancia por la debería pasar ineludiblemente en algún momento y, pensando en los riesgos que correría de entregarse a cualquier desconocido que incluso pudiera manchar públicamente su imagen, prefirió hacerlo con quienes compartía todo desde hacía diez años.
Relajándose totalmente, se entregó blandamente a sus manos y bocas de manera tan ostensible que los muchachos comprendieron que tenían vía libre y, al tiempo que recrudecía la intensidad de los besos de Ricky a su boca, la lengua de Beto trepó lentamente por la comba del seno hasta establecer contacto con el borde de la aureola que coronaban disparejos gránulos y por unos momentos se concentró en ellos azotándolos con anhelosa curiosidad.
Escozores de distinta variedad y magnitud recorrían externa e internamente en forma aleatoria su cuerpo para enquistarse definitivamente en sitios muy especiales y cuando la mano con que Ricky estrujaba agradablemente al otro seno también se dedicó a estimular con sus uñas esa aureola, supo que definitivamente estaba entrando a un mundo de goces y placeres que desconocía totalmente y al cual quería aprovechar en su totalidad; acariciando el ondulado cabello negro de su amigo y mientras con la otra mano le recorría la espalda con los dedos engarfiados, abandonó un instante su boca para proclamar a ambos su fervoroso asentimiento y un susurrado reclamo de que le hicieran cuanto quisieran para convertirla en mujer.
Seguros ya de que la pasividad de la chiquilina no era debido a su miedo sino a una verdadera necesidad, los dos encerraron entre sus labios los extrañamente gruesos pezones de Agostina para comenzar a succionarlos en una mamada casi infantil pero que llevo a la chica a arquearse de placer y entreverando sus dedos en la cabellera de los hombres, prorrumpió en estridentes, repetidos e histéricos sí que tuvieron como respuesta inmediata la profundización de los chupones que paulatinamente fueron incorporando la colaboración de los dientes en incruentos pero dolorosamente exquisitos mordisqueos.
No dando crédito al goce que le provocaba el martirio de los dientes, la jovencita sacudía inconscientemente su pelvis en primitivo coito y cuando la mano de alguno de los dos traspuso la cintura de la falda y el elástico de la bombacha para estimular con la yema de un dedo al clítoris ignaro de caricia alguna en delicados círculos, creyó enloquecer de tanta dicha.
Viéndola tan entusiasta y previendo que con la estimulación necesaria la chiquilina alcanzaría seguramente un primer orgasmo que, con la consecuente enervación posterior, les permitiría encarar la posesión total, Ricky abandonó el seno para colocarse arrodillado en el piso y tras sacarle conjuntamente la falda con la bombacha, le abrió las piernas, encogiéndoselas para contemplar fascinado el primer sexo virgen del que estaba seguro lo era; como comprobara con el dedo, el gordezuelo Monte de Venus estaba apenas cubierto por una leve capa velluda y, gracias a su esmero anterior, la arrugada capucha del clítoris asomaba de la prieta rendija de una vulva escasamente abultada.
Sabiéndola todavía una criatura a pesar de su desarrollo físico y no queriendo hacer de aquello una violación más, sino convertir a la chiquilina en una hembra que con el tiempo se convirtiera en una amante complaciente que inclusive planeaba compartir con otros amigos, acercó la cara y su olfato fue invadido por una mezcla de los característicos aromas marítimos de todas las mujeres con las exudaciones epidérmicas naturales de un niña; con esa fuente de inspiración, estiró la lengua y en suaves vibraciones de la punta, fue recorriendo la oscura alfombrita, pasó por el clítoris, recorrió lentamente la rendija hasta encontrar la prieta caverna de la vagina y tentado por algún duende maligno, transitó un pequeño periné hasta encontrar el oscuro hueco del ano.
Ignorante de que este no pertenecía sexualmente al área genital pero sintiéndolo parte de este por la intensidad del placer que le produjera la lengua en ese recorrido, respondió al tremolar de la lengua con la exaltada repetición de su asentimiento que - al darse cuenta de su ingenuidad sexual, Ricky había ido introduciendo levemente la punta del índice - se convirtió en un leve menear de la pelvis y en un lloriqueante pedido de que le dieran más placer aun; los dos amigos apenas podían reprimir el deseo loco de poseerla de una vez y Beto fue alternando la actividad de labios y dientes en ambos pechos, complementándolo con retorcimientos del otro pezón entre los dedos y crueles hundimientos de las uñas a la carne.
A pesar del sufrimiento y los dolores, la chiquilina creía que eso era parte del sexo normal entre hombres y mujeres y ansiando convertirse en una para disfrutar plenamente de aquello, entre lloriqueos, suspiros, jadeos y risitas histéricas, dio paso al disfrute masoquista que iba ganándola y abriendo más las piernas encogidas naturalmente, sintió que, mientras el dedo se hundía parcialmente en la tripa, dos dedos separaban los labios mayores para poner al descubierto el interior de la vulva.
Alucinado por esa vista única, el muchacho admiró los frunces retorcidos de los labios menores que, rodeando la pequeña elipse cóncava en la que se destacaba el agujero de la uretra se transformaban en dos lóbulos carnosos para luego juntarse alrededor de la entrada a la vagina y en su vértice formaban el capuchón epidérmico que protegía al clítoris que, escondido por una membrana traslúcida, parecía pugnar por romperla con su puntiaguda punta ovalada; poniendo la lengua a tremolar, Ricky fue reconociendo los meandros carnosos con exasperante lentitud, fustigó a los dos lóbulos, llegó a la fourchette y, sin penetrar la vagina, enjugó las gotas de fragante flujo que manaban de ella para después ascender adentrándose en el hueco, escarbó un momento en la insólitamente dilatada uretra y luego se enfrentó a la ventana traslúcida que aprisionaba al clítoris.
Sin cesar en el corto vaivén del dedo que la sodomizaba, incrementó el vibrar de la lengua para atacar a la cabecita con forma de bala, haciendo que con ello aumentaran los ayes, gemidos y suspiros con que Agostina manifestaba su complacencia y luego de unos momentos, envolvió entre los labios todo el conjunto para succionarlo apretadamente mientras lo estiraba para procurarle mayor volumen; la chica casi aullaba por el placer y su pelvis se meneaba con mayor intensidad, cuando Ricky fue desplazado por su amigo y mientras este tomaba su lugar sobre el empapado sexo, él volvió a subir hasta el rostro congestionado de la chiquilina quien, con los ojos cerrados y la boca entreabierta proclamando su satisfacción, sacudía de lado a lado la cabeza apoyada en el mullido respaldo del sillón.
Tomándola por el mentón, Beto detuvo los vaivenes e incitó a la chiquilina con la punta de la lengua hurgando el interior de los labios y, al parecer los sabores y aromas desconocidos de su propio sexo cumplieron su cometido, ya que la lengua de Agostina salió al encuentro de la suya para trabarse con ella en un delicioso combate; murmurando mimosas palabras ininteligibles, esta vez fue ella quien propició el encuentro de los labios para iniciar profundos besos al tiempo que envolvía con las manos la cabellera de su amigo.
Pensando en cómo y cuánto se divertirían durante esas seis horas de que disponían con aquella putita en ciernes, este fue casi devorando su boca en inacabables besos de ahogante hondura para entretanto asirle una mano y conducirla a la entrepierna en la que la hizo tomar contacto con su verga; guiándola con los suyos, hizo que lo finos dedos de la chiquilina la palparan con suavidad y, a pesar de la flaccidez que todavía tenía, instintivamente o por curiosidad, la jovencita pareció sopesar su volumen y después de recorrer tiernamente el amorcillado tronco, permitió que la iniciara en un leve movimiento masturbatorio.
Simultáneamente, Beto se solazaba tanto como él en aquel sexo sexualmente impoluto pero, aprovechando la erección ya avanzada del clítoris, lo encerró con pulgar e índice para hacerlo rotar entre ellos con creciente presión en tanto ejercía una exquisita maceración de los labios menores, lo que causó en Agostina una reacción casi automática que la hizo acelerar el restregar de la verga y, cuando Ricky se arrodilló junto a ella para dirigir el falo erecto sobre su boca al tiempo que le pedía se lo mamara, acezando como una bestia asustada, le contestó balbuciente que no sabía cómo.
Esperando algún rechazo por parte de la muchachita, el joven se alegró porque su ignorancia fuera el único inconveniente y pacientemente, la aleccionó de lamerlo y chuparlo como si se tratara de un helado de cucurucho al tiempo que con los dedos ejercía un tránsito ascendente y descendente para estimularlo y mantenerlo erecto; aun a pesar de su calentura, del deseo que la carcomía y de la confianza que tenía en sus amigos, la vista de la verga tumefacta le produjo cierta repulsión, pero lo que Beto le hacía en el sexo con lengua, labios, dientes y dedos terminó por enajenarla y haciendo vibrar torpemente la lengua sobre el desnudo glande del que él había corrido el prepucio, experimentó por primera vez ese gusto entre salado y dulzón.
Ducho en hacérsela mamar por chicas que no querían tener otro tipo de sexo, sacudió la punta contra los labios e instintivamente ella los separó para darle cabida entre ellos e iniciar una mezcla de besos con chupeteos que fueron entusiasmándola; obedeciendo a su amigo, ejerció con las manos un lento movimiento adelante y atrás y cuando él le empujó la cabeza para que la verga penetrara más adentro, abrió casi con voracidad la boca, permitiendo que el miembro entrara hasta que el glande le causó una arcada al rozarle la garganta.
Ellos no se proponían violarla por la fuerza ni obligarla a hacer cosas contra su voluntad, pero si ir condicionándola para que la chiquilina fuera aceptando las cosas que se proponían hacerle, sintiéndose parte activa de aquella orgía y con ganas de ser tratada como lo harían; por eso fue que Ricky fue dejándose caer en el asiento para arrastrarla con él hasta que la chica quedó con el torso retorcido, momento en que Beto le alzó la piernas sobre el sillón y haciéndola arrodillarse para que siguiera mamándosela a su amigo, se las separó lo suficiente para dar cabida a su cabeza y fue alternando los lengüetazos y succiones entre la vulva y el ano.
Verdaderamente la chica estaba entusiasmada por la satisfacción que le daban las cosas que le hacían sus amigos y a pesar de que la sodomía le resultara dolorosa en las primeras penetraciones, ella las disfrutaba como un complemento a lo que las bocas ejecutaran en su sexo e imbuida por esa propensión natural en las mujeres hacia todo lo sexual en la que un algo desconocido y atávico, las lleva, sin distingo de raza, religión, nivel social o cultura, a practicarlo con una naturalidad y sapiencia, en esa nueva posición más cómoda, masturbó reciamente al falo mientras acompañaba a los dedos con toda la boca.
Y así, con el pulgar de Beto penetrando al ano a la vez que dos dedos de la otra mano excitaban reciamente al clítoris y su boca entregándole infinitos placeres que ella correspondía con un instintivo menear de la pelvis, se dejaron estar hasta que Ricky la incitó a no parar porque él estaba a punto de acabar y en medio de los vehementes movimientos de la mano de Agostina y los ronquidos del muchacho que alababa sus condiciones innatas para la prostitución con soeces palabras que sin embargo halagaron a la chica, recibió la desconocida erupción espasmódica del falo y que se vio obligada a tragar porque su amigo le presionó la cabeza para que no pudiera retroceder; extrañamente complacida por ese sabor agridulce que tenía resabios a almendras, no sólo la deglutió con fruición sino que siguió chupando hasta que de la uretra no salió una sola gota más.
Sorprendentemente o porque ese era el momento justo en lo físico y psíquico para que aquello sucediera, no sólo estaba contenta por la actitud de sus amigos sino que tomaba la suya con una naturalidad pasmosa, sin vergüenza ni culpa, como algo que en algún momento debería suceder y así había sido, por eso y en tanto enjugaba de sus labios restos del delicioso semen, aunque estaba un poco fatigada por la falta de aire durante la mamada, aceptó gustosa cuando los muchachos le pidieron que cambiada de lugar para chupar a Beto mientras Ricky se ocupaba de complacerla con boca y dedos.
Todo era tan nuevo para Agostina, que en cada cosa encontraba un algo desconocido que colocaba cosquillas distintas en su cuerpo virgen y aunque pareciera que la verga de Beto era sólo otra verga, ella notaba las diferencias de largo y grosor y el detalle del prepucio que en la de Ricky no existía por ser judío; por otra parte, este último poseía diferente técnica con dedos y lengua, lo que iba haciendo de esa nueva sesión algo totalmente singular que ella gozaba como si la anterior no hubiera sucedido y de esa manera, entregada enteramente a complacer a sus amigos pero recibiendo como recompensa el descubrimiento de partes de su cuerpo que hasta el momento permanecieran dormidas, se dedicó con ahínco a mamar esa verga maravillosa a la par que disfrutaba intensamente de la boca de Ricky en su sexo y los dedos sodomizándola casi sañudamente.
Una vez alcanzada la eyaculación por su amigo y el correspondiente premio de su leche que ahora la chiquilina degustaba con la fruición de un elixir, los muchachos comprobaron que sólo habían pasado cuarenta minutos y que era mejor si concretaban lo más importante sobre una cama y por eso la condujeron a su cuarto; retirando la ropa de la cama para que no se ensuciara delatándolos, la hicieron acostar en el medio y advirtiéndole que la iban a coger, por lo que su desvirgue pudiera serle doloroso, fueron haciéndole abrir las piernas y colocando una almohada debajo de la zona lumbar para mantenerle alzadas las nalgas, Ricky, quien estaba más descansado, se arrodilló entre ellas y tras restregar masturbatoriamente la verga para hacerle cobrar mayor rigidez, la apoyó en la entrada a la vagina y advirtiendo por primera vez una señal de temor en los ojos angustiados de la chiquilina, le dijo cariñosamente que no tuviera miedo.
Agostina recién acababa de tomar conciencia de que ese acto, doloroso o no, iba a cambiar definitivamente su vida convirtiéndola en mujer y todo lo que ella implicaría de ahí en más y sin embargo, un deseo irrefrenable porque eso sucediera, la hizo alentar a su amigo para que lo fuera verdaderamente al hacerle ese favor y aferrando ella misma sus piernas abiertas por detrás de las rodillas para encogerlas hasta que rozaron sus pechos, se ofreció voluntariamente a la penetración; viéndola tan voluntariosa, Ricky fue incrementando la presión y pesar de que la chiquilina reflejaba en mohines sufridos el dolor de la dilatación mientras respiraba afanosamente con las narinas dilatadas, siguió empujando a la vez que sentía como la verga vencía la oposición de esos músculos que la apretaban como una mano y cuando la sintió golpear en el fondo de la vagina en coincidencia con un ahogado pero sonoro sí de la chica, comenzó verdaderamente el coito.
Para Agostina, la penetración había superado ampliamente toda expectativa, pero desde muy chiquita estaba acostumbrada al dolor y ese sufrimiento que le significaría algo tan trascendente en su vida, era desdeñable comparado con lo que ella esperaba obtener; verdaderamente, el tamaño de la verga la superaba y eso hacía que, contra su voluntad, los músculos se contrajeran instintivamente, lo que ocasionaba ese roce infernal de las carnes y sintiendo como en su piel se producían desgarros y laceraciones, se esforzó en relajarse, cosa que sucedió cuando la cabeza del falo golpeó a las puertas del cuello uterino y por primera vez experimentó un ramalazo de pasión y goce tan intenso que proclamó estentórea su asentimiento.
Viéndola tan inocentemente linda, con sus rasgos todavía infantiles deformados por la pasión y el deseo mezclados con el sufrimiento, con las fantásticas tetas moviéndose caprichosamente en su pecho y la grupa prodigiosa que con el encogimiento de las piernas cobraba porte de ciclópea, el muchacho no tuvo más contemplación e inició un ríspido vaivén con todas las fuerzas dde su cuerpo puestas en el hamacarse y que tuvo como contrapartida un ulular complacido de Agostina que cada rempujón transformaba en un transitorio ay!.
Ricky comprendía lo que debía de significar para esa casi nena hasta pocos meses atrás, el recibir en su cuerpo virgen semejante maltrato, pero como sabía que, en un acto de natural masoquismo, las mujeres convertían al dolor en fuente de placer y considerando él mismo que los mejores goces físicos devienen del sufrimiento, se inclinó sobre la jovencita para asir entre los dedos las mórbidas tetas e inmovilizándolas, no sólo las manoseó reciamente, sino que llevó la boca a abrevar en los largos pezones y manteniéndole las piernas encogidas por la presión de sus hombros, puso un cadencioso ritmo a la cogida.
Ya la chiquilina expresaba sin retaceos el placer que encontraba en ser poseída de esa manera y acariciaba su cabello con tiernos toqueteos al tiempo que asentía fervorosamente entre suspiros, ayes y quejidos, hasta que en un momento dado, Beto los detuvo para indicarles que ahora era su turno; esa alternancia que se da normalmente con una prostituta, no significó para la muchachita otra cosa que dar y encontrar placer con otro amigo y con una espléndida sonrisa en su rostro aniñado, esperó con ansias recibirlo en su cuerpo; este no intentó penetrarla de una, sino que se acostó entre las piernas ya automáticamente abiertas de Agostina para, inclinándose sobre ella con un pañuelo en la mano, no sólo secar del rostro la capa de sudor que el esfuerzo acumulara, sino que siguió por el cuello hacia el pecho y tras enjugar de las opulentas tetas todo vestigio de transpiración, utilizando la tela como un elementote fricción, fue aprisionando a un pezón para retorcerlo en distintos sentidos, arrancando en la chica sorprendidas exclamaciones doloridas.
Agostina había cobrado súbita conciencia del placer que obtenía por medio del dolor y ese pañuelo de aspecto inocente, al raspar como ella no lo esperaba la delicada piel de la mama, merced al empeño de su amigo que simultáneamente fustigaba con la lengua y chupaba apretadamente a la otra, la hizo ser salvajemente gráfica en sus exclamaciones por las que lo incitaba a romperla toda y entonces, distrayendo la otra mano, él guió la punta de la verga hacia el agujero vaginal y ante sus jubilosas clamores, fue hundiéndola hasta que la punta separó la estrechez del cuello uterino.
Al colocarle Ricky las piernas envolviendo sus muslos, una primitiva sapiencia le indicó cómo hacerlo y presionando con la talones en los glúteos del muchacho, se dio envión para que la pelvis de él chocara con su sexo yante eso, su amigo se enderezó para asirla fuertemente por las caderas y elevándola hasta que el cuerpo sólo quedó apoyado en los hombros, se arqueó para darle un impulso formidable al cuerpo que la hacía sentir cómo la punta se estrellaba tan adentro que parecía golpearle el estómago; Agostina gozaba del sexo como ni siquiera lo imaginara en sus escuchas nocturnas y utilizando las manos para sostener el cuerpo con los brazos apoyados en la cama en medio de groseras manifestaciones sobre cuanto le gustaba ser cogida de esa forma, se propulsó ella misma para hacer más satisfactorios los rempujones.
Reduciendo el ritmo del coito, Ricky tomó sus piernas para luego ir haciéndola quedar de lado y sosteniéndole alzada la pierna izquierda, encontró un nuevo ángulo con el que penetrarla pero ante los quejosos reclamos de la chiquilina sobre que eso le dolía, tras cuatro o cinco rempujones, terminó de acomodarla para que quedara arrodillada boca abajo; desde esa posición, la nueva penetración sí que se le hizo insoportablemente placentera y en tanto él se afanaba en someterla por el sexo desde atrás, Beto le despegó los brazos del colchón para colarse por debajo de ella a la vez que le pedía volviera a chuparle la verga.
La felicidad que el sexo con sus amigos le procuraba y la certeza de que luego de ese venturoso comienzo, su vida sexual sería una delicia por lo que suponía alcanzarían a disfrutar, la hizo recibir con júbilo la propuesta del muchacho, levantó la cabeza para buscar con la boca la amorcillada verga; al primer lengüetazo, comprobó que en el miembro quedaban todavía jugos de su vagina y entusiasmada por ese aroma que le prometía conocer el sabor más íntimo suyo, lambeteó con ahínco toda la verga que él mantenía erecta con la mano y el goce que le entregaba Ricky por aquel delicioso vaivén, la hizo abrir la boca con una desmesura de la que no se sabía capaz e introduciéndola bien adentro, la ciño con los labios para luego iniciar un sube y baja de la cabeza que fue exaltándola tanto como la magnífica cogida.
La cópula se les hizo tan placentera a los tres, que por unos momentos se mecieron al unísono en un silencio total que sólo era roto por los chasquidos húmedos del falo que arrastraba los abundantes jugos vaginales de la muchacha, pero cuando Beto consideró que su verga ya tenía la rigidez necesaria, salió de debajo de Agostina para reemplazar a Ricky en las penetraciones; la mamada la había llevado a un grado de excitación que la hacía olvidar que hasta sólo rato antes era tan virgen cómo la Virgen misma y devenida ya en una hembra animal de incontinente lascivia, alabó la contundencia del falo de su amigo al tiempo que comenzaba a hamacar el cuerpo espontáneamente adelante y atrás para recibir aun mejor la tan fenomenal penetración.
Claro que el propósito de Beto no era someterla solamente en esa posición y mientras le daba indicaciones de cómo acompañarlo, fue dejándose caer hacia atrás hasta quedar acostado y entonces Agostina, con las rodillas junto a los muslos del muchacho, sintió como la verga cobraba una presencia diferente, ya que con tan sólo moverse un poco, la padecía escarbando la vagina desde ángulos distintos a los anteriores; ya de la gentil muchachita que jugara con ellos desde los cuatro años no quedaba el menor rastro y ahora era reemplazada por esa hembra animal que, sin saber lo que proponía pero con la carga ancestral de todas las mujeres, inició un movimiento adelante y atrás que hacía al falo socavarla en consecuencia y, apoyándose en las rodillas de su amigo, se dio impulso no sólo para incrementar ese acompasado vaivén sino que fue flexionando las rodillas, logrando que el cuerpo se alzara en un modesto galope que la hizo experimentar de manera inefable el goce de semejante cogida.
Animándola para que la flexión de las piernas fuera elevándola cada vez más y el consiguiente descenso consiguiera no sólo desplazar las lábiles paredes del cuello uterino sino que el glande escarbara en el mismo endometrio, Beto consiguió arrancar de su garganta una mezcla de ruego y exhortación que venía de la mano de lo que él hacía con un dedo pulgar en su ano; con los ojos cerrados por el placer y la boca abierta en mudas exclamaciones que la falta de aliento por el esfuerzo convertía en roncos gemidos satisfechos, la chiquilina se debatió fervorosamente sobre el falo hasta que Beto fue llamándola a sosiego para guiarla de manera que hiciera un giro de ciento ochenta grados sin salir de encima suyo y cuando finalmente su clítoris raspó contra la mata velluda de la entrepierna masculina, las manos de él la aferraron por los senos para hacerla inclinar sobre su pecho.
Cada nueva postura significaba para Agostina un goce distinto que se emparentaba directamente con el sufrimiento, pero de tal forma que ella deseaba que jamás cesara ese divino martirio y arreglándoselas para quedar sobre las plantas de los pies, se apoyó en sus mismas rodillas para comenzar a cabalgar la verga con tal intensidad que Beto tuvo que hacerla reaccionar para llamarla a sosiego y en tanto reanudaba los recios masajes a los senos, colaboró con ella proporcionado a su pelvis un impulso hacia arriba que sí, hizo prorrumpir a la chiquilina en estentóreas frases de contento; mesándose los cabellos traspirados, alentaba a su amigo a intensificar la cópula, cuando sintió la boca de Ricky escarbando en el nacimiento de la hendidura para luego ir escurriéndose hacia abajo hasta tomar contacto con el ano.
El contacto de la yema de un dedo con el ano, la hizo suponer que nuevamente sería sodomizada con él; y así fue, sólo que una vez que el mayor la penetró hasta que los nudillos le impidieron ir más allá y ella bajó instintivamente el torso para hacérsela más fácil, derramando abundante saliva en la raja, Ricky fue introduciendo también el índice, sólo que esta vez ya no contó con el beneplácito de la muchacha quien, sin cesar en las flexiones de las piernas, se quejó por la intromisión a la tripa pero, contradictoriamente, con los dientes apretados expresaba regocijada la calidad de goce que estaba obteniendo.
Evidentemente, Agostina se adaptaba a los cambios con una notable capacidad física y así, entre gemidos y fervorosos asentimientos, disfrutó de los tres dedos con que el muchacho la penetró a la par que enloquecía por los retorcimientos de Beto a sus pezones y el falo socavándola como un ariete, hasta que se produjo lo inevitable; apoyando la cabeza del pene sobre los esfínteres que los dedos dilataran, Ricky fue empujando lentamente y ante sus ayes que se transformaran en alaridos, el miembro invadió al recto hasta que su pelvis se estrelló contra las mórbidas nalgas de la chica.
No era solamente la apreciable diferencia entre los dedos y la verga lo que sacudía a Agostina de dolor, sino que el roce de los falos ocupando a tripa y vagina, le hacían sentir como si los delgados tejidos que las separaban hubieran dejado de existir y los príapos se estregaban entre ellos sin obstáculo alguno; sin embargo, y reafirmando esa dualidad de sensaciones que por una u otra razón la enajenaban, el suplicio fue deviniendo en goce y eufórica por semejante descubrimiento sobre su facultad para soportar a ambos miembros simultáneamente, colaboró con sus amigos en incrementar los movimientos para que todo se desarrollara armónicamente, hasta que sus amigos le anunciaron la próxima llegada de sus eyaculaciones, pero estas no se concretaron como ella creía, sino que Ricky retiró el falo de ano y esperó a que ella se elevara para, cuando la verga de Beto parecía a punto de escapar de la vagina, aprovechando la lubricación, la acompañó con la suya.
Agostina nunca hubiera supuesto que su sexo pudiera dilatarse tanto y dolorosamente comprobó que sí, porque cuando los dos falos la ocuparon por entero y los muchachos comenzaron una sincronizada cópula, la exacerbación de sus sentidos junto con unas incontenibles ganas de orinar le hicieron sentir verdaderamente lo sublime y espantoso del acto al que ella misma se sumó hasta que, en medio de rugidos y bramidos de los hombres, una tibia catarata lechosa se derramó en su sexo y con ella la beatitud de la satisfacción más absoluta que recordara.

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