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"Mi amigo le hizo un masaje a mi mujer"
Mi nombre es Ana. Hace unas semanas mi esposo José y yo nos fuimos con otra pareja, Rosa y Juan, a pasar un fin de semana en una casa rural. Al llegar la noche, nos pusimos a ver un partido de futbol que daban por la tele, ya que José es muy aficionado, y Rosa también. En cambio a mi y Juan no nos gusta nada.
Cuando llevábamos pocos minutos, me quejé que me dolía la espalda y las piernas, ya que habíamos estado todo el día andando por el monte. Juan, se ofreció a hacerme un masaje en la espalda para calmarme el dolor. Rosa me sugirió que aceptará que su marido solía calmarle con frecuencia el dolor de espalda. Yo acepté y él se puso detrás de mí a darme masajes en el cuello y los hombros. Pero la postura de ambos era bastante incomoda, y Juan propuso que si me tumbaba en la cama podría hacerlo mejor. Yo y Juan subimos al piso de arriba que era donde estaban las habitaciones, y me tumbé en la cama para continuar con el masaje. Juan me dijo que me quitará la camisa para ponerme crema suavizante en la espalda para que me relajara más. Yo, me lo pensé un momento, y me quité la camisa, quedándome en sujetador, pero rápidamente me tumbé de espaldas en la cama porque tenía vergüenza. Juan prosiguió con el masaje en la espalda, muy lentamente haciendo que me encontrara muy a gusto. Sus manos iban desde el cuello hasta la cintura palpando y acariciando la espalda. Cuando estuve totalmente relajada, me dijo que si me dolían las piernas, me quitara los pantalones y también me haría un masaje en las piernas. Pensé que me iría muy bien, y aunque seguía teniendo vergüenza, me quité los pantalones sin cambiar de postura, y me quedé en bragas y sujetadores, boca a bajo en la cama.
Juan, empezó su masaje en las piernas, empezando por los pies y los tobillos, y muy suavemente fue subiendo por las pantorrillas y las rodillas hasta llegar a los muslos. Aquí se entretuvo mucho rato, acariciando la parte interior de las piernas, hasta casi tocar las bragas. De repente, dejó las piernas y volvió a la espalda. A los dos minutos, desabrocho mi sujetador con la escusa de poder trabajar mejor, y siguió acariciando toda la espalda, de arriba abajo y de un lado a otro, llegando a los costados de mi cuerpo, muy cerca de los pechos. Yo no me atreví a decirle nada, para que él no pensara que tenía pudor por un simple masaje. Pero mi silencio animó a Juan que aprovechó para acariciarme la espalda cada vez mas abajo, hasta meter las manos por debajo de las bragas y acariciarme todo el culo. Después de uno rato, volvió a las piernas, pero enseguida subió sus manos y las puso por debajo de las bragas para tocarme otra vez el culo.
Al cabo de unos momentos, Juan me propuso que me diera la vuelta que también me podía hacer masajes muy relajantes en el vientre. En estos momentos yo tenía una mezcla de vergüenza y excitación y no sabia que hacer. Además sabia que mi marido y Rosa estábamos en en piso de abajo y podían subir en cualquier momento. Pero finalmente me decidí y me puse boca arriba.
Me dí la vuelta con mucho cuidado, ya que llevaba el sujetador desabrochado, y conseguí que mis pechos quedaran tapados aunque el sujetador siguió desabrochado. Juan empezó sus masajes en el vientre, siempre con mucha suavidad, pero abarcando gran parte del cuerpo. Después, igual que hizo antes, siguió por las piernas, empezando por abajo, y subiendo hasta los muslos, donde se entretuvo un buen rato. En estos momentos mi excitación era tal, que ya me daba igual lo que le hiciera. Parece que Juan se dio cuenta de esto, porque volvió a acariciarme el vientre un instante, pero enseguida subió hasta mis pechos, separó el sujetador que llevaba suelto y empezó a acariarlos. Primero empezó por uno, y lo masajéo un buen rato, hasta que al final acabó acariciando mi pezón. Después hizo lo mismo con el otro pecho, haciendo que ahora que me encontraba desnuda delante de Juan, excepto por las bragas, me sintiera en la gloria. Pero esta situación duró poco, porque de repente él cogió mis bragas y tiró de ellas hasta sacármelas. Ahora si que me encontraba totalmente desnuda delante de él, y a pesar de la vergüenza que tenía, lo único que hice fue cerrar los ojos y esperar. Y lo que pasó fue que Juan se dedicó a acariciar mi clítoris y a masturbarme. Empezó muy lentamente para ir acelerando poco a poco. Cuando ya llevaba un rato, de repente paró y se dedicó a meterme un dedo dentro de la vagina. Al cabo de un instante me metió dos y empezó a moverlos para dentro y para fuera. Finalmente los sacó y volvió a acariciarme el clítoris, cada vez con más insistencia, hasta que llegué a un orgasmo, como nunca había tenido.
Cuando acabó, pensé que debía contentar también a Juan. Me senté en la cama, y empecé a desabrocharle los pantalones. Se los bajé y empecé a acariciarle el paquete por encima de los calzoncillos. Noté que tenía el pene totalmente empalmado, por lo que no tardé mucho en bajarle también los calzoncillos. Ahora ya estábamos los dos completamente desnudos, Juan de pie y yo delante suyo sentada en la cama.
Cogí su pene y empecé a masturbarlo lentamente, subiendo y bajando de arriba abajo, mientras con la otra mano le acariciaba los testículos. Mientras, Juan aprovechó para seguir masajeándome los pechos y tocándome los pezones. Yo seguí a mi ritmo lento masturbando a Juan, pero finalmente llegó al orgasmo desparramando todo su semen encima de mis pechos.
Tras unos momentos de descanso, y sin saber muy bien que hacer en ese momento, oímos como terminaba el partido de futbol, y Jose y Rosa empezaban a subir por las escaleras. Me limpié y me vestí rápidamente con el tiempo justo para que no me pillaran. Cuando llegaron, Juan aún tuvo tiempo de decir delante de todos, que si algún día me encontraba cansada, que fuera a su casa que allí podría darme masajes para relajarme, a lo cual su mujer Rosa volvió a animarme.
Y así acabó todo.
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