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Este relato refleja un estado de ánimo, una sensación que trasciende los límites de cualquier deseo, es más, mucho más que un deseo ferviente, es una fantasía que se hace carne, abrigando la secreta intención de que este relato, pueda servir para derribar esa cortina de pudor que se instaló entre este escribidor y Myrta. Al transgredir los límites que existen entre el contador de una historia y la lectora, se alteran los parámetros de la fantasía, cometiendo el pecado del contacto personalizado, con él nace el pudor de mostrarse cara lavada, sin la máscara del anonimato y eso conlleva el pudor de verse tal cual somos, en ese mientras tanto se produce ese silencio que pretendo borrar y restablecer el status previo.
Saltar del espacio virtual al espacio real, darle entidad y traspasar de esta ventana al sentimiento y al juego erótico compartido, acarreó el efecto no deseado, instalar la barrera del pudor, crear la grieta que ya no permite jugar con la máscara sino a cara lavada, y ya nada fue lo mismo.
Por esa razón este relato tiene la pretensión de restablecer ese vínculo que me permita acceder a ella y restablecer el vínculo previo al conocimiento, pero al mismo tiempo con la secreta esperanza que ese conocimiento pueda servir para fortalecer ese lazo tan caro a mis sentimientos y mis emociones por retenerla, apretando su recuerdo como agua entre las manos.
Todo había comenzado hace solo un par de semanas, con la publicación de un relato pleno de erotismo y lujuria, de sentimiento y de lascivia, pero no exento del necesario componente del amor de un hombre joven por una mujer madura. Claro que la calificación de madura es tan sólo una cuestión técnica de ubicación de las historias en el nomenclador de búsqueda. En lo personal considero que cuando la mujer crece en experiencia de vida hasta llegar a las cuatro décadas, considera por mí, como la edad de oro.
La edad de oro de la mujer es ese espacio de vida, ensalzada por Arjona coronada como la mujer de las cuatro décadas, el zenit de la plenitud de la mujer, cuando sabe casi todo de la vida, entiende y comprende el dónde, el cómo, pero al mismo tiempo tiene esa capacidad de estar abierta para ese cuánto que le falta por incorporar a su bagaje de sensaciones.
Es la edad precisa donde se ha entregado a cimentar una familia, a criar los hijos, y ahora entiende que es su tiempo de vida, permitirse ser maestra y alumna, enseñar y aprender, de la entrega generosa y del goce ilimitado. Saltar los límites, ser transgresora, jugarse en la fantasía, ser el deseo de ese hombre que la quiere conocer, gozar y ser gozada, hacer realidad esa fantasía que la acompaña en la desidia marital o en sus noches de soledad.
A través del relato pudo saltar de su estatus de señora a jugar como la protagonista de la historia, donde el hombre y la mujer disfrutan del juego erótico. En el relato el hombre adquiere el rol de dominar la escena y ella se quita las ropas de dama para ser la Putita del Maestro, un juego de roles que los hará disfrutar las mieles de la lujuria a niveles que ni había pensado llegar, porque este M le hizo cortar las amarras y hacerla vivir su propia vida mientras dura esta relación.
Al final del relato invitaba a esa lectora desconocida a dejar de serlo, hacerme saber su comentario…
Y llegó ese comentario: “Hola, he leído su relato en cuentos eróticos, soy una tía como la del relato, sobre todo deseo tener una experiencia así… me encantó, me calentó. Al punto de que quisiera tener contacto… hasta pronto”
Ese comentario amerita una rápida devolución, algo me decía que detrás de ese escueto mensaje había una mujer muy interesante. Escuchar esa voz interior fue la llave para establecer un ida y vuelta de mensajes.
Esa misma noche luego de cenar, acompañado de una taza de café y con la secreta esperanza de encontrarla, me instalé frente a la computadora en la espera que pudiera asomarse a esta ventana. Era el momento de saltar del relato al contacto por chat, incitarla a responder era el desafío, escribí la frase que respondía al llamado de mi voz interior ¿Puedo conversar contigo?
Respuesta afirmativa, y en poco tiempo ese ida y vuelta, jugando a la escondida virtual nos convirtió por un momento en niños lúdicos, del lenguaje juguetón pasamos a la insinuación y al desafío atrevido y transgresor, establecimos ese código de la lujuria como lenguaje universal entre dos desconocidos que nos permitía adentrarnos un poco más en la intimidad del otro. Consumado y consumido ese período, subimos esa relación incipiente al otro escalón, el conocimiento por fotos atrevidas, establecen un contacto de mayor intimidad.
Así por varios días, era esperar la nocturnidad para establecer contacto, en mi caso era como volver a la adolescencia, esperar a esa noviecita a la salida del colegio, acompañarnos en nuestra soledad de a dos en las noches, satisfacernos en compañía. Llegó el momento que podíamos desprendernos de esa atracción imposible de resistir, el monitor delineaba nuestras palabras en prolija calígrafa, la caligrafía se traduce en frase, la frase en concepto, el concepto en idea, la idea en imagen de una forma de expresión, esa forma de expresión es el vínculo de una pasión que se agiganta y trasciende la barrera física de la pantalla. Lo virtual accede al sentimiento y del otro lado de la virtualidad se recibe ese mensaje cifrado, que decodificado por el corazón se asimila e incorpora en el otro ser como deseo en latencia.
Con el decurso de las noches va germinando un sentimiento de simpatía y afinidades, éste deviene en afecto y cordialidad para por fin decantar en una especie de amor creciendo en intensidad. La conversación matizada con detalles y sensaciones de la intimidad personal, aportando el condimento necesario para poner la caldera del deseo en su punto máximo. Como si la plática del chat no fuera suficiente, sumamos el contacto por whatsapp, las imágenes íntimas que acercaron y caldearon la relación.
Poco falta, casi nada, para que el estallido de la revelación tome contacto, el contacto virtual está llegando a fin de su ciclo, los mensajes y las imágenes adquieren cada vez mayor voltaje, los ánimos no soportan el alejamiento, y de golpe alguien escribió:
-¿Y si nos vemos?
Pero... recién ahí la realidad nos dio de golpe de efecto: La distancia. Precisamente la distancia física, era de momento una barrera que impedía el acercamiento. Nos dejó pensando, cada uno en su mundo, pero Myrta, sacó de la galera del mago, el as de corazones y dejó un mensaje hablado:
- La semana próxima debo ir a la ciudad próxima a dónde vives y debo quedarme al menos un día, te parece si...
– Si… ¿qué? --fue la respuesta
- ¿Si... nos encontramos?
-¡Siiiiiiiiiiiii!!!, fue la devolución a esa pregunta.
El resto es fácilmente deducible, a las pocas horas de su arribo nos encontramos. Las fotos no tenían rostro, solo partes íntimas, tan solo teníamos la foto del perfil del teléfono móvil que nos acercaba a una realidad que nos inquieta por igual.
Los años y la experiencia de vida no sirven, ahora la cosa es “vis a vis”, el todo o nada, gustar o ser rechazado, me sentía como Julio César a la entrada de Roma, y como él me dije, “la suerte está echada”, entré al discreto barcito, ella eligió el lugar, yo la hora, la reconocí, me gusto, me gustó mucho, era mejor de la imagen del perfil, de la que me había forjado en todas las noches de plática. Ahora venía la parte más difícil, me miró, nos miramos, me sentí rindiendo el más difícil examen de mi vida, no hubo respuesta, solo una sonrisa, sin dejar de mirarme en sus ojos. Aproveché la pausa producida por el momento de solicitar dos cafés al camarero, sirvió para ordenar mis pensamientos, para afrontaba el minuto siguiente.
Aparté mi vista de ella para mirar al camarero, era una forma de darle un respiro, que pudiera evaluar sin la inquisidora pregunta ocular, ¿qué tal?, ¿te gusto? Al devolverle la mirada me topé con una sonrisa cálida, había complacencia o resignación, pero al menos no rechazo de plano.
El calor aromático del café parecía crear un clima más natural, más cálido y afable. De ahí en más, con el hielo del encuentro derretido, más alguna broma de circunstancia, la charla fue discurriendo por los carriles usuales de dos personas que saltaron el obstáculo del primer encuentro.
Departimos como una hora, pasamos por varios tópicos frívolos y de circunstancias, sin entrar en esas intimidades que nos habían alentado a llegar a este momento. Está bien claro, que una cosa es el trato a través de la pantalla y el whatsapp, y otra muy distinta el cara a cara, donde estamos rindiendo examen con cada palabra, con cada gesto, puesto blanco sobre negro y sobre la mesa.
Como ella se había aducido que se le hacía tarde para llegar a no sé qué lugar, pagué y salimos, me ofrecí a llevarla en mi auto. Ahora en el ámbito intimista del habitáculo, y con, no recuerdo bien que excusa, detuve la marcha, mientras la suave música daba marco, iniciamos una nueva conversación, casi al descuido dejé que las manos se encontraran, el roce cómplice y las miradas perdidas, la de uno en el otro, fueron el escenario para llegar a un casto beso, en la mejilla. Contacto breve en tiempo e intenso en repercusión, separados brevemente fue como tomar impulso para otro salto al vacío, volviendo por mis deseos, propicié el acercamiento de los labios, ella consintió.
Ahora el beso tenía contacto pleno, en extensión y contención, los labios ocupan más espacio, mi lengua inicia un tímido intento de exploración, ella accede, se deja, invita a pasar al interior de su boca. Las humedades se mezclan, las lenguas inician el ritual ancestral de amor, intercambio de caricias, abrazo íntimo de dos individualidades que se funden en una sola, dos cuerpos pegados que funden esperanzas en el crisol del encuentro, manos convertidas en tenazas que aprietan el cuerpo incandescente y lleno de pasión adulta.
Los cuerpos sabios y experimentados parecen de dos jóvenes adolescentes e inexpertos en su primera cita, eso somos, nos estamos estudiando, recorriendo, reconociendo, aprendiendo el abc del leguaje cifrado de dos seres que buscan contención mutua, vasos comunicantes de un mismo sentimiento, fluye la pasión y el deseo a través de los labios, las manos son el nervio conductor del deseo y la pasión. El fragor generado en ese instante alcanzaba para incendiar un bosque, dos leños secos frotándose estaban a punto de encender el fuego de sus vidas e inmolarse en la hoguera de la pasión descontrolada.
Agitados de pasión, nos separamos, no lo deseábamos, pero lo hicimos por el bien de ambos, era necesario un impasse a tanto fuego, generar un espacio físico y de tiempo para digerir los últimos e intensos momentos vividos. La despedida fue breve pero llena de sentimiento, cada gesto, cada mirada, cada silencio era una estridencia que nos llenaba la cabeza de música, los ojos de amor y la boca de cálida humedad reciente.
Nos despedimos, sin promesas de encuentro, todo había sido dicho, todo había sido acordado, los cuerpos y el deseo eran sabios, no hacían falta más palabras para decir la necesidad harto manifestada en ese contacto, tan breve como pródigo en gestos y señales corporales.
No habían pasado más de quince minutos de la despedida, cuando estaba por tomar el celular para llamarla, que el bip bip electrónico me hizo atender. Era ella, se anticipó por un par de segundos a mi intención de hacer lo mismo. Después del ritual.
-¡hola!, sabes que...
–¡Sí!, yo también...
Respondió con un sí a la nunca formulada pregunta, ambos coincidimos en volver el tiempo atrás, revivir la misma experiencia de un momento antes. Desandar el corto trayecto al lugar donde nos habíamos citado, como cábala, repetir el mismo ritual.
Había transcurrido muy poco tiempo, la pausa necesaria para calmar la timidez, darnos un tiempo de reflexión, ese momento a solas con uno mismo para digerir la emoción de conocernos, volver a vernos las caras, sin ansiedad y sin incertidumbre, ya no era la primera vez.
Nuevamente, en el mismo café, solo que ahora habíamos elegido un lugar más reservado, más íntimo, la infusión daba aromático marco a la charla, mezclando temas, lo trivial con otras de más sustancia, nuestros ojos se inflaman de deseo, nuestras manos se fueron buscando, las de ella estaban húmedas se agitaban como palomas, denotaba cierta ansiedad que no podían esconder, las atrapé entre las mías, las tímidas palomitas se dejan atrapar, mansamente, disfrutando del encierro.
Terminamos el café, lentamente nos dirigimos al auto, sin preguntar, tome en dirección a un hotel de la zona, subimos a la habitación, tomados de la mano, dos pequeños amigos temerosos en el primer día de clases, como dos tórtolos, sin hablar, miradas furtivas que insinuaban todo sin decir nada. Ingresé tras ella, cerré, apoyando la espalda contra la puerta, haciendo contención con el afuera, dejar el recién para entrar en el ahora, nuestro primer momento de intimidad descubría el juego, mostrar las cartas, el deseo y la fantasía que devanaba nuestros sesos y consumía nuestros sexos.
Era ese momento, como un flash nos pasa todo, se detiene el tiempo, el corazón deja de latir, la imagen generada por mil palabras escritas y otras tantas sugeridas pasan a ser letra muerta, ahora es tiempo de amar, tiempo de poseer, tiempo de expresar la pasión incontenible del mejor modo, avasallante, arrollador, tierno, dulce y contenedor. Era el momento, sentimientos encontrados, darle cauce al desborde del deseo, sentir y hacerla sentir, canalizar la pasión, hacer imborrable ese momento mágico que irrumpe en nuestras vidas con la fuerza de un potro desbocado agitándose en el pecho, un ciclón de sentimiento.
Registrar visualmente la amplia habitación, bonita y acogedora, sin exagerada decoración para el común de las de estos lugares, para nada recargada de luces ni espejos, creaba un ambiente discreto y maravillosamente intimista. Ella de espaldas, al otro lado de la habitación, contra la pared opuesta compartía mi evaluación, me sonríe, dulce y tímida. Se estaba gestando el marco propicio para nuestro encuentro sexual, excusa válida y propicia, fragua donde dos cuerpos serían una sola carne, la idealización de ese momento de nocturna soledad escribía el prólogo de la fogosa pasión.
Aunque demostraba seguridad y aplomo también estaba algo nervioso, ella más desinhibida se movía por la habitación como si fuera su reino, tal vez actuaba, al menos daba la impresión de parecerlo, la situación tenía magia, encanto por lo desconocido, parecíamos dos contrincantes midiéndose, evaluándose para la épica pasional.
Tome dos cervezas del frigobar, brindamos, un buen sorbo de cerveza helada fue bálsamo para el ardor interior, reímos, ella sentada al borde del lecho yo en un silloncito frente a ella, no hablábamos solo reímos, todo el tiempo, casi sin notarlo, una segunda botellita nos fue poniendo en clima más acorde a la situación, otro brindis por nosotros, por la magia del encuentro, por este delicioso pecado de amor.
El alcohol libera, se dejó caer de espaldas sobre la cama, por momentos se miraba reflejada en el espejo del techo, evaluándose los gestos que ensayaba, se lo hice notar y reía rodando sobre el lecho, haciendo mohines y graciosos giros como una niña y sin dejar de sonreír. Me aproximo a ella para hacerle un mimo, me aprieta sobre su pecho, me da un profundo beso.
El contacto con sus labios, húmedos y la lengua activa, llenarme de su perfume, sentir su respiración agitada. Se dejó estar sobre el lecho, recostado a su lado contemplando esa espléndida mujer, serena belleza, expresividad de los ojos parecen indicar excitación, fija su atención en mí, dice:
-Te dejé mi marca, tienes mi rouge en el labio y en la cara. –sonríe y con el dedo pulgar humedecido en sus labios trata de borrarlo. Sabes una cosa... jamás me imaginé conocer, menos aún que llegáramos a esto, pero no quiero olvidarlo, se ha producido como por arte de magia, ahora lo necesito, creo que no podría vivir sin sentirme tuya. Sácate esto, (tocando la camisa que tenía puesta)
-¿Por qué no lo haces tú?
Sentada comienza a desprender los botones, uno a una, lenta y perezosa tarea, la abre y besa el pecho, en gracioso y sensual gesto, lame mis pezones, gusta lamerme la piel, retribuyo la gentileza con mi mejor sonrisa. Me salgo de la cama, ella se queda expectante, mirando cómo me desprendo del pantalón, mira el bóxer y nota lo excitado que estoy, aprecia el estado de mi erección y me regala una sonrisa de aprobación.
La despojo de su camisa de seda blanca, levanta los brazos ayudando, los pechos llenan totalmente el soutién, colman su capacidad y rebasa por encima, el delicado encaje no puede con la erección de los pezones, se marcan en la tela, presionando en busca de libertad, ahora es turno de la falda, suelto el broche y jalo hacia abajo, se tiende de espaldas, arquea la pelvis hacia arriba, la deja escapar, deslizar por sus piernas. Estamos en igualdad de condiciones, solo las íntimas prendas para acrecentar el sentido de intimidad, regodeo la vista en la contemplación de este soberbio ejemplar de mujer, ansiosa pero calma, caliente pero mesurada, anhelante pero cauta, deseo salvaje pero pudoroso recato, pasional deseo, pero morosa en la entrega.
El sutil juego del cortejo entra en su etapa final, le gusta, disfruta esa silenciosa admiración, nota que fijo mi atención en la bombacha de encaje negro, no era tanga, pero igualmente pequeña, elogio lo bien que se luce en su graciosa figura.
-La compré para la ocasión. ¡Mi amor es para ti, solo para ti, para que disfrutes sacándola! - Quiero ser tu putita, esa de las conversaciones nocturnas. Ser la putita del Maestro, como nuestro juego predilecto, ahora es el tiempo de la carne.
La miré, no hubo palabras solo nos abrazamos para sentirnos, el contacto de nuestros cuerpos, una deliciosa caricia la piel de uno frotando la del otro. Nos besamos, profundo intercambio de caricias y saliva. Dejé sus labios para besar sus pechos, chupar esos pezones, solo gemía y atraía mi cabeza hacia ella, luego su mano se metió en mi calzoncillo, entro y tomó el pene, lo acaricia, estudia su tamaño y consistencia, aprecia su dureza, mientras mi mano entra en su bombachita, dos dedos indiscretos se introducen en su sexo para robar la humedad que brota desde lo profundo de su calentura.
Seguí acariciando su intimidad, gemía, en el trance de una creciente excitación, movimiento intenso y profundo, incluyendo al clítoris, se apretó contra mí, devino una intensa contracción y un profundo suspiro.
-¡Ah!, ¡Ahhhhh! ¡Siii! -me besó en la boca. Ahogaba ese grito de amor.
Observaba esa transformación, maravillas del amor, hace poco menos de una hora me había extasiado viendo esa cara llenad de formalidad y ahora era la antítesis de esa mujer, la mirada poseída por la lujuria, se acerca a mi gateando sobre el lecho, movimiento sinuoso como gata en celo, se deshace del bóxer con sus dientes, toma mi pene, agarra entre sus manos, me observa, se mira en mis ojos, sin dejar de observarme, comienza a mamar la verga.
Sus gestos hablan del gusto que le produce hacerme gozar, sabe masajearlo, y chupar, lento, despacio, rápido, violento, varía tiempos e intensidad, no pude precisar cuánto, estimo no menos de un cuarto de hora estuve alojado en su cálida boca.
No necesité decir nada, ella parecía saberlo todo, podía leer el leguaje sexual, mirarme con intensidad infinita, mirada espesa y comprensiva, sabía lo que deseaba y estaba dispuesta a darme ese regalo, sus manos supieron del temblor que precede a la erupción, sin alterarse ni contraerse, con toda naturalidad, se dejó estar, acompañó las variaciones de ritmo que provocaba el movimiento pélvico en su boca.
Se dejó, espera el final feliz, la primera erupción de lava ardiente, un destello en sus ojos dijo gracias, dos, tres, hasta que el volcán dejó de latir y derramar la energía vital de la pija.
Sus ojos decían lo que no podían sus labios, prolongaba el placer, sentía y comprendía los latidos de la carne volviendo al relax, apreciaba ese momento que el hombre se guarda para sí, quería compartir ese momento conmigo. Nos miramos, nos entendíamos como de habernos conocido toda una vida.
Me salí de ella, seguía arrobado por la expresión de sus ojos, limpio el semen del borde del labio, el rouge solo un vago recuerdo de otro tiempo, pero aún faltaba una caricia a mi ego de macho poderoso, mostrarme el movimiento de la glotis al dejar pasar dentro de sí la esencia de mi masculinidad, degusto el licor de hombre como el mejor y más delicioso elíxir.
Desperté del letargo de tan intenso ajetreo, ella seguía en plácido reposo, fui al baño para tomar una reparadora ducha, debí estar no menos de seis minutos cuando la escucho decir en remedo de una voz de niña:
- ¡Papi!, ¡no invitaste a “tu putita” a la ducha con vos!, ¡qué malo eres!
-me asomé y la invité con un gesto. Ingresamos al hidromasaje, jugando con el agua, riendo como dos niños. En medio del juego de enjabonarnos, como no podía ser menos, el miembro retomó protagonismo, se hizo notar, tan pronto lo notó comenzó una caricia bucal, ¡qué bien lo hace!, luego se levanta, arquea la cadera y se pega a la pared, apoyando las palmas. Quiere “de parado” algo salvaje…
Los abundantes jugos, vaginales hacen todo fácil, solo necesité aproximarme y colocarla en la puertita, tomarlas de las ingles y en un movimiento combinado nos acoplamos, en un solo envión entré todo en ella. Estaba preparada para una penetración intensa, el movimiento se torna por convulsivo, sacudimos con el apremio del deseo.
Como el piso se pone resbaladizo, sin despegarnos nos trasladamos hasta que ella queda con las manos sujetarse de la agarradera, la curva pronunciada de su cadera ofrece un nuevo ángulo de erotismo, una nueva posición de ataque a su deseo. Nuevamente esa vibración de su cuerpo se transmite en ligeros latidos vaginales, suaves al comienzo, bien nítidos en la continuidad, el gemido profundo avisa que llega a su primer orgasmo con el pene como artífice, no le aflojo al movimiento y deviene un segundo round en la intimidad de la hembra.
La humedad del piso y el cansancio de la posición ponen en peligro la estabilidad de los danzarines lujuriosos, es prudente dejar ese escenario y continuarla en el tálamo del amor. Ella va delante de mí, camina con cadencia y gracia, la misma que pone cuando danza, promesa de nuevos placeres, llega, se deja caer de bruces sobre el lecho, eleva un poco los glúteos, adoptó esa posición como leyendo mi mente, le acerco una almohada, acomoda debajo de su vientre, le permite estarse elevada con menor esfuerzo.
Entré en ella, se sacudió toda, la impulsé hacia arriba, algo brusco o la intensidad de la penetración desplazó su cuerpo en la cama, totalmente acoplados, enterrado en sus entrañas hasta donde lo permiten los límites de su anatomía. De ahí en más todo fue ritmo y movimiento continuo, entrar, salir, empujar, retroceder. Se deja llevar en mi pasión por la salvaje intrusión, se agarra a las sábanas, siente como se abre su sexo, sabe cómo aprisionarme, hacerme sentir sus músculos en el ejercicio de ser mujer activa.
Su sexo me aprieta en la entrada y cede en la salida, el delicioso proceso del goce tiene un límite, el nuestro también. Se muestra dispuesta a llegar a la estación del éxtasis, espera el tren arrollador que se desliza por el túnel de su sexo, la maquinaria del amor está presta a arribar a la estación en el tiempo convenido.
Un solo gemido, exageradamente gritado, festejó el arribo triunfal, la bienvenida de ella fue apoteósico, el espeso semen licor para en brindis en tan magno suceso.
Nos quedamos, quietos, muy quietos. Me dejé derrumbar de costado, a su lado, así en silencio, en cucharita, sintiendo su espalda húmeda de sudor, contra mi pecho, la convexidad de sus glúteos acoplados en la concavidad de mi pubis, hasta que los temblores de la épica gesta fueran desapareciendo, los ritmos respiratorios y cardíacos a niveles normales. En silencio, cada uno en lo suyo, reviviendo los últimos momentos, nos embargaba el placer recordar las imágenes aún latentes en la retina.
Otra sesión de hidromasaje, gozamos de la caricia del agua, luego nos secamos el uno al otro jugando, como novios. Una nueva cerveza nos acompañó en la charla matizada por besos, caricias y sonrisas.
Ella me volvió a confiar que jamás había pensado en hacer algo como esto, ni considerado como algo realizable, pero… se había sentido seducida, contenida y cuidada, ante la insinuación de esta locura de amor, se colgó de la misma nube, se dejó llevar a en mi fantasía, habitar mi isla solitaria, compartir mi tiempo, quedarse en ese espacio creado para nosotros.
Estaba conmigo, gustosa de haberlo hecho, agradecida de haberla hecho sentirse tan mujer, recuperar sensaciones olvidadas y descubrir inéditas formas de gozar y ser gozada.
La devolví donde la había recogido, nos despedimos con un beso tierno y apasionado.
Solo tengo una certeza, que desde mi soledad de caracol siempre la había imaginado tal como es, infinita y lejana, emergiendo del gris de las brumas del tiempo y una noche se me apareció por esta misma ventana donde estoy escribiendo este relato, en los cristales del tiempo.
Desconozco si este fue el final o continúa, el destino y ella tiene la próxima palabra...
Nazareno Cruz
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