Mi anuncio dice: …” MATEMÁTICAS. Clases particulares a domicilio. Nivel preparatoria o universidad Tel……… Se publica en un periódico de circulación local. Mucha gente me llama para pedirme asesorías de clase, preparación de exámenes, resolver tareas, guías etc.. La clase particular me gusta más que la que doy a grupos en la Universidad de México (UNAM) porque se gana más, se trabaja menos y es más divertida. Hay señoras que están solas en las mañanas; a veces me piden clase pero lo único que desean es tener alguien atractivo con quién platicar. Algunas mujeres casadas se enamoran de hombres maduros e inteligentes, especialmente si son casados porque los imaginan grandes amantes. Fantasean con ellos fabricando en su mente las más increíbles escenas de amor y sexo.
Un día me llamó una señora para pedirme una clase en las mañanas; le dije que mi trabajo en la universidad me ocupa una parte del tiempo; pero si no vive lejos podría, algunos días estar con ella. Nos pusimos de acuerdo y llegué a su casa. Era una mujer muy atractiva de aproximadamente cuarenta años: blanca, pelo pintado de negro azabache; estatura mediana y cuerpo sensual. Me llamaron la atención su boca y sus pechos, no muy grandes pero bien puestos en su lugar. Me recibió amablemente, me tendió la mano con delicadeza y la retiró lento, apretando levemente con el pulgar para indicarme que el tacto con mi mano le agrada. La sonrisa fue seductora el olor a flores también y la mirada detrás de gafas obscuras se adivinaba provocativa. Respiré profundo para disimular algo mi nerviosismo. Para mi mismo pensaba: ¿nervioso?...¿yo nervioso?. Mi trabajo me gusta. Paso mucho tiempo estudiando y capacitándome para hacerlo cada día mejor. Eso me da seguridad. Tengo experiencia para sortear múltiples situaciones difíciles que a lo largo de más de veinte años de carrera se me han presentado y sin embargo ese día me puse nervioso. Ella lo notó y fue directo al punto. ¿estás nervioso?. Tuve que admitir que sí. De pronto me encontraba en un espacio que no era el mío. No me refiero por supuesto al espacio físico: la casa. Me refiero al espacio de trabajo. Lo mío es la clase; los problemas de mi materia; ayudar a la gente a sortear algún conflicto académico. Los coqueteos de las jovencitas en la universidad los tomo a juego y he aprendido que las niñas sólo buscan divertirse “toreando “ al maestro y buscando excitarlo o ponerlo nervioso. Yo también me divierto: Sé cómo excitarlas y ponerlas nerviosas; pero nunca doy pie a algo más porque avanzar lleva peligros muy grandes que pondrían en grave riesgo mi carrera. Aquí la situación es diferente; también hay riesgo pero es otro; también hay emoción, excitación y avances que a mi me encantan; me fascinan.
La señora G. no mostraba en absoluto interés por la clase. Sólo dijo que le gustaría algún día estudiar la preparatoria abierta; pero dejó muy claro que en lo inmediato su problema no eran las matemáticas.
La charla fue casual, amistosa, confidencial. Me contó que era casada; tenía dos hijas que ahora estarían en la escuela. Me tranquilizó diciendo que su marido estaba de viaje. Tenía una pequeña industria pantalonera y salía a buscar materia prima o ventas, lo cuál lo tenía fuera de casa por largos periodos. Además….me dijo, ya intimando: tiene otra mujer y agregó: a mi no me importa porque no lo amo. Mientras me dé dinero para las niñas y para mi, que haga lo que quiera con su vida, al fin que yo hago lo que quiero con la mía. Me pagó espléndidamente el equivalente a diez clases; a la tercera ya estábamos bailando en la sala de su casa. La protuberancia debajo de mi vientre rosaba levemente su cuerpo por encima de la ropa. Era fuerte el resoplo de su temperamento muy excitado. Presentó su boca entreabierta y me miró en demanda de un beso. La entrega de bocas fue automática, húmeda, apasionada como liberando algo fuertemente reprimido. Seguí besando su oreja; chupé y chupé el lóbulo porque yo sabía que ahí tenía uno de sus puntos más vulnerables. Lo sabía porque desde que iniciamos la entrevista, no paró de acariciar esa parte. No me equivoqué: la dama subía y subía, jadeando como gata en celo AAAHHHHH, estoy que ardo!!; ¿vamos a la recámara?.
En la cama jugamos un rato a seguir besando la boca, orejas, cuello y brazos. La ropa estorba. Hubiese querido retirarla con rapidez; ¡pero no!, lo hice con toda la parsimonia de quien va descubriendo palmo a palmo el tesoro que se va a comer. Primero la blusa: blanca de fina seda. El brasier del mismo color y calidad oprimía dos hermosas tetas blancas crecidas con pequeñas manchas rojas que se derramaban del cuello. Tumbada en la cama boca arriba me abrazaba contra su pecho reclamando caricias orales ahí. Como pude retiré la tela y pude ver los pezones rosados, parados como antenas. Chupé uno y luego otro y regresé al primero mientras intentaba encontrar con la mano las humedades de la vulva. ¡imposible!; Todavía había mucha ropa. Ayudé a quitar la falda negra y las pantimedias. De pie ella, frente al espejo pude ver su espalda desnuda y las nalgas que se marcaban a la perfección entre la pantaleta hilo dental también blanca. En este punto me quité ropa ayudado febrilmente y nos metimos a la cama casi desnudos para comernos y chuparnos entre sábanas recién colocadas y perfumadas para la ocasión. Cuando retiré las braguitas y pude ver sus preciadas intimidades me quedé azorado, emocionado, anonadado; Guauuuu¡ Entre pelitos pocos, cuidadosamente recortados, sobresalía algo que tardé en comprender que era el clítoris. Parecía el pene erecto de un perro. Eran 4 Cm. de carne roja, dura terminada en punta. Yo me hacía cábalas. ¿estaría con un hombre?. Rápidamente comprobé que no porque pude palpar la vagina profunda y babeando. Para ser el clítoris era enorme, para ser un pene era muy pequeño. Me pegué a él de nuevo como becerro hambriento y chupé, chupé, lamí, babeé y volví a chupar hasta estar seguro de que mi amante estaba viviendo el orgasmo más tremendo que me había tocado ver en una mujer.
Acostado boca arriba, se montó presentando toda la zona púbica y vulvar en mi cara. Introduje dos dedos buscando el punto de oro que llaman G. Lo encontré al tacto; es una protuberancia dura y fibrosa del tamaño de un chabacano. Presioné para sentir la reacción: fue inmediata. Aullaba desesperada gritando: más. ¡más!, ¡más por favor!. Para aumentar el estímulo, introduje el inmenso clítoris en mi boca, como un caramelito lo oprimí con lengua y labios a chupetes y lamidas. Por si fuera poco, me daba espacio con otra mano, para estimular la zona perianal, muy mojada con la misma batidura que salía del agujero grande.
Ninguna mujer resiste tanto placer sin soltar en oleadas intensas de flujo y convulsiones, los espasmos delirantes, abundantes en jugo de olores y sabores intensos. Se vino en mi boca entre gritos, contorsiones y movimientos pelvianos. Cuando terminó se colocó en la posición “mujer arriba”; montada sobre mi cuerpo penetrada a profundidad y siguió, siguió con intenso furor hasta que se vino otra vez. Yo quería terminar simultáneo pero ella me ganó. Se quedó quieta empinada sobre mi y me dejó sentir una y otra vez las pulsaciones de su vagina y temblores orgásmicos. Fue una sensación de ternura; de íntima penetración mutua, cada uno al interior del otro no sólo a nivel genital sino integral. Todo yo adentro de ella. Toda ella adentro de mi.