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El jefe de mi esposo

Andrés, el jefe de mi marido, es un hombre de 35 años muy atractivo, alto y con el cuerpo atlético y bien proporcionado. Tiene las manos grandes y los dedos largos y gruesos. De vez en cuando me entraban unas ganas terribles de chupárselos, como si se tratara de pollas enanas. Es un tipo que me pone de lo más caliente.

Cada vez que se le presentaba la oportunidad no perdía el tiempo para flirtear conmigo y siempre andaba preguntándome cuando le invitaría a cenar a casa conmigo y con mi marido. Se lo comenté a Julián y aunque sabe que Andrés me gusta, aceptó. No es en absoluto celoso, por lo que no me extrañó que extendiera la invitación a todo el fin de semana.

No podía dejar de pensar que era lo que estaba planeando Andrés. ¿Sexo? Estaba segura de ello, pero entonces ¿por qué no seducirme en algún lugar privado en lugar de hacerlo en las narices de mi marido? Fuera lo que fuera, estaba segura que sería algo que se apartaría de lo común. Durante el resto de la semana, no podía evitar que mi coño se mojase cada vez que lo imaginaba.

Llegó el viernes por la noche. Yo había elegido un vestido muy sexy para vestirme y Julián sugirió que no llevara nada debajo. Andrés llegó puntual, trayendo un par de botellas de un vino francés muy caro. Julián y él se estrecharon la mano con firmeza y luego me saludó a mí dándome un beso en la mejilla y un par de palmaditas en el trasero.

La cena transcurrió sin mayores contratiempos. Fuimos perdiendo la vergüenza al tiempo que vaciábamos las botellas de vino y Andrés no tardó en decir que lo que más le gustaba de mí era la forma como contoneaba las caderas y el trasero cuando caminaba. Agregó que cada vez que me veía moverme, deseaba que no estuviera casada. Julián sonreía relajado ante cada comentario.

Terminamos de comer y mientras Julián se fue a preparar unos tragos, Andrés se ofreció a ayudarme a lavar los platos. Una vez en la cocina, se dedicó a magrearme las tetas y el coño y a apretarme las nalgas con fuerza. Con prisa, me bajó el vestido hasta la cintura y empezó a amasarme las tetas, tirando con fuerza de los pezones. Su destreza hizo que dejara escapar un fuerte gemido de placer.

En ese momento, Julián entró en la cocina para avisarnos que los tragos estaban listos. Para mi sorpresa, Andrés no cesó en sus actividades… ¡Ni Julián protestó por ellas! Mi esposo se marchó y Andrés me desnudó por completo, recorriendo con sus manos y su lengua mis tetas, los sobacos, mordiendo y chupando todo mi cuerpo. Cuando regresamos a la sala, Julián advirtió que la cremallera del vestido estaba a medio cerrar.

Andrés había traído una película XXX y fue mi esposo quien me animó a verla. El argumento era bastante simple, los protagonistas eran una pareja joven y el esposo intentaba convencerla a ella de hacer un trío. Para entonces, ya habíamos bebido lo suficiente para perder las inhibiciones y mientras Julián me besaba el cuello y acariciaba las tetas, Andrés me había subido el vestido y se dedicaba a toquetearme los muslos y el coñito afeitado con sus grandes manos.

Era una escena digna de verse. Yo estaba a punto de perder el control, con mi marido chupándome y lamiéndome las tetas – ya fuera del vestido – a conciencia y su jefe introduciendo hasta dos dedos en mi coño mojado, acariciándome el clítoris mientras con la otra mano me estrujaba con fuerza los glúteos. Empecé a jadear y a gemir entrecortadamente al tiempo que cogí el miembro de Andrés y le di un par de meneos por encima de la ropa. La polla de mi esposo es grande, pero pude comprobar que la de Andrés la superaba considerablemente.

Ya me encontraba de rodillas, completamente desatada e intentando deshacerme de los pantalones de Andrés. Él mientras tanto, se sacaba la camisa con parsimonia. Le desabroché la cremallera y el pene se disparó como un misil. La polla era enorme, bastante más grande que la de mi esposo, y súper gorda. Y yo sólo pensaba en las utilidades que le podía dar a tan magnífico instrumento. Lo deseaba entre mis manos, en mi boca y por supuesto, hundido hasta el fondo de mi agujero.

En la película, uno de los hombres le gritaba a la mujer: “¡Cómetela, métela en tu boca mientras tu marido nos mira!” Volteé y me encontré con la pistola de Andrés rozándome los labios. Nadie tuvo que decirme lo que tenía que hacer. Abrí la boca, saqué la lengua y Andrés me alimentó con su caliente tranca. Mientras la polla me follaba la boca, por el rabillo del ojo pude ver que mi esposo también se había bajado sus pantalones y estaba masturbándose mientras nos observaba.

Estar en aquella situación hacía que la vagina se me lubricara a mil y que los deseos de ser penetrada por aquella enorme verga aumentaran a cada momento. Estaba tan excitada mientras se la mamaba a Andrés con furia, que me resultaba imposible mantener los ojos abiertos. Y por este motivo no advertí que mi marido se había parado frente a mí… hasta que sentí una segunda polla deslizándose entre mis labios…

Algo así era lo que había esperado toda la semana. Mamársela a la vez a los dos hombres más atractivos que conocía. Era fantástico tener aquellas pollas llenándome la boca. Podía sentir la carne roja y dura y de sus vergas golpeándome las mejillas y palpitando al contacto con mi lengua. Tenía la boca tan llena que la carne permanecía tensa, como el coño de una virgen.

Habría seguido chupando y succionando sus pollas hasta que se corrieran en mi boca- me encanta tragar el semen de mi esposo, y el de Andrés, ¡y el de los hombres que me gustan!- pero Andrés hizo que me levantara y luego de deshacerse por completo del vestidito, me puso a cuatro patas en el sofá. Sin previo aviso, me agarró con fuerza de las caderas y me penetró de una sola embestida.

Empezó a follarme salvajemente, con una potencia y velocidad desmedidas, hundiendo una y otra vez su magnífica herramienta en mi concha. Reparé en mi esposo, que había vuelto a masturbarse, y lo miré con ojos vidriosos y lascivos. Quise decirle algo, pero de mi boca sólo salían gemidos y gritos de placer. De rato en rato, Andrés me daba nalgadas que me hacían bramar como hembra salvaje en medio del más descontrolado apareamiento.

– “Eso es nena” – por fin escuché la voz de Julián – “Fóllatelo hasta el final, cariño”- sin dejar de darle a su manubrio.

Andrés me folló un buen rato, hasta hacerme tener un par de orgasmos brutales. Prácticamente perdí el mundo de vista mientras gritaba sin ningún control. Mis gritos debieron escucharse en los departamentos vecinos, estoy segura. Cuando acabé y recobré el sentido, me di cuenta que Andrés no había terminado pero era el turno a Julián, que la tenía como un hierro. Mi querido esposo me montó y con tranquilidad y destreza empezó a penetrarme. Aunque no duró tanto como esperaba me regalo un buen orgasmo antes de correrse. Seguramente sería el más excitado por aquella situación.

Todo aquel fin de semana, Andrés, Julián y yo fuimos insaciables y no dejamos de follar hasta que salió el sol. Me follaron en todas las posiciones imaginables e incluso en algunas que no había sido capaz de imaginar sino hasta aquel momento. Sin embargo, lo que más me gustó fue un polvo en que ambos se turnaban desde atrás para darme unas cuántas embestidas, de manera que llegó un momento en que no sabía cuál de ambas pollas se encontraba en mi agujero.

Andrés se fue con la promesa de volver a repetirlo, pero como él también está casado, era difícil encontrar un buen pretexto para su esposa. Pasaron varias semanas y al fin pudo tener un fin de semana libre, pero aquella semana Julián tenía que viajar a visitar a sus padres.

Sin embargo, pese a que habíamos quedado con Julián en que siempre estaría presente, decidí llamar a Andrés de todas maneras. Necesitaba sentir su enorme miembro partiéndome en dos y quería que me follara a su antojo, sin la presencia de mi esposo.

Andrés llegó a casa temprano y se sorprendió de encontrarme sola. Le conté que Julián estaba fuera de la ciudad. Andrés me confesó que él también había estado fantaseando con follarme sin que Julián estuviera presente, aunque no quería que eso nos causara problemas. Le dije que yo hablaría después con Julián.

Comenzamos a relajarnos después de tomar un par de tragos. Nos desnudamos y subimos a la habitación cogidos de la mano. Pronto ya estábamos en la cama, acariciándonos y metiéndonos manos por todas partes. Luego de tragarme su verga entera y lamerle las bolas un buen rato, cogí una cajita de bombones de la mesita de noche y me metí tres o cuatro a la boca. Empecé a masticarlos y luego volví a succionar la tranca de Andrés con desesperación. Mi saliva mezclada con los trozos de chocolate le lubricaba el nabo de forma increíble, a la vez que estimulaban mi doble glotonería.

Podía sentir la pollaza de Andrés más gorda que nunca, con las venas que parecían a punto de estallar. Seguramente que no podía retrasar más el momento de llenarme la boca con la leche que tenía acumulada en los huevos y luchaba por salir del pene. Estaba dispuesta a tragarme su leche sin desperdiciar una gota, pero Andrés pensó que merecía una recompensa mayor.

Me hizo cabalgar sobre su endurecida verga, todavía cubierta por mi saliva y los restos de chocolate de los bombones. Literalmente, me hizo saltar sobre su verga una y otra vez, penetrando por completo en mi coño chorreante y abriéndolo como nunca, cada vez más rápido, hasta llegar a una perfecta soldadura entre mi coño y su polla. Andrés es bastante atlético y no tuvo problemas en mantener el powerfuck. Perdí la cuenta de cuántos orgasmos tuve mientras el jefe de mi marido me empalaba con furia. Al final, volví a correrme una vez más justo en el momento en que él eyaculaba copiosamente en mi interior. Fue de lo más estimulante.

Aquella noche, Andrés y yo no paramos de follar. Cabalgué sobre su polla hasta el amanecer, le pedí que me destrozara el culo- ¡me encanta el sexo anal! – y mamé su verga humeante hasta tragarme la última gota de semen que sus gordos testículos podían contener.

Cuando Julián regresó de viaje, lo primero que hice fue contarle acerca de la noche que acababa de pasar con su jefe. Aunque al principio se molestó un poco, finalmente terminó perdonándome con la condición que se lo contara todo. Al final terminó beneficiándose él, porque ambos nos pusimos muy calientes mientras le contaba cómo me había follado su jefe y terminamos pegando un polvo de antología. Desde entonces, Andrés me visita una o dos veces por semana cuando mi esposo no está, pero seguimos teniendo nuestras fiestas privadas de a tres cada cierto tiempo.

Datos del Relato
  • Categoría: Infidelidad
  • Media: 9
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