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El ingenuo.

EL INGENUO.

Tres meses después de finalizada la Guerra Civil murió su abuelo y allí empezaron las verdaderas penurias para toda la familia. La pensión de viudedad de la abuela no permitía seguir sosteniendo un piso tan grande como el que habitaban. Tuvieron que cambiarse a otro más pequeño y económico. Para mayor desgracia, una prima carnal de su padre cuyo marido, también marino, fue fusilado en Cartagena, se vino a vivir con ellos porque no tenía adonde ir.

La abuela y las tías no estaban dispuestas a perder el estatus social al que estaban acostumbradas y la joven viuda también tenía una pensión y dos pensiones representan más dinero que una. Sin embargo, en la nueva vivienda no había habitaciones para todos y Tito tuvo que compartir su cama con ella.

Era una mujer joven, rellenita sin ser gruesa, atractiva, que aún no había cumplido los treinta años, a la que Tito quería mucho por su carácter dulce y cariñoso. No tenía hijos, quizá porque, movilizado el marido un mes después de su matrimonio a causa de la guerra, no tuvo la buena o mala suerte de quedar en estado.

Mary aceptó vivir con su tía, la hermana de su padre y abuela de Tito, al quedarse viuda, por dos razones: La primera, que era huérfana desde el principio de la guerra civil pues sus padres fueron “paseados” por los extremistas de izquierda. Nunca pudo averiguar donde los habían enterrado.

La segunda, que la pensión de viudedad no le permitía vivir con el decoro de la posición que ocupaba en una sociedad de la posguerra bastante pacata e hipócrita.

Cuando su tía le propuso “desinteresadamente”, acogerla en su casa le faltó tiempo para aceptar. Cuatro mujeres y un niño podían vivir más desahogadamente con dos pensiones de viudedad que con una. Ella no se mostró remisa en compartir todos los gastos de la casa en la misma proporción que la abuela de Tito que los administraba con mano de hierro.

Que sus primas no contribuyeran con su trabajo a dicho mantenimiento no le pareció extraño, porque, en aquella época, estaba muy mal visto que las señoritas de “familia bien” descendieran a ocuparse en trabajos fuera de casa. Y, ciertamente, la posición de su tía en la ciudad rayaba las más altas cotas de la consideración social, pues no en vano había sido la esposa, y ahora la viuda, de uno de los más altos jefes del Departamento Marítimo. Había que sostener el rango a toda costa.

También la Iglesia, con mayúsculas, ejercía todo su poder con mano de hierro en aquella posguerra de hambruna y represalias. Los párrocos controlaban a las feligresas de sus parroquias como el halcón vigila a la paloma con la que piensa alimentarse. Eran temibles sus denuncias por no asistir a misa todos los días y comulgar cuando menos sábados y domingos.

Todas las mujeres de la casa, provistas de breviario y velo, acudían diariamente a la iglesia, más para que las viera el párroco y el resto de feligresas de la alta burguesía, que por verdadera fe.

Asistían a Triduos, Novenas y Vía Crucis. Contribuían en Acción Católica y en la Sección Femenina; eran, en definitiva, no las seguidoras de Cristo, sino las nuevas forzadas del negro ejército del Vaticano que, como los galeotes, remaban forzadas por las circunstancias poniendo al mal tiempo buena cara; como si la fe pudiera imponerse como se imponen los artículos del Código Penal.

Mary confesaba y comulgaba no sólo los sábados y los domingos sino dos días más por semana igual que su tía y primas

Pero, naturalmente, en sus confesiones se olvidaba de sus manoseos nocturnos, ni con el disfrute de los placeres de la carne que necesitaba como el campo el agua de mayo. Tres años de abstinencia eran muchos años para una mujer joven y de temperamento apasionado. Sus confesiones se limitaban a pecadillos veniales: olvidarse de rezar algunas noches las oraciones – en realidad se olvidaba todas las noches – en contar algunas mentirijillas – la mayor parte de las veces inventadas – o, el peor de sus pecados, olvidarse de rezar el rosario todas las tardes – rosario que ninguna de las cuatro mujeres rezaba si no tenían visita anunciada, pues hasta las visitas eran entonces así de protocolarias.

Pero, pese a las preguntas capciosas del confesor, ansioso por saber de sus pecados sexuales aunque sólo fueran de pensamiento, porque también con el pensamiento se pecaba, el mismo se los recordaba y exponía con todo lujo de detalles mientras con toda seguridad se masturba, a juzgar por los extraños movimientos que la confesanda observaba bajo la sotana del sacerdote a través de la rejilla.

Respondía la feligresa que ella respetaba la memoria de su marido por el que aún guardaba luto como una buena católica practicante y, el confesor, se quedaba con las ganas de que soltara prenda excitada por las rijosas preguntas y explicaciones del sinuoso e hipócrita vicario de Cristo. La verdad era que abandonaba el confesionario más excitada que al empezar la confesión y nada de extraño tiene que, sometida a esa casi diaria y sinuosa provocación del rijoso e hipócrita sacerdote sucediera lo que sucedió y se dejara llevar por los apremiantes deseos de su joven organismo.

Ocurrió una noche sin que Tito se lo propusiera ni pensara remotamente que pudiera suceder. Se despertó con una erección tremenda fuera del calzoncillo para darse cuenta de que la tenía pegada a las nalgas de su tía Mary cuyo camisón se le había enrollado hasta las caderas durante el sueño.

Somnoliento posó la mano suavemente sobre la majestuosa nalga y, al contacto de la cálida tersura de la piel, su mente despertó totalmente para darse cuenta de que la mujer dormía inclinada con la cabeza casi en el otro extremo de la cama con lo cual sus nalgas quedaban a la altura de su vientre.

Dejando resbalar la mano suavemente llegó a la conjunción de los muslos y los acarició, con no poco temor, posando la erección sobre aquellos labios rollizos de suaves rizos y la dejó reposar allí durante un tiempo. El deseo pudo más que su temor y empujó poco a poco. Sintió que se le humedecía cálidamente y de nuevo se detuvo. Le palpitaba de deseo y, con lentitud de caracol, fue hundiéndose, no sin esfuerzo debido quizá a la posición de los muslos, y se detuvo cuando casi había completado la penetración.
Durante un tiempo se mantuvo inmóvil, enterrado en ella, esperando y temiendo alguna reacción por parte de la mujer.

Tenía doce años, su miembro había crecido con él y sabía que era más grande de lo que correspondía a un adolescente de su edad. Pese a todo, ella no daba muestras de despertarse, su respiración era tan tranquila y suave como siempre. Estaba seguro de que, sin moverse, podía disfrutarla y llegar al clímax. Desde que había disfrutado a Nieves en la aldea no había vuelto a tener ocasión de poseer a una mujer.

Notaba como se le aproximaba el orgasmo cuando de pronto sintió las contracciones vaginales sobre su miembro, unas contracciones que recordaba muy bien. Oyó también como se agitaba la respiración femenina y tuvo miedo de que despertara y le diera una bofetada o algo peor, y se mantuvo inmóvil, haciéndose el dormido.

Ella respiró aún más agitadamente y casi de inmediato sintió en el miembro la tibia caricia del orgasmo femenino bañando su erección y ya no pudo aguantarlo más. El clímax explotó en su miembro con una intensidad descomunal haciéndolo palpitar violento dentro de la maravillosa vaina. El orgasmo femenino corrió parejo con el suyo notando como las nalgas presionaban hacia atrás, él presionó hacia delante y acabó enterrado hasta la raíz dentro del vientre femenino sin que en su ingenuidad llegara a sospechar que la mujer pudiera estar despierta.

Fue un orgasmo de una violenta intensidad e imaginaba que también lo había sido para la mujer. Una mujer que era tía suya, aunque lo fuera en segundo grado.

Después del orgasmo su erección se rebajó un poco, pero siguió dentro del caliente estuche porque sabía que su recuperación sería rápida y volvería a disfrutarla de nuevo con aquel placer tan agudo y excitante que le proporciona la mujer dormida.

Se mantuvo quieto, con la semi erección entera dentro de la mujer, la mano encima de su fina cintura y el vientre pegado a sus turgentes nalgas.

Le hubiera gustado amasarle los senos, unos senos que vestida se veían desafiantes, erguidos y perturbadores. Recordando los de Nieves estaba seguro que los de Mary serían mucho más bonitos y apetecibles. Se los hubiera besado durante horas de haberse atrevido. No quería moverse porque sabía que, inmóvil, su placer duraría mucho más y cuando llegara el clímax, sería arrollador, desbocado y de una intensidad insuperable. Cuando de nuevo notó su erección a toda potencia, se preguntó: ¿Qué pasaría si subía la mano para acariciarle una cúpula, o el vientre liso y terso, o le rizaba el clítoris con los dedos cosa que a Nieves la hacia bramar de placer? Mejor no exponerse a despertarla. Mientras ella durmiera y él pudiera disfrutarla aunque fuera inmóvil ya le parecía el colmo de la buena suerte.

No sería nada extraño – pensaba el chico - que ella imaginara al día siguiente que había tenido un sueño erótico, si es que recordaba el sueño. Si se apresuraba y la despertaba se exponía a que se enfadara y ya nunca más podría volver a gozarla, se le habría acabado para siempre el placer de poseerla aunque fuera dormida.

Hizo palpitar su miembro con todas sus fuerzas y lo repitió un par de veces más, relamiéndose los labios. La mano que acariciaba la cintura se movió sin su consentimiento hacia el vientre liso y suave como el de Nieves. Tocó el pequeño ombligo y deslizó la mano hacia abajo hasta tocar los suaves rizos del pubis.

No quería hacer aquello, era peligroso, podía despertarla, y si se enfadaba se acabó la buena suerte.

Cuando su mano regresó despacio de nuevo a la breve cintura, notó una suave contracción de la vagina sobre su erección. Creyó que ella comenzaba a soñar de nuevo, pero no hubo ninguna contracción más, y supuso que quizás lo había imaginado. Hizo palpitar de nuevo su miembro con fuerza un par de veces... y casi de inmediato sintió la respuesta femenina contrayéndose sobre su erección.

Tampoco entonces supo interpretar su significado, ni disminuyó su temor a despertarla. Fue después, con el paso del tiempo, que de haber tenido él algunos años más, mayor experiencia y decisión se habría subido encima de Mary y la habría poseído a placer desde aquel mismo momento. Era una mujer, y una mujer atractiva, que había conocido ya el placer de la carne y se encontraba ahora obligada a mantener una forzosa abstinencia. Pero de momento el adolescente sólo pensaba en que la podía disfrutar porque dormía..

Notó que, poco a poco, la respiración femenina se agitaba aunque ella seguía sin moverse, el placer lo estaba inundando y casi sin darse cuenta su mano ascendió por debajo del camisón hasta alcanzar el tierno pomelo en forma de copa, firme, de suavidad de raso, notando el pezón duro y erguido que acarició con la yema de los dedos.

Las contracciones de la vagina aumentaron de intensidad y de nuevo, subiendo desde sus talones, subió la dulce corriente nerviosa del orgasmo, reventando en su endurecido miembro que palpitó dentro de ella violentamente y, a su compás, también ella volvió a inundarle con su néctar tibio cuya caricia lo transportó a cimas de placer inauditos.

Notaba como el orgasmo femenino se prolongaba y la agitada respiración aumentaba en rapidez hasta que, con una profunda inspiración exhaló el aire a bocanadas mientras el néctar de sus entrañas seguía fluyendo sobre su miembro. Los espasmos del vientre femenino fueron disminuyendo de intensidad hasta desaparecer completamente. Se quedó dormido dentro de ella y con la mano sobre la turgente copa de su seno. Para cuando despertó ya ella se había levantado.

Después de ducharse la encontró en la cocina hablando tranquilamente con su abuela y las hermanas de su padre. Le sonrió, dándoles los buenos días y llamándolo dormilón como si nada hubiera ocurrido entre los dos. Acabó de convencerse que si había logrado disfrutarla fue gracias al profundo sueño de la mujer.

Se fue al colegio sin poder apartar de su mente lo ocurrido durante la noche. Nunca tan larga se le hizo una mañana. Durante la hora de la comida ella bromeó y le habló con la misma tranquilidad de todos los días sin mostrarle desagrado o enfado alguno por lo sucedido y se confirmo una vez más su creencia de la profundidad del sueño femenino.

Si la mañana se le hizo larga, la tarde le pareció eterna, la cena interminable y, por primera vez, esperó impaciente a que lo enviaran a la cama y, con una idea fija en la cabeza, se prometió permanecer despierto para verla desnuda cuando se pusiera el camisón. ¿Tardó ella más de lo normal en acostarse o era a causa de su impaciencia que le pareció larguísimo el tiempo que la estuvo esperando despierto? Seguramente esto último, porque ella llegó como siempre cuando su abuela y sus tías se fueron a sus habitaciones.

Pese a que se había propuesto permanecer despierto hasta oírla entrar en la habitación, el sueño pudo más que él y se quedó dormido. Un chiquillo de doce años, que juega en el patio del colegio al fútbol como si tuviera que ganar él solo el campeonato de liga, que sale de casa y vuelve del colegio cuatro veces al día corriendo cual si lo persiguiera un toro bravo, sube las escaleras de dos en dos y que, en definitiva, no para en todo el día, por fuerza tiene que acabar rendido y, en cuanto apoya la cabeza en la almohada, aunque haga tantos esfuerzos por permanecer despierto como hizo él aquella noche, acaba sucumbiendo en brazos de Morfeo.

Sin embargo, volvió a despertarse a media noche. La posición de Mary era la misma de la noche anterior. Las tibias y turgentes nalgas pegadas a su erección. En su ingenuidad, ni siquiera se le ocurrió pensar que sólo una semana al mes dormía toda la noche sin despertarse.

Tampoco le causó extrañeza que se le saliera el pene del calzoncillo incluso con erección, porque para él sentir la tibia carne del sexo femenino pegada a su miembro erecto, era suficiente para que exclusivamente pensara lo que su buena suerte le había deparado. Una mujer estupenda a la que podía gozar dormida todas las noches y eso era más importante que ninguna otra consideración.

De nuevo acarició suavemente los gordezuelos labios de la vulva con los dedos, hundiendo el dedo medio hasta la mitad en la caliente humedad. Hizo resbalar el miembro hasta la entrada vaginal, retiró el dedo y hundió el glande despacio presionando suavemente hasta lograr una penetración casi completa y se mantuvo inmóvil disfrutando de la caricia que apretaba su erección como un guante cálido y delicioso.

Volvió a disfrutarla dos veces casi seguidas, notó que también ella le regaba la dura barra con el néctar de sus orgasmos y se dispuso a procurarse un tercero con la bandera a media asta. El propósito fue bueno, pero el sueño pudo más que él y se durmió como la noche anterior, con el miembro en su delicado estuche y su mano izquierda encima de la cúpula femenina.

Toda la semana ocurrió lo mismo, y, el adolescente, encantado de que la mujer durmiera tan profundamente y tuviera todas las noches sueños eróticos; sueños que duraron cerca de un año. Tito se enamoró con locura de Mary, con la locura y la pasión de la ingenua mentalidad de un niño.

Cuando ella anunció que se casaba Tito creyó que el mundo dejaría de girar y que el sol no alumbraría más. De hecho, el día de la boda, Tito desapareció. Dos semanas más tarde hallaron su cadáver flotando entre las barcas del muelle.
Datos del Relato
  • Autor: Aretino
  • Código: 16130
  • Fecha: 07-03-2006
  • Categoría: Varios
  • Media: 6.46
  • Votos: 48
  • Envios: 0
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