~~Como tantas otras personas en estos días, soy algo aficionada a chatear. En realidad en un chat puedes encontrar cualquier cosa, eso lo sabemos todos. Pero nunca pensé encontrar alguien que en cuestión de muy pocos días pudiera atraerme tanto espiritualmente como físicamente. No negaré que al principio me atrajo su manera de expresarse: correcta, fluida y con cierto halo de misterio y encanto que lo hicieron irresistible para mí. A los pocos días el intercambio de fotos fue otro motivo añadido para seguir interesándome por él. Y después llegó lo ineludible, quedar para conocernos personalmente. Era simplemente una cita informal, un paseo y quizás un café sentados en cualquier mesa de alguna cafetería de paso.
Después de esa primera cita, vinieron algunas otras más, bien para tomar un café, bien para dar un paseo, charlar y seguir conociéndonos.
Pero llegó lo ineludible debido a la atracción mutua que sentíamos. Así que quedamos un día para conocernos más íntimamente. Habíamos quedado en un lugar discreto, un apartamento alquilado por horas que realmente era un ensueño. No faltaba detalle, desde la bañera redonda hasta la chimenea en el salón dormitorio, pasando por una botella de cava frió y una bandeja de fresas. Me tentó la bañera, así que le dije que me daba un baño, a lo que él contestó que me esperaba encendiendo la chimenea.
Me recogí el pelo y me di el baño relajándome pero sin dormirme en los laureles, porque él me estaba esperando fuera.
Salí envuelta en la toalla. Estaba la chimenea encendida y él esperando con dos copas de cava. Me sentí vulnerable así vestida solo con la toalla, mientras el solo se había quitado la chaqueta. Estaba sentado en un sillón, me acerqué hasta él, no sin antes coger una fresa de la bandeja y mojándola en el cava la acerque a sus labios. El la quiso morder, pero yo con muchos reflejos la quite rauda de su alcance, dejando solo que el cava rociara sus labios. Acerque mis labios a la fresa, y la atrape por un lado con mis labios, ofreciéndosela así. El se acercó y mordió el lado que quedaba fuera de mi boca, hasta que sus labios se juntaron con los míos.
Ese primer contacto de sus labios fue tan suave y dulce que me hizo desear más. Tiré suavemente de su corbata, haciéndole levantar y guiándole hacia la chimenea. Una vez enfrente de ella, mis manos se deslizaron suavemente por su corbata para deshacer el nudo y tirarla al sillón. Mis dedos siguieron firmes hacia los botones de su camisa, el se dejaba hacer. Fui desabrochando uno por uno todos los botones, hasta que quedó al descubierto su pecho. Entonces mi mano bajó hasta el cinturón, lo abrí para seguir con el pantalón que calló a sus pies. El se agachó para recogerlo, quitándose en ese momento los calcetines también, al subir intentó hacerlo por el interior de la toalla pero yo no le deje. El ritual no había acabado. Seguía teniendo la camisa y el bóxer. En ese momento mojé mis labios con el cava, y acercándome a él, deje que mi lengua acariciara el contorno de sus labios. Bajé por su barbilla dejando un camino mojado y fui hacia su oreja. Mojé el contorno de su oreja, para bajar al lóbulo y mordisquearlo suavemente. Sus manos estaban encima de la toalla, intentado acariciar mi cuerpo. Mi lengua se abría camino por su cuello hasta llegar a su pezón, donde empezó a dibujar círculos alrededor de el. Jugueteé con el pezón moviendo mi lengua y luego sople ligeramente sobre el, notando como se endurecía, y no era lo único. Mi lengua se deslizó esta vez por su vientre hasta llegar al borde del bóxer. Note un estremecimiento en su cuerpo. Bajé por encima del bóxer, rozando a mi paso todo lo que había bajo el. El estremecimiento fue aun mayor. Volví a subir hasta el borde del bóxer, y agarrándolo con mis dientes lo bajé, arrodillándome al mismo tiempo para ayudar a bajarlo. Ya había conseguido mi objetivo, estaba desnudo delante de mí.
En ese momento me ayudó a levantarme, y tiró de mi toalla, dejándome en igualdad, desnuda ante él. Me atrajo hasta él, y recorriendo con sus manos mi espalda me beso. Sus manos estaban en mis nalgas, apretándome contra él. Sus manos recorrieron mi espalda esta vez hacia arriba, hasta llegar a mi cuello, donde se quedó una mientras la otra subía hasta mi pelo soltándolo.
Llegado ese momento supongo que él pensó que había llegado el momento de que entrará en acción, pero yo todavía quería más juego. Así que le susurre al oído, que nos sentáramos en la alfombra frente a la chimenea.
Así lo hizo, con las copas de cava en nuestras manos. Dando un trago de la copa, lo besé dándole parte de mi cava. Y después le dije que me dejara hacer, que solo tenía que disfrutar y mirar. Me senté. Estábamos el uno frente al otro, separados sólo por la distancia de su pierna. Cogí su pie y lo acerqué hacia mis labios. Mi lengua asomó entre ellos, y acarició suavemente sus dedos, después lamí su dedo gordo morbosamente, mirándole mientras lo hacía.
Dejé bajar su pie hacia mi pecho, acariciando con el mi pezón, mientras el seguía mirando. Notaba que ardía en deseos de acercarse y ser él y no su pie el que me acariciara. En su cuerpo, se reflejaba el movimiento llameante del fuego de la chimenea. Seguí guiando su pie hacia abajo por mi cuerpo, hasta llegar a la franja fina y delgada de mi vello púbico. Cuando su pie rozó mi clítoris mi cuerpo se estremeció. Nos mirábamos, llenos de deseo. Su pie mojado con mi humedad. Noté como hacía el intento de acercarse, pero no había acabado aún. Me dijo que estaba siendo mala con él, pero yo pensaba que no. Así que le acerqué mi pie a la altura de su boca, para que esta vez fuera él el que besara y lamiera mi dedo. Entendió enseguida, y así lo hizo, mientras yo sin apartar mi mirada de la suya, empecé a lamer lascivamente mi dedo. Y así húmedo de mi boca, lo baje hasta mi pezón mientras seguíamos mirándonos. En ese momento bajé mi pie hasta su pene, frotándolo con el. Mientras mi dedo que había seguido bajando, estaba en mi coño, recorriéndolo de arriba abajo. Su mirada era puro deseo a la vez que envidia, celos, por no ser su dedo el que estuviera allí. Pero mi pie acariciando su polla le impedía cualquier movimiento de acercamiento.
Él a esas alturas ya se había dado cuenta de que tendría que sufrir y disfrutar el placer de ver sin poder tocar.
Mi pie seguía acariciándole, mientras mi dedo húmedo esta vez de mis fluidos vaginales subía a mi boca para entrar en ella. Mis ojos no perdían los suyos, viendo cada vez mas deseo, su boca entreabierta esperando recibir allí mi dedo, deseando que fuera su boca y no la mía la receptora de aquel licor. Le pregunté si quería probarlo y me contestó casi en un suspiro que sí. Volviendo a bajar mi dedo hacia la humedad de mi coño, frotando arriba y abajo, sin dejar de acariciar, esta vez sus huevos, con mi pie. Me levanté y acercándome a él, me senté encima, y mientras mi coño notaba lo dura y ardiente que estaba su polla, le pasé el dedo por la comisura de sus labios, aunque el ansioso abrió la boca y lo lamió. Me abrazó y ahora besándome ahora susurrándome me dijo que era mala, que lo tenía malo, que me deseaba, que ardía, que deseaba penetrar ese coñito juguetón y mojado.
Dejándome caer encima de él suavemente, lo obligué a tumbarse en la alfombra. Cogí su pene y lo froté por mi raja. Estábamos los dos muy calientes, deseosos el uno del otro. Él empujaba hacia arriba para poder entrar en mi. Así que con su polla todavía en mi mano, introduje en mi vagina solo la punta. Mmmmm. los dos nos estremecimos. Él empezó a moverse, pero yo que todavía la tenía cogida la saque. Me miró con deseo y extrañeza a la vez, al mismo tiempo que sin pausa volvía a meter su capullo dentro de mí. Esta vez aunque lentamente dejé que entrara toda y empecé a moverme suave, lento, como si de todo un ritual se tratara. Mis movimientos eran en redondo, así que ambos notábamos cada roce, cada fricción. Nos besábamos apasionadamente, como si nuestras bocas fueran una. Le susurraba como estaba disfrutando, él a mí que lo enloquecía. Y seguimos disfrutando de nuestros cuerpos, ajenos al ti empo.
Me incorporé quedando sentada encima de él. Y así, empecé a cabalgar sobre él, primero con movimientos suaves, pausados; después subiendo el ritmo. Sus manos acariciaban mis pechos, que subían y bajaban al ritmo de mis movimientos, que iban subiendo cada vez más. De pronto paré, y esta vez en sus ojos solo vi deseo, esta vez no había extrañeza. A estas alturas debía imaginar que aquello sería otro paso placentero. Y así parada, sentada a horcajadas encima de él, contraje mis músculos vaginales, atrapando aún más su polla en mi interior. Eran pequeñas contracciones de segundos, tras los cuales mis músculos se volvían a relajar, para volverse a contraer.
Después colocando sus manos en mi culo, comencé de nuevo a cabalgar sobre él. Esta vez subiendo el ritmo rápidamente. Sus manos, fuertes, ayudaban mis movimientos. Estábamos mojados ambos por el deseo y el sudor, calientes por el volcán de nuestros cuerpos y el calor de la chimenea. Pero nada de aquello tenía importancia. Sólo él y yo. Y así sudados, ardientes, estremecidos por el placer, entregados el uno al otro, nos corrimos. Su leche resbaló por mi vientre hacia abajo. Él frotó sus manos en ese punto, repartiendo por mis pechos aquella improvisada crema hidratante, mientras nos besábamos.
Nos quedamos allí, tendidos en la alfombra, embadurnados en nuestros propios olores y sabores, besándonos, abrazándonos, bebiendo el cava y jugueteando y comiendo las fresas.
Después nos fuimos a la bañera, y allí seguimos jugueteando con nuestros cuerpos, frotándonos el uno al otro, hasta quedar ambos modados y limpios. Al salir él secó mi cuerpo y yo el suyo. Nos vestimos y ya en la puerta a punto de salir, mi boca se dirigió a la suya, mordiendo su labio inferior, dejando que mi lengua se juntara con la suya, fuera de nuestras bocas.
Ambos supimos que aquellos era solo el fin de aquella placentera tarde, pero el comienzo de una larga historia de encuentros.