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Categoría: Fantasías

El hombre de siempre y la mujer de Nochevieja

El hombre de siempre



–¿Por qué nunca me compras flores, Fer? –los tres rieron a carcajadas.



–María, hay cosas que no puedo explicar en público… –contestó mi novio Fer, insinuando que sería el día en que tuviéramos sexo anal, sin que nadie se enterase.



–Cariño, esos son temas privados que no debes sacar en público, aunque estemos entre amigos y aunque sea Nochevieja –repliqué de inmediato.



–Huy, se nota que hay algún tipo de tensión sexual sin resolver –reclamó nuestro amigo Jorge–. Hace tiempo que no os veía y la ciudad no os ha cambiado en nada o… –añadió sin terminar la frase.



–Husmeas en nuestra relación, como el buen cotilla que eres. Y eso es porque el pueblo… Perdón, esta aldea hace que tu cerebro sea incapaz de distinguir el paso del tiempo –sentenció Fer, apartándole de nuestra intimidad.



–Buuuu –retumbó el abucheo coral en el zaguán.



–Los abucheos que acabas de recibir son del todo merecidos –dijo Montse–. Y de hecho, te acabas de ganar un chupito del peor de los licores que hemos traído –exhortó mientras lo servía, ante los sobreactuados gestos de miedo de Fer–. ¿Qué pasa? ¿Ahora también vas a renegar de nuestra aldeana manera de celebrar la Nochevieja? –preguntó reflexivamente, con tono ciertamente airado–. Que sepas que me encanta la tradición de reunirnos en los zaguanes de nuestras casas para celebrar el año nuevo. Y tú no la vas a estropear… ¡Bebe! –ordenó a un Fer sonrojado, al tiempo que le dirigía el vaso con firmeza.



–Claro, rey –resaltó Jorge melódicamente resabiado–. Aquí, en el pueblo, tienes que pagar tus ofensas como es debido… E insultar a tus amigos es lo peor que puedes hacer.



–Vale Jorge… –respondió Fer medio atragantado con el chupito–. Si todo es armonía entre amigos, ¿por qué estamos separados?



–Ya sabes que…



–Sí, ya sé que trae a sus amigas de Valencia –interrumpió–. Pero, ¿no te parece que presentarlas y tomar las uvas para volver las tres a la habitación de Carla es un poco sectario? O sea, ofensivo –remarcó, para dejar caer que Carla había apartado a sus bellas amigas de nuestra compañía.



–A mí no me parece ofensivo que quiera pasar un rato a solas con sus amigas. ¡Si yo pudiera hacer lo mismo con todos mis amigos! –exclamó Jorge–. Y meterlos en mi habitación… –y río, con una de sus estridentes carcajadas, volviendo a dejar la frase en suspenso.



–Son guapísimas, ¿verdad? –preguntó Montse de seguido.



–¡Sí que lo son! –respondió inmediatamente Fer–. Me refiero a que se han arreglado… –intentó justificarse, mientras le recriminábamos el exceso de sinceridad.



La mujer de Nochevieja



–Para ser honesta he de decir que Julia es un bombón. ¡Hasta yo me he sentido atraída! –confesé.



–Oye, oye, oye… ¡Esto es una vorágine de…!



–¿De qué, Jorge? –preguntó Carla, sorprendiéndonos mientras entraba al zaguán con Julia y Eva.



–De… ¡Sincera hermosura! Pero, ¡qué guapísimas os habéis puesto! –escapó Jorge con avidez del embrollo–.



–Hemos escuchado toda la conversación. Y no es que seamos cotillas, es que sois muy escandalosos –nos informó Carla mientras se sentaba a la mesa con sus dos amigas–. Que no os dé vergüenza, me encanta que minusvaloréis mis encantos gracias a los atributos de Eva y Julia –reconoció, señalando los turgentes pechos de ambas con las palmas de las manos hacia arriba.



–Pero ¡qué hermosas que estáis! –insistió Jorge.



–Pero… ¡Qué pueblerino eres! –arremetió Carla, colocándose el sujetador por encima del nuevo vestido de fiesta que se había puesto.



–Oye maja, que yo tengo mi estilo… –replicó Jorge, irritado–. Y que sepas que, a pesar de ser tan pueblerino como dices, puedo distinguir la elegancia mejor que tú. Y tus amigas tienen el doble de clase que…



–Sí, eso es cierto –sumó de inmediato Fer, con un tono extremadamente infantil que provocó una risotada general.



–Mira, ¡se puso rojo! –exclamó Montse



–Huy, ¿a quién mirabas, golfo? –le reclamé.



–No… Yo… Decía… –tartamudeó como buen novio avergonzado.



–Fer miraba a Julia –descubrió Jorge, como el chivato más odioso del colegio.



–Yo también la miraba a ella –le frené de inmediato–. Julia es espectacular. Desde sus labios carnosos hasta ese culo perfecto, pasando por las caderas y los pechos bien puestos que siempre quise tener –pensé en alto.



–Gracias, María –dijo Julia, mirándome a los ojos y sin ningún tipo de rubor, mientras yo notaba cómo mi piel ardía en rojo por la vergüenza–. Me siento muy halagada porque además yo os veo guapísimos a todos –continuó.



–Es que lo somos –dijo Carla mientras alzaba la copa de cava para brindar–. Todos guapísimos, menos el cenutrio de Jorge –bromeó, mezclando el chinchín con las carcajadas.



–Yo ya estoy un poco piripi –reconoció Montse, reposando su copa de cava sobre la mesa–. De hecho, creo que es el mejor momento para ir a la disco. Si me tomo una más aquí, me caigo redonda.



–¡Que no se diga dos veces! –exclamó Jorge, al tiempo que se levantaba de un respingo.



–Por fin dices algo con sentido –sentenció Carla, apurando su copa mientras se ponía en pie–. Vamos, ¿no? –inquirió seguidamente a Eva y a Julia.



–Por supuesto –dijo Eva, dejando a Julia sentada y dirigiéndonos la atención a Fer y a mí, que no expresábamos ninguna voluntad de movernos.



–Yo creo que paso aunque, como siempre, será lo que María quiera…



–Gracias, cariño –respondí con el más sarcástico de mis tonos–. Ya que me toca decidir, prefiero quedarme –dije sin mucha confianza, pues tenía ese gusanillo exhibidor de las fiestas, a la vez que mi cuerpo lo contradecía pidiéndome comenzar el año a horcajadas sobre Fer.



–Si no os molesto, yo me quedo con vosotros –se apresuró Julia con una inesperada mirada cómplice–.



–Ya sabéis que odio rogar –dijo Carla–. Solo os lo voy a preguntar una vez más: ¿Venís a la fiesta u os quedáis?



–Nos quedamos –respondimos mágicamente Fer, Julia y yo a la vez.



–Ahí se quedan tres patas para un aburrido banco… –murmuró maliciosamente Jorge, saliendo del zaguán con Carla y Eva.



Mi primer anal y trío



–Prefiero el dicho “tres son multitud” –replicó Julia con una sonrisa traviesa, mientras la última en salir, Montse cerraba la cancela–. Lo que no sabe Jorge es que a mí me encanta la multitud –nos confesó, forzando un nuevo brindis con nuestras copas.



–No sé qué le pasa a Jorge, parece más agitado de lo normal. Quizás necesite un novio formal o… –comentó Fer, fingiendo que no se había percatado de la indirecta de Julia.



–¿Eso significa que tienes experiencia con más de un hombre a la vez? –pregunté sin rodeos a Julia, cortando el inconveniente comentario de Fer y provocando su risotada.



–Pero, ¡tía! –exclamó, con los ojos fuera de las órbitas–. ¿Qué es eso de… “experiencia con más de un hombre a la vez”? –inquirió, forzando un tono de voz apático, robótico–. Se dice trío, ¡trío! Y sí, he participado en tríos y no sólo con hombres. –reconoció, mirándonos sonriente y suavizando la melodía que se había transformado en el más dulce son.



–Entonces, ¿eres bisexual? –seguí indagando, ante un Fer petrificado que no paraba de servirse nerviosamente más alcohol.



–Pues no lo sé. Me gusta disfrutar del sexo. En verdad, me gusta mucho el sexo y cuando veo a personas guapas me quiero acostar con ellas. Sean hombres o mujeres, la verdad es que no tengo ningún tipo de prejuicio o rechazo a la belleza –explicó mientras posaba sus perfectas tetas sobre la mesa, en un ademán dulce y retador–. ¿Vosotros nunca habéis hecho un trío? –nos preguntó con sonrisa maternal, provocando que Fer ya no supiera cómo sentarse.



–La verdad es que lo hemos dicho muchas veces de broma, pero nunca se nos ha presentado la ocasión –respondí con fingida desvergüenza.



–¿”Nunca se nos ha presentado la ocasión”? –repitió un asombrado Fer.



–Pues no, nunca –repuse.



–Pero María, ahora hablas de tríos cuando ni siquiera… –se interrumpió para no discutir–. En fin, mejor me callo –finalizó, con ese gesto sexista del sabelotodo frustrado.



–”Ni siquiera”… ¿sexo oral? –preguntó pícara y graciosa Julia.



–¡Noooo! –exclamamos Fer y yo al mismo tiempo.



–No, tía. No somos tan estrechos de mente –añadí–. Él se refiere a que no tenemos sexo anal –confesé como si la conociera de toda la vida, causándole una tremenda carcajada.



–No, no tenemos… –sumó Fer, falseando un tono amargo–.  Pero, ¡yo la sigo amando! –siguió con gracia–.



–¡Faltaba menos! –exclamó Julia–. Tienes toda una preciosidad de novia, aunque si yo fuera tú, ya habríamos practicado más de un griego –sentenció con una sonrisa desafiante.



–¿Por qué crees que tú me habrías convencido? –pregunté tan intrigada como excitada–.



–Porque yo sé muy bien cómo hacerlo sin dolor. Bueno, sin dolor en el momento, las molestias son inevitables al día siguiente –reconoció–. De hecho, siempre llevo lubricante en el bolso –continúo, regalándome una sonrisa cómplice.



–Si queréis, podéis empezar y me enseñáis –dijo Fer, aparentemente molesto por el devenir íntimo de la conversación.



–¡Ah! Yo puedo daros una clase práctica, pero necesitaría el trasero de tu novia y tu miembro, claro –dijo Julia con asombrosa naturalidad, encendiéndome con cada una de las palabras–. Y, no estoy de broma…



–Pues, si mi novia quiere, podemos subir los tres a mi habitación –dijo Fer con seriedad, acompañando su decisión mientras se levantaba e invitaba a consumar lo que ya parecían deseos compartidos.



–Parece que estáis decidiendo qué hacer con mi cuerpo y… En vez de enfadarme, me habéis puesto muy caliente –reconocí achispada, pero completamente consciente de mi excitación y de la humedad que afloraba en mi entrepierna–. ¿Subimos? –pregunté a Fer, aunque la verdadera cuestión estaba implícita en la mirada que la acompañaba–.



–Sí, subamos –respondió, leyendo mi mente y con tono tierno.



–¡Okey, chicos! –dijo una Julia repentinamente sonriente, expresando una felicidad exagerada que, al tiempo, mostraba ese agrado de las personas liberadas al ver que una pareja abre su mente a nuevas posibilidades sexuales.



–¿Puedes coger el cava que queda, Fer? –le pregunté mientras abandonábamos el zaguán, en dirección a las escaleras.



–Claro, reina. ¿Queréis que suba algo más? –nos preguntó ya con amable seguridad.



–Fer, no te olvides de traer tu paquete… de regalo navideño –bromeó Julia, haciéndonos reír y cogiendo mi mano escaleras arriba.



–No se me olvidó, viene conmigo –contestó sarcásticamente Fer, entrando a la habitación y fijando la vista en nuestras manos que, ahora, se sujetaban sobre el tresillo donde nos habíamos acomodado–. Yo soy el aprendiz, así que me voy a sentar en la cama para asistir a mi primera clase de griego.



–No debes perderte ningún detalle –le dijo Julia, simulando ser una profesora–. Primero, hay que besar el cuello hasta que notes la tensión en la piel –explicó, y deslizó la punta de su lengua presionándola contra mi yugular, seca e hiperactiva. Era tan sensual que tardé en percatarme de que había desabrochado mi camisa, para acariciar y pellizcar mis pezones por dentro del sujetador. Abrí los ojos y vi a Fer cómo disfrutaba del momento.



–No paréis –me dijo con la respiración agitada–.



–No paramos –replicó Julia rasgándome la camisa e incorporándose para bajarme los pantalones–. ¿Ves cómo se tiene que empezar a tocar lo que hay bajo esta preciosa pieza de encaje? –preguntó a Fer, mientras una de sus manos masajeaba en círculos mi clítoris por encima de las braguitas y, la otra, internaba un dedo en mi vagina, desde atrás.



–Lo veo, lo veo. Me voy a poner a la altura de las circunstancias –dijo, desnudándose a toda prisa y mostrando su pene alzado.



–Oye María, el miembro de tu novio es descomunal. Vamos a tener que hacerlo poco a poco –me susurró sensualmente al oído, aumentando la presión sobre mi clítoris e introduciendo un dedo más en mi vagina.



–¿Os importa si me toco? –nos preguntó Fer, completamente desnudo y masturbándose lentamente.



–A ti ¿te importa? –volvió a susurrar Julia en mi oído–. A mí me pone muy caliente –añadió.



–Para nada me importa –respondí entre suaves gemidos–. Fer, cariño, mastúrbate cerca de mí –le pedí y, al momento, noté cómo mi cuerpo ardía y alcanzaba una excitación que jamás siquiera había soñado.



–Vamos, tócale –me ordenó con dulzura Julia, sacando sus dedos y apartándose de nosotros–. Yo voy a coger el lubricante.



–¿Me pongo a estilo perrito? –le pregunté, como buena alumna, mientras subía y bajaba la piel del enorme e incandescente miembro de mi novio.



–Sí, pero no vayas a la cama. Tienes que posarte sobre el brazo del sofá…



–Y el culo en pompa –la interrumpí, riendo–. Ya voy, profe. Pero primero me tengo que quitar las braguitas… –continué con picardía y dispuse mi trasero a sus deseos.



–Mira –le dijo Julia a Fer mientras abría el envoltorio del lubricante.



–Sé cómo sacar el lubricante de su envase, Julia. Pensaba que te ibas a desnudar –respondió Fer a modo de sugerencia.



–No, Fer. Esto va del primer anal de tu novia –aclaró–. Quizás más tarde –siguió diciendo, mientras lubricaba el exterior de mi ano, e introducía sutilmente la yema de un dedo–. ¿Ves cómo se prepara? –le preguntó, al tiempo que le veía de reojo tomar posición para observar al lado de Julia.



–¿Puedo probar? –inquirió Fer, con tono perverso y sensual.



–Dame tu dedo y haz movimientos en espiral con el lubricante desde afuera hacia adentro –le dijo Julia–. Ahora, haz círculos. Cada vez más amplios, pero sin forzar. Así, muy bien. Además, hay que acariciar su clítoris al mismo tiempo, pero eso lo haré yo –escuché, mientras notaba cómo ella acariciaba sexo y él me abría poco a poco con su dedo, notando esa desazón por ser penetrada.



–María, ¿estás a gusto? –inquirió Julia.



–Sí –contesté notablemente sofocada por la excitación.



–¿Te importa si pongo un extra de saliva sobre el pene de tu novio? –me preguntó, elevando mi excitación a un nivel incendiario, al representar automáticamente en mi cabeza la escena de sus labios secuestrando el glande de Fer.



–Haz lo que quieras, Julia. Pero, necesito penetración ¡ya! –articulé entre gemidos, rogando por tener coito, cualquier tipo de coito.



–Ven aquí, Fer –dijo Julia, sin dejar de tocarme–. Vamos a ponerte dentro, poco a poco, en circulitos –describió, al tiempo que yo notaba cómo se contraía mi vagina conforme recibía mi primera penetración anal–. ¿Ves qué fácil es si se hace con cariño?



–Sí –farfulló un sobreexcitado Fer.



–¡Más! –clamé con desmesurada pasión.



–Voy anillar los dedos sobre la mitad para que entres lo justo, Fer –dijo Julia, a la vez que aceleraba el ritmo con su otra mano sobre mi clítoris–.



–Creo que no será por mucho tiempo –reconoció Fer, con la respiración cortada.



–¡Yo tampoco! –chillé, mientras notaba cómo mi piel adoptaba casi igual temperatura y grado de humedad que mi interior.



–Ahora podemos continuar haciendo lo que queráis, pero mañana voy a comprarte un ramo enorme de rosas –me susurró Fer, besándome antes de ir al baño mientras Julia se desnudaba.


Datos del Relato
  • Categoría: Fantasías
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