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Capitulo 7: M/F, HIP, EX, C
Como verán Luis había logrado unos grandes e insospechados progresos con Sofía, sacando a superficie la zorra lujuriosa que llevaba dentro, pero la verdad es que fui yo el que precipite la caída final de mi esposa.
Digo esto porque al llegar la Semana Santa la obligue a venir a pasar unos días en el yate de Rafael, el padre de Rafa, pues era necesaria su presencia para atraer a mi cuñada hasta la trampa.
Ella no quería venir, ya que sabia que al estar Rafael divorciado ella, y su hermana, serian las dos únicas mujeres a bordo del barco.
Pues Miguel, el otro socio de nuestra empresa, era un solterón empedernido, y también vendría solo. Conseguí vencer su resistencia usando a su hermana menor como excusa, dado que era la novia de Rafa, que también vendría con nosotros, y que le haría compañía a ella, si se sentía sola, cuando nosotros hablásemos de negocios.
Yo sabia que a mi esposa nunca le había caído bien Miguel; y que, desde la fiesta de Navidad, en la que aseguraba que se había comportado de un modo muy grosero, no había vuelto a invitarlo a nuestra casa.
Pero lo que no he sabido, hasta hace bien poco, era lo que había hecho Miguel para enfadar así a mi esposa. Por lo visto en esa fiesta, en la que corrió el alcohol de forma bastante mas generosa de lo habitual, Miguel se envalentono lo suficiente como para aprovecharse de ella.
Durante los tradicionales besos siguientes a las uvas, el muy cuco no se contento con besarla apasionadamente en la boca, lo cual aun tendría un pase. Sino que, al mismo tiempo, le estrujo un pecho, por encima del fino vestido. Aprovechando la ausencia del sujetador para disfrutar de su turgencia, y de su grueso y llamativo pezón.
A raíz de este incidente mi mujer decidió no acercarse a él en lo que quedaba de fiesta.
Pero Miguel aprovecho que Sofía estaba bailando una pieza lenta con Rafael, cuando ya casi todas las luces estaban apagadas, y los que no aguantamos el alcohol, como es mi caso, dormíamos la mona por los rincones, para abrazarse a mi esposa por detrás, y bailar juntos los tres.
Sofía, al principio, creyó que era yo quien le estaba incrustando y restregando el endurecido paquete en el trasero, sobre todo por la confianza con la que Miguel le introdujo las dos ansiosas manos bajo las finas tirantas del vestido, para poder acariciar tranquilamente sus pechos desnudos a través de su generoso corte lateral.
Después, cuando se dio cuenta de lo que ocurría realmente, decidió fingir que no le pasaba nada anormal, para que Rafael no se diera cuenta de lo que sucedía; soporto sus rudos pellizcos y apretones en silencio, hasta que acabo la pieza, y él la soltó.
Pero, antes de que mi mujer pudiera reaccionar, Miguel ya la había abrazado; y, al oído, le dijo que si le concedía esta pieza él se marcharía, en cuanto acabara la música.
Ella, con tal de poder perderle de vista, accedió a bailar con él, a pesar de saber lo que le esperaba.
Nada mas empezar la música Miguel introdujo ambas manos por las amplias aberturas que tenia el vestido por los laterales, y que le llegaban hasta las caderas.
En solo unos segundos logro introducir los diez dedos dentro de las finas braguitas de mi esposa, para poder recorrer su trasero sin problemas.
A media canción ya tenia uno de sus dedos metido, hasta el fondo, en la cálida intimidad de mi esposa; y, antes de acabar la canción consiguió que otro dedo le hiciera compañía, al mismo tiempo que sepultaba uno de sus pulgares por su orificio mas estrecho.
Sofía se sentía tan llena, y dolorida, que apenas reacciono cuando, al terminar la canción, Miguel le arranco las braguitas de un seco tirón, para quedárselas como recuerdo del evento.
Luego, cuando Miguel le pidió que le acompañara hasta la puerta, mi mujer ya se esperaba el beso que le dio en la boca, así que no opuso resistencia a este; ni siquiera cuando él volvió a estrujarle los pechos, sin compasión, con sus rudas manazas.
También Sofía estaba un poco embotada por el alcohol, y cuando se dio cuenta de que Miguel le había dejado una teta al aire, bajándole la tiranta del vestido, ya era tarde para evitar que su bocaza se apoderara de ella.
El desalmado chupo, mordió y succionó con tantas ganas que, varios días después, aun se le notaban señales de moratones por todo el seno, sobre todo por las cercanías del pezón.
Hace poco, bajo hipnosis por supuesto, Sofía reconoció por fin que, cuando Miguel volvió a introducir sus dedos en su intimidad, esta vez totalmente desprotegida, sintió un violento e inesperado orgasmo, que la obligo a morderse dolorosamente la lengua, para que no oyéramos sus gemidos de placer. Este fue tan intenso que lleno los dedos de Miguel con su abundante fluido.
Fluido que este se limpio después con las braguitas de mi esposa, mientras iba hacia su coche, con una sonrisa de oreja a oreja. Dejando a Sofía, abochornada y confusa, apoyada en el dintel de la puerta, recuperando el aliento.
Mi mujer, animada por la euforia de la hipnosis, había decidido vengarse de mi, por obligarla a ir en contra de su voluntad, dejando que Miguel campara a sus anchas por su cuerpo si le venia en gana. Rafael había salido por la mañana temprano, junto con su hijo, para preparar el yate; y yo salí a media tarde, con mi cuñada, y Miguel, con la intención de llegar hasta el puerto antes de que se nos hiciera de noche.
Yo llevaba varios días preparando a mi adorable cuñada para la excursión, no solo a nivel hipnótico, sino proveyéndola del tipo de ropa adecuado para lo que me proponía hacer.
Requise un antiguo bañador de mi esposa, de un blanco llamativo, que ella no se ponía desde el día en que lo mojo en la playa, y descubrió, abochornada, que se le claramente los gruesos pezones a través de la fina tela, atrayendo las miradas.
Acortando las tirantas conseguí que le estuviera bien a Sara; y, después de unas divertidas pruebas en la bañera, comprobé que a ella también se le transparentaban de una forma realmente descarada los oscuros pitones, y las amplias aureolas que los rodeaban.
Pero, aun así, lo mas interesante del bañador era su parte baja; pues, al ser mi esposa bastante mas amplia de caderas que mi cuñada, el bañador quedaba muy suelto por abajo.
A poco que se movía Sara se le escapaban los oscuros rizos por los laterales de la entrepierna, y gracias a ello apenas había que esforzarse para vislumbrar la rosada entrada de su abertura secreta a través de su selva.
Pase unos ratos realmente entretenidos, con la ayuda forzada de Sara, enseñándola como adoptar aquellas posturas que, pareciendo casuales, permitían ver mejor sus dos oquedades.
Pues, al quedarle holgado el tanga se podía ver el virginal orificio de su entrada mas estrecha, si mi cuñada ponía las poses adecuadas.
Y aun lo mejore mas; pues, al quitarle la fina tela de protección, con la ayuda de unas afiladas tijeras, conseguí que esa zona se transparentara de igual o mayor manera que la superior.
Era un verdadero placer verla allí, en el cuarto de baño de mi casa, con su llamativo bañador mojado, marcando claramente todo aquello de lo que muy pronto me iba a poder apoderar.
Pues era del todo imposible que Rafa, ni ningún otro, evitara caer en la tentación de hurgar en aquel precioso triángulo oscuro, que tan a la vista estaba.
Aquel día, mientras viajábamos los cuatro en mi coche camino del puerto no podía evitar que mi mirada se fuera una y otra vez al retrovisor; pues por fin, tras arduos esfuerzos, había conseguido que mi cuñada se pusiese una preciosa y corta minifalda, junto con un ajustado top, que le permitía lucir sus firmes senos.
Y, gracias a la hipnosis, podía disfrutar de una magnifica vista de sus atrevidas braguitas; pues parecía no darse cuenta de que, al estar totalmente abierta de piernas, permitía verlo todo, con total comodidad.
Fue por eso que no me percate de que Miguel, desde que llego a mi casa, no había apartado la mirada de mi esposa; la cual, también por culpa de la hipnosis, llevaba puesto un ligero vestido de primavera, sin sujetador, como ya supondrán, que la hacia muy deseable, al enmarcar el pesado bambolear de sus senos.
Tanto que en el momento en que entramos en el primero de los muchos túneles que hay en la carretera de la costa, Miguel se atrevió a apoderarse de uno de los opulentos pechos de mi mujer por encima del liviano vestido, metiendo su brazo entre el asiento de ella y la puerta, aprovechando la súbita oscuridad que había.
Me imagino que el motivo de que Sofía no montara un escándalo en ese momento fue, en parte, por la hipnosis; y, en parte, para vengarse de mi.
El caso es que Miguel tomo su silencio como un ofrecimiento y, en cada túnel, acariciaba, y apretaba, su delicioso juguete, hasta que logro endurecerle los pezones; al que tenia a su alcance lo dejo totalmente irritado, de tantos pellizcos y retortijones como le dio.
Nada mas salir de la zona de túneles, se aprovecho de que Sara se había quedado dormida para inclinarse sobre nuestros asientos; y, mientras nos daba una amena conversación, consiguió bajarle la cremallera del vestido, que estaba situada en su lado bueno.
Mi desinhibida esposa también coopero a su manera en el curioso evento, cruzando los brazos sobre el torso para que yo no pudiera ver como la mano de mi socio se introducía cómodamente por la holgada abertura para apoderarse de todo lo que allí había oculto.
Después, sin dejar de charlar, se dedico a explorar todo lo que el holgado vestido, y mi mujer, le dejaban; teniendo siempre la precaucion de no atraer mi atención.
Lo cual era realmente fácil, pues solo tenia ojos para mi cuñadita; que al dormirse había separado todavía mas sus piernas, y me regalaba una panorámica tan perfecta de sus braguitas que hasta podía ver alguno de sus rizos mas íntimos escaparse alegremente de la prenda.
Pero para regalo el que le hizo Sofía a Miguel, pues le dejo sobar a fondo todo su seno, incluido el grueso y rígido pezón, sin ocasionarle problemas durante el resto del viaje.
El pobre, cuando llegamos por fin a nuestro destino, tuvo que poner mil y una posturas para que no viéramos lo empalmado que iba.
No sabría decir cual de los dos Rafael, si el padre o el hijo, estaba mas impresionado por las dos apetitosas bellezas que embarcaron en su pequeño yate aquella tarde.
Lo que si les puedo asegurar es que ambos estaban encantados.
Las dos hermanas ocuparon uno de los dos camarotes que tenia el yate, el otro estaba ocupado por Rafael y su hijo; y, Miguel y yo, dormíamos en los estrechos sofás que había en el comedor.
Mi cuñada prefirió no cambiarse de ropa, pues la hipnosis no le permitía darse cuenta de que, al poco rato de navegar, todos habíamos podido disfrutar de unas preciosas panorámicas de su alegre ropa interior. Sofía, en cambio, si que se cambio. Se puso una graciosa camisetita, anudada al ombligo, que realzaba sus voluminosos senos, libres de toda opresión; y que hacia juego con unas cortas bermudas, muy marineras.
Yo, pendiente de Sara, no me di cuenta de nada mas; pero Miguel, en cuanto la vio agacharse un par de veces, supo que tampoco llevaba ningún tipo de ropa interior bajo el ajustado pantaloncito.
Para confirmar sus sospechas aprovecho que mi esposa estaba medio asomada por las escalerillas, charlando con los que estabamos en cubierta, para abrirle de par en par la bragueta, dejando al aire durante unos instantes su espeso y poblado bosque privado. Después, satisfecho, volvió a cerrar la cremallera, no sin antes haber metido un par de dedos donde no debia, pr supuesto.
Esa noche, mientras los dos jóvenes enamorados se divertían en la cubierta superior, mis socios y yo decidimos echar una de nuestras interminables partidas de cartas.
Miguel, avispadamente, se sentó en uno de los dos sofás, junto a mi esposa, diciendo que ella le traería suerte, dejándonos el otro a Rafael y a mi.
Sofía, en cuanto empezamos a jugar, se acomodo en el sofá; y, poniéndose unos walkman, se enfrasco en la lectura de un libro, que debía ser apasionante, pues no lo soltó de sus manos hasta que terminamos la larga partida.
Lo que no sabia es que Miguel, que jugaba con sus cartas bajo la mesa, como tenia por costumbre, le había bajado la cremallera de las bermudas; y, mientras pensaba la jugada, deslizaba e introducía sus dedos por la cálida abertura de mi asequible esposa.
Sofía, con mucha picardía, usaba el libro para que nosotros no pudiéramos ver los gestos de placer, e incluso de dolor, que ponía cada vez que Miguel exploraba su desprotegida intimidad. Pues ella, sentada en plan hindú para separar al máximo sus piernas en el estrecho hueco que le quedaba, ponía a su alcance la húmeda entrada de su acogedora gruta, para que la explorara a placer.
Creo que, aunque perdió casi todas las manos, fue la partida de cartas mas memorable que Miguel habrá jugado jamas.
Mientras, arriba, en la cubierta, Rafa se ponía las botas a costa de mi joven cuñada; pues, por primera vez, podía acariciarle las piernas, y el trasero, mientras saboreaba sus labios, y sus pechos desnudos, sin que esta se lo impidiera.
Sara, recostada en cubierta, con el top subido hasta el cuello, dejaba que su enardecido novio la manipulara a placer, sin importarle que sus níveos senos resplandecieran a la luz de la luna.
Y no solo eso, pues gracias a las duras sesiones de hipnosis pudo, incluso, deslizar su mano por encima de las finas braguitas, para sentir bajo sus dedos los sedosos rizos que protegían la entrada de la cueva mas deseada.
Y, para sorpresa de ambos, esa noche no se tuvo que masturbar solo, como de costumbre; pues, por primera vez desde que salían, ella accedió a que su manita fuera la encargada de aplacar su deseo. Aprendiendo rápidamente como debía afinar el instrumento para que sonara a la perfección.
Unos días después tuve ocasión de comprobar por mi mismo lo bien que se le dan a mi querida cuñadita los trabajos manuales, por lo que no me cabe la menor duda de que el chico quedo mas que satisfecho por los servicios prestados.
Pero Miguel no esta acostumbrado a autocomplacerse y, esa noche, era el único que estaba despierto a altas horas de la madrugada.
Fue entonces cuando mi esposa cruzo el salón, para ir al reducido cuarto de baño, vestida solo con un fino camisón, que permitía vislumbrar la mórbida carne que se ocultaba debajo.
Miguel no se lo penso dos veces y, después de asegurarse de que mi sueño era tan pesado como parecía, la siguió. Cuando abrió la puerta del baño, Sofía todavía estaba sentada en la taza; y el, sin mediar palabra, libero su endurecido miembro del encierro del pantalón del pijama, para ponérselo justo delante de la cara.
Mi mujer, comprensiva, no dudo lo mas mínimo en introducirse su rígido aparato en la boca; y, habilidosa como es en estas labores, no tardo mucho en saborear el abundante néctar que mano de su gruesa fuente, tragándoselo todo en silencio.
Mientras, él deleitaba la mirada viendo sus magníficos pechos desnudos, por primera vez, mientras los acariciaba, a manos llenas, liberándolos del camisón. Pronto centro sus ataque es sus gruesos fresones, estirándole dolorosamente de los hermosos pezones mientras alcanzaba el orgasmo.
Después cada uno volvió sigilosamente a su cama, como si no hubiera pasado nada entre mi socio y ella.
Capitulo 8: m/f, 2M/F, HIP, EX, V, C
Al día siguiente, cuando llegamos frente a los solitarios y pequeños islotes que eran nuestro destino, lucia un sol veraniego, que hacia que mi plan pudiera funcionar a las mil maravillas.
Como ya esperaba, a mi simpática esposa no le importo lo mas mínimo que su hermana se quedara con su antiguo bañador; sobre todo cuando vio que a ella no le molestaba que se transparentara su cuerpo de un modo tan descarado.
Yo ya había convencido a Rafa de que llevara a mi cuñada, con la pequeña zodiac, a la pequeña cala que quedaba a popa del yate; pues era un sitio donde ambos sabíamos que había muchos peces, y la intimidad suficiente como para vencer la débil resistencia de Sara ante sus turbios manejos, cada vez mas evidentes.
En cuanto se marcharon los dos tortolitos alegue que no me encontraba del todo bien y, haciendo caso omiso de las bromas de mis socios, me encerré en el camarote de popa; donde, con ayuda del potente teleobjetivo de mi cámara podía ver a la perfección todo cuanto acontecía sobre la zodiac. Y que seria en verdad memorable.
Ellos, mientras tanto, tomaban el sol en la cubierta de proa, junto a mi despampanante mujer.
Pues Sofía, con su reducido bikini amarillo, que permitía ver bastantes mas cosas de las que ocultaba, les estaba alegrando la mañana.
Pero, por muy atrevido que fuera el bikini de mi esposa, el bañador de mi cuñada le daba ciento y raya. Al chico le faltaban ojos para ver todo lo que ella le enseñaba; y, cuando Sara regreso a la barca, después de darse un breve chapuzón, ya fue demasiado.
Rafa no tuvo que echarle nada de imaginación a la cosa, pues ella, gracias a la hipnosis, le enseño todo lo que hasta entonces nadie, salvo yo, había podido disfrutar.
Por suerte esta vez el joven iba preparado; y, a la primera oportunidad, la convenció de que se tumbara en la proa, para, con la ayuda de un mirafondo, poder contemplar los peces.
Desde mi privilegiada posición pude observar perfectamente como, en cuanto Sara se tumbo sobre la borda, bien abierta de piernas, Rafa aparto a un lado el fino trozo de tela que molestaba su panorámica, para poder ver, ya sin obstáculos, las dos húmedas entradas, prohibidas hasta ese momento. Pues ella, amablemente, le permitía maniobrar a su antojo, siempre que no se empeñara en meter los dedos donde no debía.
Después de contemplar a conciencia sus grutas durante un buen rato, se acomodo entre sus piernas y, mientras restregaba su duro paquete por la sensible intimidad de mi cuñada, dejo en libertad sus firmes senos, para que los dos pudiéramos ver sus bonitos pechos, mientras él los masajeaba.
Fue una buena táctica, pues pronto consiguió, con sus roces y caricias, que mi cuñada fuera mucho mas receptiva de lo habitual.
Por eso, cuando dejo de jugar con sus pezones, para apoderarse de su virginal intimidad, ella por fin le dejo hacer en paz, entregada plácidamente a la búsqueda de su propio orgasmo.
Gaste un carrete entero pues la dulce expresión de su cara, unida a la belleza de sus prominentes senos desnudos, bien lo valía.
El avispado de Rafa uso sus manos, y su boca, indistintamente, para lograr que mi adorable cuñada se corriera mas veces de las que luego pudo recordar.
Sara, agradecida como su hermana mayor, también uso su cálida boca, cuando le toco el turno de ayudar a su novio a alcanzar el orgasmo, como forma de devolverle el favor; aunque, eso si, se negó a tragarse la espesa sustancia que surgió de su rígido bastón.
La única pega era que desde donde yo estaba tan solo alcanzaba a ver el espléndido trasero de mi cuñada, mientras esta, de rodillas, se entregaba a su abnegada labor. No pudiendo, por eso, obtener ninguna prueba gráfica de esa parte del espectáculo.
Que duda cabe de que los tres lo pasamos fenomenal; pero los otros pasajeros no lo pasaron peor.
Miguel, al ver la estupenda oportunidad que le brindaba mi ausencia, no dudo lo mas mínimo en pasar al ataque. Lo primero que consiguió fue que mi querida esposa se quitara la parte de arriba del bikini; pues, entre amigos, tomar el sol en top-less no tenia importancia.
Después, y gracias a la hipnosis, logro que él y Rafael fueran los encargados de ponerle la crema bronceadora, extendiéndola por su soberbio cuerpo entre ambos.
Mientras tuvieron a mi esposa boca abajo se repartieron la grata tarea como buenos amigos, embadurnándole el trasero entre los dos durante un buen rato, debido al amplio terreno que el escueto tanga no podía ocultar.
Pero después, cuando pusieron a Sofía boca arriba, Rafael se adueño de los pechos, disfrutando con ellos mas que un niño con un juguete nuevo.
Ante la dócil pasividad de mi mujer, gasto casi medio bote entre ambos senos, disfrutando como un loco, mientras amasaba las grandes colinas desnudas, así como sus gruesas y apetitosas cimas.
Miguel, por su parte, no perdió el tiempo en tonterías; y, separándole bien las piernas, empezó a introducir sus dedos por la acogedora raja que tan bien estaba empezando a conocer.
Como la entrega de Sofía era total no tardo apenas nada en deshacerse de ambos bañadores, para poder penetrarla a fondo, como ambos estaban deseando.
Cuando Rafael vio lo a gusto que se encontraba Sofía, gimiendo bajo las embestidas de Miguel, no perdió ni un instante en despojarse también de su bañador para unirse a la fiesta.
Se sentó sobre mi mujer y dejo que esta, usando sus grandes globos, y su cálida boca, le enseñara una nueva forma de sexo, totalmente desconocida por él, hasta entonces.
Estaban los tres tan excitados por la turbia situación que, cuando alcanzaron el orgasmo, casi simultáneo, apenas descansaron, antes de continuar con la apasionada orgía.
Esta vez, Miguel se arrellano en la butaca del piloto; y, tras algunos esfuerzos, logro introducirse por la entrada mas estrecha de mi esposa.
No le debió resultar fácil, pues es un orificio que casi nunca me deja utilizar; pero, con paciencia, y con bastante esfuerzo, lo logro. En cuanto consiguió penetrar a Sofía hasta el fondo, acallando sus dulces gemidos con su voraz boca, hizo que apoyara sus pies bien separados en el timón del barco, para que Rafael pudiera ocupar su lugar. Este, de pie frente a ella, era el encargado de llevar el ritmo, con sus embestidas, mientras se aferraba a los pechos de Sofía, para no resbalar.
Mi mujer nos confeso algún tiempo después, siempre bajo hipnosis, que sentir esas cuatro manos, abarcando sus senos, mientras se disputaban los pezones; y los dos miembros, llenándola por completo, la hicieron sentir mas llena, y satisfecha, de lo que se había sentido nunca, descubriendo así nuevas posibilidades para el futuro.
Después de una mañana tan ajetreada y divertida estabamos todos tan cansados que no tuvimos mas remedio que echarnos una larga siesta después de comer.
Yo me quede frito enseguida, por lo que no me di cuenta de que Sara, en su forzado despiste inducido por hipnosis, había dejado casi abierta la puerta de su camarote. Creo que fui el único que se perdió el espectáculo de ver a ambas hermanas durmiendo en braguitas, pues el calor que hacia era favorecía la ausencia de ropa, y ellas habían preferido dormir con un mínimo de ropa encima.
Rafa fue el primero en disfrutar de las increíbles vistas, mientras mis dos socios terminaban de recoger la cocina, quedándose tan impresionado al ver los espectaculares pechos desnudos de mi esposa que prefirió no cerrar la puerta por si tenia la oportunidad de volverlos a ver mas tarde.
Me imagino que entre otras cosas el chico se estaría arrepintiendo de no haberles prestado la atención que se merecían. Pues, desde que los vio y palpo por ultima vez, cuando era tan solo un crío que entraba a hurtadillas en su habitación, estos había crecido considerablemente en volumen, conservando una firmeza que era digna de admirar.
Luego fueron mis socios los que se acomodaron silenciosamente junto a la puerta del camarote, para ver a sus anchas a las dos bellas durmientes.
Supongo que aunque repartieran su atención entre ambas a Miguel le tuvo que atraer mas mi linda cuñadita, dado que el cuerpo de mi esposa ya lo empezaba a conocer a fondo.
Todo esto no dejan de ser meras elucubraciones mías, pero las baso en el interés que demostraron unos por otras en cuanto nos despertamos.
Yo, al ver que Miguel se llevaba a mi cuñada afuera para enseñarle a manejar el yate, mientras Rafa ayudaba a mi esposa a preparar la cena, decidí encerrarme con Rafael en su camarote, con la intención de repasar una serie de documentos importantes, dado que no creía que fuera a suceder nada mas por el momento.
Y, hasta que no pude charlar con mi cuñada bajo hipnosis no me entere de parte de lo que sucedió aquella tarde. Por lo visto Miguel, cómodamente sentado en el sillón del patrón, había instalado a Sara entre sus piernas abiertas, con el fin de restregar su duro paquete contra sus nalgas.
Ella, gracias a la hipnosis fingía no darse cuenta de que el muy cuco utilizaba cualquier maniobra del barco para rozar sus senos.
En vista de que Sara no reaccionaba aprovecho uno de los giros mas bruscos para coger uno de sus meloncitos como por error, estrujándoselo un buen rato ante su pasividad.
Pero no fue el único que se aprovecho de los bruscos giros de la embarcación, pues Rafa uso uno para volcar un cazo de agua sobre la camisa de Sofía. Al instante, solicito, le paso un paño por los pechos, toqueteándolos con escaso disimulo mientras los secaba.
Mi esposa, al ver las intenciones del chico decidió darle un escarmiento y, quitándose la camisa allí mismo, la puso a secar sobre una silla, demostrándole que sufre mas el que mira que el que enseña. Pues lo paso francamente mal teniendo tan cerca la espectacular delantera de mi mujer y careciendo de motivos, y valor, para apoderarse de ella.
Por desgracia al día siguiente se puso el tiempo bastante malo, y tuvimos que suspender nuestra idílica travesía. Pero, al menos, cada uno había conseguido lo que buscaba.
Rafa ya tenia una dócil novia que nos satisfacía a ambos, con la boca, o con las manos, siempre que nos venia en ganas; entregándonos su cuerpo a ambos, para que hurgáramos en el a placer, hasta que la hacíamos llegar al orgasmo.
Miguel y Rafael tenían una amante ocasional, pues rara era la semana que uno u otro no nos invitaban a sus casas, o venían a la nuestra, con la intención de abusar de mi esposa; la cual se entregaba a sus caprichos de mil amores. Pues, no en vano, Luis hacia con ella todo lo que se le antojaba, prácticamente todos los días de la semana.
Capitulo 9: ¿m/f, HIP, EX, V, C
Pero vayamos por partes, para no enredar el relato de la historia.
Mi cuñada, gracias a la hipnosis, seguía siendo igual de despistada que antes, sino mas; solo que ahora usaba siempre cortas minifaldas. Y era raro el día que la mayoria de sus compañeros del instituto no sabían de que color eran sus braguitas.
Sobre todo los tres amigos de su novio, que ahora, además de verle los pechos, tenían ocasión de disfrutar de unas preciosas vistas de su entrepierna, siempre que Rafa tenia a bien enseñársela, que era bastante a menudo.
Pues rara era también la noche en la que Rafa no les ponía los dientes largos, mientras estos veían, impotentes, como Sara aplacaba los sucios deseos de su novio, con sus manitas o con su boca, antes de irse satisfecha para su casa; mientras él también la hacia disfrutar, acariciando hábilmente su gruta, bajándole las braguitas tanto para facilitar sus manejos como para que sus amigos vieran el tesoro que tenia entre las manos.
Con la practica Sara llego a acostumbrarse a saborear el espeso liquido de la vida, sin que yo tuviera que coaccionarla; consiguiendo secar la fuente de su novio una y otra vez.
Ni que decir tiene que yo disfrutaba también de los mismos privilegios que Rafael, cuando mi adorada cuñadita venia a mi casa, en ausencia de mi esposa; sazonando su trabajo, bucal o manual, con los relatos que me hacia de las cosas que le sucedían.
Así fue como me entere del episodio de la playa.
Cuando llego el calor, Sara, junto con su novio, y sus amigos, se pasaba el fin de semana tomando el sol. Como ellos buscaban intimidad, no dudaban lo mas mínimo en dar largos viajes en coche para poder llegar a aquellas apartadas calas que casi nadie solía visitar; al menos en esos comienzos del verano. Allí, amparados en la soledad, tenían a mi cuñada sola para ellos.
Las primeras veces solía ir, por deseo expreso de Rafa, con el bañador que yo le prepare, para que sus amigos también pudieran ver, sin ningún problema, los suculentos dominios de Rafa.
Sara no sabe de quien fue la gran idea, pero lo cierto es que uno de esos días aparecieron con una cámara de vídeo, y así fue como quedo constancia, para la posteridad, de todo lo que una chica no debe enseñar a los extraños. Pues amparándose en su pasividad la grabaron en todas aquellas poses y posturas que mejor permitían ver las zonas de su cuerpo mas intimas.
Poco después, en su aniversario, Rafa le regalo un reducido bikini blanco, con un escueto tanga como parte inferior, que le dejaba todo el pandero al aire y al cual se notaba que le habían recortado el forro para hacerlo todavia mas transparente. Tanto se clareaba que ahora se la veía prácticamente desnuda cada vez que se mojaba, pues la fina tela solo velaba tenuemente sus deseables formas.
Cuando Rafa creyó que había llegado el momento oportuno, la convenció para que hiciera top-less, primero en privado; y, pronto, delante de sus amigos.
En algún sitio tienen que tener escondidas el montón de horas grabadas con los juegos y tonterías que hacían en la playa; y que servían, mas que nada, para poder hacer unas estupendas tomas del precioso cuerpo de mi cuñada, mientras se aprovechaban de este.
Pues gracias a la increíble docilidad de Sara, inducida por la hipnosis, pronto empezaron a poner sus manos donde no debían, amparándose en la soledad de la cala.
Los roces habían sido mas o menos discretos hasta el día en que, influidos por Rafa, quisieron gastarle una broma, tirándola de la colchoneta donde ella dormitaba, al agua.
Al hacerlo, y mas por malicia que por torpeza, la agarraron por sus relieves mas pronunciados; cuyo volumen y firmeza los convertía en unos asideros tan ansiados como idóneos.
Al ver que ella en vez de enfadarse luchaba por volver a subirse otra vez decidieron continuar con este juego; y así, meterle todos mano, sin problemas.
Sara en verdad disfrutaba con estas alegres peleillas, como cuando era una niña, y apenas tuve que influenciarla para que accediera, gustosa, a participar en ellas. La colchoneta era el terreno de lucha ideal, pues allí podían agarrarla por todas partes sin que nadie les viera.
Sara forcejeaba como una leona, abrazada a ella con los pies y con los brazos para que no la pudieran tirar; y los chicos, como no, no ponían demasiado empeño en hacerlo, pues así podían estrujar sus pechos, y su trasero, durante mas tiempo. Ademas de que la separación de sus piernas era ideal para que de vez en cuando alguna mano se perdiera entre ellas.
Los días en los que el viento les impedía echar la colchoneta al agua, jugaban con Sara entre las olas, haciendo como que se peleaban, para poder hacerle ahogadillas; y, para hacérselas bien, no dudaban en agarrarla por los senos, para inmovilizarla bajo el agua.
Mi cuñada no se quejaba de la inferioridad numérica, pues sabia que ellos no se resistirían a sus ataques, sobre todo si les incrustaba los pechos en el rostro mientras los sumergía.
Ni que decir tiene que, en bastantes ocasiones, termino con el pezón dentro de la boca de alguno de ellos, que lo saboreo gustoso tanto tiempo como le dejaron sus envidiosos compañeros.
Tanto disfrutaban con ella, que ya ni en la arena la dejaban tranquila; y así, cuando había poca gente en la cala, aprovechaban para hacerle cosquillas entre todos.
La verdad es que reírse no se reía mucho, pero la embargaban mil sensaciones distintas cuando notaba sus dedos pulsando en los puntos mas sensibles de su anatomía, mientras se rebozaban de arena, al rodar en confuso montón sobre las toallas.
El ultimo domingo, antes de los exámenes de junio, Rafa se atrevió, incluso, a soltarle los lazos del tanga, mientras ella dormía bajo la sombrilla.
Sara no sabe lo que le hicieron durante la hora y pico que estuvo dormida.
Pero si recuerda que, cuando se despertó, tenia irritados ambos orificios; sobre todo el posterior, que ahora estaba totalmente escocido.
Por suerte, y gracias a la hipnosis, mi cuñada no solo no se enfado con ellos; sino que, aparentando no haberse dado cuenta de nada extraño, accedió a continuar desnuda, al igual que ellos, el resto de la mañana, a condición de que no la grabaran mas con la dichosa cámara.
Como de costumbre mi cuñada notaba como las manos de los muchachos se agarraban febrilmente una y otra vez a sus zonas mas firmes y carnosas, mientras practicaban juegos aparentemente inofensivos. Pero esta vez, como novedad, también notaba sus endurecidos dardos incrustarse contra su cuerpo, restregándose por todas partes mientras la magreaban jugando a las ahogadillas.
Fue su novio el que decidió dar por terminada la diversión, pues se dio cuenta de que, de seguir rozándola así, alguno podría acabar metiendo su duro palo en los agujeros que no debía.
Capitulo 10: ¿M/F, ¿F/F, HIP, EX, V, C
Y mientras Sofía, por su parte, se había convertido en la amante de mis dos viciosos socios.
Estos, al principio, solían citarla en nuestra oficina, a la hora del almuerzo; donde, por turnos, o a la vez, la llevaban al orgasmo una y otra vez, en unos acoplamientos tan violentos como intensos.
Gracias a sus ligeros vestidos apenas tenían que desnudarla, para poseerla, sobre la mesa, o en el sofá, dejando al aire sus encantos con comodidad.
Pero, desde que yo estuve a punto de sorprenderlos en plena faena, un día que regrese antes de la hora, tuvieron que cambiar de táctica.
Desde ese día eran ellos los que solían venir a menudo por nuestra casa, o invitarnos a la suya, para hablar de negocios, o pasar la velada. Allí se turnaban en entretenerme; así, uno de ellos me daba conversación, para que el otro pudiera beneficiarse a mi esposa.
Sofía, en estas ocasiones solía acudir sin ningún tipo de ropa interior, y con vestidos muy amplios y holgados, para no perder el tiempo en desnudarse y poder disfrutar al máximo de estos frenéticos encuentros amorosos, a los que se acostumbro rápidamente.
Pero seguía siendo en el interior de la tienda donde mas disfrutaban del espléndido cuerpo de mi esposa.
Pues los clientes habituales, que ya eran legión, podían, gracias a su extraordinaria amabilidad, ponerle y quitarle todo tipo de prendas intimas, con los magreos que fuera mester hacerle mientras contemplaban de cerca su magnifico cuerpo desnudo.
Sofía se pasaba casi todo el día metida en el probador, descansando únicamente cuando algún qie otro cliente caprichoso solicitaba que fuera la joven Eva quien le atendiera.
La chica accedía gustosa, pues sabia que a cambio de mostrarles sus encantos tendría mas tarde la oportunidad de realizar todos sus deseos lesbicos con mi esposa, en cuanto cerraran la tienda.
Pues este era el pacto tácito que existía entre ellas, por culpa del cual rara era la tarde que Sofía no tenia que quedarse un ratito mas en la tienda practicando los placeres de Lesbos.
Eva satisfacía al mismo tiempo sus deseos y sus frustraciones, ya que pronto saco a relucir su vena sádica, enseñando a mi esposa a mezclar el placer con algo de dolor a base de pellizcos y palmadas.
Mi mujer no es de piedra y, cuando las caricias de los clientes la ponían demasiado tierna, solía recurrir al fiel hermano de su ayudante como extintor.
Y este, encantado, apagaba su fuego en la trastienda, donde la penetraba incansable las veces que hiciera falta, hasta que ella recuperaba el control sobre sus instintos y volvia a los probadores.
Luis, del que no me quiero olvidar, también recibía una suculenta parte del pastel; pues, desde el día que regresamos del viaje en el yate, usaba a mi esposa a su antojo.
Siempre que tenia tiempo y ganas la llamaba por el teléfono móvil, y la hacia acudir presurosa a su consulta, o a un discreto hotel, donde poder saciar todos sus apetitos sexuales.
Y estos, con el paso del tiempo, pronto se convirtieron en perversiones.
Porque lo cierto es que una vez que Luis hubo satisfecho su viejo deseo de poseer a mi esposa, reiteradas veces, en todas las posturas que se le ocurrieron, y por todos sus orificios, perdió bastante interés por ella.
No es que no tuviera ganas de hacerla suya, es que la novedad ya había pasado; y él, gracias a sus dotes de hipnotizador, tenia a muchas otras pacientes deseables, de todas los tipos y edades, con las que divertirse.
Así que solo recurría a mi mujer cuando se le ocurría alguna nueva forma de humillarla o de utilizarla. Creo, sinceramente, que sus actos eran provocados en parte por la envidia, y en parte por el deseo de vengarse por el desprecio que ella le hizo cuando éramos estudiantes, eligiéndome a mi.
La verdad es que siempre procuraba no dejar ninguna marca, ni permitía que sus pacientes las dejaran, para que yo no me enterara de lo que pasaba.
Si nombro a los pacientes es por que ahora se que muchos de ellos se curaron de sus traumas gracias a mi esposa.
Fueron varios pacientes los que en la consulta curaron su complejo de edipo gracias a los mullidos senos de Sofía, mamando y disfrutando de sus duros pezones durante horas.
Bastantes mujeres descubrieron, gracias a las hábiles caricias de mi esposa, que su problema de frigidez no era otro que el no querer reconocer su lesbianismo latente.
Y mi mujer perdió la cuenta de la cantidad de hombres que curaron su problema de impotencia, o su eyaculación precoz, entre sus acogedoras piernas, poseyéndola sesión tras sesión hasta aprender como controlarse.
También ayudo a curar algunos casos mas difíciles fuera de la consulta.
Como el de aquel paciente que solo era capaz de correrse cuando la violaba, y al que tuvo que entregarse varias veces en apartados jardines y descampados, fingiendo ser su victima para curarlo.
O aquel otro que solo se empalmaba cuando miraba. Para curar a este tipo se tuvo que dejar ensartar a la vez, por delante y por detrás, por dos entusiastas negros senegaleses, con los miembros mas grandes que ella había visto nunca, y que la dejaron practicamente para el arrastre.
Lo cierto es que Luis procuro que ningun paciente le viera la cara a mi esposa, usando mascaras y antifaces; pero todos recordaran, con agrado, y supongo que con cierta nostalgia, el soberbio cuerpo del que disfrutaron hasta la saciedad.
La fiesta de fin de curso fue la gran noche, en la que, por fin, Rafa consiguió, en parte gracias al alcohol, vencer la débil resistencia de mi cuñada, y hacerla suya.
La poseyó en el mismo jardín del instituto donde ella le rechazara la vez anterior.
El chico, para ser la primera vez, no lo hizo del todo mal, a pesar de que la desfloro con demasiada brusquedad y eyaculo cuando ella apenas empezaba a disfrutar de su orgasmo.
Así que tuve que ser yo el que esa misma noche, en mi casa, lograra que Sara se entregara al sexo con verdadero placer.
Por ser también la primera vez que lo hacia con ella procure hacer evidente mi experiencia y, con habilidad, conseguí que obtuviera dos poderosos orgasmos, que la convirtieron definitivamente en mi fogosa esclava sexual.
El placer fue mutuo, pues ahora, por fin podía realizar mi sueño dorado, y la penetraba, incansable, cada vez que nos quedábamos los dos solos en casa; lo cual sucedía, por suerte, muy a menudo.
Mi cuñada tuvo que empezar a tomar pastillas, pues entre su novio y yo no había día que no alcanzara varios orgasmos.
Y cuando, por fin, nos cedió a ambos su ultima entrada, pense que ya no podía ser mas feliz, al poder utilizar, a placer, ese adorado orificio, que tantas veces me había negado mi querida Sofía.
Lo que yo no podía saber era que mi esposa, de la que me apiadaba no solo por sus cuernos, sino porque la veía volver del trabajo cada vez mas agotada, se estaba convirtiendo rápidamente en una adicta al sexo.
Dado que no había día que Luis o alguno de sus fieles amantes no la hiciera gozar, cuando no coincidían varios a la vez, llego a acostumbrarse de tal forma a satisfacer sus apetitos que cuando no la llamaban era ella la que los iba a buscar, contentándose con hacer suculentas tortillas con su cariñosa dependienta o con su no menos cariñoso hermano cuando le apretaban las ganas y no tenia tiempo de ir a su encuentro.
Pronto la cosa se salió de madre, pues los afortunados clientes de Sofía, cuando por fin se dieron cuenta de lo fácil que era llevarse a mi esposa al huerto, solo con rozarla y acariciarla en los lugares adecuados mientras le ponían y quitaban la ropa, enseguida empezaron a hacerla suya.
Ella, que cada vez lo hacia con mas ganas, pronto empezó a ver como se formaban autenticas colas en el interior de la tienda, esperando turno para poseerla.
Capitulo 11: 2M/F, 2M/f, F/f, HIP, IN, V, C
Todo esto lo he sabido a raíz de lo que paso hace un par de semanas.
Como mi apetitosa cuñada ya había terminado el curso escolar logre salir un par de horas antes de mi despacho, con la sana intención de poseerla tranquilamente en mi casa antes de que volviera mi esposa de la tienda, donde yo sabia que tenia trabajo para rato.
O al menos eso pensaba, pues cuando entrábamos en el comedor presencie una escena increíble.
Sofía estaba a cuatro patas, con un curioso vibrador incrustado hasta el fondo en su angosto culito; y, mientras ella se masturbaba fogosamente, apuñalándose la intimidad con un enorme consolador anatómico, le estaba haciendo una espectacular mamada a Luis, usando sus labios y lengua con una habilidad increíble, desconocida hasta ese momento para mi.
El muy truhán, sentado en nuestro sofá, con los pantalones bajados hasta los tobillos, en cuanto nos vio, sin perder su legendaria sangre fría, dijo las frases mágicas pertinentes, para que ambas reaccionaran como si allí no hubiera pasado nada.
Así, mientras Sara nos preparaba un café en la cocina, Sofía subió a su habitación para terminar de vestirse. No pude darle la paliza que se merecía, como hubiera sido lo lógico, pues me había excitado tanto la escena que mi empalme se marcaba claramente en los pantalones.
Luis, por lo tanto, no tuvo que hacer grandes esfuerzos para convencerme de que debíamos unir nuestros deseos.
Luego, cuando regresaron las dos hermanas, las obligo a desnudarse mutuamente, y a hacer el amor la una a la otra, para que yo me diera cuenta de las nuevas e increíbles oportunidades que se me brindaban ahora.
Mas tarde, mientras mis dos grandes amores competían entre si, para ver cual de ellas conseguía darme mas placer empleando hábilmente, a la vez, sus dulces boquitas en mi rígido bastón, Luis volvió a hacer de las suyas.
Como vio que yo estaba en el séptimo cielo, acariciando sus magnificas delanteras mientras se ocupaban de mi, se arrodillo detrás de ellas; y, desenfundando su gruesa arma, las fue penetrando, una detrás de otra, por riguroso turno, mientras masturbaba ansiosamente la cueva de la que estaba libre. Sus acometidas, cada vez mas rápidas y violentas, consiguieron enardecerlas de tal modo que su succión se hizo realmente frenética.
Manteníamos la mirada fija, el uno en el otro, mientras ambos alcanzábamos la cúspide del placer, disfrutando de los mismos cuerpos pero por distintos extremos.
En el ultimo momento tuvo, además, la delicadeza de preguntarme que en el interior de cual llegaba; y, ante mi sutil encogimiento de hombros, pues no me salía la voz, decidió hacerlo dentro de mi cuñadita. Me imagino que porque para él también era una deliciosa novedad correrse en una acogedora abertura, tan desconocida hasta la fecha.
Esa fue una larga noche de confesiones, en las que mi esposa, bajo la frase mágica que pronto aprendí, me fue poniendo al día de todo lo que le había sucedido, y que yo aun no sabia; mientras Sara, que se quedo a dormir, calmaba mis iras y tambien mis anhelos aplicando su húmeda boca en mi aparato, con su habitual maestría.
Gracias a Luis he conseguido que Sofía vaya volviendo al redil; y, aunque aun no consigo evitar que se deje manosear por el primer audaz que osa ponerle la mano encima, sobre todo si son mis socios, al menos he conseguido que deje de acostarse con ellos y con los clientes de la tienda, muy a su pesar.
Sara, como cada verano, ayuda a mi esposa en la tienda, mientras la chica esta de vacaciones, y ambas se tienen que repartir a los clientes; pues estos, la mayoría de las veces, no saben por cual de las dos decidirse para que se prueben las prendas en su presencia.
Porque, las cosas como son, este es un método de venta increíble, que les permite renovar la lencería cada quince días, aumentando el precio de las prendas cuanto mas tiempo tarde el cliente en decidirse a comprar.
Incluso a los fijos les suelen autorizar a que sean ellos los que les pongan y quiten las prendas, consintiendo alguna que otra caricia audaz para animar a la clientela.
Eso si, ahora, cuando alguna de las dos no aguanta mas la excitacion, es la otra la que se encarga de calmar sus ansias.
Para esto me ha venido muy bien la ayuda de los chismes eróticos de Luis; y es que este tiene una variada colección de artefactos sexuales, requisados a sus pacientes, que hacen las delicias de mi esposa, y de mi cuñada. Y las nuestras también, todo hay que decirlo, pues nos ayudan a formar unos acoplamientos increíbles durante las orgías que realizamos en mi casa, cada dos por tres.
Ayer, sin ir mas lejos, Luis y yo lo pasamos en grande, viendo como Sofía, con un curioso consolador en forma de U introducido dentro de ella, que dejaba fuera un trozo igual de grande que el que tenia dentro, perseguía a su hermana, ambas a cuatro patas, por todo el comedor; pues las dos creían ser perritos en celo, gracias a la hipnosis.
Nosotros, cerveza en mano, animábamos a mi esposa a que siguiera lamiendo, pues era esta la única forma de lograr que Sara se dejara poseer.
Como nos dimos cuenta de que el artefacto restaba velocidad a Sofía, hicimos creer a Sara que la que estaba en celo era ella; y ahora si, ahora fue mucho mas fácil.
Era una delicia ver como mi cuñada lamía el miembro de goma, mientras esperaba que mi mujer, con su hábil lengua, le facilitara un poco mas la entrada. No tardo mucho, y pronto pudimos ver como la penetraba frenéticamente, hasta que ambas aullaron de placer.
Después dejamos que aplicaran sus dulces boquitas sobre nuestros aparatos, como dos aplicadas alumnas, hasta que también nosotros nos desfogamos.
Mas tarde cenamos todos juntos, desnudos, como de costumbre, pues no hay cosa que estimule mas el apetito que ver tanta carne en movimiento. El postre, como no, lo tomamos en sus senos, pues así calentamos motores para continuar la fiesta.
Esta vez dejamos que se pusiera el consolador Sara, pues Luis, tendido sobre la alfombra, boca arriba, ya estaba dejando que mi esposa cabalgara, feliz, sobre él. Mi cuñada, acostumbrada a estas lides, apenas tardo unos instantes en situarse en la posición adecuada para penetrar a Sofía por su abertura mas estrecha. Esto solo me dejaba a mi un orificio asequible y, como no, no tarde en taponarlo. No se si ustedes se habrán hecho una idea de la febril escena, pero les aseguro que el vaivén de los cuatro, acoplados en una sola pieza, era digno de la mejor película pornográfica.
Y si no dejo que se grabe esto en vídeo no es por otro motivo que la desconfianza que tengo en Luis, pues es capaz de venderlos después.
De hecho tengo algunos indicios que me hacen sospechar que el muy cuco esta en tratos son Rafa, para conseguir que le venda una copia de lo que le grabaron a Sara en la playa.
Afortunadamente el chico esta veraneando con su padre en el pueblo, así que hasta dentro de unos meses podremos disfrutar de mi cuñada con total impunidad.
Pues me temo que después tendremos problemas.
Digo esto porque el día antes de marcharse, mientras esperaba impaciente fuera de la tienda a que saliera su novia, espiando por el escaparate a ratos para no molestar, pudo presenciar el ir y venir de mi esposa a los probadores con los clientes, y sus picaras prendas, haciéndose una idea bastante aproximada de lo que allí dentro sucedía.
Así, cuando por fin entro en la misma, justo antes de que cerraran, aprovecho que mi cuñada se estaba acicalando en la trastienda para insinuar a mi esposa lo mucho que sabia acerca de como llevaban el negocio.
Viendo que Sofía callaba ante sus veladas acusaciones el pícaro zagal tuvo la osadía de estrujarle los pechos por encima del vestido, para darle a entender cual debía ser el pago por su silencio.
Y eso no, pues no voy a consentir que haya mas gente disfrutando de mis queridos juguetes. ¿O si?
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