Hola de nuevo a todos. En estos días ando bastante ocupada, por lo cual se dilatará un poco la prometida continuación de “Sadismo Satánico”. Entretanto os dejo un relato del que no soy autora, pero sí he reestructurado y adaptado a mi estilo personal. Cuento para ello con el permiso de la autora original, cuya pluma y obra admiro profundamente y que, por motivos que no vienen al caso, prefiere que no mencione su nick. Vaya pues en homenaje a la “dama perversa”. Saludos cielo; sabes que te quiero.
Por lo demás, advertir que lo que sigue es algo de una crueldad y aberración extremas. Pura fantasía. Tanto la autora original como la que escribe, si bien son amantes del género más duro y aberrante y se excitan muchísimo con estas fantasías, abominan y condenan prácticas como las narradas o similares cuando se convierten en realidad.
Vaya la advertencia para quien pueda sentir herida su susceptibilidad la historia que sigue. Lanzada queda pues la advertencia. Sé que a pesar de ella habrá quien lea el relato y se escandalice con él, pero yo avisé y, partir de ahí y como convencida masoquista que soy, disfrutaré y agradeceré todos los insultos y desprecios que a mi persona tengan a bien dirigir los lectores que se escandalicen con la lectura de lo que sigue.
Saludos.
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EL HIJO DEL MAL
Francisco vivía atormentado. Atormentado por una pasión jamás correspondida que palpitaba en su sangre, allá donde el alma encuentra su vínculo con la materia, y destilaba su esencia por cada uno de los poros de su ser, delatando a las claras su existencia, que a nadie pasaba inadvertida. El objeto de aquella, Diana, la fruta prohibida de su deseo desde la adolescencia.
Era Francisco un hombre ciertamente guapo, muy guapo, pero con una inseguridad que se traducía en una timidez que siempre la había impedido materializar su atractivo en el triunfo con las mujeres que podía suponérsele a juzgar por su físico. Para colmo de factores adversos, venía sumarse a este una mezquindad insana y enfermiza, quizá derivada del éxito que debía observar en otros varones, incluso, en ocasiones, mucho menos agraciados que él, pero que, no obstante, tenían una especie de gracia especial y una seguridad en sí mismos que él envidaba, sufriendo ataques de envidia a duras penas contenibles al ser testigo de ese éxito, que él deseaba para sí y sabía nunca tendría. Debía soportar de continuo verlos por aquí y por allá, cada vez con una hembra distinta y espectacular del brazo, mientras él debía contentarse con las sobras que ellos, dejaban, las chicas menos atractivas que, sabiendo que nunca podrían optar por los muchachos por los cuales las más guapas pugnaban, se conformaban con el “guapo, pero…”.
Francisco las odiaba a ellas por ser la confirmación de su mediocridad, y odiaba a las otras por no fijarse en él y sí en los otros. Y la cuestión es que esto no era exactamente así, pues rara sería la fémina que pudiera afirmar con sinceridad no haberse sentido nunca atraída por Francisco, pero era una atracción que se limitaba al momento de conocerlo. No podía el mezquino evitar que sus normalmente hermosos ojos azules, saltaran como los de un borrego para mirar descaradamente el escote de la primera chica atractiva que cruzara unas palabras con él, revelándose a las claras como un baboso y un enfermo depravado, quitándole cualquier atractivo que hasta ese momento hubiera podido tener. Tampoco conseguía Francisco encauzar una conversación medianamente normal con una de ellas, derivando siempre la conversación al mismo tema, el sexo, por más que ellas intentaran encauzarla pro otros caminos, ni tenía un mínimo de gracia para echar los trastos, sino que resultaba ordinario y soez. En definitiva, Francisco resultaba uno de los chicos primero, de los hombres después, más repulsivos que pudieran encontrase allá donde fuera.
Con todo, tuvo el hombre su premio cuando conoció a la que había de ser su mujer, una chica joven y bonita que se enamoró perdidamente nadie entendía de qué, y a la que la mezquindad de Francisco nunca consiguió desenamorar. Él, en cambio la aborrecía, seguramente por ser la única hembra atractiva que había accedido a salir primero con él, ser luego su novia y finalmente su mujer. La aborrecía y maltrataba, recompensando todo su amor y ternura con odio, palizas y desprecios continuos, sin que ella jamás dejara de amarlo y todo le perdonara.
Diana, por su parte, era todo lo contrario. Ya desde niña, había estado claro que de mayor sería una belleza y, desde que despertara a su primera adolescencia y la primavera de su vida alumbrara las flores de su cuerpo, estas habían sido las más hermosas del jardín en que había sido plantada y los que había visitado. Pero era Diana una muy buena y cariñosa persona, adorada por todos donde quiera que fuera, y cuya frescura y dulzura de carácter se reflejaba en su físico al igual que el de Francisco lo hiciera su mezquindad.
La vida a menudo recompensa la nobleza y bondad de corazón, y el caso de Diana fue uno de los casos en que así fue, encontrando marido en la figura de un hombre de su misma edad más o menos –apenas dos años mayor-, atractivo y empresario de éxito pese a su juventud, el cual le dio dos preciosos hijos como fruto de su amor, niño y niña.
Francisco era rubio y de ojos azules, rostro de fotomodelo. Diana, por su parte, tenía el pelo negrísimo, largo y ondulado, los ojos avellana. Él, alto, su cuerpo fibroso, marcando cada músculo de su anatomía cual si a golpe de artista genial estuviera cincelado. Ella, curvilínea, de grandes pechos y voluptuosas caderas, no obstante sin apenas grasa corporal, confirmando un cuerpo de verdadero infarto. Ambos eran bellos, pero la belleza de él era maligna, con cara de loco que asustaba y repelía, mientras que la de ella era angelical, con rostro infinitamente dulce que transmitía paz y calidez.
Con todo, Diana siempre había sentido una especie de simpatía por Francisco deque que fueran juntos al parvulario, que ya allí este era despreciado por escupir a los otros niños y otras linduras por el estilo. Por lo que ella sabía, era la única chica atractiva que no había sentido repulsión por él, quizá compadecida en su grandeza de corazón por la infelicidad que intuía en un ser tan desgraciado, pero nunca esa simpatía había llegado a confundirse con algo parecido al amor, pues, ciertamente, para nada le atraía a ella Francisco como hombre.
No podía decirse lo mismo de él. Desde siempre, la había deseado y había sido su dulcinea, su mujer adorada. Sus primeras masturbaciones, incluso su primer orgasmo, fueron bajo su influencia, y podría decirse que desde que se conocieron, a la tierna edad de cuatro añitos, había vivido enamorado de ella.
Toda la vida había sufrido sabiéndola fuera de su alcance, sin atreverse a declararle su amor, que ni a ella ni a nadie pasaba desapercibido por otra parte, y teniendo que soportar el verla con otros chicos. Porque semejante belleza, como era de esperar, no tardó en atraer la atención de los más codiciados, y ya desde los trece años se la había visto con ellos, hasta que a los veintidos conociera al que había de ser su marido.
Actualmente, ambos tenían treintaitres. Ni siquiera los dos partos habían conseguido mermar la belleza de ella, diríase, incluso, que había conseguido magnificarla, haciendo aún más redondas, voluptuosas y deseables sus formas. Tampoco los años habían conseguido sacarla de la cabeza de él, que cada noche seguía dedicándole sus pajas furiosas, aun en presencia de su mujer. Es más, hasta la había sometido a la humillación de masturbarlo ella mientras de voz invocaba su nombre, acatando Natalia con silenciosas lágrimas siempre.
Una persona como Francisco, con una personalidad esculpida por su odio y malignidad, no podía sino sentirse atraída hacia otras como él, lo cual no había tardado en llevarle hacia las más obscuras páginas satánicas de la red, en busca de una ayuda, en la cual no creía demasiado, para obtener por métodos metafísicos él éxito que estaba convencido merecía y le habían dado a otros, y, por supuesto, a su diosa.
Pero ni siquiera entre aquella calaña encontró a los suyos, no tardando en ser repudiado hasta por unos seres que dicen adorar al Mal y la mezquindad. No obstante, cada persona única en la vida, tiene su propósito y su destino, y estaba escrito que el alumno acabaría conociendo a su maestro. Este se presentó en forma de silueta obscura recortada contra la luna una noche, en sus sueños. Ante la expectante mirada de Francisco, unos larguísimos y enmarañados cabellos, tan negros como la más profunda obscuridad, se fueron desenvolviendo ante la reina de la noche, hasta despejar una soberbia silueta de mujer que, desnuda, se recortaba contra aquella eclipsando su magnificencia.
-Yo te saludo, alma obscura- le dijo.
-¿Quién eres?
-Soy quien es –respondió con voz infinitamente susurrante, lejana y cercana a la vez-. La mitad del todo, la intuición para la razón. Aquélla que es la parte estática…la matriz y la copa, vínculo indisoluble que forma un todo con la parte fluida, el falo y el tridente, para conformar el doble principio. Yo soy. Ella.
-¡Lilit…!- apenas susurró.
Versado en temática satánica y luciferina, no tardó en reconocer en su interlocutora a la Mujer-Satán. Aquella que fue la esposa original de Adán y que despreció a éste, a despecho de Yavhe y su mandato, para huir y acabar desposando con Samael, aquél que habría de ser el Ángel Caído, convirtiéndose en la mitad del todo conformado por ella y Lucifer: la parte femenina del Diablo.
Lilit era la reina del erotismo mental, lo sabía bien, y ejercía su dominio en el mundo de los sueños y la noche, donde era suprema. Sabía también que aquéllo era más que una simple experiencia onírica: sabía que era el despertar a su naturaleza, que siempre le había esperado.
-¿Para qué me has buscado?
-¿No me quieres?
-No…no es éso. En realidad, creo que siempre te he estadio esperando.
-Entonces, ¿para qué preguntas sobre aquéllo cuya respuesta conoces?
Francisco la miró en silencio.
-¿Qué me concederás?
-Nada.
-¿Nada?
-Yo no puedo concederte nada que no esté dentro de ti. Sólo puedo invitarte a despertar a tu verdadera esencia.
Silencio de nuevo.
-Entiendo.
-Serás mío para siempre.
-Siempre lo fui.
-Sí- sonrió ella. Los hijos de Eva nacen con su signo marcado en el alma, y los míos también-. Tú eres uno de mis hijos más amados, aquél que goza de mi gracia y beneplácito. Entrégate a mí, y serás feliz en la Tierra.
-¿Y después?
-¿Quién sabe lo que viene después?
-¿Tú tampoco?
-¡Ja, ja, ja!
Su risa era musical y tenebrosa a la vez, como una cascada de negra agua que fluyera en la obscuridad.
-Yo sí, por supuesto. Pero yo no soy un ser como los que tú puedes concebir, y ninguno de los que así son saben más de lo que tú mismo sabes, lo cual no les impide elegir su camino.
-Ya.
Silencio.
-¿Podré seducirla a ella?
-Podrás seducirlas a todas. Ninguna mujer puede resistir al hijo de Lilit que despertó a su esencia. A cambio, tendrás que adorarme y demostrarme tu amor como un buen hijo.
-¿Cómo?
-De ninguna manera que vaya contra tu deseo. Nunca te pediré nada que no desees hacer.
La mujer Diablo alargó entonces el brazo para tenderle la mano desde el aire. Francisco la tomó.
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Al principio, Francisco llevó a Diana a su casa a vivir, enviando a Natalia con su madre. Lloró mucho su mujer, y hubo de sacarla a rastras, cogida por los pelos, hasta la puerta. Allí continuó llorando y suplicando, ante las sádicas carcajadas de Francisco, el cual, con todo el desprecio del mundo, le tiró sus cosas a la cara y cerró la puerta en sus narices.
Noche de pasión se sucedía tras noche de pasión, y en todas ellas Diana se entregaba a él cual la más solícita y deseosa amante enamorada que era ahora. Atrás quedaban su marido e incluso sus hijos, que tanto habían llorado también ante su partida. Atrás sus padres y hermanos, y sus consejos. Para nada le importaban ya, desde que Francisco la había llamado y ella, sin ninguna condición, había aceptado ir con él. Así fueron pasando los meses, hasta que la cosa se fue normalizando un tanto. Fue entonces cuando Lilit se apareció de nuevo ante Francisco.
-Hijo…
-Madre…
-¿Por qué limitas tu comodidad, por el amor de una sola mujer?
-No entiendo a que te refieres, madre, pero amo a Diana.
-Y nadie te dice que no la ames, pero… ¿por qué enviaste lejos a tu esposa?
-¡Mi esposa es ella!- respondió despectivo, no hacia Lilit, sino hacia “la otra”.
-Por supuesto. ¿Trátala como tal pues?
-¿Qué quieres decir? No… entiendo.
-Trae de vuelta a Natalia. Ella te ama fuera de toda medida. No te dirá que no a nada.
-¿Y para qué quiero yo que vuelva?
-¿Por qué trabajas, hijo?
Francisco la miró confuso.
-Te he dado el poder para ser feliz en la Tierra. Para que nada escape a tus deseos, a través de la pasión irresistible que ejerces en las mujeres.
Seguía mirando sin entender.
-El marido de tu mujer es rico. Si le pides a ella que demande la custodia de los niños, lo hará, y él tendrá que pasarles una manutención y cederles la casa hasta que sean mayores de edad. Con ello, no tendrás que pagar alquiler ni trabajar.
-¡Pero eso no es posible! ¡Fue ella la que abandonó el domicilio conyugal?
-¿Y qué? –sonrió malignamente-. Ella es la mujer de mi hijo, y por tanto tiene mis favores. Su marido no podrá resistirse a ese encanto. Vivirá para siempre enamorado de ella y le concederá lo que le pida.
-Pero… esa manutención sería para mantener a los críos.
-Solo tienen cuatro años, hasta dentro de unos cuantos más no podrán reclamar al respecto. Si acaso a su padre, pero ya te he dicho que él no hará nada que contravenga el deseo de Diana.
-Pero… ¡que hago yo con los dos críos! Ya sabes que no me resultan precisamente simpáticos.
-Por supuesto. Son los hijos de él, no los tuyos. Para éso te dije que trajeras a Natalia. ¡Que ella se ocupe del cuidado y gastos de los niños y la casa, y disfrutad tú y Diana vuestro amor y el dinero de la manutención!
-Pero… si se ocupa de ello no podrá trabajar. ¿Cómo correría con los gastos?
-Tiene ahorros.
-Pero se le acabarían.
-¿Y? Cuando suceda, lárgala y busca otra que la sustituya.
Francisco quedó en silencio, reflexivo.
-La verdad es que… -sonrió- no está mal pensado.
-Y además es muy perverso –sonrió ahora ella-. Y eso te gusta.
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La cosa fue tal y como Lilit había descrito, cual si se tratase de el guión de una película por ella guionizada en los actores se limitasen a interpretar su papel. Pasaron a vivir en la finca donde antes Diana lo hacía con su marido, viviendo holgadamente de la manutención obtenida por los niños, ya que, al ser rico este, había podido ella demandar una bastante alta por cada uno, a la cual él no se opuso ni regateó en ningún momento.
A Francisco le encantaba tocarle las tetas a Diana delante de los críos y Natalia, amasándoselas y mamando de ellas con avaricia, recreándose en la perversión sin jamás rozar si quiera a la que fue su esposa, sin siquiera dedicarle un comentario cariñoso. Era simplemente una chacha gratuita, y como tal la trataban. Diana se prestaba con placer a ello, e incluso se montaba a horcajadas de él en el sofá para follarlo, se sacaba sus melones fuera para hacerle una cubana que acabara en copiosa corrida en éstos y su cara, o se la mamaba y tragaba con placer toda su leche por propia iniciativa, siempre a la vista de las criaturas. Luego, cada noche, follaban como locos, llenando ella la estancia con sus gritos de pasión, que se escuchaban hasta allá afuera, más allá de la verja, en las otras fincas.
Pero, llegado el momento y como Francisco había predicho, los ahorros de Natalia se agotaron. Inútil ya para aquello que la necesitaba, no dudó en echarla a la calle de nuevo, teniendo que arrastrarla otra vez de los pelos ante sus súplicas y llantos, que no provocaban más que las sádicas carcajadas de Francisco y Diana.
Al cabo de un tiempo, 3 meses más o menos, Natalia apareció un día ante la puerta sollozante. Había renunciado a su trabajo para acudir a cuidar de los niños, gastando además todos sus ahorros, y ahora había encontrado empleo como mujer de limpieza. Pero su madre había enfermado, y su sueldo no le permitía sufragar los gatos de su enfermedad, mucho menos teniendo que pagar un alquiler. Suplicó a Francisco y Diana que la ayudaran de alguna manera, aunque fuera solo cediéndoles una habitación, pero ellos solo se rieron de nuevo en su cara y la despidieron con todo el desprecio del mundo. Le dijeron que ya tenían una chacha nueva, y que se fuera a dar pena a otro lado, que a ellos no les importaban sus problemas.
Pasadas unas semanas, la madre de Natalia murió falta de la atención que necesitaba, y poco después fue ella misma la que se suicidó, con el corazón destrozado y sin ánimos para seguir viviendo. Francisco y Diana rompieron a reír como si de lo más divertido del mundo se tratara al leer la noticia en el periódico, y esa misma noche fueron al cementerio a celebrarlo, echando un polvo sobre su tumba y corriéndose él sobre la foto que allí habían colocado.
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Habría transcurrido un año desde la primera vez que Lilit se apareciera en sueños a Francisco, cuando vino a él por tercera vez.
-Hijo…
-Madre… vuelves a visitarme.
-Por supuesto. ¿Qué madre no volvería a visitar a su hijo bienamado de vez en cuando?
-Siempre que vienes, es para aumentar mi felicidad. ¿Qué nuevas traes ahora?
Lilit sonrió.
-Me conoces ya bien, hijo.
-¿Qué buen hijo no conocería a su madre bienamada?
Sonrió de nuevo.
-Te veo feliz al lado de tu amor, pero también veo que tu felicidad no es completa. Y también que podría ser mayor –añadió.
-Habla, madre. Te escucho.
-¿Qué haces viviendo con esas dos larvas en tu casa?
-¿Te refieres a los hijos de Diana?
-¿A quien sino? No son tus hijos. No son de nuestra estirpe.
-No, no lo son, y bien sabes que no es cariño precisamente lo que me inspiran.
-¿Por qué los soportas pues?
-Por la manutención, ¿por qué sino? Tú misma me diste la idea.
-Sí, yo te la di, pero… ¡por qué vivir de una limosna, cuando todo puede ser tuyo!
Francisco la miró confuso de nuevo.
-Siempre logras perderme, madre. ¿Qué me estás proponiendo?
-Muera el padre y la herencia irá a parar a los hijos. Mueran ellos después y lo hará a la madre, que tendrá su custodia y patria potestad absoluta, y que no pondrá pega alguna en ponerlo todo a tu nombre después.
De momento, las implicaciones de sus palabras le rebasaron, asustándolo.
-¡Pero madre! ¡Eso es asesinato! ¡Podría ir a la cárcel!
-Solo si te descubren.
La miró en silencio.
-Entiendo. Nunca descubrirán al hijo favorito de Lilit.
Ella sonrió.
-En verdad lo eres.
-¿Cómo hacerlo pues?
-Que cargue ella con la culpa.
Ahora la miró escandalizado.
-¡Oh, vamos! ¡Llevas un año follándote a esa zorra! ¡No me digas que no empiezas a cansarte!
No contestó, estaba confuso.
-Puedes follarte a la mujer que quieras, aunque sea para usar y tirar. ¡Qué haces tanto tiempo con la misma perra!
Francisco recapacitó sobre aquellas palabras, y pensó que no eran demasiado desatinadas. En absoluto.
-Escúchame, lo harás de la siguiente manera.
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No habían pasado dos meses, cuando una mañana un joven y exitoso empresario apareció muerto en la finca en que vivía. Al no acudir puntual al trabajo, cosa que hacía siempre rigurosamente, y no contestar tampoco a las llamadas, había acudido allí su secretaria, encontrándolo tendido en la alfombra. La autopsia dictaminó como causa del fallecimiento, una nefasta combinación de pastillas para dormir y alcohol, a lo cual había llegado tras una discusión días anteriores con su mujer.. Al parecer él la adoraba, a pesar de no convivir con ella desde hacía más de un año, cuando lo abandonó para irse a vivir con otro hombre, y se agarraba desesperadamente a la esperanza de que un día decidiera volver a su lado. En los últimos tiempos debía hacer insistido en ello más que de costumbre, llegando a provocar de la mujer que, finalmente, optó por romper cualquier lazo de amistad que los uniera. Ello lo sumió en una profunda depresión, llevándole a recurrir habitualmente al alcohol y los fármacos, lo cual acabó provocando su muerte.
La joven viuda, todo dolor, quedó al cargo de los dos hijos del matrimonio, a los cuales fue a parar la nutrida herencia.
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En su casa, Francisco y Diana brindaban con champangne por el éxito de su plan. No había sido difícil para Diana hacerse invitar aquella noche al domicilio de su ex marido, ni tampoco hacerlo sin que nadie al viera, argumentando que quería que fuese así por miedo a que pudiera llegar a enterarse Francisco. El hombre, por supuesto, se prestó a ello sin protestar, tan enamorado como estaba de ella. Una vez dentro y mientras le hablaba sobre “sus problemas” con su pareja, no fue difícil colarle unas pastillas para dormir pulverizadas en el vaso de whisky. Y tampoco lo fue el, una vez dormido, hacerle ingerir más de lo uno y más de lo otro hasta completar un toque mortal.
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Como buen compañero sentimental, Francisco adoptó a los niños, dándole los apellidos y pasando a convertirse, a efectos legales, en su padre. Pero Francisco no soportaba a los niños, lo único que deseaba era su dinero, y Diana no soportaba nada que no soportara Francisco, por lo cual, cuando le dijo que había que librarse de ellos, ni siquiera lo dudó un momento.
Como él le había dicho, los montó en el coche y los llevó hasta el río, hundiéndoles la cabeza en el agua hasta ahogarlos, primero a uno y luego al otro, sin que de nada sirvieran sus gritos suplicantes. Francisco por su parte, “angustiado”, llamó a la policía para informarles de que su pareja había perdido la cabeza en un ataque de celos y le había llamado por teléfono para decirle que se había llevado los niños para ahogarlos en el río. Desgraciadamente, no pudieron llegar a tiempo para salvar a las cinturas, y aun a ella hubieron de detenerla cuando ya llegaba a casa de vuelta. Por supuesto, Diana no delató a Francisco a pesar de su traición, tal era su amor por él, y este quedó en posesión entera de la herencia como padre de los críos.
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-Hijo…
-Madre. me alegra verte de nuevo.
-Y a mí verte a ti, hijo.
-Desde que llegaras a mi vida, todo a cambiado maravillosamente.
-Lo sé. Te dije que así sería. Pero no has sido un hijo agradecido.
Francisco la miró sorprendido.
-¿Por qué me dices eso, madre?
-Dijiste que me adorarías y me regalarías. Pero ni me has adorado, ni me has regalado.
-No me dijiste cómo hacerlo. Dilo y al momento lo haré.
Lilit sonrió.
-Lo sé. Despierta. Esta noche me harás tu primer presente. Es decir, siempre que lo desees.
-Más que nada en el mundo, madre.
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A través de la ciudad, lo guió hasta la falda de una colina. Quedaba en medio de la primera, y en ella se ubicaba un colegio femenino, desde el cual un camino salía hasta el parking flanqueado por sendas hileras de álamos, tras una de las cuales había aparcado el Audi robado. Obscurecía y era la hora de salir, con lo cual las niñas se dirigían hacia aquel en una marea de uniformes colegiales, con sus camisas blancas y sus faldas rojas a cuadros.
-Espera… alguna se desviará del camino.
Ya ni siquiera necesitaba estar dormido para escuchar la voz de su demoníaca madre.
En efecto, a los pocos minutos, una de las chiquillas, por alguna razón desconocida que tampoco importaba demasiado, venía caminando por fuera de este, tras la hilera de árboles. Sonrió al verle a modo de saludo, y él le devolvió la sonrisa. Una sonrisa cándida y tranquilizadora. Desde que despertara a su maligna naturaleza, había obtenido el control de sus expresiones y las sensaciones transmitidas por estas. Una espesa capa de arbustos se levantaba ante el coche, avanzando paralela al camino durante unos diez metros, ocultándolo a la vista.
-Es solo una niña, madre –pensó-. No debe tener más de 14 años
-Mejor, ¿no? Mírala… tan rubita, tan bonita… ¡Mira esas tetitas que empujan descaradas la camisa! ¡Humm! ¡Hasta a mí me excitan! Imagina como debe ser su tierno coñito… tan apretadito y con su mata de pelo rubio.
No había duda de que Lilit era la reina del erotismo mental. Con sus simples palabras, había conseguido en él una erección que amenazaba taladrar el pantalón.
-Pero no pasa nada. Si no te gusta, podemos buscar otra.
-No, madre. Ésta es ideal. ¡No veas cómo tengo la polla! ¡A punto de reventar!
Lilit sonrió.
Confiada por la afable apariencia del desconocido, la niña no desconfió para pasar ante él, oculta al resto de sus compañeras por los arbustos. ¡Confianza fatal! Con un rápido movimiento, Francisco la tomó violentamente y tapó su boca y fosas nasales con un trapo impregnado en cloroformo, silenciándola y haciéndola perder el conocimiento.
X
Cuando despertó, la niña se vio rodeada de árboles, atada de pies y manos a 4 de éstos, abierta en x. Miró asustada al hombre que de pie la miraba.
-¿Dónde estoy?
-En medio de una montaña, a más de 30 kilómetros de cualquier pueblo o casa habitada.
-¿Por qué… por qué me has traído aquí? ¿Para qué me has secuestrado?
-¡Para violarte!
Disfrutó viendo el miedo reflejado en los verdes ojos de la muchacha. De haberlo deseado, podría haberla seducido simplemente, pero no era ese el deseo de Lilit. Ni el de él tampoco. No, ellos querían verla asustada, sufriendo. A ella le complacía, y a Francisco le excitaba.
Sacando entonces una navaja y abriéndola, se agachó hasta arrodillarse junto a la nena.
-Por favor… -lloriqueó asustada. Francisco sonrió.
-Puedes gritar todo lo que quieras. Nadie te oirá, y nadie vendrá a ayudarte.
Con paciencia, disfrutando del momento, perforó la blusa, procediendo a hacer un corte más o menos circular, de tamaño aproximadamente algo superior a las aureolas de unos pezones grandes, sobre ambas tetas.
-¡Hum! Sujetador. No me explico por qué las putitas lo usáis, si lo que os gusta es provocar a todo el mundo.
Subió entonces el filo de la navaja en dirección a su cuello, ante el temor de la niña que lo miraba aterrorizada. Sin embargo, respiró aliviada cuando, tras colocar la punta sobre su garganta y presionar un poco con una sádica sonrisa, se desvió a un lado, internándose el frío acero bajo la camisa para colocarse bajo el tirante del sostén. Un hábil tirón, y fue seccionado sin rasgar la blusa. Luego el otro. Después, repitió la operación a la altura de su estómago, introduciendo la navaja por entre dos botones para cortar la sección media que unía ambas copas. Finalmente, metiendo dos dedos s la altura de la solapa, tomó uno de los tirantes cortados y, tirando de él, extrajo la prenda, arrojándola a un lado. Después, llevó su mano ante las juveniles tetitas para acariciarlas.
-¡Humm! ¡Qué delicia!
Tomó entre sus dedos uno de los pezoncitos entonces para pellizcarlo, suavemente primero, algo más fuerte después, hasta obtener un gritito de su dueña.
-¡Ay!
-¡Qué maravilla! Eres deliciosa, niña. Lo voy a pasar muy bien contigo. Pero primero habrá que ocuparse de tu falda. Es demasiado larga. Las niñas de hoy sois una putas, deberíais llevarla mucho más corta, como en las webs porno. En realidad es lo que te gustaría, ¿verdad?
-S-si… -convino ella sin atreverse a contrariarle.
-Bien… yo te enseñaré cómo debes llevarla a partir de ahora.
En la mente de la chica se encendió una luz. “Yo te enseñaré cómo debes llevarla a partir de ahora!”. Aquéllo parecía significar que no iba a matarla.
-Sí… enséñeme. A partir de ahora llevaré la falda como usted quiera.
Un cambio en la expresión de su secuestrador, que se tornó sería, diríase iracunda de momento, vino a asustarla de nuevo.
-¡Perdón… perdón! Soy yo la que quiero llevarla cortísima.
Francisco volvió a relajarse. Sonrió.
-Así me gusta, que reconozcas lo puta que eres.
-Sí… soy una puta.
-¿Y que es lo que deseas?
-Una buena polla.
El instinto de supervivencia le dictaba lo que debía decir. Sonriendo entonces, procedió Francisco a cortar la falda a escasos dos dedos de la vagina de la muchacha. Después, se alzó, pero permaneciendo de rodillas entre sus piernas, para contemplar su obra. Sonrió de nuevo satisfecho ante su obra. La niña era realmente hermosa y ataviada de aquella guisa semejaba una diosa teen superzorra. Con unos pocos movimientos más, cortó la cinta lateral de sus braguitas, que tomó a continuación y acercó a sus fosas nasales para olerlas.
-¡Hum! ¡Qué maravilla! ¡Hueles a putita!
Sacó entonces la lengua para lamer el lugar que había estado más cerca de sus orificios vaginal y anal.
-¡Me encantas, niña!
Soltando la navaja, llevó sus manos al cinturón para soltarlo y desabrocharse los botones del pantalón, bajándoselo. Su polla saltó tiesa y desafiante, asustando a la niña por su tamaño. Sin más preámbulos, se tumbó sobre ella y la taladró de un solo golpe de riñones. El alarido de la criatura fue desgarrador, levantando ecos en las montañas, confirmando su virginidad recién destrozada de la manera más cruel.
-Así me gusta… ¡grita! –la espetó aquel canalla, comenzando un frenético y violento mete y saca.
Y la niña lo hizo, pero no por cumplir su orden, sino por el terrible dolor que estaba sufriendo, su cara inundada en lágrimas. Se aferró entonces a sus tetas, no para acariciarlas tiernamente como antes, sino para agarrarlas con toda su fuerza, clavando en ellas sus dedos de uñas largas.
-¡Aah! ¡¡Me haces mucho daño!!
-¡Es lo que pretendo, puta!
Introdujo éstos entonces por el agujero practicado en la blusa para arañarlas con sadismo.
-¡¡Aah!! ¡¡Para!!. ¡¡Para, por favor!!
Pero él no paró, sino que sus manos se apartaron para dejar paso a sus dientes, que con saña comenzaron a morderlas, arrancando los pezones que devoró con ansia.
-¡¡Aah!! ¡¡Socorro!! ¡¡Que alguien me ayude!!
Pero nadie podría ayudarla, rodeada de bosques desiertos, y Francisco alcanzó su orgasmo en un paroxismo de placer, corriéndose a gusto y abundantemente dentro de la vagina recién estrenada de la niña, derrumbándose finalmente sobre ella.
Así quedó durante unos minutos mientras recobraba la respiración tras los cuales se levantó para mirarla desde arriba de nuevo. La muchacha lloraba aterrorizada y presa del pánico. Excitado ante tal visión, tomó su polla y le apuntó directamente a la cara, comenzando a orinar, apartándola ella a cara para evitar el chorro.
-Bébetelo todo o te corto el cuello.
Sin más opción, la muchacha abrió la boca y comenzó a tragar, cerrando los ojos para evitar le entrara orín en ellos, hasta que su torturador hubo acabado. Sólo entonces los abrió de nuevo para, entre el escozor producido por las sales, entrever lo que le pareció una bellísima mujer morena al lado de aquel diablo rubio.
Desde arriba, Lilit la contemplaba satisfecho al lado de Francisco. A sus pies, la chiquilla aparecía con la que fuera blanca blusa empapada de sangre, convertida en roja.
-Es… hermoso.
-Sí lo es –convino él.
-Mátala.
-¡No…por favor! –suplicó presa del terror- ¡No diré nada! No sé quienes sois, pero ni siquiera diré nada de lo que ha pasado! ¡Les diré a mis padres que me atacó un perro! ¡No me matéis! ¡Por favor!
Francisco sintió algo. No pena, ciertamente, sino más bien reparo de acabar con algo tan bello como aquella niña.
-¿Hay que hacerlo?
-No necesariamente.
-¿Por qué quieres que la mate entonces? La hemos hecho sufrir mucho y no creo que diga nada.
-¡No lo haré! ¡Os lo juro! ¡Os juro que no diré una palabra a nadie de lo que ha pasado!
Lilit sonrió.
-Porque es divertido. Mírala… mira como suplica por su vida. Ciertamente, podríamos irnos sin más, y aunque fuera a la policía, nunca te encontrarían. No hay ninguna necesidad de matarla.
-¿Entonces…?
-¿Es que no lo ves? ¡Precisamente en éso radica la hermosura de todo ésto! ¡Tienes su vida en sus manos! Puedes irte sin más y no tendrás ninguna complicación, haga ella lo que haga… pero también puedes matarla por puro placer. Simplemente por ver el miedo en sus ojos y negarle la vida.
Una diabólica sonrisa iluminó el rostro de Francisco, reflejando la luz de la luna.
-¡No! ¡No! ¡¡No!! ¡¡Por favor!! ¡¡Que alguien me ayude!! ¡¡No me matéis!! ¡¡Por favor!!
Sin dejar de sonreír, se arrodilló de nuevo entre sus piernas, colocando la punta de la navaja a la entrada de la vagina de la niña. Apretó entonces y el filo entró donde antes había entrado su poya, cortando y abriendo la carne.
-¡¡No!! ¡¡Aah!!
Cuando la hubo hundido hasta la empuñadura, comenzó a tirar hacia arriba, rajando hasta llegar al vientre y desparramar los intestinos.
-¡¡Aah!!
Desde abajo, la niña los miró horrorizada. Aún tardó varios minutos en morir, desangrada.
¿FIN?