A las 8:30 de la mañana en el vagón del metro no cabía un alfiler. Siempre era lo mismo en hora punta. Julia Durán fue arrastrada dentro del vagón por la marea humana. Sus pechos chocaron con el hombre alto, un verdadero gigante. Ella no era bajita y menos con tacones, pero su cabeza no le llegaba al pecho, tuvo que levantar la cabeza para mirarlo.
Él ni siquiera bajó la vista. Era un hombre guapo y corpulento. Pelo negro levemente ondulado, ojos verdes sombreados por espesas pestañas largas y curvadas. Si – se dijo -- demasiado guapo. Sus ojos miraban hacia delante por encima de las cabezas de todos los demás. Pensó que debía medir más de dos metros porque su cabecita rubia apenas llega a sus pectorales, profundamente marcados bajo la camiseta de algodón.
Se mantenía erguido sin que al parecer le afectaran las sacudidas del vagón que hacían bambolear a todos los demás. La musculatura de sus brazos le recordó a Schuarzheneguer en Termineitor. Es un hombre inmenso – pensó nerviosa al sentir entre sus tetas el enorme miembro del gigante. Parecía uno de sus antebrazos metido entre sus dos pechos, pero él mantenía las manos en los bolsillos, así que “aquello” sólo podía ser su miembro, seguramente aún no erecto.
Pensó en cómo sería cuando estuviera rígido en su totalidad. Gigantesco. Sólo una mujer tan grande como él podría admitirlo dentro. Bajó la vista al notarse cada vez más presionada contra el descomunal miembro. ¡Madre mía! Ella usaba una talla 100 pero “aquello” le llegaba desde la base de sus pechos casi hasta la barbilla. Con lo duro que lo sentía contra su carne era imposible que el hombre no tuviera una erección.
Volvió a levantar la cabeza para mirarlo y casi se desmaya al comprobar que también los verdes ojos del hombre la miraban con intensidad. El gigante inclinó la cabeza para susurrarle al oído:
-- Lo siento, nena, pero es que estás tan buena…
-- ¡¡Por favor!! – exclamó sofocada.
De pronto sintió una de sus manos entrando suavemente por la baja cintura de sus jeans hasta al alcanzarla en el sexo. Un hábil dedo se hundió entre los labios para masajearle hábilmente su botoncito congestionado. Cerró los ojos porque creyó que iba a desvanecerse y agachó la cabeza con la boca a menos de tres centímetros del inmenso miembro viril al tiempo que notaba como un profundo e intenso orgasmo explotaba en su interior de forma salvaje mojándole la tanga por completo.
De nuevo oyó la voz del gigante preguntando:
--¿Te gusta?
Su éxtasis era tan profundo que sólo pudo asentir con la cabeza y él siguió masajeándola suavemente, con una maestría y habilidad que ni ella hubiera sido capaz de proporcionarse.
Antes de llegar a la siguiente estación se había corrido de nuevo y lo mismo ocurrió en las tres siguientes paradas.
Notaba su miel deslizándose por sus muslos, pero el dedo se mostraba inflexible, tenaz y deliciosamente testarudo en seguir dándole placer una y otra vez, bajando el ritmo y aumentándolo conforme los clímax estallaban casi sin interrupción. Nunca, en sus veintidós años, había conseguido nadie hacerla gozar de forma tan rápida y continuada. ¡¡Jamás!!
De pronto él abandonó su sexo para tomarla del brazo y sacarla del vagón. Lo siguió sin pronunciar palabra, notando únicamente que su humedad le llegaba a las rodillas.
No le importó adonde la llevara, quería sentir dentro de ella aquella gigantesca y descomunal barra de carne, dura como el granito. Se dejaba llevar como una autómata, con el pensamiento ausente de todo lo que no fuera desnudarse y sentir como la penetraba aquel hombre tan salvajemente hermoso con su potente y desmesurada máquina de amor.
Eran las doce y media de la noche cuando una ambulancia llevó a Julia Durán a Urgencias con un infarto de miocardio. No pudieron salvarla. El forense dictaminó que el infarto fue provocado por una emoción excesiva durante el coito. Julia era la octava victima del mismo infarto en los últimos dos meses.
Todas las victimas eran estudiantes de Ciencias Políticas y de la Información de edades comprendidas entre los diecinueve y veintidós años. El semen encontrado en las vaginas provenía del mismo individuo. La policía no pudo intervenir porque ninguna de ellas había sido violada.
Continuará…