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EL GAUCHO NICANOR 7
Aquella mañana Nicanor como todos los días rumbeaba para la estancia de don Dorado. Lo animaba seguir trabajando en aquel lugar que había extrañado tanto cuando anduvo sin rumbo y perdido en la Pampa rustica.
Arrimo el caballo al palenque frente a la casa de los patrones. No sabía cual serían las tareas de aquel día, pero no importaba. A el le gustaba aquel trabajo, y sobretodo ahora que lo había n pasado a la casa. Don dorado estaba viudo hacía unos tres años y vivía en aquel caserón con sus tres hijos solteros. Dos varones y una mujercita de trece años. Los varones andaban por los veinte. Ya eran mozos. Uno de ellos trabajaba el campo el otro estaba estudiando.
Entró Nicanor por la cocina. Todo era silencio, tal vez era temprano. Las chicas de la servidumbre no habían llegado de sus casas cercanas. El gaucho miro para todos lados.
Nicanor fue caminando por los pasillos, husmeando a ver si encontraba a alguien por la casa. El comedor. La cocina. La sala de estar, todo vacío.
De pronto siente un murmullo o algo así. Se encamina por el pasillo donde esta el dormitorio de don Dorado. A mediad que se acerca se da cuenta de que lo que sale de allí son gemidos, mas que murmullos. Las voces se mezclan. No pueden diferenciarse. Parecen de repente como ronquidos. Gruñidos mas bien. Exponiéndose a ser castigado si fuera encontrado en esa historia se acerca sigilosamente a al puerta. Tal vez quiere espiar por el ojo de la cerradura. No se decide. Se siente excitado. Finalmente se decide y se agacha y entra con su mirada en la habitación iluminada por el gran ventanal y el sol que entra en ella.
Se sonríe con lo que ve. Don Dorado esta desnudo. A su lado y con la verga metida en la boca del don está el juez de paz. La chupa sin descanso. Gime don Dorado en estado de trance. El goloso juez la lame. Le da pequeñas mordidas. Se la vuelve a hundir en sus fauces salvajes. El hombre gime y acaricia la cabeza del juez. Ahora le vuelca un poco de saliva. La baña. La lubrica. Se aferra a es mástil erguido. Lo sube y lo baja. Se nota cada vez mas rígido. En un momento de adueña de los huevos de don Dorado. La cara del hombre maduro hace muecas. Tira palabras sueltas. El juez de paz no deja la verga. Vuelve a comerla. Ahora Nicanor ve que la lengua del Juez juega, zigzagueando un camino imaginario por aquel brioso tronco. El patrón suspira. Se mueve. Toca la cabeza de cabellos rubios del Juez que no levanta la cabeza hundida en aquella poronga deliciosa, imaginaba el gaucho. El gaucho ya estaba poniéndose muy caliente al ver la imagen de aquellos dos hombres saciándose, enredándose en caricias.
El juez ahora se ha colocado en cuatro patas y don Dorado se acerca por detrás. Acaricia aquella cola que Nicanor conoce bien. Se aproxima lentamente, pero con gran deseo. Se nota que la verga va entrando velozmente en aquel lugar caliente. El Juez se hamaca y gime. Se retuerce. Quiere clavarse un poco más en la estaca febril. Lo consigue. Los huevos de don Dorado golpean en las nalgas endurecidas de ese hombre agitado y caliente. El patrón toma de los hombres al otro hombre. Se prende en ellos. Acaricia la espalda y pasa sus manos por el pecho. Todo se realizas en armonía. El patrón sabe cabalgar un redomón como aquel. También de vez en cuando llega a la vara del Juez y le da unos masajes profundos y pronunciados. El Juez se sacude en completa enculada. Sintiendo palmo a palmo aquella vara que lo perfora feroz. El patrón se hamaca con mayor velocidad. Apura el ritmo. Los sonidos suben de volumen hasta llegar al paroxismo. Lo llena de leche. Lo colma y el juez gime satisfecho. Ahora la pija del Juez está tan dura como una roca. Don Dorado se ha tomado de ella y la chupa frugalmente. El Juez aprieta las carnosas nalgas del patrón, que chupa sin descanso. Toma aire y vuelve a comer aquella barra. El juez hurga en el oscuro redondel del Juez. Penetra con los dedos aquel orificio entregado. Nicanor traga saliva y siente que su cuerpo arde. Ya se ha bajado el pantalón y tiene su verga en la mano, se masturba sin sacar el ojo de la cerradura.
El juez ha entrado en el culo del patrón. El hombre lo penetra, va y viene, el patrón se contonea como una loca salvaje. Quiere que el Juez se lo clave. Lo dice en palabrotas que Nicanor jamás había escuchado de boca del patrón. El hombre está en otro mundo. Se retuerce como si estuviese herido. El juez saca la poronga y la vuelve a entrar. El patrón está en cuatro patas tira su cola buscando que la penetración sea completa.
En un instante el Juez lo ha puesto de espalda y colocando las piernas del patrón por sobre sus hombros le entra el estilete haciendo que el hombre pegué un grito feroz sintiendo como esa vara lo coge sin descanso. Inflamándose cada vez mas. La leche no tarda en salir y rociar el culo abierto del patrón que recibe el líquido feliz. Los cuerpos lentamente se desgajan. Se van moviendo en la cama y quedan tirados uno al lado del otro, buscando aire, mirando el techo.
Nicanor apoyado contra la puerta también se ha acabado en la mano, el semen cae al piso sin remedio, el se apoya ardiente en la pared mas cercana totalmente caliente. Luego tendrá que buscar un trapo y limpiar rápidamente aquellas manchas pegajosas. En eso siente ruido y entran dos chicas de la servidumbre charlando animadamente. Lo saludan y continúan camino hacia sus quehaceres.
Esa noche Nicanor luego de hacer el amor con su mujer Matilda. Ella le pide que cuente alguna de sus aventuras pasadas. Nicanor recuerda y dice
” después de abandonar a Flora y Lucio, tía y sobrino después de alejarme de aquellos días tan buenos que pase, habré cabalgado unas dos leguas. Y divise una pequeña población. Me adentre en ella. Detuve mi caballo en el palenque de la pulpería. Entre al lugar. Allí había poca gente. Saludé al pulpero un hombre joven y musculoso. Con la camiseta transpirada, de cabellera rubia y ojos claros. A su lado y yendo de un lado a otro una mulata de buenas formas y sonrisa blanca inmejorable. Ellos eran simpáticos.
__¿Como anda paisano?__saludo el hombre
__Acá estamos buscando un trago
__Así será hombre__ volvió a hablar el pulpero. Me sirvió una caña dulzona y ardiente
__¡Esta buena!__ dije yo
__Trabajando?__ pregunto curioso
__Algo así__ en aquel momento entro al lugar un hombre vestido de blanco impecable.
__¡Como anda dotor!__ dijo el muchacho tras la barra
__¡Como te va Fermín!
__Bien dotor, bien
__¿Y usted Clementina, como dice que anda muchacha?
__Bien mi dotorcito, haciendo algo__ el doctor en cuestión era un hombre maduro, tal vez la edad del patrón. Muy bien parecido. Se notaba agradable
__Veo que anda gente nueva__dijo el hombre mirándome
__Nicanor Godoy, un gusto__le dije estriando mi mano. El doctor la tomo.
__Un gusto muchacho, le convido un trago si no es ofensa
__No que va a ser__ Fermín nos sirvió unos vasos a ambos. Bebimos.
__¿Y qué anda haciendo mi amigo?
__Estoy de paso
__Tiene lugar donde quedarse
__La verdad que no. Eso iba a preguntarle, acá al hombre
__Aquí tendrá lugar hombre__ dijo Fermín
__¡Así se habla, otra ronda muchacho!!__ grito el doctor y así bebimos hasta muy tarde. No recuerdo cuando empezó el juego de cartas. Cuando cerraron la pulpería. Cuando empezó todo porque debo decir que estaba bastante mareado. En un momento el doctor tenía agarrada las grandes tetas de la multa que estaba desnuda y brillaba su piel retinta de una manera descomunal. Ella estaba sentada en la falda del doctor que bebía la miel de aquellos grandes y soberbios manantiales. Clementina tenía en sus manos la tremenda poronga de Fermín el cantinero que miraba la escena parado y apoyándose en los hombros de la mulata. Yo miraba y me empezaba a calentar aquella imagen. Aquellas personas sonreían y disfrutaban. Unos minutos después la boca del doctor se prendió a la mamadera que le ofrecía el cantinero musculoso. La verga era relamida y baboseada por el doctor, ahora ayudado por clementina que también era voraz y entregada.
En unos momentos estuve sin ropas y me acercaba a aquellos amantes felices. Fermín me abrazo y jugueteó con mis bolas, luego paso a mi mástil y por último busco mi boca y nos mezclamos en besos furiosos y hambrientos. Luego fue el doctor el que se prendió a mi verga, en tanto que la mulata bella hacía lo propio con Fermín. Luego intercambiaron posiciones. Clementina ahora se había prendido a mi vara que regocijante la pasaba de maravillas. Las manos de Fermín acariciaban mis nalgas prestas. De pronto el musculoso cantinero hurgaba mi agujerito sediento. Sus dedos eran grandes. Casi brutales. Manos rugosas. Yo lo imitaba y también ataque su parte posterior.
El doctor se acostó sobre un mesa rectangular que había en aquel lugar. Clementina se acercó y fue sentándose mientras penetraba la verga de aquel hombre en su cuevita mojada. Fermín se acercó por detrás y apoyo su tremenda pija en el agujerito dilatado ya de la mujer de ébano.
La fue entrando y yo para no ser menos me había puesto de rodillas y besaba el anillo del cantinero que habría sus cachas para que pudiera juguetear con mi lengua arrancándole gritos y suspiros de placer.
__¡Ahhhhh! ¡Así Nicanor! ¡Así, ahhhh, veo que tienes experiencia…__ así me decía aquel musculoso hombre que sacudía a la mulata enterrándole su monstruosa víbora que daba la sensación de que crecía a cada instante. Clementina gritaba de locura y se movía alocadamente, jadeando, clavada por todos lados.
Me puse de pie y fui apoyando la herramienta en aquel aro deseoso. Estaba preparado para recibir y fui entrando en aquel culo que me deseaba. Lo fui cogiendo suavemente. Sintiendo la hinchazón de mi pija. Me enloquecía aquel cantinero de brazos poderosos debatirse entre los placeres de dar y recibir.
El doctor empezó a sacudirse y acabar en la cueva rosada de Clementina. La mujer sentía que le chorreaban la , el doctor agarraba las tetas de la mujer. Mordisqueaba los pezones duros y gigantes. Mis bolas se chocaban en las carnes fibrosas de Fermín. Sentía que mi placer se derramaría en cualquier momento. Mordía la espalda de aquel gigante que sudaba amares. Estaba bañado de sal yo lamía su piel. Parecíamos rociados en aceites. Nuestros cuerpos resbalaban. Yo me detenía dentro del cantinero, sacaba la verga y la volvía a meter. La cabeza de mi verga sentía cosquilleos. Me detenía. Lo volvía a clavar. Fermín gozaba con Clementina que había sacado la verga de su culo y la había puesto entre sus tetas divinas. Apretaba el fiero grueso y gigante de Fermín que ponía los ojos en blanco y largaba su leche entre las tetas negras de la mujer que babeaba y lamía la leche que le había salpicado los labios morados, gruesos y sensuales.
No soporte ver esa imagen y fui largando semen y gritos de placer. Aferrado a la cintura del gigante fui largando y largando mis jugos que el palpitante agujero de Fermín recibía con dulzura y placer. El doctor se había acercado a nosotros y arrodillándose tomo mi pija y la limpió completamente.
__¡Eres un invitado muy fogoso!__comentó el doctor acariciando mi pija que buscaba desfallecer.
__Nicanor eres buen amante__ comentó Fermín.
Clementina se arrimó a mi que estaba de pie y apoyando sus tetas en mi, buscó mi boca y me chupo la lengua. Nos besábamos y ella acariciaba mi verga que no caía, en más buscaba resucitar. Nuestras lenguas se cruzaban sin reservas. Ella con su mano había puesto de pie mi verga. Se arrodillo y la metió en su boca. La besaba y la chupaba con gran maestría y efecto. Lamía. La lengua recorría mi ardor de arriba abajo y al revés. Buscaba mis huevos y los besaba. Los olfateaba. Le encantaba ese perfume, confeso más tarde. El doctor ahora estaba en brazos del gigante Fermín. Se había sentado en su regazo. Y jugueteaba con el enorme mástil del cantinero musculoso. Se besaban también. Se mordían el cuello y se lamían las tetillas. El gigante Fermín, metía uno de sus dedos en la cola del doctor que no se resistía, gozaba y se iba acomodando de tal forma de ir sentándose sobre esa hermosa verga. Lentamente aquel vergón fue desapareciendo en mas de la mitad enclavando al doctor que daba grititos mezclados en gozo y dolor. Clementina me tomo de la mano y acostándose en la mesa quiso que la penetrara. Su conchita chorreaba. Mi pija se perdió irremediablemente en aquella honda y calurosa habitación. Las tetas de la mujer eran devoradas por mi, mientras con el otro ojo miraba como el doctor cabalgaba al gigante Fermín sin reparos.
De un momento a otro el doctor hablo
__¡Ahhhh! Fermín…
__Siiii, dotor
__Meee pareceeee que estamos siendo grosero con el invitado__ detuvo la cabalgata sobre el cantinero y salió de donde estaba la víbora salió del escondite y se bamboleo. Se acercó a nosotros y saco mi verga de Clementina.
__¡Súbete tu aquí__ me dijo el doctor señalándome la mesa. Obediente subí y deje mi culo hacia arriba. El doctor se acercó a mi ano y entro con su lengua. Primero suavemente, luego profundamente. Abriéndome. Haciendo que mi agujero se fuera agrandando.. la boca del doctor me besaba y cuando sacaba su lengua entraba haciéndome rogar para que Fermín acercara su tranca divina. Así fue que un tiempo después la cabezota del miembro de Fermín en mi anillo. Presionó. Sentí su empuje. Hice mi cuerpo hacia atrás. Chocando aquel espécimen enorme. La cabeza fue abriendo camino. Me sentí lleno. Un poco dolorido. Gozaba de aquel aparato. La sangre de mi cuerpo se recalentaba. Estaba estremecido con aquel animal dentro de mi. El doctor se acomodo entre mis piernas y se apoderó de mi pija. Por el otro lado la mujer hacía lo mismo y me chupaba las bolas. Apresaba mi pija. Se cruzaban con las lenguas. Fermín me daba verga sin descanso, se prendía a mis hombros. Gruñía sacado de su ser mientras lanzaba chorros de fluidos en mi interior. Todos nos convulsionamos y empecé da derramar en las bocas que me succionaban mis líquidos en una nueva andanada de placer. Luego todos quedamos deshilachados. Agotados. El sudor de Fermín nos bañaba a todos. Nos quedamos intercambiando besos. Chupábamos las tetas hermosas de Clementina. Rozábamos su sexo. Ella nos tocaba nosotros, sin demasiadas fuerzas. A la mañana siguiente estabámos desparramados en el piso y todos habíamos dormido allí, no podíamos movernos al estar tan entumecidos. En ese lugar también me quedé varios días y en la cantina sucedieron cosas increíbles.-
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