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EL GAUCHO NICANOR 5
Aquella tarde el juez de paz entraba en la cueva de Matilda que gozosa abría sus piernas y recibía el madero duro del hombre. El juez buscaba sus labios carnosos y la chica dejaba que aquel hombre la cogiera sin muchos preámbulos. El hombre se quejaba ardiendo por todos lados.
Nicanor en tanto abría las nalgas del juez y con su filosa lengua lamía y besaba el anillo del hombre. Gemía caliente el señor Juez , se entregaba por delante y por detrás. Los cuerpos se retroalimentaban. Se daban energía y placer. La boca de Nicanor llegaba al fondo del canal y se apoderaba en caricias infartantes en el hoyo inundado de saliva del hombre que penetraba a su mujer, que gemía aferrada a las caderas del señor Juez que la movía con ritmo.
Sintió que Nicanor apoyaba la cabeza de su espada en la entrada. Lo dejo hacer. Fue entrando. Clavando. Los suspiros del Juez aumentaban de volumen. Así también su agujero se ensanchaba totalmente entregado a aquella herramienta que lo perforaba. Nicanor iba y venía dentro de aquel lugar. Mordía los hombros del Juez que serruchaba a su mujer aguantando la embestida en su anillo del gaucho aquel.
Mordía los pechos de Matilda, jugaba con ellos. Mientras sentía las manos de Nicanor que apretaban sus bolas circulares. El juez se quedó quieto un momento, siempre con la estaca en su culo. Nicanor disminuyo las embestidas. Se movía apenas. Matilda se salió de aquella clavada. Se acercó a Nicanor y le paso la lengua por los labios. Luego se fundieron en besos calientes y profundos. Ahora se movía un poco mas y el señor Juez gemía y enterraba un poco más su cola en la verga del gaucho. Nicanor se prendió a las hermosas tetas de su mujer. Los pezones erguidos arrancaban sonidos de gozo de parte de la mujer ardiendo. Momentos después ella se colocó delante del señor Juez, mas precisamente frente a su cara. El anillo de Matilda fue chupado. Lamido y lubricado con una buena cantidad de saliva. Así como estaba llego a la estaca del juez y la fue colocando en su agujero. Los tres quedaron otra vez pegados a través de sus sexos. El juez la traía de las caderas a Matilda, se aferraba como si estuviese a punto de hundirse en un mar imaginario. Le hundía su vara y la chica sentía como las pelotas del hombre golpeteaban en sus preciosas nalgas. Lo mismo sucedía con el señor Juez sintiendo su culito avasallado por el gaucho Nicanor que pegaba con su bolas en sus nalgas duras y musculosas.
Nicanor empezó a gemir y a sentir ese hormigueo en su verga y la leche empezó a brotar del ojo de su fierro. Los escupitajos se repitieron sin cesar y a su vez el hombre largaba su liquido en la colita de matilda que no paraba de moverse y chocar contra las bolas del hombre que se vaciaba sin remedio en su interior.
Los cuerpos quedaron esparcidos en la cama que era amplia. Las sábanas prontamente se llenaron de líquidos corporales y manchas que corrían antes de ser absorbidas por la tela.
Agitados los cuerpos se fueron reacomodando. Nicanor y el Juez se besaban los pechos y acariciaban sus vergas casi dormidas. Matilda besaba a ambos hombres y hurgaba en los anillos de Nicanor y el señor Juez.
__Deberíamos comer algo__ sugirió el señor Juez
__Creo que si
__Habrá algo supongo__ volvió d a decir el Juez
__Me fijare__ dijo Matilda y se puso de pie emprendiendo una caminata mostrando sus nalgas redondas, tersas y sensuales.
__Podrías contar otra historia Nicanor
__¿Usted cree?
__Creo que sí, eso, vos sabes nos enciende a todos los que la escuchamos
__Mientras comemos, ¿Le parece?
__¡Como no muchacho, como no!__ el Juez se fue incorporando. Mientras Nicanor le mordía la boca insaciable, luego el cuello y besaba después sus tetillas marrones. En tanto el Juez acariciaba el pájaro de Nicanor que ya buscaba emprender vuelo.
__¡Tranquilo muchacho, tranquilo!¡Ahhhhh!¡Como me calentas!__ decía el Juez finalmente logrando separarse de su amante.
Estaban ahora los tres sentados en la mesa. Comiendo algo y bebiendo unos vinos. Nicanor empezó a contar.
“Una mañana de aquellas en la toldería, aún dormía en mi tienda, luego de una noche tremenda con el cacique Tobías y una de sus esposas.
La alarma comenzó a sonar. Se escuchaba un griterío tremendo. Desorden. Ruido a galope de caballos. En mi tienda entra un indio muy joven, con cara de niño, aunque no era tan niño
__¡Seguirme!¡Seguirme!__ me dijo. Y señalándome la parte posterior de la tienda corrí detrás de el sin pensarlo y sin saber que pasaba. Corrimos hacia unas enormes cañaverales que estaban a unos cincuenta metros de la toldería.
Agitado a punto de desmayarme cuando llegamos. Se detuvo un instante y lo seguí nuevamente. Pasamos por una especie de laberintos y llegamos a un punto en que había un espacio y casi otra tienda metida en medio del cañaveral que no se veía de ninguna parte. Pero que si se veía desde aquel lugar gran parte de lo que pasaba en aquel lugar. Resulta que había caído una partida en son de paz. El sargento Cruz me andaba buscando, así me lo hizo saber, aquel muchachito que había sido enviado para salvarme.
__Cruz__ dijo algo agitado
__¡Sargento Cruz!__exclamé sorprendido y no tanto
__¡Si!¡Si!__ debo admitir, que por un momento tuve ganas de reencontrarme con aquel hombre que había sido como una especie de mentor en ciertos aspectos.
La cuestión era que luego de que había pasado la primera impresión yo seguía observando tras las cañas lo que se iba sucediendo allí en la toldería.
No me daba cuenta que estaba semi desnudo y al agacharme para ver un poco mejor dejaba mi culo apuntando al muchachito. Sentí una mano tocar rústicamente mis nalgas portentosas y afeitadas. Lo deje hacer haciendo como que no pasaba nada. El joven pareció entender que no me molestaba siguió tocando, ahora de manera mas suave. Apelando a que yo me sentía bien. De pronto paso un dedo dentro de mi raja. Llegó a mi anillo, sentí un deseo tremendo. Seguí mirando y esperando a ver que hacía este muchachito pasional. El dedito seguía calentándome. Sentí una lengua que se metía por toda mi carne. El estilete besaba mi anillo, jugaba con el. Sentía el aliento chocar con mi cuerpo. La verga se me había levantado. El muy cariñoso muchacho rozaba con sus dedos la pija y rozaba también mis huevos hinchados. Ya gemía. Se había adueñado de mi. Lo dejaba hacer. Las caricias me envolvían. Me hizo girar despacio y se prendió a mi verga como si fuera un bebé hambriento. Chupaba. Metía hasta el fondo de su garganta el mástil alzado. La saliva chorreaba por mi miembro. Luego el joven pasaba su lengua y volvía a meterse el fierro en su profunda garganta. Casi le daban arcadas pero la hundía y la masajeaba, se agarraba firmemente como si fuera aquella barra de carne una tabla de salvación.
Me vuelve a girar y me hunde su filosa lengua en el agujero semi abierto ya de la calentura. Me besa con sonoros besos. Me chupa. Hunde aquella fibra musculosa en el anillo y yo me abro cada vez un poco mas. De pronto el me toma de las caderas y hace que yo vaya bajando y chocando mi culo con su vara que se va hundiendo. Que es tragada por mi orificio ya dilatado y jugoso. Mis suspiros deben ser contenidos porque en ese momento pasan cabalgando los hombres de la partida que me están rastreando. La verga del joven ya esta totalmente dentro de mi y yo cabalgo enloquecido sobre aquella herramienta poderosa. La siento en mis entrañas y el joven se prende a mis nalgas. Las aprieta salvajemente y yo me siento desfallecer de placer.
Así enclavado en aquella hermosa tranca me doy un giro y quedo frente al muchacho que gime. Puedo apreciar su pecho y lo acaricio pasando mis dedos por las tetillas del joven que se eriza y siento que late su pija como nunca. La mía también esta en el punto mas alto. El chico la toma y la sacude. La toma entre sus manos huesudas y siente la dureza. Me pajea. Busca mis huevos y los toma, en tanto yo voy subiendo y bajando de aquella estaca que me ha hecho prisionero. Me da gusto. Nuestros cuerpos están bien pegados. Desquiciados. El joven es un atrevido o tal vez ya estaba anoticiado de cosas que sucedieron en aquella toldería anteriormente.
Me cogía sin detenerse. Su verga se inflamaba. Se detenía y yo la sacaba, para luego volverla a colocar en mi abertura sedienta. Sus ojos de pronto se cerraron y comenzó un aullido largo y agudo en tanto bañaba mi interior con su lechita tibia. No falto nada para que yo regara su pecho, su cara, sus ojos con mi néctar. El joven pasaba sus labios por aquella miel y la bebía sin remordimientos. Yo quedaba apoyado en su pecho. Su estaca aún permanecía dentro de mi. Se vaciaba por completo. Sentía las gotas bajar por el túnel. Busqué su boca y nos unimos en un largo beso. Nuestras lenguas se tomaban el sabor hasta el fin. Fui saliendo tranquilamente de aquella poronga y me acomodé a su lado. Los dos quedamos un momento mirando el amplio cielo azul. Algunas aves pasaban muy alto y el sol brillaba a pleno. Solo algunas nubes viajaban pesadamente por aquella bóveda infinita.
Las vergas estaban adormecidas. Entonces busque su pecho y pase mi lengua, lamiendo la salinidad de aquel cuerpo cobrizo, bien formado. Lamí sus tetillas y las besaba de manera suave. El joven suspiraba inquieto y note que su pija se elevaba nuevamente, me fui bajando hasta ella, la tome con mi boca, la rodee, empecé a chupar sonoramente. Los gemidos del chico se alzaban tanto como su miembro. Mi boca recorría los alrededores de aquella portentosa espada. Mordisqueaba la piel, la degustaba. Encontré sus bolas y también recibieron mis caricias. Abriendo la boca los tragaba. El muchacho se movía salvajemente. Enloquecido con las caricias que se estaba llevando. Mientras su pija tocaba mi garganta, uno de mis dedos se detuvo en su anillo, el joven abrió mas sus piernas y mi dedo entró en el orificio sensible. Mi boca engullía feliz la chota y en tanto penetraba al chico con dos dedos que iban y venían ensanchando aquel camino. Mi pija ansiosa se fue levantando. Quería penetrar a aquel joven que se había ofrecido como un amante fino y delicado y pasional.
Acomode mi verga en su anillo. Empuje y el lo recibió agachando la cabeza y ayudando para que lo penetrara un poco más. En un instante mis bolas golpearon con sus nalgas jóvenes y duras. El chico pedía que lo cogiera y yo iba y venía dentro de aquel ser. Estábamos acostados, de costado. Yo atrapaba con mis manos su verga lo acariciaba, luego lo dejaba, mientras mis venidas e idas en su culo me llevaban al paroxismo total.
De pronto unos ruidos, pasos __¿Qué pasa?__ preguntó yo,
__No sé__ contesta el joven. De entre las cañas aparece otro joven muchacho un poco mas robusto que el que tenía enculado. No se sorprendió al vernos. Sonrió. Hablaron entre ellos y yo no entendí nada. El joven que estaba conmigo siguió moviéndose. El otro se acercó ya totalmente desnudo y empezó a tocarme. Los brazos. El pecho. El cuello. Se acercó a mis orejas y la beso con suavidad. Yo seguí penetrando al otro joven que gemía y hablaba en su lengua. El nuevo amante me beso los brazos. Llego a mi cola y lamió las nalgas briosas y calientes y después de un rato hurgó y toco mi ano dilatado y húmedo. Pasó su lengua por allí sin detenerse. Mi cola se enardeció. Entonces hice que mi amante enculado se pusiera de rodillas y sin sacársela lo seguí llenando así en cuatro patas.
El nuevo joven me hizo sentir que apoyaba su vara contra mi anillo. Lo recibí sin quejas. Solo gozando. Su pija era mucho más grande que la anterior y me inflamó el culo. Yo grité un momento. Gemí. Pero no deje que sacará aquella estaca de mi anillo que gozaba. Mi leche se regó dentro del joven primero. Mi anillo apretaba latiendo al otro pijón que me invadía y caí un poco sobre el cuerpo del joven que un rato después me había puesto su pija en la boca y yo la tragaba. La besaba. Con mis manos la sacudía, dejaba que latiera, mientras el joven que me cogía largaba su crema en mi interior. Una vez sacada de su estuche se arrimó a mi boca para que la limpiara a fondo. Allí estaba yo entre unos cañaverales chupando las pijas de jóvenes que me regalaron gozo y placer. Tragué la leche del muchacho que me había llevado hasta ese lugar, con las claras intenciones de que todo terminará como termino. Yo agradecido. Nos quedamos tirados los tres entrelazados. Acariciándonos. Pasando nuestras manos por nuestros cuerpos insaciables. Recorriendo cada centímetro de piel. Todos los orificios eran tocados, acariciados, penetrados. Era un juego sublime.”
__¡Oh! Miren como me he puesto al recordar todo aquello__ dijo Nicanor
__¡Veo que no has estado tan mal querido esposo__acoto sonriente Matilda
__Te diré que no dulce mía__ contestó Nicanor abrazando a su esposa y besándole el cuello, mientras le apoyaba su verga dura contra aquellas nalgas bellas que tenía la joven mujer. Ella sin dejar de sonreír, quedo frente a el. Se besaron. El señor Juez de paz observaba calmo recostado en un sillón enorme. Veía como la pija alzada del gaucho golpeaba el vientre terso de Matilda que ya se aferraba a aquella vara que tan bien conocía y disfrutaba. Los amantes entre caricias y abrazos se acercaron al señor Juez quien los recibió con su verga totalmente erecta. Ellos, el gaucho y matilda, se arrodillaron frente al Juez y fueron mamando alternativamente la tranca dura y venosa. El Juez acariciaba la cabeza y la cabellera de ambos amantes que lo estaban haciendo gozar nuevamente. Ellos chupaban la vara e intercambiaban besos y lenguas. Dejaban la verga en medio y se tocaban las puntas de las lenguas fatídicas. El Juez gemía de placer. Había encontrado en ellos unos amantes sin igual. Matilda a su vez acariciaba el ano de esposo, hundía sus dedos en la abertura. Nicanor la dejaba hacer y sentía a su vez que su poronga estaba a punto de estallar. Entre chupadas y mamadas. La pija del señor Juez estaba rígida. Nicanor poniéndose de pie y dando la espalda al hombre, tomo la verga la guió a su entrada y se la fue metiendo suavemente hasta el fondo. El anillo se dilato del todo y el gaucho lanzó un gemido ardiente. Matilda tomo el garrote de su marido y lo metió en su boquita carnosa. La tragó. El hombre penetrado se hamacaba en la vara. El pistón entraba y salía. Como entraba y salía en la boca de Matilda. Un reguero de líquidos llenaron la habitación. Matilda limpio las vergas de los desfallecientes hombres. Todos quedaron enredados. Los amantes se estiraban en los sillones desparramados, satisfechos, agotados. La luz del día se iba consumiendo y el rojo horizonte era solo una línea fugaz que iba dando paso a la noche cerrada de verano.-
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