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EL GAUCHO NICANOR 4
Esa noche estaban acostados con el juez cuando el gaucho Nicanor comenzó a relatarles como habían continuado sus aventuras en el desierto pampeano.
“Resulta que habrán pasado unos 3 meses de mi vida en el fortín aquel perdido en medio de la Pampa. Había continuado acostándome con el sargento Cruz y el me trataba con mucho favor. Era un buen amante. Además nos habíamos cruzado con algún que otro soldado que también solía sentirse solo en aquellos parajes. Pero la verdad era que yo quería irme de allí y regresar aquí. Para eso debía huir. Largarme a cabalgar. Confieso que seguramente el Sargento ya conocía mis intenciones de desertar. el lo había hecho aunque la partida que lo fue a buscar lo encontró enseguida según me contó . El teniente que lo apresó estuvo muchos años en el cuartel., hasta que fue atravesado por una lanza Pampa. Pero dice el sargento que gracias a el conoció como era estar con otro hombre.
La cuestión es que una noche de luna redonda y blanca. Fui hasta el potrero donde estaba mi buen alazán. Lo tome de las crines. El me conoció enseguida así es que hizo muy poco ruido. Llevaba las riendas al hombro. Una vez que pase la cerca seguí caminando como unos cien metros entre espinillos y cañaverales que badeaban el fortín. Luego monté el caballo y salí a galope tendido.
El día me agarró cerca del río, me había ido para el lado de las tolderías. Había escuchado hablar mucho del Cacique Tobías. Era un Cacique que tenia fama de tratar bien a los escapados., a los desertores.
Hacia allí me encamine”
__Pero no tenías miedo Nicanor__inquirió el juez
__No señor, dudaba eso si pero el Sargento me había hablado muy bien del Cacique
__¿Ibas confiado?__ preguntó doña Sara tocándose la barbilla , mientras el juez la rozaba con su poronga semi dormida
__Un poco, la cuestión es que me arrime y allá me vieron unos cuantos indios que se vinieron al humo al grito de “Huinca, Huinca” atraparon a mi alazán que no se inmuto. Yo levantaba las manos en señal de paz, ellos tomaron las riendas y mirándome desconfiados me llevaron hasta la entrada de los toldos altos y amplios, al menos lo que se via de afuera. De pronto salió una figura fornida, un alto aborigen, con la tez oscura, pero de mirada tranquila, no había en el ningún rasgo violento y eso me tranquilizo.
__Huinca huir de fortín__ dijo sin esperar respuesta. Yo hice que si con la cabeza
__Baja del caballo estamos en paz__ sus brazos eran fuertes, la cabellera larga, tenía buenos modales.
__Sargento Cruz__ dije yo
__Sargento Cruz buen amigo__dijo y luego __Soy Cacique Tobías__ levante la mano en señal de saludo y el hizo lo mismo. Luego hizo una seña para que lo siguiera, los demás nos seguían a distancia. Los niños salían correteando y las mujeres observaban y sonreían al verme pasar, algunos se acercaban un poco pero a una sola mirada del Cacique se alejaban temerosos y con respeto.
Me llevaron a una tienda bastante amplia, fresca. Allí me tire no se cuanto tiempo y cuando desperté, estaban unas mujeres esperándome sentadas a mi lado. Me hicieron seña para que las siguiera. Salí detrás de ellas. Caminamos unos metros en silencio y llegamos al borde del río que daba vueltas por la toldería. Me quitaron el uniforme. Me restregaron como unas madres con su hijo. Eran cuatro mujeres de diferentes edades. Me limpiaron las orejas, debajo de las axilas. Luego las piernas, el miembro, por detrás. Las bolas, todo suavemente y riendo entre ellas. Mi vara se fue levantando. Ellas la acariciaban, la tocaban., la apretaban, ya mi verga estaba bien alzada. Una de ellas se arrodillo y la metió en su boca y chupo. Lo hacía bien. Entendía bien lo que estaba realizando. Mis gemidos se alzaban con mi verga. Las demás sonreían y seguían acariciándome por todas partes. Se fueron turnando para chupar mi tranca que echaba humo. De repente entre ellas apareció una madura mujer con unos accesorios. Las otras se fueron corriendo. Ella me sentó a la orilla del río, así como estaba. Me paso una especie de espuma por toda la parte de adelante y con un especie de cuchillo fue afeitándome todo por delante mientras de vez en cuando tocaba mi pija que se levantaba y caía a un costado sin dormir del todo. Pude observar que todas ellas no tenían vellos. Estaban afeitadas prolijamente. Luego hizo que girara y abriera mis nalgas y también pasó espuma por mi cola y luego afeito esa zona. Debo confesarles que mi temperatura estaba en el máximo. Luego que terminó con su labor la mujer tragó mi verga y luego corriéndose la pequeña pollera se montó sobre mi y me cabalgo mientras las otras mujeres tomaban mis manos y las pasaban por sus orificios totalmente lampiños y suaves, a lo que mi calentura crecía y crecía a punto de estallar. Otras acercaron sus tetas para que las chupara. Las tetas iban y venían, pasaban por mi lengua sin desordenarse, actuando con una manera delicada y respetuosa. Llene con un grito gutural la cueva de la mujer bonita que me había montado y ella sonrió, en tanto alguna de las damas limpiaban mi pija con sus lenguas. Luego se bañaron entre ellas y volvieron a enjuagarme y me secaron, dándome unas ropas parecidas a las que ellos usaban, que era prácticamente nada.
Fui conducido nuevamente a mi tienda, ya el anochecer iba ganando aquella tierra y se veía el crepitar de algunos fuegos en distintas partes de la toldería. Me trajeron de comer y beber. Una bebida parecida al vino, muy agradable. Sacie mi hambre y tuve ganas de pitar un chala que conseguí entre las ropas que me habían quitado.
No sé bien a que hora entró en mi tienda el Cacique Tobías. Venía con una botella de aguardiente.
__¡Bebamos!__ dijo y le dio un largo trago a la botella.
__¡Salud!__dije yo y me la empine. Era un bebida fuerte. Tobías encendió su pipa y lanzo el humo muy relajado.
__¿Quieres?__ preguntó alcanzándome la pipa. Fumé y el humo se fue perdiendo en la tienda. Los grillos sonaban entre los cardos y los espinillos de aquella zona que no era tan desértica. Había un cierto fresco que entraba por la entrada de la tienda.
__¿Tu quedarse mucho tiempo?
__No lo sé Cacique
__Aquí estar bien, ¿Las mujeres te han dado la bienvenida?
__Si Cacique, si, lo he pasado bien __seguíamos tomando y el sopor comenzó a apoderarse de mi. El Cacique era un hombre joven, se notaba fuerte, bien parecido. Dejamos de fumar y el Cacique me invito a dormir.
__Tengo por costumbre dormir con mis invitados la primera noche, salvo que este en el campo de batalla, pero los gringos por el momento parece que se han calmao__ diciendo así el hombre se levanto y se acerco a mi. Me tomo por los hombros ayudándome a incorporarme. Luego paso su brazo por mi hombro y me acompaño lentamente a los cueros y tapices, frazadas y todo tipo de trapos que hacían las veces de cama. Me hizo una seña para que fuera acostándome y así lo hice.
Yo estaba sentado en la catrera que era bien acolchada y cómoda, debo decirles, el Cacique Tobías permanecía de pie, pero ya se había quitado su taparrabos y su casaca. Me dejaba ver unos pectorales torneados y grandes. Su pinga era enorme, aún dormida. Los huevos que colgaban de aquel ser eran brillantes y redondos casi perfectos. Me relamí y me calenté al instante. El acercó a mi boca aquella espada prodigiosa y la bese primero y la sentía levantarse cerca de mi boca. Le daba pequeños mordiscos, le pasaba mi lengua que ardía de sed por aquel instrumento carnal. El Cacique suspiraba y me tomaba de los cabellos y acariciaba mi cabeza tiernamente. Hundí la cabezota en mi boca y tarde en deglutirla. El animal iba creciendo en proporciones inimaginables. Al menos yo no había visto una poronga de ese tamaño. Había perdido la noción del tiempo. Además estaba un poco borracho, debo admitirlo. Un rato después se tendió a mi lado. Me quito las pocas prendas que me cubrían y acarició mi verga que estaba rígida y marmórea. Me besó en la boca y sentía en mi estómago como su tranca chocaba con mi piel. Suavemente me dio la vuelta. Sentí como apoyaba la cabeza de su instrumento en mi anillo que aún temeroso sentía arder el deseo de ser penetrado de una vez. La cabeza comenzó a empujar, sentí dolor al principio pero mi anillo estaba preparado y por fin fue entrando ese pedazo en mi culo. El Cacique me tomaba de los hombros y gemía como entre dientes. No se oía nada alrededor solo nuestros quejidos y el moverse dentro mió a ese enorme y rico pez. El Cacique empujaba su vergota y golpeaba con sus bellotas mis nalgas sedientas. Me clavaba y apenas mordía mi oreja, primero una y luego otra. Tomaba mi pija y la acariciaba. La amasaba. Me apretaba las bolas. En tanto se movía un poco más veloz. Después más lento.
__¡Ser mi niña! ¡Esta noche ser mi niña! ¡Ahhhh! ¡Apretado anillo!__me decía al oído y apretaba mis nalgas. Mi calentura no soportaba aquel miembro en mi túnel. Yo movía mis caderas y atacaba su pija. El me tomaba suave por mis caderas y me detenía mientras gemía y hablaba palabras que no entendía.
Gruñendo pero lentamente sentí como largaba su semen en mis entrañas. Me mordió apenas un hombro. Apretó mi vara un poco más fuerte y yo sentía como chorreaba una cantidad de liquido que escapaba de mi entrada por los costados de aquel fierro que permanecía dentro de mi. El Cacique quedó un momento quieto. Sentí que su tranca se desinflaba apenas. El de pronto se movió. Muy despacio. Me beso en el cuello. Yo giré como pude la cara y busque su lengua dulce, mientras me besaba profundamente sentí como su verga se hinchaba otra vez en mi culo. Al sentir esa morcilla creciendo y golpeando las paredes de mi interior, largué mi leche en sus manos. Me retorcí y el me apretó contra si para que no saliera de su enclave fatal. Paso sus dedos por mi boca, yo comí de su mano, las lamí y luego el busco mis labios y nos fundimos en un largo beso intercambiando mi propia leche, con saliva y lengua. El me bombeaba y fue girando su cuerpo y yo quedé debajo de el. Con la panza apretando las colchas, sin sacarla el me puso en cuatro y siguió dándome placer. Iba y venía con aquel vergón dentro de mi. Yo sudaba y arañaba las cobijas, las retorcía y sacaba mi cola para que el me ensartará un poco mas.
__¡Ser gata salvaje!¡Oh, hermosa piel!¡Ahhhhh!!¡Ahhhhh!__ cuando estaba llegando al paroxismo se tumbó sobre mis espaldas con todo su peso y largo su néctar en mi anillo ensanchado y baboso. Sentí como el chorro golpeaba y se prendía en mi interior. Gozaba y el hombre también gozaba. Quedó como desmayado sobre mi. Luego se corrió sin salir de mi culito dilatado. Sentía las gotas saliendo nuevamente de aquel canal. Suspiraba en mi oreja, la besaba y la lamía. Por momentos se quedaba quieto y yo agradecido oía latir su tranca. Palpitaba junto con mi ano. Besaba mis hombros. La oscuridad cubría aquella tienda pero nuestros ojos acostumbrados a la falta de luz no impedía que viéramos nuestros movimientos, aunque yo poco podía ver de el. Lo mió era más sensorial que visual. Acariciaba mis brazos. Llegaba a mi pija y la rozaba con sus dedos. Tocaba mis huevos. Pellizcaba mis piernas. Las rozaba con las yemas de sus dedos mágicos y sensuales. Mi verga volvía a levantarse. Su pez en mi cola parecía respirar y volver a la vida. No sé el tiempo que había pasado, solo sé que su estaca volvió a inflamarse y el empezó a moverse en mi interior. A darme placer. A darse placer. Otra vez balbuceaba palabras que yo no entendía. Tal vez eran como un rezo. Solo sé que su pija me abarcaba y me llenaba, me extasiaba, me abandonaba la mente y todo era satisfacción y placer. Ese Cacique Tobías era un amante de los cuentos de las mil y una noches. Era sacado de un cuento. Su vergón inflaba mi interior. Me avasallaba, pero yo gozaba y el lo sabía. Lo dejaba hacer. Me apretaba las tetillas que estaban duras como una piedra. Y el las sobaba y apenas las prensaba en sus dedos y una corriente eléctrica enloquecida me subyugaba y me ganaba y perdía la cabeza. Me iba a otra parte. Me transportaba. Sus manos tomaban mi poronga y la sacudían. La movía. Luego la dejaba y la rozaba con los dedos y yo creía enloquecer. Arrancaba gemidos que retumbaban en la Pampa solitaria. Entre gemidos y balbuceos explotó en mi otra vez. El líquido corría dentro mío y sus manos otra vez recibieron mi semen. Lo paso esta vez por mi pecho, por mis piernas, por mi cara, nos besamos, nuestras lenguas se entrelazaron, se enredaron, se fundieron en una sola. El cuerpo temblaba de placer. Quedamos en silencio. Solo se oía la respiración de amantes salvajes. Algún lejano relincho. Una lechuza. Una modorra se apoderó de mi y creo que caí en un sueño.
No se cuanto paso, sentí un líquido caliente corriendo liviano por mi piel, me ardió, sin embargo no me desagradó. El Cacique nunca salió de mi. Estaba orinando y su meada llamo a la mía y lancé sin timidez mis chorros de pis. El paso sus manos, además agarró mi pájaro despertando y lo sostuvo en toda la operación. Mi sorpresa fue grande cuando su verga se hincho otra vez en mi culo y el Cacique siguió cogiéndome.
Esa noche por supuesto que no dormimos o lo hicimos muy poco. Lo que si recuerdo siempre es que aquel Cacique Tobías me la metió una vez y sacó su pija bien entrada la mañana siguiente, dejando mi anillo enorme y adolorido por unos cuantos días, pero eso si gozando como loco.”.-
aunque la partida que lo fue a buscar lo encontró enseguida según me contó . El teniente que lo apresó estuvo muchos años en el cuartel., hasta que fue atravesado por una lanza Pampa. Pero dice el sargento que gracias a el conoció como era estar con otro hombre.
La cuestión es que una noche de luna redonda y blanca. Fui hasta el potrero donde estaba mi buen alazán. Lo tome de las crines. El me conoció enseguida así es que hizo muy poco ruido. Llevaba las riendas al hombro. Una vez que pase la cerca seguí caminando como unos cien metros entre espinillos y cañaverales que badeaban el fortín. Luego monté el caballo y salí a galope tendido.
El día me agarró cerca del río, me había ido para el lado de las tolderías. Había escuchado hablar mucho del Cacique Tobías. Era un Cacique que tenia fama de tratar bien a los escapados., a los desertores.
Hacia allí me encamine”
__Pero no tenías miedo Nicanor__inquirió el juez
__No señor, dudaba eso si pero el Sargento me había hablado muy bien del Cacique
__¿Ibas confiado?__ preguntó doña Sara tocándose la barbilla , mientras el juez la rozaba con su poronga semi dormida
__Un poco, la cuestión es que me arrime y allá me vieron unos cuantos indios que se vinieron al humo al grito de “Huinca, Huinca” atraparon a mi alazán que no se inmuto. Yo levantaba las manos en señal de paz, ellos tomaron las riendas y mirándome desconfiados me llevaron hasta la entrada de los toldos altos y amplios, al menos lo que se via de afuera. De pronto salió una figura fornida, un alto aborigen, con la tez oscura, pero de mirada tranquila, no había en el ningún rasgo violento y eso me tranquilizo.
__Huinca huir de fortín__ dijo sin esperar respuesta. Yo hice que si con la cabeza
__Baja del caballo estamos en paz__ sus brazos eran fuertes, la cabellera larga, tenía buenos modales.
__Sargento Cruz__ dije yo
__Sargento Cruz buen amigo__dijo y luego __Soy Cacique Tobías__ levante la mano en señal de saludo y el hizo lo mismo. Luego hizo una seña para que lo siguiera, los demás nos seguían a distancia. Los niños salían correteando y las mujeres observaban y sonreían al verme pasar, algunos se acercaban un poco pero a una sola mirada del Cacique se alejaban temerosos y con respeto.
Me llevaron a una tienda bastante amplia, fresca. Allí me tire no se cuanto tiempo y cuando desperté, estaban unas mujeres esperándome sentadas a mi lado. Me hicieron seña para que las siguiera. Salí detrás de ellas. Caminamos unos metros en silencio y llegamos al borde del río que daba vueltas por la toldería. Me quitaron el uniforme. Me restregaron como unas madres con su hijo. Eran cuatro mujeres de diferentes edades. Me limpiaron las orejas, debajo de las axilas. Luego las piernas, el miembro, por detrás. Las bolas, todo suavemente y riendo entre ellas. Mi vara se fue levantando. Ellas la acariciaban, la tocaban., la apretaban, ya mi verga estaba bien alzada. Una de ellas se arrodillo y la metió en su boca y chupo. Lo hacía bien. Entendía bien lo que estaba realizando. Mis gemidos se alzaban con mi verga. Las demás sonreían y seguían acariciándome por todas partes. Se fueron turnando para chupar mi tranca que echaba humo. De repente entre ellas apareció una madura mujer con unos accesorios. Las otras se fueron corriendo. Ella me sentó a la orilla del río, así como estaba. Me paso una especie de espuma por toda la parte de adelante y con un especie de cuchillo fue afeitándome todo por delante mientras de vez en cuando tocaba mi pija que se levantaba y caía a un costado sin dormir del todo. Pude observar que todas ellas no tenían vellos. Estaban afeitadas prolijamente. Luego hizo que girara y abriera mis nalgas y también pasó espuma por mi cola y luego afeito esa zona. Debo confesarles que mi temperatura estaba en el máximo. Luego que terminó con su labor la mujer tragó mi verga y luego corriéndose la pequeña pollera se montó sobre mi y me cabalgo mientras las otras mujeres tomaban mis manos y las pasaban por sus orificios totalmente lampiños y suaves, a lo que mi calentura crecía y crecía a punto de estallar. Otras acercaron sus tetas para que las chupara. Las tetas iban y venían, pasaban por mi lengua sin desordenarse, actuando con una manera delicada y respetuosa. Llene con un grito gutural la cueva de la mujer bonita que me había montado y ella sonrió, en tanto alguna de las damas limpiaban mi pija con sus lenguas. Luego se bañaron entre ellas y volvieron a enjuagarme y me secaron, dándome unas ropas parecidas a las que ellos usaban, que era prácticamente nada.
Fui conducido nuevamente a mi tienda, ya el anochecer iba ganando aquella tierra y se veía el crepitar de algunos fuegos en distintas partes de la toldería. Me trajeron de comer y beber. Una bebida parecida al vino, muy agradable. Sacie mi hambre y tuve ganas de pitar un chala que conseguí entre las ropas que me habían quitado.
No sé bien a que hora entró en mi tienda el Cacique Tobías. Venía con una botella de aguardiente.
__¡Bebamos!__ dijo y le dio un largo trago a la botella.
__¡Salud!__dije yo y me la empine. Era un bebida fuerte. Tobías encendió su pipa y lanzo el humo muy relajado.
__¿Quieres?__ preguntó alcanzándome la pipa. Fumé y el humo se fue perdiendo en la tienda. Los grillos sonaban entre los cardos y los espinillos de aquella zona que no era tan desértica. Había un cierto fresco que entraba por la entrada de la tienda.
__¿Tu quedarse mucho tiempo?
__No lo sé Cacique
__Aquí estar bien, ¿Las mujeres te han dado la bienvenida?
__Si Cacique, si, lo he pasado bien __seguíamos tomando y el sopor comenzó a apoderarse de mi. El Cacique era un hombre joven, se notaba fuerte, bien parecido. Dejamos de fumar y el Cacique me invito a dormir.
__Tengo por costumbre dormir con mis invitados la primera noche, salvo que este en el campo de batalla, pero los gringos por el momento parece que se han calmao__ diciendo así el hombre se levanto y se acerco a mi. Me tomo por los hombros ayudándome a incorporarme. Luego paso su brazo por mi hombro y me acompaño lentamente a los cueros y tapices, frazadas y todo tipo de trapos que hacían las veces de cama. Me hizo una seña para que fuera acostándome y así lo hice.
Yo estaba sentado en la catrera que era bien acolchada y cómoda, debo decirles, el Cacique Tobías permanecía de pie, pero ya se había quitado su taparrabos y su casaca. Me dejaba ver unos pectorales torneados y grandes. Su pinga era enorme, aún dormida. Los huevos que colgaban de aquel ser eran brillantes y redondos casi perfectos. Me relamí y me calenté al instante. El acercó a mi boca aquella espada prodigiosa y la bese primero y la sentía levantarse cerca de mi boca. Le daba pequeños mordiscos, le pasaba mi lengua que ardía de sed por aquel instrumento carnal. El Cacique suspiraba y me tomaba de los cabellos y acariciaba mi cabeza tiernamente. Hundí la cabezota en mi boca y tarde en deglutirla. El animal iba creciendo en proporciones inimaginables. Al menos yo no había visto una poronga de ese tamaño. Había perdido la noción del tiempo. Además estaba un poco borracho, debo admitirlo. Un rato después se tendió a mi lado. Me quito las pocas prendas que me cubrían y acarició mi verga que estaba rígida y marmórea. Me besó en la boca y sentía en mi estómago como su tranca chocaba con mi piel. Suavemente me dio la vuelta. Sentí como apoyaba la cabeza de su instrumento en mi anillo que aún temeroso sentía arder el deseo de ser penetrado de una vez. La cabeza comenzó a empujar, sentí dolor al principio pero mi anillo estaba preparado y por fin fue entrando ese pedazo en mi culo. El Cacique me tomaba de los hombros y gemía como entre dientes. No se oía nada alrededor solo nuestros quejidos y el moverse dentro mió a ese enorme y rico pez. El Cacique empujaba su vergota y golpeaba con sus bellotas mis nalgas sedientas. Me clavaba y apenas mordía mi oreja, primero una y luego otra. Tomaba mi pija y la acariciaba. La amasaba. Me apretaba las bolas. En tanto se movía un poco más veloz. Después más lento.
__¡Ser mi niña! ¡Esta noche ser mi niña! ¡Ahhhh! ¡Apretado anillo!__me decía al oído y apretaba mis nalgas. Mi calentura no soportaba aquel miembro en mi túnel. Yo movía mis caderas y atacaba su pija. El me tomaba suave por mis caderas y me detenía mientras gemía y hablaba palabras que no entendía.
Gruñendo pero lentamente sentí como largaba su semen en mis entrañas. Me mordió apenas un hombro. Apretó mi vara un poco más fuerte y yo sentía como chorreaba una cantidad de liquido que escapaba de mi entrada por los costados de aquel fierro que permanecía dentro de mi. El Cacique quedó un momento quieto. Sentí que su tranca se desinflaba apenas. El de pronto se movió. Muy despacio. Me beso en el cuello. Yo giré como pude la cara y busque su lengua dulce, mientras me besaba profundamente sentí como su verga se hinchaba otra vez en mi culo. Al sentir esa morcilla creciendo y golpeando las paredes de mi interior, largué mi leche en sus manos. Me retorcí y el me apretó contra si para que no saliera de su enclave fatal. Paso sus dedos por mi boca, yo comí de su mano, las lamí y luego el busco mis labios y nos fundimos en un largo beso intercambiando mi propia leche, con saliva y lengua. El me bombeaba y fue girando su cuerpo y yo quedé debajo de el. Con la panza apretando las colchas, sin sacarla el me puso en cuatro y siguió dándome placer. Iba y venía con aquel vergón dentro de mi. Yo sudaba y arañaba las cobijas, las retorcía y sacaba mi cola para que el me ensartará un poco mas.
__¡Ser gata salvaje!¡Oh, hermosa piel!¡Ahhhhh!!¡Ahhhhh!__ cuando estaba llegando al paroxismo se tumbó sobre mis espaldas con todo su peso y largo su néctar en mi anillo ensanchado y baboso. Sentí como el chorro golpeaba y se prendía en mi interior. Gozaba y el hombre también gozaba. Quedó como desmayado sobre mi. Luego se corrió sin salir de mi culito dilatado. Sentía las gotas saliendo nuevamente de aquel canal. Suspiraba en mi oreja, la besaba y la lamía. Por momentos se quedaba quieto y yo agradecido oía latir su tranca. Palpitaba junto con mi ano. Besaba mis hombros. La oscuridad cubría aquella tienda pero nuestros ojos acostumbrados a la falta de luz no impedía que viéramos nuestros movimientos, aunque yo poco podía ver de el. Lo mió era más sensorial que visual. Acariciaba mis brazos. Llegaba a mi pija y la rozaba con sus dedos. Tocaba mis huevos. Pellizcaba mis piernas. Las rozaba con las yemas de sus dedos mágicos y sensuales. Mi verga volvía a levantarse. Su pez en mi cola parecía respirar y volver a la vida. No sé el tiempo que había pasado, solo sé que su estaca volvió a inflamarse y el empezó a moverse en mi interior. A darme placer. A darse placer. Otra vez balbuceaba palabras que yo no entendía. Tal vez eran como un rezo. Solo sé que su pija me abarcaba y me llenaba, me extasiaba, me abandonaba la mente y todo era satisfacción y placer. Ese Cacique Tobías era un amante de los cuentos de las mil y una noches. Era sacado de un cuento. Su vergón inflaba mi interior. Me avasallaba, pero yo gozaba y el lo sabía. Lo dejaba hacer. Me apretaba las tetillas que estaban duras como una piedra. Y el las sobaba y apenas las prensaba en sus dedos y una corriente eléctrica enloquecida me subyugaba y me ganaba y perdía la cabeza. Me iba a otra parte. Me transportaba. Sus manos tomaban mi poronga y la sacudían. La movía. Luego la dejaba y la rozaba con los dedos y yo creía enloquecer. Arrancaba gemidos que retumbaban en la Pampa solitaria. Entre gemidos y balbuceos explotó en mi otra vez. El líquido corría dentro mío y sus manos otra vez recibieron mi semen. Lo paso esta vez por mi pecho, por mis piernas, por mi cara, nos besamos, nuestras lenguas se entrelazaron, se enredaron, se fundieron en una sola. El cuerpo temblaba de placer. Quedamos en silencio. Solo se oía la respiración de amantes salvajes. Algún lejano relincho. Una lechuza. Una modorra se apoderó de mi y creo que caí en un sueño.
No se cuanto paso, sentí un líquido caliente corriendo liviano por mi piel, me ardió, sin embargo no me desagradó. El Cacique nunca salió de mi. Estaba orinando y su meada llamo a la mía y lancé sin timidez mis chorros de pis. El paso sus manos, además agarró mi pájaro despertando y lo sostuvo en toda la operación. Mi sorpresa fue grande cuando su verga se hincho otra vez en mi culo y el Cacique siguió cogiéndome.
Esa noche por supuesto que no dormimos o lo hicimos muy poco. Lo que si recuerdo siempre es que aquel Cacique Tobías me la metió una vez y sacó su pija bien entrada la mañana siguiente, dejando mi anillo enorme y adolorido por unos cuantos días, pero eso si gozando como loco.”.-
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