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Desde hacía unos días había tomado conciencia de que me estaba pasando una extraña situación que involucraba a mi yerno Martín.
En realidad Martín es sólo un muchacho de 18 años que sale con mi hija Lucía de su misma edad.
Martín es muy apuesto. De hecho considero que es demasiado premio para mi hija, que lamentablemente desde mi separación de su padre se ha empeñado en transformarse en una rebelde malcriada que apenas puedo educar.
Yo noto desde siempre que ella trata a Martín casi con desprecio y me da pena porque el chico, además de ser de muy buen ver, es muy inteligente y educado. Se muestra tan colaborador conmigo en los quehaceres de la casa que si bien por un lado sé que algún día abrirá sus ojos y encontrará una mujer mejor, sé que por otro voy a extrañarlo y lo que es más, que me costaría emocionalmente dejar de verlo.
Es este último aspecto el que me preocupó. Lo descubrí días pasados cuando desde la cocina escuché como Lucía lo retaba por nimiedades. Sentí en ese momento que tal vez el muchacho podía cansarse y la posibilidad de que se fuera me angustió. ¿Era lógico que sintiera eso?, me pregunté. Después de todo yo simplemente era la madre de una chica que para él solo era uno de sus primeros experimentos de vida. Seguramente en algún momento, tanto él como mi hija se separarían y sus vidas serían completadas por otros afectos.
Pero no era tan fácil. Por un momento creí detectar en mí una sensación de desasosiego ante la posibilidad de que Martín se fuera.y ese momento me hizo dudar de estar contemplándolo como hombre. Pero claro, en un instante descarté de plano tal posibilidad. Era una locura.
Hacía bastante que yo llamaba la atención de Lucía intentando hacerla ver la fea actitud que asumía con Martín, tratando de hacerla entender que el chico era apuesto y la quería y que era una verdadera suerte que un chico tan sano estuviese interesado en ella.
Sin embargo era intentos infructuosos que siempre terminaban en peleas entre nosotras y esas peleas privadas muchas veces se traslucían en la frialdad de nuestro trato en presencia de Martín. Algunas veces incluso delante de él se habían producido desagradables chisporroteos entre madre e hija que, aunque disimulados en otras cuestiones, siempre venían del mismo origen: su trato hacia Martín.
Otro asunto que me preocupó fue pensar en que tal vez no existiese un lazo casual en la manera que yo me comportaba frente al muchacho. Martín era de costumbres regulares y solía estar en casa por las tardes, ayudando a Lucía con sus tareas –era muy inteligente- y a veces se quedaba a cenar por iniciativa mía.
Pues bien, dada la regularidad de sus visitas yo solía estar arreglada a la hora de su llegada. Entiéndanme, si bien el chico eracomo de la casa en realidad no lo era y no me gusta recibir gente mal vestida así como también detesto hacerlo con la casa sucia.
Es cierto que en ocasiones no lograba estar a tiempo cuando el llegaba. Generalmente me tomaba a medio vestir y como la maleducada de mi hija ni siquiera es capaz de atender la puerta para recibir a su novio, el muchacho solía verme en salto de cama o con la toalla en la cabeza señal de que mi aspecto estaba "en producción".
Pero este comentario deben tomarlo como una cosa de vieja. Yo estaba convencida de que para Martín yo no tenía más entidad que un florero y si bien era afectuoso y amable nunca dio señales de fijarse en mi aspecto más allá de lo que era educadamente aceptable.
Aún así a mis 36 años era necesario que mantuviese mi autoestima viéndome lo mejor posible. Por eso me arreglaba al vestir, me maquillaba levemente y me cuidaba en las comidas. Simple coquetería sin destinatario dado que no tenía tiempo para salir socialmente y así jamás reharía una pareja. Yo era conciente de eso y planeaba modificar esa situación lo antes posible cuando pudiera estabilizarme económicamente después del desastre de la separación.
Pero volviendo a Martín, yo notaba que el muchacho estaba muy a gusto en casa. Tal es así que no me sorprendió mucho –aunque tal vez sí un poco- que cuando Lucía debió viajar a otra ciudad por una semana para ver a su padre, Martín siguiera con su visita diaria rutinaria.
Bueno, después de todo era mejor que hiciera eso y no que saliera a buscar un reemplazo de la estúpida de mi hija. De paso, a mí podía ayudarme con algunos arreglos del hogar que ahora, la ausencia de Lucía me daba el tiempo de hacer.
Un viernes, al otro día de la ausencia de Lucía, Martín se mostró muy cariñoso en sus comentarios. Noté que tal vez la partida de mi hija lo había liberado en cierta forma para hablar más conmigo.
Ese día me agradeció mucho que apoyara la relación y que me tratara tan bien cuando el pasaba tantas horas en la casa. Me pareció un gesto divino, señal de una educación refinada, pero a la vez me sorprendió que el muchacho me invitara a cenar como forma de retribuir mis atenciones.
Ustedes saben, las mujeres tenemos una alarma roja en la cabeza que se enciende cuando hay señales adecuadas. Inexplicablemente y sin que yo lo esperara esa señal se encendió en mí cuando escuche la propuesta de Martín. El muchacho me había sorprendido bien con la guardia baja.
Quizás fue por esa sorpresa que no pude reaccionar como la situación mandaba, es decir: reírme y rechazar la invitación con cualquier excusa honrosa.
En lugar de eso, me encontré pensando si el muchacho estaba invitándome porque quería saber si yo era una mujer; o si era realmente inocente su propuesta.
También me dí cuenta de que estaba en un problema. La invitación había sido formulada tan dulcemente que no quise romper su ilusión con un rechazo. Por otra parte tampoco podía explicarle la obviedad de que yo era una mujer mayor, su suegra y que no estaba bien adoptar conductas más allá del protocolo establecido para ciertos roles.
De golpe me sentí una estúpida. Seguramente Martín sabía todo eso ya y si yo procediera a explicarlo sería como admitir la posibilidad de que él y yo…bueno, ustedes entienden.
Así que corté por lo sano y acepté y con ello conseguí sentirme mejor y hasta olvidar mis reticencias. Es más, me sentí curiosa y no pude resistir preguntarle cuáles eran sus planes de salida.
Su repuesta me sorprendió otra vez. Su promesa de "sorpresa" y que dijera "alto nivel" era a la vez excitante y curiosa. ¿Qué sabría el de sorprender mujeres mayores? Y ¿Qué sabría él de alto nivel?
En fin, ya estaba en el juego. Decidí aguardar la "sorpresa" y me prepararía para ella con esmero. No fuera cosa de que se cumpliera y el chico se sintiera abochornado. Sólo esperaba que pudiera pagar la cuenta. Y después de aquello no tocamos más el tema hasta que un rato después se marchó dejándome en claro que pasaría por mí a las 21.
Debo decir que me sentí inquieta esa noche y parte del día siguiente. Sentía que, más allá de lo que les he comentado, lo concreto era que tenía una cita con alguien 19 años menor y que encima era novio de mi hija. No podía dejar de admirar la habilidad de Martín. Me había convencido de hacer algo que jamás hubiera pensado hacer. Pero no era solo que me había convencido, además sentía en mí un cosquilleo muy conocido que hacía mucho tiempo que estaba ausente.
Note la incomodidad entre mis piernas mientras me arreglaba para salir. Me repetía que estaba exagerando la cuestión. Me sentía una vieja depravada por pensar siquiera la posibilidad. Pero perdí mucho tiempo eligiendo el vestido, evaluando su sobriedad y tratando de compensarla con capacidad de seducción. Lo mismo ocurrió con las sandalias. La opción de ser conservadora y elegir un calzado cerrado era sin dudas la más correcta, pero no sé cómo terminé mirándome al espejo con las sandalias de tiras y fino tacón.
La imagen me hizo preguntarme si no estaría dando un mensaje equivocad a Martín. Por otra parte era la mejor combinación que se me ocurría frente a la promesa inserta en las palabras "alto nivel"
Mi evaluación final minutos antes de que Martín llegara me asustó un poco: parecía una mujer refinada que estaba a la caza de sexo. Una putita de Alta Sociedad. Estaba a punto de dar marcha atrás cuando sonó el timbre.
Martín estaba hermoso. Es increíble lo bien que le quedaba ese traje. Era una muestra de que ese chico era fuera de lo común. ¡Y traía flores para mí! Un detalle que me venció. Definitivamente el chico se había esmerado.
Pero las sorpresas de esa noche no hacían sino comenzar. Yo había sentido hablar del restaurante "Aquelonium". Tenía fama de sofisticación a nivel mundial. Estuve a punto de frenar a Martín, había pensado en no dejarlo pagar la cuenta, o de ofrecer la mitad, pero Aquelonium era más de lo que podía yo asumir y confié en que Martín fuese todo lo hombre que insinuaba y estuviese a la altura de las circunstancias.
La cena fue maravillosa. Martín sabía llevar una conversación mejor que muchísimos adultos que yo había conocido en mi vida. Era educado, los temas eran profundos y por sobre todas las cosas demostraba un dominio de la situación nada habitual en un mocoso de su edad.
La exquisitez de los platos y el sabor dulzón del champagne me relajaron y empecé a sentir que estaba cómoda y que estaba disfrutando.
Pero claro, todo tiene un final y estos llegan más rápido en los buenos momentos. Estaba tan contenta por los momentos pasados que casi no me dí cuenta de que mis piernas se habían aflojado un poco.
Pero Martín era un caballero presuroso al rescate. Sentí su brazo fuerte tomar mi cintura y salvarme de un histórico papelón en las escaleras. Me sentí tan aliviada que no presté atención al cosquilleo que me recorrió el cuerpo cuando su brazo tomo contacto con mi figura.
Estaba lamentando el fin de la noche cuando me percaté de que Martín iba en sentido inverso de mi casa.
"Otra sorpresa" me dijo y una vez más, ya más confiada, me dejé llevar por el extraño muchacho.
Si "Aquelonium" fue una sorpresa el Club adonde me llevó después de cenar fue un sueño. Simplemente el lugar parecía sacado de una película de Frank Sinatra. Era cálido, era hermoso arquitectónicamente; era discreto y era un lugar para pocos.
Me dejé llevar. La música era embriagadora. Me puse bajo la custodia de Martín y al hacerlo sentí lo sola que había estado desde mi divorcio. Pensaba en eso mientras el saxofonista masajeaba mis oídos con una habilidad celestial. Sorbía mi copa en silencio y creo que estaba haciendo esfuerzos descomunales por no liberar la polla de Martín y empezar a chuparla rítmicamente. De hecho, esa hubiera sido mi conducta si se hubiese tratado de alguien de mi edad. Martín me hacía sentir una princesa deseada y a la vez estaba logrando sacar lo más puta de mi interior. Reconozco que si el muchacho hubiera intentado algo no hubiese podido resistir.
Pero Martín nada hacía y su actitud me hacía sentir mas perversa aún. Lo peor era que no parecía estar nervioso, sino, por el contrario, era dueño de la situación. Su actitud me hacía dudar, no parecía posible que ese chico no supiera lo que me estaba causando, pero por otra parte jamás había insinuado que su actitud para conmigo no fuese otra cosa que un sano agradecimiento.
Si creía que no resistiría más sentados en los sillones es porque nunca imaginé como me sentiría cuando me sacó a bailar.
El muchacho me llevaba como un experto. Mis pechos se pegaban a su cuerpo y el roce sobre mis pezones duros me estaba causando dolor. Su mano acariciaba levemente mi espalda y de sus labios salían medidos halagos directamente sobre mis oídos.
"Te agradezco esta noche" "Es un orgullo compartir momentos con una mujer tan bella" "Tendremos que hacerlo alguna otra vez"
Fue una suerte que saliéramos de allí. Yo no estaba segura de mi capacidad para seguir comportándome como una señora educada y respetuosa de las costumbres si la presencia del muchacho se prolongaba tan sólo unos minutos más.
En el auto, de regreso, empecé a desconectarme. Viajábamos en silencio por las calles vacías de la madrugada. Quería llegar y ducharme. Quería lavar el calor de mi cuerpo y rezaba por que con esas acciones pudiera bajar el nivel de mi calentura.
No pensé que claro, un muchacho de 17 años que había bebido champagne estaría frente a un riesgo enorme manejando de regreso. Si bien no parecía borracho en absoluto me pareció evidente que tenía sueño. No hubiera sabido como explicar a nadie en caso de un accidente grave, así que me decidí a invitarlo un café que lo despertara y tal vez durante ese tiempo el sol saldría alejando los peligros de la noche.
Ya en casa le pedí que pusiera el agua a calentar y yo me quité el vestido, noté la ropa interior inusualmente mojada en mi entrepierna y me coloqué el viejo salto de cama, un poco por comodidad y mucho para bajar el glamour.
Martín había puesto la cafetera al fuego y yo le dí la espalda para buscar el café en la alacena. El muchacho me seguía perturbando. La noche no parecía haber dejado huellas en el. Contrariamente a lo que sintiera en el auto, Martín parecía más fresco que una lechuga.
Dije que estaba de espaldas a él y sin querer la tarea de abrir la lata de café me distrajo. Sentí su cuerpo pegado al mío y nuevamente su boca y su aliento junto a mi oído.
-"¿De veras te gustó la noche?" Sus palabras me tensaron. El muchacho iba por todo. Me sentí atrapada. De mi boca salió una mecánica respuesta mientras desesperadamente pensaba como reaccionar.
-Si, me pareció magnífica
Sentí que sus labios jugaban con el lóbulo de mi oreja. Era contradictorio. Mi entrepierna era un mar de flujos y si no paraba la cuestión en ese instante ya no podría resistir. Sabía que yo había contribuido a alentar lo que sucedía. Me maldije por no haberlo rechazado apenas me propuso salir. Sentía que ahora era demasiado tarde, pero también que debía hacer un último intento. Era ahora o nunca.
Giré mi cuerpo con firmeza para que sintiera mi rechazo y le clavé mi mirada adulta en la creencia de que trataba con un mocoso que se amilanaría facilmente. Una vez más me equivoqué terriblemente.
Los ojos de Martín eran duros como el hielo y doblegaron a los míos. En un segundo me dí cuenta que estaba derrotada. Como de muy lejos escuché con horror sus palabras:
"…estoy enamorado de vos Claudia. Te deseo, quiero hacerte mía y nadie va a enterarse de esto."
Intenté gritar, pero sólo distraje energías. Mi boca se abrió, pero en una fracción de segundo su lengua buscaba la mía. Intenté resistir, pero sus manos se adueñaron firmemente de mis senos y de mi culo.
"Quiero que seas mi mujer" "Quiero hacerte mía""quiero que goces con mi polla" "Se que la querés" "Tómala ahora" "Serás mi hembra"
Me desmoroné. Nadie acudiría en mi auxilio aunque gritara. Aún si así fuera, nadie creería que yo había sido tan estúpida como para no haber alentado tal situación: un mocoso en mi casa, en la madrugada, después de una cena y un club nocturno. Recordé la mirada de los camareros y supe que tendría mucha suerte si lograba escapar de una condena judicial por estupro. Después de todo, yo era la adulta allí.
Sentí que sus manos me obligaban a hincarme frente a su polla. Magnífica polla, dura, grande, caliente. No lo pensé más y empecé a chuparla. Supe que hacía tiempo que la deseaba. Supe que envidiaba a mi hija por su suerte. Supe que siempre lo había sabido y que sólo había perdido el tiempo negándomelo.
Chupaba con hambre y las palabras del muchacho me estaban haciendo morir de placer y de calentura. Martín no era un niño, era un hombre.
¿Te gusta puta?, me decía
Si. Dame más, me oía decir sin poder creerlo mientra me enterraba su herramienta en la raja con tal fuerza que sentía su punta en mi garganta
¿Serás mi hembra?
Si, sí, pero… no pares.
Vaya si me cogió. Me recontra cogió como no recordaba haberlo hecho en mi vida. Sentí que antes de Martín mi experiencia sexual era nula. Cuando ya en mi cama me penetró el culo con su herramienta, algo que le había negado por miedo hasta al padre de mis hijas, supe que había encontrado un camino sin regreso. Estaba enamorada del novio de mi hija.
Lo último que recuerdo fue un esfuerzo sobrehumano por chupar su pija y beber su leche. No sé si me dormí o simplemente perdí el sentido.
(Continuará)
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