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EL ESTUDIANTE 7-1

Capi. 7-1

Comprendí, mientras conducía, que la culpa de Lalo era muy relativa. Seguramente ella ni siquiera le había explicado que estaba liada conmigo desde el año anterior. Me molestaba sentirme herido en mi orgullo de macho pero, al fin y al cabo, yo la había engañado a ella con Sharon, con Purita y con su propia hija.

De modo que estábamos en paz y como lo único que faltaba era que supiera que me follaba un coño más tierno que el suyo que, además, era el de su hija más joven, decidí llevarme a Merche a Portugal los días que me faltaban de vacaciones. Decidí también que la niña le dejara un escrito en su habitación bajo sobre cerrado, explicándole que yo la había invitado a Lisboa a pasar unos días de vacaciones y que había aceptado porque estaba enamorada de mí.

Marisa tendría que achantarse y tragar saliva, yo podía hacerle a ella mucho más daño que ella podía hacerme a mí y, encima, dejarla sin los saneados ingresos que percibía. Si tenía la mala suerte de dejar preñada a la hija, siempre me quedaba el recurso de llevármela a Londres y regresar con el problema resuelto, o lo mejor de todo, casarme con ella y acabar con mis problemas de conciencia de una vez.

Rey muerto, Rey puesto, macho, que le den por el culo a la vieja, si no le han dado ya. Salimos de Santiago a toda velocidad, porque imaginaba que no tardaría en regresar a casa explicándole a la hija que el abuelo ya estaba recuperado del infarto.

En Tuy compré dos alianzas de oro, una para ella y otra para mí. Eran bastante ostentosas, pero eso era, precisamente, lo que deseaba; que se vieran al primer golpe de vista para evitarme explicaciones. Cuando regresamos al coche para seguir camino, me besó derretida de amor y llamándome, mimosita, su maridito guapo. Llagamos a Ancora cerca de las doce del mediodía.

El restaurante, La Selva Verde, estaba medio vacío y nos atendieron muy bien. Merche se entretuvo mirando el marisco del acuario y preguntando al obsequioso camarero el nombre portugués del marisco. Los gallegos y los portugueses se entienden bastante bien porque el idioma es casi el mismo, aunque con diferente música.

Al final, escogió un buey de Francia que pesaba más de dos kilos, suficiente por si sólo para hartar de marisco a tres personas, por lo que, de primer plato, sólo pedí angulas para los dos.

Quizá fue el vino o el licor pero, de repente, viéndola enfrente, niña asombrada y curiosa, preguntando por todo, queriendo saberlo todo, feliz de encontrarse conmigo, admirándose del decorado, riéndose de verse reflejada en las columnas de espejos y hasta en el techo, sentí el deseo de disfrutarla inmediatamente. Cuando se lo dije, me miró desilusionada, preguntándome si ya no quería ir a Lisboa.

-- Claro que si, cariño, pero aquí, en Ancora hay un buen hotel, el Meira, y podemos pasar una tarde y una noche de locura ¿No te gustaría?
-- Lo que tú digas - respondió sumisa - si eso es lo que deseas...
-- Verás, nena, lo haremos si te apetece follar, sino, lo dejamos para la noche, no quiero que te sientas obligada a complacerme contra tu voluntad.
-- Supongo que mañana tendremos tiempo de ver Lisboa - respondió, para preguntar seguidamente - Pero, ¿por qué utilizas siempre esa palabra tan fea?
--¿Cuál? - pregunté a mi vez, para oírsela pronunciar.
-- Esa de... follar, es horrible. Es mucho más educado y más elegante decir: hacer el amor.
-- Pero también es mucho más largo decir: hacer el amor que decir follar ¿no te parece? - pregunté con una sonrisa de conejo.
-- Eres imposible, cariño, siempre estás pensando en lo mismo ¿es que no te cansas nunca?
-- Bueno, verás - respondí, simulando reflexionar - de hacerte el amor si me canso, pero de
follarte no me canso nunca.
-- Pero si es lo... - se detuvo a tiempo al darse cuenta, se rió, cerró la mano y me dio con el puño en el brazo - eres un granuja.


Eran casi la una y media al acabar de comer. Llevé el coche hasta el aparcamiento del Hotel. Pedí habitación doble, el recepcionista echó una rápida mirada a Merche, pero no dijo nada. Le di mi carné de identidad procurando que viera la alianza de matrimonio y sin más comentarios me entregó la llave de la habitación.

El mozo subió mi maleta y su neceser, le di una generosa propina y se deshizo en reverencias informándome de que, si deseábamos algo, no tenía más que decirlo, por lo tanto, le encargué una botella de Oporto Lacrima Cristi y dos vasitos. Volvió al cabo de cinco minutos, firmé la nota y desapareció haciendo reverencias. Puse el letrero de no molestar y cerré con seguro.
Nos miramos y corrió hacia mí para abrazarme.

Metí la mano entre sus muslos sosteniéndola por el Puente de la Fortuna, presionando los gordezuelos labios de su sexo con la palma de la mano y con la otra rodeándola por la cinturita la levanté del suelo hasta mi altura, me echó los brazos al cuello y me besó con ansia, quizá porque el vino, el marisco y los licores habían actuado en ella como un afrodisíaco. Luego comencé a desnudarla, al tiempo que le besaba y le lamía todo su cuerpo desde la frente hasta el delta del amor. Me recreé en sus tetas de pezones ya erectos.

Descorché la botella y escancié dos vasitos. Lo saboreó despacio, comentando lo mucho que le gustaba. Su acostó, mirándome mientras me desnudaba lentamente.
-- Fuiiooo - silbó entre dientes al ver la erección.

Puse una de las almohadas bajo sus nalgas, atravesándola a ella en la cama con las piernas
colgando casi hasta el suelo. Me senté en uno de los pequeños taburetes y puse sus piernas sobre mis hombros separándole los muslos. Era tan niña que hasta la tierna carne de su intimidad era de un color rosa intenso, casi carmesí.
--¿Qué vas a hacer? - susurró, levantando la cabeza para mirarme.
-- Ya lo verás, tu no te muevas - respondí llenando de nuevo los vasos.

Eché el Oporto poco a poco en su vientre sorbiéndolo a lametones. El nuevo sabor de la bebida mezclado con el de su piel, era encantador. Tuve que pedirle que no se moviera porque se retorcía como una anguila y el licor se esparcía por sus ingles. Cuando lo lamí entre su vulva y su ingle gimió, pero temí que si el alcohol llegaba a tocar la carne íntima le produciría tanto escozor que bramaría de dolor. Le llené el ombligo con el Oporto y me lo bebí a pequeños sorbos mientras ella reía diciéndome que le hacía cosquillas.

Se retorcía de placer, gemía cada vez más fuerte; tremolaban sus preciosos muslos contra mis mejillas, adelantaba su pubis y acabó explotando entre agudos gemidos de placer. Gozaba con tal potencia que sus dedos, engarfiados entre mi pelo, me estiraban del cabello con tanta fuerza como profundo era el goce que experimentaba. Con un grito largo y sofocado quedó sobre la colcha desmadejada, respirando a bocanadas en demanda de aire.
-- Ha sido demasiado... demasiado... parece irreal- murmuró entrecortadamente.
--¿Irreal? Pues repitámoslo, querida - comenté, volviendo a lamerla dulcemente.

Al cabo de diez minutos me pidió que la dejara descansar un poco, no podía más y la coloqué en la cama en la posición correcta mientras, sosteniéndome sobre los brazos, fui penetrándola lentamente y así estuvimos durante horas.


Pedí la cena en la habitación, mientras ella tomaba un baño caliente. Cuando de nuevo quedamos solos me quité el batín y no le permití que se vistiera y desnudos, con ella sentada sobre mis muslos enterrado en ella placenteramente, le fui dando de comer como a un bebé y dándole de beber algo más de lo que ella era capaz de aguantar. Acabamos la botella de Lácrima Cristi y la de champan mientras nos disfrutábamos abundantemente. Eyaculaba dentro de ella con furiosos borbotones de esperma que la hacían bramar de placer.

Se emborrachó como una cuba, no se aguantaba derecha y tuvo que correr al baño. Inclinada sobre la taza del inodoro, se la metí por detrás sujetándola con una mano por el hombro y otra por la cadera, bombeándola hasta correrme de nuevo mientras vomitaba con violentas arcadas que me comprimían la punta de la verga a causa de las violentas contracciones de su estómago y de su vientre, produciéndome un orgasmo más intenso y prolongado, un orgasmo sádico y vengativo, pues mientras gemía de dolor pensaba en lo muy zorra que era la puta que la parió.

Tuve que bañarla de nuevo porque estaba hecha un asquito. Se me durmió en el agua tibia de la bañera y, en brazos, la lleve a la cama.

Dormida como un tronco encima de mí, la penetré de nuevo metiéndosela hasta las bolas y me corrí sin que ella diera muestras de despertar. Y en aquella posición, eyaculé tres veces más hasta que el semen me corrió por los muslos. Era cerca de la una de la madrugada cuando me dormí, después de limpiarme en el bidé.

Desperté cerca de las cinco, seguía encima como una muñequita de trapo. Tenía ganas de orinar y una erección de caballo. No acaba de comprender qué me pasaba. Sólo cuando volví, encendí la luz y le di la vuelta metiendo la cabeza entre sus muslos, se despertó mirándome con ojos extraviados.
-- Me duele la cabeza, cariño.
Me levanté. Llamé a recepción y pedí un par de aspirinas efervescentes que le administré juntas con medio vaso de agua. Cuando de nuevo metí la cabeza entre sus muslos, preguntó con voz desfallecida:
-- No puedo más, Tomy, por favor, estoy muy cansada.
-- Está bien, cariño, dejémoslo para mañana - respondí, acostándome a su lado.
-- Gracias, amor mío.

Se acurrucó de espaldas y la abracé con una mano en un pecho y la otra encima de su sexo. Sus nalgas contra mi erección, y sus muslos sobre los míos, como un cuatro, se quedó dormida casi de inmediato. Esperé un tiempo prudencial ante de levantarle un muslo suavemente y volver a penetrarla lentamente para no despertarla.

Aún hoy no me explico mi comportamiento de aquella noche con la pequeña Merche. Quizá era la rabia que sentía contra su madre la que me hacía ser despiadado con la hija, no lo sé, pero me comporté como un verdadero rufián con la pobre chiquilla. Comencé a pensar en ello después de haber disfrutado a la niña dormida un par de veces.

Me prometí que, al día siguiente en Lisboa, le compraría un ajuar completo para llevarla al Grand Hotel de Estoril y con este pensamiento tranquilizador me dormí, pero la verdad no muy tranquilo porque, evaporado ligeramente los vapores del alcohol, sabía que me había comportado como un canalla para lo que no había disculpa posible.

Cuando de nuevo desperté cuatro horas más tarde, entraba claridad por las rendijas de las persianas y nosotros seguíamos en la misma posición. Dormía como un bebé y no quise despertarla.

Volví a dormirme y fue ella quien me despertó casi a las diez al levantarse para ir al servicio. Sentí que tiraba de la cadena y me levanté entrando en el baño en el momento en que ella se lavaba los dientes. Nos miramos a través del espejo.

Su cara estaba demacrada, y le aconsejé que se maquillara después de bañarse. Jugamos un rato con el agua tibia, intentando ponerla cachonda, porque imaginaba que con el deseo en el cuerpo se recuperaría más pronto. Cuando la vi arreglada y pintada no parecía la misma.
Datos del Relato
  • Autor: Aretino
  • Código: 16235
  • Fecha: 18-03-2006
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.19
  • Votos: 79
  • Envios: 0
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