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EL ESTUDIANTE 4

CAPITULO 4º


Y Marisa volvió a casa al tercer día, como Jesucristo y casi con el aspecto del crucificado.
Estaba ojerosa, demacrada y no se tenía de pie. Me dijo que estaba tan cansada que iba a ducharse y a meterse en la cama para dormir, porque llevaba tres noches sin pegar ojo.

Ni siquiera me permitió que la besara; según ella estaba demasiado sucia. No había podido ducharse en tres días. Su hermano, gracias a Dios, estaba fuera de peligro y se recuperaba muy bien. Lo habían trasladado de la UCI a una habitación. Había tardado un día más para que su cuñada pudiera descansar tranquilamente antes de regresar al lado de su marido.

Ahora descansaría ella, tenía tanto sueño que seguramente dormiría dos días seguidos.

--¿Han llamado las niñas, Tom? - me preguntó, mientras sacaba del bolso la llave de su habitación.
-- Mientras yo he estado, no ha llamado nadie - respondí, sin más comentarios.
--He enviado recado a Purita para que venga. Alguien tiene que hacerte la comida, y yo estoy cansadísima, lo comprendes ¿verdad, amor mío?- comentó, abriendo la puerta.
-- No es necesario que venga nadie, porque me voy de viaje - mentí, sin saber muy bien por qué.
Me dirigió una larga y cansada mirada que me conmovió. Le acaricié las mejillas y sonrió levemente besándome la mano.
--¿Por qué te vas? - preguntó, sin dejar de mirarme.
-- Pensaba salir con un amigo, para que puedas descansar tranquila - respondí, sin encontrar otra explicación más plausible.
-- Ya comprendo - contestó - ¿Hasta cuando? - volvió a preguntar pausadamente.
-- No, sé... un par de días... ¿te parece bien? Estarás más descansada cuando regrese - y le sonreí sin dejar de acariciarle el rostro.
-- Descansaré mejor si sé que estás cerca - musitó, levantando sus cansados ojos hacia mí con aquella lánguida mirada que tanto amaba - Purita no tardará - no dijo más.

Le alisé un rebelde mechón de pelo que le caía sobre la frente. Seguía mirándome con ojos cansados, pero escrutadores.

-- Vale. No iré, si es lo que deseas. Llamaré por teléfono diciendo que no puedo ir.

Sonrió, me acarició las mejillas y suspiró profundamente antes de comentar:

-- Gracias, mi amor. Quizá me recupere antes de lo que imagino. Hasta luego, cariño

Y cerró la puerta suavemente. Me dirigí al teléfono del pasillo, levanté el micro presionando con la otra mano la horquilla y simulé hablar con alguien al otro extremo de la línea.

-- Oiga está Lalo. Dígale que le llama Tomy, que se ponga un momento -- una ligera pausa
- Lalo, oye lo siento, no podré ir - una pausa - no, no, es un asunto personal - otra pausa _ si, si, ya te explicaré - otra pausa - vale, nos vemos - y colgué.

Me giré en redondo al oír su voz:
--¿Con quién hablabas, Tom? - preguntó desde su puerta.
-- Con Lalo, Lalo Randeiro Ese amigo tan simpático, ¿recuerdas?
-- Ah, si, ya sé... ¿era con él que te ibas de viaje? - preguntó suavemente.
-- Sí, con él ¿por qué? - pregunté.
-- No, por nada, cariño... creí que sería otra persona - respondió sonriendo.
--¿Creías que era una mujer? - pregunté malicioso.
--¿No podría ser? - repreguntó a su vez, sonriendo irónica.
-- Marisa, por favor... - repliqué, contento por sus celos.
-- Perdona, amor mío. Hasta luego - y cerró nuevamente la puerta.

Me fui a la habitación a repasar la puta Química, la asignatura que me había resultado más problemática el curso anterior, bastante más que el inglés, en la que tampoco había pasado del aprobado. Tenía dos horas por delante, pues por lo menos hasta las doce no aparecería Purita para hacer la comida.

Me apetecía más comer de restaurante y estuve tentado a largarme y darme un garbeo de nuevo por la Universidad. No sé por qué no lo hice, porque cuando Purita llegó me miraba con ojos extraños, como de cordero degollado que, si Marisa hubiera estado presente, la hubieran puesto sobre aviso. Había cometido una tontería con una campesina ninfómana y medio autista, pero como nunca me ha gustado llorar por la leche derramada, comí en silencio y me largué a la cafetería.

Aunque el dinero que el abuelo me había dado para pagar los gastos de pensión libros y demás, era exactamente el mismo del curso pasado, los quince primeros días de septiembre tendría que pagarlos de mis ahorros y ese gasto extra no me gustaba ni un pelo. Tampoco era caso de que Marisa me mantuviera.

Quizá imaginé que con mi sola presencia ella se daría por contenta. ¡Coño! - me pregunté - ¿es que piensas vivir a costillas de una mujer como un macarra? No era ese el caso.

Por otra parte, el viejo zorro no me había preguntado por mi estancia en Santiago ni una sola vez durante todo el verano. Imaginé que daba por supuesto que me encontraba a mi gusto. Era un punto en el que nunca me había detenido a pensar, pero ahora que me tocaban el bolsillo, las preguntas se me acumulaban una detrás de otra sin darme tiempo para analizarlas. Mirando sin ver la película de la cafetería, me dije, veamos:

¿Por qué no me ha preguntado nada, el viejo zorro, en todo el verano?

Porque yo no me quejé de mi patrona, mis notas fueron buenas, aprobé el curso desahogadamente, y, por lo tanto, ¿para qué iba a preguntarme si las respuestas estaban a la vista?
Otras cuantas preguntas más:
¿Por qué me dio el dinero justo, sin contar todo el mes de septiembre para la pensión?

El viejo es tan pragmático como yo y por lo tanto... eres mayor de edad y puedes irte de casa cuando quieras, siempre que te pagues los gastos.
¿Por qué no hizo ningún comentario cuando le dije que volvía a Santiago quince días antes de comenzar el curso?

Ya me lo había dicho el viejo zorro el curso pasado: Es hora de que empieces a desenvolverte solo.

¿Qué es lo que sabía, o imaginaba el abuelo sobre mi vida en Santiago?

Varias preguntas por respuesta ¿Sobre qué tenía que saber o imaginar? ¿Sobre mis relaciones con Marisa? Él la conoció antes que yo ¿es que el viejo zorro era vidente? ¿Sabía que nos íbamos a enamorar? Si imaginaba que podía ocurrir ¿por qué y para qué lo hizo? ¡Ah, aquí está la madre de todas las preguntas! ¿Era una prueba a la que me sometía el viejo zorro? ¿Eran imaginaciones mías? No se pueden tener problemas de conciencia.

Dejemos la metafísica, macho, cuánto puedas tu imaginar, ya lo habrá imaginado él antes. Recuerda que, durante todo el verano, estuviste mucho tiempo con él, pescando, comiendo, hablando y discutiendo, y no preguntó ni una sola vez como te iba.

Sólo sabe lo que le has contado; tampoco ha sido mucho, y lo mejor que has hecho, pues preferibles es callarse que contarle una mentira. Y quizá prefiera no preguntar a exponerse a que le expliques un cuento chino. Eso es lo que ha pasado. Así que olvídate del problema y vive como hasta ahora.

Total, que cogí el coche y me fui hasta Padrón a tomar unas copas, pensando, mientras conducía, que mi cuenta corriente iba a recibir un buen palo.
Datos del Relato
  • Autor: Aretino
  • Código: 16223
  • Fecha: 17-03-2006
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.56
  • Votos: 63
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2501
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