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Categoría: Incestos

El estigma

CAPÍTULO 1º



El retorno



Indignado por el retraso, Víctor nota en sí mismo cómo, apagados ya sus motores, el avión va quedando inmovilizado sobre la pista de aterrizaje que la torre señalara al piloto, mientras se apaga, con un timbrazo grave y breve, el luminoso del cinturón de seguridad, desprendiéndose lentamente de él. Mira su reloj; la 1,10 de la madrugada, dos horas de retraso. Había pensado ir directamente a casa de sus padres y recoger las llaves de su apartamento, pero ahora era mejor llamar primero para decirles que iba para allí, a esta hora no se puede presentar nadie después de seis años de ausencia.



Del bolsillo interior de su chaqueta azul marino, saca el móvil, selecciona el número y lo activa. El tono de llamada persiste y persiste. Víctor se sonríe cuando observa los exabruptos con que un grupo de pasajeros increpa a la azafata en la puerta de salida. Va a colgar, nadie contesta y el avión está casi vacío; en ese instante escucha en una voz somnolienta: "dígame". Un escalofrío recorre su cuerpo. Sus fracciones se tensan.



¡Elena!, ¡joder!, esto no me lo esperaba yo.



Vuelve a oír de forma más clara y dura, "dígame". Sin duda es ella; titubea, traga algo de saliva, y finalmente se decide.



Hola Elena... soy yo Víctor.



Un silencio interminable se produce, solo un monótono zumbido se deja oír. Víctor espera su contestación. Esta no llega. La azafata se acerca, es el último pasajero y con paciencia espera su reacción.



Siento llamar tan tarde, el avión ha venido con retraso, y necesito coger las llaves de mi apartamento, voy para allí. Ahora no puedo hablar más



Concluye metiendo el móvil en el bolsillo de su blanca camisa y enfoca la entrada a la pasarela que le llevará a la terminal del aeropuerto, va pensando en su nueva situación. Huyó de allí, la que era su casa, su familia… su hermana Elena, seis años atrás, con 22, por haber violado, sodomizado, exactamente a esa hermana suya que, ahora, en esa noche o madrigada, era lo primero que, desde la noche de los tiempos, del pasado, reaparecía ante él…



Víctor no quiere ver a su hermana. No está todavía preparado por la sencilla razón que ni él sabe la respuesta a la pregunta de su hermana. Durante estos seis años el recuerdo ha sido como la carcoma que te roe por dentro. Por supuesto su íntima razón no piensa decírselo. Lo mejor es llegar con el taxi, recoger las llaves y salir casi sin hablar. Ya habría tiempo... Suena el móvil, observa el número. Por un momento cierra los ojos y carraspea antes de contestar.



Dime. Elena



Víctor, no quiero que vengas a casa, tengo a mi hija durmiendo, y no sé quién eres -dijo con dicción algo nerviosa.



No sabía que tuvieras una hija, Elena. Siento haberte despertado. Voy a un hotel y mañana me pasare



Como quieras, pero no hace falta que te vayas a un Hotel; ¿dónde estás? –responde con sequedad.



Esperando mi equipaje, pero no quiero molestar a nadie. Déjalo, ha sido un error por mi parte.



Elena no responde, medita la respuesta. Finalmente le preguntar.



¿Estás solo?



A Víctor le sorprende la pregunta, por lo que responde con un lacónico "sí"; demasiado solo, piensa.



Bien, entonces espérame en la cafetería, cojo el coche y yo te llevo.



Pero...



Víctor, mira el móvil incrédulo, Elena ya había colgado. Se guarda el móvil, pensado en sus palabras, "no sabe quién soy", da un profundo suspiro y vislumbra como su equipaje entra en la elíptica cinta transportadora de recogida. Presiente que la noche va a ser larga, demasiada larga.



La víctima



Como cuando el gato Jerry recibe un mazazo de ratón Tom, así se quedó Elena cuando escucho su voz por el teléfono. Fue un golpe inesperado, nocturno; y la cogió con la guardia bajada. Pero tras unos breves segundos, su mente empezó a funcionar. Ni por asomo estaba dispuesta a que el azar le descubriera su secreto, era preferible que ella llevara la delantera y cuanto antes mejor. Vio en el display el número recibido y relanzó la llamada.



Tras colgar se volvió a recostar mirando al techo con la vista perdida. Instintivamente estiró la mano y alcanzó un cigarrillo; lo encendió y dio una profunda calada. Necesitaba recuperar sus neuronas adormecidas.



Su suave cuerpo blanco ligeramente oscurecida por lo rayos del sol surgió resplandeciente al retirar la sabana. Apagó el cigarrillo y en silencio, como una autónoma, se fue al baño.



La reconfortante agua caliente empezó a masajear su cuerpo dilatando sus poros. El chorro de agua le caía por el cabello. Abrió su boca, y el cálido torrente penetro en su cavidad bucal que a través de las comisuras de sus labios se escapaba a borbotones. El agua siguiendo su curso natural, saltaba y se deslizaba sobre sus puntiagudos pechos formando pequeños regueros, que iban reconfortándola. Después el agua juguetona en su caída, inundaba esa cintura plana, de tacto suave y se entretenía mojando copiosamente esos ensortijados pelos negros de su pelvis, donde la pequeña corriente se separaba y discurría por esas largas y sensuales piernas. En un instante cortó el agua caliente, y como una lluvia de pequeños alfileres, el agua fría, empezó a castigaba su piel. Los poros se cerraban, la carne se contraía y sus parduscos pezones se erizaron poniéndose duros como botones de nácar. Necesitaba estar alerta.



Una única toalla recogiendo su cabello cubría su aterciopelado cuerpo. Abrió el armario, saco un blue-jean, una blusa color marfil, y un tanga. Al ceñirse el tanga, notó la cinta sobre su profanado culito y se sintió profundamente incómoda, era una zona tan sensible que difícilmente se dejaba acariciar y esta noche menos. Se quitó el tanga arrojándolo sobre la cama y volvió abrir el armario. Tras meditarlo, sacaba ahora un traje de paño, de tacto suave con tonalidades ocres, saco unos pantis de color negro y, sentada sobre un taburete, se empezó a calzárselos, haciéndolos deslizarse a todo lo largo de sus piernas, desde las puntas de sus pies hasta ceñírselos, bien ceñidos, a su cintura.



La sensación de su mano acariciándose suavemente le produjo una grata sensación, al llegar a su pelvis; lo vio, ese pequeño tatuaje al lado de la ingle que se lo hizo el día de cumplir 18 años. Era su estigma, marcada para siempre. Con la punta de los dedos suavemente lo acarició, y respiró hondamente… Incomprensiblemente, sintió un estremecimiento.



Levantó la cabeza y cogió una fotografía arrinconada, casi olvidada; la miro largo rato mientras sus pensamientos retrocedían. La dejo y empezó a vestirse. Elena, cuando se enfrentaba a los hombres, le gustaba ir provocativa, lasciva, lujuriosa como alguno se había atrevido a insinuar. Era su arma, cuando los hombres empezaban a pensar en satisfacer al de abajo; su entrenada y rápida mente empezaba a dominar la situación; y cuando se daban cuenta, era demasiado tarde, el negocio era suyo. Así con solo 26 años estaba triunfando: tenía dos librerías y había editado varios libros con bastante éxito.



Pero esta situación era distinta, se enfrentaba a un hombre de su misma sangre, que no sabía quién era. Necesitaba conocer saber si los amores perduran en la lejanía. Y lo primero, necesitaba saber el porqué de esa felonía que la había hecho tan irascible a que alguien quisiera jugar con su sensible ano, lo tenía cerrado a cualquier intruso. En ese momento le vino a la mente el desagradable incidente del hotel:



»Había negociado un contrato para la publicación en exclusiva de un “best seller”; el abogado, un tío guapote, había estado irresistible negociando con ella y decidieron después de la tensión, disfrutar de la noche. El tío tras los preámbulos amorosos le introdujo parcialmente el dedo en su culo, Elena se sobresaltó, y mirándole, le susurro,



Cariño, mi culo es sagrado"



»Dos minutos después de haberla lamido el “tesorito”, su “prendita dorada”, la puso de espaldas y volvió a intentar meter el dedo, pero Elena, salto y se lo volvió a decir de forma más severa,



"Es virgen cariño, no lo soporto".



»El abogado riéndose le dio un puñetazo,



"Ramera vas hacer lo que yo te diga".



»Elena soltó un alarido y dijo



"Cabrón, no me pegues, no soy de ese estilo".



»Pero él continuaba "Eres una puta barata y te voy a romper tu culo" dándole bofetada tras bofetada, intentando violarla salvajemente. Elena a cada golpe se retorcía de dolor; no podía parar a ese hijo “de setenta padres”. Al final, Elena comprendió, decidió y sonriendo, dijo,



"Mi amor, como conoces a las mujeres, espera que te la lubrique"



»Y lanzándose sobre esa masculinidad se la introdujo hasta casi las amígdalas. El tío la cogió de la cabeza y a cada mamada la apretaba más, no la soltaba, sino que la zarandeaba violentamente; sencillamente, se la estaba “tirando” por la boca y a cada empujón decía.



"Así me gusta puta barata, te voy a enseñar a disfrutar"



»Elena tragaba y tragaba, con dolor pero sin rechistar, hasta que el abogado soltó todo su esperma sobre su dolorida boca. Entró entonces en el cuarto baño, miro alrededor, lleno un vaso de agua, estrujo el contenido de una bolsita en él y se lo trago. Tuvo una arcada, pero lo reprimió. Se golpeó dos veces con toda su fuerza el estómago hasta que una bocanada del semen mezclado con ese pastoso líquido y todos sus jugos gástricos, salieron arrojados con fuerza; mientras jaleaba de asco, rabia y dolor. Se miró, los ojos estaban húmedos a punto de reventar y la cara hinchada por los golpes recibidos. Respiro hondamente una, dos, tres veces. Descolgó el móvil que había cogido y llamo, hablo en ingles durante 30 segundos y colgó. Desde el baño, con voz suplicante y a media voz dijo.



Oh, mi amor; te voy hacer tan feliz que se te van a saltar las lágrimas de puro placer. Te lo juro, pero no me hagas mucho daño, mi amor



»Volvió a marcar, y tras una breve conversación colgó. Se lavó la cara, se puso el albornoz y con una sonrisa salió.



Mi amor, he pedido champán y fresas.



»El tío reía sonoramente.-



Muy bien putita, cómo sabía lo que te gusta. No te preocupes, solo duele la primera vez; después ya está lista para que otros lo usen.



»Diez minutos después llamaron a la puerta, el abogado se levantó y abrió la puerta, dos armarios negros de casi dos metros de largo por uno de ancho y placida mirada, entraron.



Chico deja el champán en esa mesa –dijo de forma burlona acercándose a darles la propina.



»No sé enteró, una descarga de 130 k de potencia en forma de puño se estampo sobre su cara, cayendo noqueado. Elena le miró con cara de asco, "no quiero que esté dormido", ordenó; mientras cogía un talonario, y firmaba un cheque.



Es usted muy generosa, señorita, no se preocupe somos profesionales y tendrá ración extra –respondió uno de los camareros.



»Al salir del baño vestida, el tío estaba atado transversalmente en la cama con un pañuelo en la boca. El negro de atrás, se acariciaba el miembro de ébano, tan negro que absorbía la luz a su alrededor, tan ancho como su muñeca y tan largo como su brazo. El otro tenía puesto unos guantes. Elena cogió de los cabellos al abogado y le susurro:



– Cariño, que malo has sido, te he pedido tres veces que me respetaras, y has sido malo, pero tu furcia te va enseñar los placeres del amor, y vas aprender a respetar a las mujeres -y con dureza para influir miedo, termino. Otro vez pagué a un cirujano, entiendes mi amor, pero tienes suerte necesito el contrato.



»Cuando salía por la puerta oía el chasquido que hace una ostia profesional seguido del sordo alarido provocado por un martillo perforador. A los pocos días recibía el contrato firmado”.



Salió de su dormitorio y sigilosamente abrió la habitación de al lado. Su hija de cinco años, dormía plácidamente. La dio un beso, la arropo y tras cerrar la puerta, camino silenciosamente por el pasillo. Se paró y se contempló en un gran espejo y lo que vio le gusto. Su minifalda de palmo y medio de larga casi estaba cubierta por la chaqueta, llevaba zapatos marrón oscuro con tacones altos lo justo para mirar a Víctor directamente a sus ojos. Sus labios marcados de un rojo intenso pero sin ser estridente, remarcaban sus formas carnosas; y unas suaves sombras resaltaban sus grandes ojos color café claro. Y como toque final, esa cadena de oro en su tobillo izquierdo. Sí, estaba hecha una Venus, una puta de lujo como diría alguno de sus "amigos". Necesitaba impresionarle, aunque no quería saber el porqué.



Al abrir el pómulo de la puerta de salida, noto un ligero temblor en su mano, inhaló aire y salió decidida a obtener respuesta a sus preguntas.



El recuerdo



Víctor, en la cafetería, pide un café bien cargado y un coñac doble, y tras darlo un buen trago al coñac, se mece el cabello y se pregunta, "¿cómo estará Elena?". A su mente le viene su imagen: su pelo castaño ondulado, con esos ojos color café; claros, grandes y luminosos. Esa forma ovalada de su cara con esos pómulos tan marcados y esos labios carnosos, ¡qué bonita era! Siempre le gustaba lucir esas piernas largas con esas falditas y esos pantis que a pelo se las ponía. Se reía de ella, "mucha piernas y pocas tetas". Y en voz baja, mirando la copa, exclamó: “¡Qué cabrón fui contigo!”



La llegada de un avión anunciada por los altavoces lo saca de sus cavilaciones. Palpa con la mano el bolsillo de la chaqueta y extrae un pitillo con un mechero. Con la vista absorta en un letrero luminoso, ve pasar a una limpiadora que con una mopa limpia el suelo, le recuerda a Ana, la amiga de siempre de su hermana: morena con el pelo corto y una cara infantil iluminada por esos pícaros ojos negros. De fácil sonrisa y viciosa mirada, siempre se la ponía dura y era su jinete preferido.



Siempre con esos jerséis y camisas ceñidas para remarcar sus vistosas tetas. Baja estatura, pero lo suplía con esos tacones altos para acentuaban sus nalgas duras que formaban ese culito respingón. ¡Dios, vaya pareja!



Toma un sorbo de café y se recuesta sobre el asiento. Da una profunda calada a su cigarro, no puede evitar que otra vez le venga a la mente los sucesos que desencadenaron la sodomía:



»Fue a casa de Ana, caía la tarde y aparcó la vieja Yamaha enfrente de la casa, y cuando subía un peldaño del pequeño porche; vio luz por el ventanuco del garaje y oyó esos ruidos guturales que despertaron su curiosidad. Al mirar, Dios y qué mazazo se llevó.



»Elena estaba atada, con sus brazos levantados atados con cuerdas a la viga de madera y con una negra venda en los ojos. Su blusa arrojada en el suelo. Ana debía llevar un mono de látex negro tan ceñido que era su segunda piel, me daba la espalda por lo que no me veía. La había subido la faldita y la estaba metiendo mano, posiblemente pajeándola, mientras le susurraba algo al oído. De vez en cuando le daba una palmada en sus glúteos. Elena, gemía, estaba a merced de Ana y desfrutaba de ello.



»Ya en esa época, de Ana se lo podía explicar todo, había visto las miradas lascivas que echaba a Elena; pero de su hermana no lo comprendía, ¿su hermana una jodida tortillera o una puñetera ninfómana a la que todo, todo, le iba bien; todo le valía? Era evidente que no era la primera vez, no era una simple experiencia.



»Cuando Ana le dio un beso en esa boca, no quiso ver nada más y se alejó. Se senté en el escalón con un come-cocos que se agitaba por dentro. Las oía coñear, gemir, disfrutar; y finalmente terminó por echarse a reír de los alaridos que pegaban, vaya par de elementas. Desde luego quién era él para inmiscuirse en su vida.



»Pero la imagen de su hermana, con el pelo alborotado cayéndole por la cara, con esos labios rojos carmesí, lascivos, entreabiertos, viciosos; y esa cintura... Le había enganchado, presuponía la causa, pero no quería reconocerlo. ¡Joder!, cuidado que le gustaba su hermana, le daban ganas de llamar y que le invitaran a la “fiesta”.



»Por azares del destino, le había tocado a él ser el bicho raro que poco a poco, día a día, se va enamorando de su hermana; su estilo, su actitud ante la vida, su aguda inteligencia. Lentamente le embrujaba. Claro que se aborrecía por esos pensamientos y esperaba que fueran pasajeros pero lo llevaba metido en los tuétanos, en lo más profundo de su ser; aunque sepultado por mil capas de meditado raciocinio.



»Tres días después, se desencadeno todo. Era tarde, paseaba con Ana por el parque y las farolas se acababan de encender. Una ligera corriente de aire mecía las falsas plataneras, Ana sintió frio y ligeramente la estruje contra mí para darla calor. Un solitario banco vacío, con un tablón como respaldo, estaba en nuestro camino. Por la penumbra que existía no lo vimos al principio. Ana se sentó en el canto del tablón, Yo me senté al revés metiendo las piernas por el hueco que dejaba el tablón.



»Estaba radiante. Le miró con picara lujuria. Se deslizo sobre el tablón, cayéndose sobre virilidad de él. Le miro con la boca entreabierta; no hablaban, sólo con las miradas se comunicaban. Le sonrió y bajo su cremallera, “sacándosela”, mientras suavemente se la manoseaba; en silencio, observaba las masculinas reacciones. Se había convertido en una especie de rival respecto a su hermana, pero cómo le ponía. Metió la mano para despejar la tanga, pero no llevaba nada. Con burlona expresión le observaba, se humedeció los labios con su lengua, esperando y acariciándoselo. No pudo evitar sonreírla de la sorpresa que le había preparado, y tampoco se hice esperar, con placentera impaciencia se la hundió en el húmedo receptor. Con las manos apoyadas sobre el borde del respaldo la tenía atrapada, mientras ella, Ana, apoyaba sus manos sobre los hombros de él. Observaban cómo sus caras se tensaban. Cada vez se la metía más profundo, con más ahínco, con más ritmo. Cuando su fuerza se debilitaba a medida que con su germen de vida la inundaba, en ese momento, con el último golpe, el más duro, el más contundente, fue cuando se lo soltó:



"Cuéntaselo esto a mi puta hermana".



»Sorprendida por la frase le dio un beso respondiéndole



"Por supuesto que se lo contaré".



»Comprendió el error pero ya era demasiado tarde; aunque, no obstante, se sentía intranquilo con lo que acababa de decirla. Salieron por fin del parque y sorpresa, se toparon con Elena y sus amigos. Una simple ojeada de Elena a Ana, que burlonamente la miraba, hizo que entendiera todo lo sucedido, y la confirmación vino cuando se fijó en el ojeroso, sudoroso, rostro de su hermano, de Víctor. Ella, Elena, miraba extrañamente a su hermano, hasta que, suspirando, soltó



"Anda maricón, y que no tienes suerte ni na"



»Y al momento se oyeron las carcajadas de sus amigos y el rostro de Víctor, ante eso, se puso no ya rojo, sino granate; pero logró controlarse, contener la rabia que le inundaba y, recordando la imagen de su hermana con Ana, hasta atada, sarcásticamente le soltó



“Con esa faldita pareces una hermosa bollera".



»El golpe hizo efecto; Elena cambió su semblante risueño, por un mueca de dolor. Sus facciones se tensaron. En las pupilas de sus ojos lágrimas aparecieron mientras se apretaba los dientes. Nos despedimos, era un gilipollas, pero ella se lo había buscado.



»En casa, en pelotas con solo el pantalón del pijama, Víctor se tumbó en el sillón con un buen trago de whisky. Le remordía la conciencia por haberla humillado en público entre sus colegas y estaba dispuesto a pedirla perdón cuando volviera. Pero su imagen desnuda, ataba, gimiendo, mientras Ana la golpeaba en sus glúteos y esa pelvis negra azabache en contraste con su blancuzca piel; no podía evitarlo, se excitaba y se excitaba, más y más, recordando aquellas imágenes de su hermana y Ana… Y se empezó a masturbar. Ajeno al mundo exterior seguía con su imaginario deseo, cuando sintió que alguien estaba a sus espaldas; era su hermana, Elena, que había entrado en casa sin que él se percatara. Él se quede rígido, ella le miró y, fijándose descaradamente en la fraternal “herramienta”, dijo, henchida de desprecio hacia él,



"Mucha “dinamita” para tan poco hombre"



»Ni entonces sabría decir, a ciencia cierta, qué fue si fue la excitación, el alcohol, sus provocadoras palabras, o el lujurioso cuerpo femenino, pero la cosa es que perdió la cabeza; se levantó y sin pensarlo siquiera le cruzó la cara de un guantazo. Ella, tras el golpe, se abalanzó contra él, cual tigresa enfurecida, pero siendo más fuerte, el hombre la tomó por una muñeca, retorciéndosela hacia atrás hasta inmovilizarla, mientras le decía



Ahora vas a saber de lo que es capaz de hacer el maricón de tu hermano.



»Sencillamente, la tumbó, inmovilizada, boca abajo; le subió la corta faldita arrancándole a puros tirones la mínima braguita tanga, descubriendo las sugestivas nalgas y el parduzco agujerito. La empezó a azotar, ella se rebelaba, trataba de zafarse, chillaba, gemía y lloraba… Pero a él todo le daba igual, cacheteando, meticulosamente, una y otra y otra vez más esas nalgas que iban tornándose antes que rojas, carmesíes… Y el masculino miembro de Víctor se erguía, también, más y más, exigiendo ser debidamente satisfecho y la lujuria, la pasión, la necesidad de humillarla; los más simples, básicos instintos subhumanos, se fueron apoderando de todo él, anulándole hasta la más elemental sensibilidad humana. Así, la agarró por el pelo, su luenga melena, haciendo que de la garganta de ella brotara un desgarrador alarido de dolor… Ella estaba, absolutamente, a merced de él, sin posibilidad alguna de impedirle nada…Nada, nada, que Víctor deseara hacer con ella, de ella… Y sí, decidido, manteniéndola totalmente inmovilizada, boca abajo, le abrió las piernas bien abiertas; se mojó un dedo y, sin contemplaciones, se lo metió por el culo. Ella dio un alarido, y trataba de zafarse pero, inútilmente. Luego, tras escupirle certeramente en pleno agujero anal, con toda decisión, llevó allí su virilidad, en claro intento de violarla sodomizándola. Hasta que ella gritó



"Víctor, que soy tu hermana".



»Eso, oír eso, "Víctor, que soy tu hermana", le dejó bloqueado y su mente volvió a ser humana, racional, entendiendo entonces, y sólo entonces, la enorme magnitud de lo que se proponía hacer… Se sintió mal; muy, muy, mal. Por unos minutos, segundos puede, se sintió pleno de angustia, de asco hacia sí mismo y, sin osar mirarla a la cara, le pidió perdón, con voz queda y ronca; tremendamente ronca. De inmediato, Víctor abandonó el salón, refugiándose en su cuarto. Por la mañana, había desaparecido… Pero tras de sí dejaba una declaración manuscrita, asumiendo toda la responsabilidad de sus actos para con su hermana: Violarla, sodomizándola, amén de toda la presión, la violencia, que contra ella ejerciera…



Y allí estaba él, esperándola, seis años más tarde



El Encuentro



Víctor apura los restos del frío café y mira su reloj. Ya hace dos horas desde que llamó a Elena. Pide una aspirina para sus migrañas. A su lado, un comandante con alianza en su dedo anular, atrapa hacia si a una azafata dándola un beso en la boca. Ambos sonríen felices. Los amores furtivos, la sal de la tierra piensa Víctor, mientras toma la pastilla con un poco de agua. Se levanta del taburete de la barra del bar. Mete las manos dentro de los bolsillos de su vaquero por debajo de los faldones de la chaqueta y mira sus negros zapatos. Empezaba a pensar que Elena no vendría. Se dirige al amplio ventanal observando desde allí el tráfico, a través del aeropuerto, sus pistas de despegue y aterrizaje.



Elena cuando llego y lo vio, su cara se endureció. No pudo evitarlo. Una profunda rabia y amargura, casi olvidada, casi perdida entre los pliegues del cerebro, brotó ante su mera presencia. Se sentó en un butacón de la sala y se puso a observarlo mientras se preguntaba: ¿quién era?, si su hermano o el loco que la violó.



Poco a poco, a medida que le observaba, sus fracciones se fueron relajando. Los gestos, los tics que veía le recordaban agradables momentos y actuaban como balsámicos para sus dolidos sentimientos. Una imperceptible sonrisa se le dibujó en la cara al observarle tomar la aspirina, estás tenso pensó. Al verle que se alejaba, dio un profundo suspiro y se fue hacia él.



Hola Víctor –dijo Elena con voz cansina mientras esperaba que se diera la vuelta.



Su hermano se giró y durante unos instantes, se quedó quieto observando a su hermana. ¡Dios mío que hermosa era!, pensó en silencio. Se había teñido el pelo de negro azabache que la caía suelto sobre su perfecto óvalo; los ojos con ligerísimas patas de gallo, ahora fríos, seguían hermosos. Su piel tibiamente oscurecida por el sol, seguía desprendiendo esa aroma que tanto añoraba. Sus senos habían crecido hasta hacerse hermosos, ligeramente caídos; pero seguía teniendo ese cuerpo de vicio que tanto recordaba. Incomprensiblemente el bello se le erizó.



Hola Elena... ¿Cómo estás?



Contesto Víctor, mostrando una forzada sonrisa e intentando controlar su voz para mitigar su estado de ansiedad. Elena le miró pero no le contestó. Se acerca para besarla en la mejilla, pero ella gira la cabeza. Continúa pero su intento falla. Se sonroja y traga saliva.



Perdona que te haya despertado, pero no pensé que todavía vivieras en casa –fue su apurada respuesta.



No te mereces que me deje besar, lo sabes, ¿verdad? –contestó Elena sin preocuparse de su excusa.



Lo siento, simplemente me he dejado llevar por mis sentimientos -contesto afligido



Ah, ahora tienes sentimientos, pues yo también tengo los míos. Sí no te importa, coge las cosas y vámonos.



Víctor se cayó, acarreaba el trolley con las maletas detrás de Elena en dirección al aparcamiento. Sólo el retumbe de los tacones de Elena se oía en los silenciosos pasillo del aeropuerto. El movimiento de sus piernas provocaba oscilaciones de su faldita. Víctor durante unos instantes observó hechizado ese duro culo pero desvió su mirada. Se sentía culpable de tener esos pensamientos. Elena también se sentía culpable, no sabía como no podía odiar a su hermano. Pero que guapo está el cabrón con esos ojos tan tristes, se decía.



Un silbido de admiración soltó Víctor al ver el coche de su hermana, un BMW X7, -veo que las cosas te van de lujo, cuanto me alegro. Elena, se sintió halagada por la admiración de su hermano, pero inmediatamente pensó, me está adulando, intenta contentarme, controla tus sentimientos.



Las maletas fueron introducidas en el coche. Una pesada bolsa de plástico llena de libros, se rompió desparramándoselos dentro del coche. Uno de ellos atrajo la atención de Elena, tenía en la portada una litografía del Ponte Vecchio de Florencia. Era el primer libro que había editado ella, curioso que tenga uno mi hermano y eso sí, hondamente lo agradeció. Lo cogió y lo ojeó, tuvo una sensación extraña pero no supo la razón.



Ambos hermanos se agacharon para coger un maletín. Ambas manos se rozaron en torno al asa. Se cruzaron las miradas a escasos centímetros. Elena sintió el efluvio de su colonia. Recordó que era la que siempre ella le regalaba. Notó como su mirada se deslizaba desde sus ojos a su boca y se estremeció. "Bésalos", Elena le susurro. Víctor obedeció y suavemente sus labios por breves instantes se juntaron.



¿Me habría perdonado?, pensaba él aliviado; pero como supiera sus pensamientos, ella soltó.



No te he perdonado, ni por supuesto lo he olvidado, vivo con ello –y añadió-. Nunca has comprendido y nunca me has entendido, pero bueno, espero alegrarme de que estés aquí.



En el camino, Elena, le relato que tenía una hija; que vivió con un amigo, pero que hacía unos años lo habían dejado. No lo aguantaba. Así que retornó a casa con su hija, y que efectivamente le iba muy bien, después de terminar filología e historia, sus objetivos se iban cumpliendo.



Pues yo... -empezó Víctor, y cuando acabó. Elena se sinceró -se casi toda tu vida, Víctor; papá y mama me informaban de tus triunfos y de tus fracasos (remarcando lo de los fracasos).



El apartamento se vislumbró a lo lejos, su hermana aparcó cerca de él. Víctor a través de la ventanilla del coche levanto la vista en busca de las ventanas del apartamento. Lo compró como inversión en una ocasión que vino en un viaje de negocios; luego dijo a sus padres que compraran una cama y cuatro cosas más, pero esta iba a ser la primera vez que lo habitara.



Ella iba la primera con soltura como si conociera el camino; abrió y entro. Para sorpresa de Víctor estaba amueblado, con libros por todas las partes, apuntes, carpetas, y al acercarse a coger una carpeta notó ese inconfundible olor, no lo tocó sabía quién era la intrusa.



Elena desapareció volviendo al rato con una botella de chivas regal 12 años y dos vasos; se quitó la chaqueta, tiró los zapatos poniéndose cómoda en un sofá y le ofreció un vaso mientras le dice:



Anda deja de mirarme, que quiero hablarte.



Si claro, lo supongo –contesta aceptando el vaso.



Se sentó en un extremo del sofá enfrente de ella, y al tocarlo se dio cuenta que era el viejo sofá donde la sodomizó, y un sopor frio le subió por la espalda. Elena se percató de su gesto mientras se sentaba y recogía las piernas debajo de su culo; pero no dijo nada. Tomo un largo sorbo y suspiró. Por cada uno de los poros de su cuerpo emanaba pura sensualidad. Mirando alrededor dijo.



Vengo con cierta frecuencia, para leer, estudiar, trabajar, pensar y a veces, si me gusta algún tío para follar.



No te preocupes, por mí podrás seguir haciéndolo -replicó Víctor, sin pensarlo.



Con muesca de dolor, clavo sus ojos en él con furia contenida, tomo un largo trago y tras un profundo suspiro empezó a hablar:



Cuando esta noche sonó el teléfono y lo descolgué y oí tu voz, me quedé petrificada, volvías de la ultratumba en plena noche y sin estar preparada. Todos los recuerdos ya olvidados volvían a resurgir a borbotones sobre mi mente, pero han pasado tantos años y he jodido a tantos tíos, en todos los sentidos, y sí, también a tías para llegar a donde estoy; que ya estoy curtida en todo. El cerebro me ordenaba, simplemente, colgarte, pero reconozco que este es tu apartamento y como ves lo he estado usando y hay muchos recuerdos que salvaguardar –y tras una pausa-. Además sé desde hace tiempo que fuisteis tú quien le dio el dinero a papá para que pudiera abrir mi primera librería. Por eso y solo por eso decidí venir a buscarte, y -mirándole serenamente a los ojos- porque me debes una explicación.



Comprendo, me alegro que seas feliz con tus hijos y con tu vida, que el mundo te sonría, siempre supe que triunfarías en lo que te propusieras -tras una pausa y mirando el vaso, continuó -.Respecto a aquello, siempre lo he sentido, estaba borracho, obcecado y no sé qué me pasó, pero te pido que me perdones. (Se había preparado para parecer lo más frío e impersonal posible, no quería que supiera la simple razón que siempre había estado enamorado de ella).



¿Qué no sabes qué paso? ¡Y una mierda! -le chillo y ahora con voz acalorada-. Aquella noche sobre este sofá, no me dolió que me desgarraras mi culo, sigue igual a como lo dejaste, si no que me desgarraste el corazón, con tus putas y frías embestidas, me lo jodiste.



Y aún con más excitación siguió.



Cabrón de mierda, no necesito tu compasión ¿Qué te perdone? ¿Es eso todo lo sabes decirme? -y con furor en sus ojos le pregunto-. ¿Soy una puta, Víctor?



Víctor, se sobresaltó, miró un instante esas lascivas piernas, ese cálido busto y esa sexual boca, y finalmente respondió –



Si eres una puta o no, no es asunto mío, pero si lo fueras y no fueras mi hermana, pagaría por sentir ese cuerpo junto al mío.



Y reprimiéndose, con voz más calmada, ella volvió a preguntar.



¿Soy tu puta hermana, Víctor?



Ah, ya comprendo, joder, aquello fue una simple tontería, estaba obseso por verte con Ana morreando.



Aquello no se lo esperaba Elena, nunca se hubiera imaginado que sus juegos con Ana los conociera su hermano, pero ella continuó.



Ah, eso te jodió, pase de, mi putita hermana, a puta hermana; de coto privado a uso pública, y por eso te vengaste, ¿Verdad?



Ahora el asombrado era él, ¿cómo sabía lo de mi putita hermana?, la observo en silencio, pero su contestación fue escueta.



A eso no te contesto.



Elena dolorida se levantó, y con ojos enrojecidos, exclamo.



Me maldigo por haber venido, por haberte besado, y jamás te devolveré tu dinero, es el justo pago de tu sodomía.



Elena busco sus zapatos. Su visión era borrosa por las lágrimas que trataba que no salieran de sus ojos. Víctor la miraba nervioso, inseguro. Elena cogió la chaqueta para marcharse y le hecho una última mirada con desprecio. Víctor finalmente se decidió y cogiéndola por el regazo, para evitar que se fuera, la dijo:



Espera, Elena, si hay una explicación –cogió un cigarro y lo encendió, miro el vaso y apuro su contenido, se meció el pelo una y dos veces, y finalmente empezó-. Cuando tenías trece años y yo dieciséis, no sé si por haber leído, "La lolita" de Nobokov, o porque estaba predestinado a ello, empecé a observarte con otros ojos, con otros sentimientos. Disfrutaba tenerte a mi vista, olerte y sentirse; deslizar mis dedos por tu piel me daba escalofríos de gozo, eras mi nínfula, la nínfula de tu degenerado hermano.



Breve silencio para observarla, y prosiguió



Pero a diferencia del pederasta de la novela, según tu cuerpo se formaba, y tu mente maduraba; mis angustias, mis necesidades aumentaban. Te necesitaba y en mi cama me pajeaba imaginando tu cuerpo a mi lado y susurrándote "mi putita hermana", pero fuera tenía pavor a que me descubrieras mis sentimientos. No se cómo lo supiste. Me habitué a ello, convivía con ello. Cierto que conocía a algunas tías y disfrutaba, y con algunas fue especial como con Ana lo que me daba esperanzas de poder superar ese aberrante sentimiento hacia ti. Pero volvió con una fuerza sofocante cuando te vi en el garaje con Ana, y aquella noche cuando me despreciaste, simplemente me volví loco, por eso tuve que huir. Me daba miedo que te pudiera hacerte más daño y necesitaba alejarme de ti, olvidarte. (Ahora mentía) son locuras de juventud, al poco tiempo lo superé y volví a ser feliz, aunque siempre tendré la amargura de haberte hecho daño.



Un largo silencio siguió, roto por la voz serena de Elena.



Siempre lo supe, Víctor; desde muy pequeña y me sentía feliz, profundamente feliz, pero aquella noche sobre este sofá me hiciste mucho daño, y ya no supe sí, mi putita hermana, era un sentimiento o un desprecio hacia mí.



Acercándose ahora a él y acariciándole el cabello, le dijo:



Nunca pensé en contarte esto, pero yo, también estaba enamorada de ti y solo Ana lo descubrió, tú no te enterabas y eso me consumía, ¿cuántas veces me insinué, cuántas veces me apretujé a ti, cuantas veces buscaba al besarte tocar tus labios con los míos? Pero nunca reaccionaste.



La miró asombrado, atónico, mientras pensaba, "¡Mi hermana también!, por Dios que inmenso error cometí, tenía que haberme ido antes". Y Elena, siguió



Por las noches cuando hablabas por teléfono con Ana, descolgaba yo también el mío, tumbada en el suelo para no hacer ruido y mientras tú cálida voz la susurraba golfadas y la excitaba, yo las oía como si fueran para mí. Tus órdenes controlaban mi mano sobre mi cuerpo, acariciaban mis pechos, los manoseaba, los estrujaba a cada exigencia tuya; deslizaba lentamente mis dedos humedecidos sobre mi excitada piel, hasta llegar a mis labios vaginales, y mientras me pellizcaba mis duros pezones, suavemente me acariciaba mi clítoris al ritmo que imponías. Cuando tu cama crujía y tu respiración se aceleraba, yo tenía mi maravilloso orgasmo.



Elena se levanta, Se echa un whisky y toma un sorbo. Su vista parece lejana, ausente, y abatida como si el recuerdo le doliera. Volvió a mirarle y finalmente continúa:



Eras mi razón para respirar, Víctor; más de una vez estuve tentada de decirte " fóllame a mí"; necesita sentirte y amarte. Por eso nos vistes aquella noche a Ana y a mí. Siempre nos hemos querido, incluso creo que estaba enamorada de los dos. Ya había tenido una relación erótica con ella, fue una vez en el cine. La coincidencia fue que estaba Ana morreando, y a tres filas estaba yo con un tío, nos vimos y nos sonreímos. Al principio la veía como era acariciada, mordisqueada y besada; yo me dejaba hacer lo mismo, pero me calenté y la olvide. Pero Ana se presentó balbuceando algo a mi oído, y al mirar lo entendí, sobre la comisura de sus labios se desprendían dos hilitos blancuzcos. Nos dimos un beso apasionado, con mis labios atrape los suyos y al abrir nuestras bocas, mi sedienta lengua penetro en su boca en busca de la maravillosa leche y no quedó satisfecha hasta que toda la carga me la traspasó.



Nuevo silencio de Elena, nuevo sorbo de licor, un cigarrillo que enciende y de nuevo a tomar la palabra



– Se fue mientras lo saboreaba y sentía su textura, su salado y cálido sabor. Paladee ese intenso sabor, no me lo quería tragar quería sentir todos los aromas que desprendía, y mientras mis sentidos se agudizaban, sentí un maravilloso escalofrío por todo mi cuerpo. Me estaba corriendo, tenía un orgasmo. (Ahora Elena le miraba con toda su ternura) Era, Víctor, tu semen que por una vez lo tenía dentro de mí e hizo que me corriera… que eyaculara... Así fue como empezó mi fama; ¿cómo me llamaste?; ah sí, bollera. Bollera para unos y calienta pollas para otros. Sabes no podía follarme a mis amigos, tenía terror que me volviera a pasar que cuando alguien me penetraba y llegaban mis salvajes orgasmos, le suplicara, " Víctor, mi amor, arrásame". Ese era mi profundo secreto que solo Ana conocía y comprendía y por eso me dejaba atar, la pedía que me tapara los ojos para no ver, y me figuraba que eran tus manos, tu boca, tu lengua quien me daba esa inmenso placer -concluyo con afligida sonrisa.



Que fuerte, hermana, y qué lástima de hermanos, jodida vida fue -sentenció Víctor.



Elena, le miro pensativamente, y volvió a ver los tics, las miradas, los gestos, vio esos ojos tan tristes, tan familiares, tan suyos, y los rescoldos de ese fuego prohibido, se avivaron y estuvo a punto de preguntarle ¿me sigues amando?, pero en su lugar dijo.



Tengo la sensación que algo me ocultas, algo etéreo se escapa por los dedos; pero bueno, da igual... Voy a coger algunas cosas y me iré.



Víctor le dio un beso de despedida, estaba cansado, muy cansado y necesitaba un relajante baño y si, algo le había ocultaba "que seguía loco por ella", pero eso era algo suyo.



El reencuentro



Mientras que Víctor, se metía en el baño, Elena, empezó recoger alguna de sus pertenencias, carpetas, apuntes, y algún que otro libro. Le oía como se duchaba, cómo me gustaría estar ahí contigo, pensó. De su habitación cogió varios libros apilados y al ver los lomos; se quedó quieta. Sus instintos se alertaron de que algo estaba fuera de lugar; simplemente no podía ser. Revolvió los libros que había subido su hermano y allí estaba, su primer libro editado "La mujer en el Renacimiento". Le dio la vuelta y vio la etiqueta de su librería. Eso era lo que le extraño y se le había escapado, ¡Tenía precio de hace 3 años!



Iba a preguntar cuando se retuvo, lo que nunca había hecho, lo hizo en ese momento: mirar, rebuscar entre las pertenencias de su hermano. Un pequeño grito de alegría surgió al abrir su álbum de fotos; entre las fotos había algunas de ella, una cuando acabo la carrera hacía 4 años, algunas que no recordaba y una de él con cabello largo.



Elena la miro con intensidad, concentrándose y entonces lo recordó, "aquel tío que de forma casi superficial acaricio las ondas de su pelo, lo noté y me volví y allí había un tarado con pelo largo y gafas oscuras. Sentí que era conocido, cercano, algo familiar, pero se alejó y nunca lo entendí". Fue hace 2 años. Se sentó y exclamó, “¡Era mi hermano!” ¿Por qué venía de tan lejos a espiarme?, ¿por qué se preocupaba de mí?, ¿qué le impulso a acariciar mi pelo? Pero la respuesta ya lo sabía, se lo había notado esta noche con sus miradas, con sus gestos, con sus tics, pero no quiso creer en su instinto de mujer y en ese momento se estremeció de gozo. La había amado en la distancia.



Una necesidad largamente ansiada iba tomando cuerpo, su falda cayó al suelo, y su blusa, y sus pantis; y desnuda se puso una holgada camisa raída; y se fue al salón a esperar.



Cuando Víctor, salió del baño con una toalla sobre la cintura, y otra secándose el pelo, se quedó sorprendido de ver todavía a su hermana allí que cómodamente leía,



¿No te habías ido?



Lo he pensado mejor, siéntate aquí.



Dócilmente Víctor se sentó y Elena se levantó, las luces indirectas permitían ver el hermoso contorno de su cuerpo torpemente tapado por la raída camiseta, y ella indiferentemente lucía sus rosáceas aureolas resaltando sobre la blancura de sus generosos y turgentes senos; una hermosa matita de negro pelo, marcaban el principio del más lujurioso manjar y su cuerpo con movimientos sensuales se acercaba a él.



Vas desnuda Elena -dijo Víctor sorprendido.



Sí, aquí me gusta estar cómoda



Contesto Elena mientras, indiferentemente, apoyaba sus cálidas manos sobre sus hombros y como una amazona, arqueó sus piernas montándose sobre sus muslos, a escasos centímetros de su oculto pene. Le miró durante unos segundos con una cálida y dulce expresión, se humedeció brevemente con su lengua sus labios enrojecidos por su carmín, cogió la toalla y empezó a secarle el pelo.



¿Así que no has vuelto en seis años, verdad?



Ya te lo he dicho -respondió.



Seguía mirándole, disfrutaba de su extrañeza, mientras le secaba su cabello,



¿T e gusto como mujer?



Cualquier hombre te desearía.



Y, ¿mi hermano?



Por dios, aquello ya paso.



Dejo de secarle el pelo, arrojó la toalla. Ante su mirada empezó a acariciarse su necesitada oquedad. Le observo y sus oscuros ojos brillaban de éxtasis, eran tiernos y suplicantes, diciendo entonces a su hermano.



Buen intento, pero ya no te sirve.



Elena seguía acercándose a él. En su lento trepar, los femeninos muslos se deslizaban sobre los suyos y sentía la suavidad de su textura. Le estaba acorralando y excitando.



¿Sabes lo que estoy haciendo?



Sí Elena; lo noto.



Y aproximándose ella más a él le susurró al oído



Me estoy masturbando… Por ti y para ti



Elena, por favor, no me provoques.



Pero los suaves estímulos al pene, esa boca entreabierta tan sensual enseñándome sus blancos dientes, empezaba sin quererlo a excitarle, pero seguía sin comprender. Ella lo miró, y presionaba más, y su cuerpo se iba ciñéndose al de él



¿Por qué me mientes, Víctor?



No te he mentido Elena.



Entonces ella le mordió el lóbulo de la oreja, susurrándole de nuevo al oído



¿Quieres que te lo diga antes de correrme?



¿El qué?



Sin apartarle la mirada, se acercó a escasos centímetros de su boca y Víctor sintió su dulce aliento



Te he cotilleado, y he visto tus fotos, tus libros, y te he reconocido con el pelo largo, tramposo… ¡Me has estado observado, siguiéndome, todos estos años… Pendiente de mí, todo este tiempo… ¿Por qué Víctor, dímelo?



Víctor, estaba nervioso, excitado y fatigado. Todos estos años venía, necesitaba acercarse a ella, verla, observarla y sentirla desde su lejanía, hasta que un año supo que se había juntado y que no debía inmiscuirme en su vida; pero eso no podía explicárselo. Pero al sentirla en sus brazos, no pudo más y lo confesó



Sí; durante todos los años venía siempre a verte (Y, atrayéndola hacia él pero sin mirarla, prosiguió). Perdona, es superior a mí… Sencillamente, siempre te he amado con locura.



Un gemido hondo, almacenado tantos años, se le escapó a Elena. Abrazándole con toda la fuerza acumulada durante tantos años,



No sabes, mi amor, que cuando dos hermanos se aman, se aman de por vida.



Pero… eres mi hermana y...



No pudo continuar; ella no le dejo terminar la frase; sus dedos húmedos de su dulce néctar se los introdujo en la boca, una profunda sensación le inundó.



Basta de mentirme, hermano mío, desde ahora te alimentaras de mi intimo ser como yo del tuyo.



Y vio su hermosa boca, entreabierta, morbosa, lujuriosa, sedienta y con todas su ser fue a por ella. Sus labios la absorbieron, la abarcaron y sus lenguas, se juntaban, se enroscaban y mientras sus bocas jugaban con pasión, sus cuerpos cimbreaban, los senos acariciaban su pecho. Sus manos se habían apoderado de sus glúteos y aprisionándola y atrayéndola a él, su húmedo conejito sobre su polla la reconfortaba, la mimaba, la excitaba.



Se miraron en silencio observándose, amándose con la mirada. Ella se lo cogió y empezó a metérsela en sus labios vaginales, con el glande acariciaba su clítoris rozándolo suavemente, y tras un profundo suspiro de agradecimiento, le empujó hacia atrás, se levantó, le abrió las piernas, quedando su falo a su merced. Empezó a descender arrastrando su boca y su lengua sobre su cuerpo, pero Víctor no la dejo.



La levante por los hombros, se miraron e incomprensiblemente la sentía tiritar, estremecerse, "Oh, mi amor, mi putita hermana, te voy hacer la mujer más feliz del mundo". "Lo se mi amor, siempre lo he sabido", respondió.



Suavemente, con dos besos sobre sus ojos se los cerró, quería que solo el instinto del tacto estuviera despierto, agudizado, excitado, y empezó a mamar esos hermosos pezones, lamiéndolos, besándolos, mordisqueándolos; mientras que con una mano a su envidiosa compañera la sobaba, la acariciaba, la estrujaba, y a su capricho intercambiaba las caricias. Cuando los pezones estaban duros como piedras, y mientras su respiración aumentaba y sus gemidos empezaban a ser cada vez más audibles; empezó a ser más exigente, sus besos se hacían más absorbentes, sus dientes atrapaban el pezón y los mordisqueando para que un pequeño dolor, junto con un inmenso placer sacudiera su cuerpo.



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Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
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