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EL ALMA SE SERENA
Cuando Elena se quedó más tranquila, tras cortar la llamada telefónica, se volvió hacia el durmiente, contemplándole arrobada y largamente una vez más. Entonces era inmensamente feliz; como nunca antes lo fuera. El la amaba; la amaba prácticamente desde siempre y ella le amaba desde siempre, sin el prácticamente. Arrimó aún más su hombre a su casi desnudo cuerpo, pues de la raída camisa que se pusiera y no la tapaba sino hasta poco más allá del pubis, a esas alturas de la noche apenas si quedaba nada, acurrucándose cuanto pudo contra ese amado cuerpo.
Así, su mente divagó hacia el futuro. Lo que tenía entonces más claro que el agua es que nunca más se separaría de él. Que vivirían juntos, en pareja conyugal, mientras en ambos alentara un soplo de vida. ¿Dónde? Estaba también claro que sería donde él residía. Su trabajo le ataba allí irremisiblemente. Pero el caso de ella era distinto. Cierto que la librería la tenía allí, donde vivía junto a sus padres, pero eso no significaba que no pudiera abrir otra librería donde Víctor debía estar. Disponía de un buen equipo de colaboradores, pues eso eran más que empleados, y para todos ellos la librería era cosa tan propia como para ella misma, pues entre todos la sacaron adelante y llevaban el negocio en sus propias venas. Sí, la librería saldría adelante sin exigir su cotidiana presencia, y abrir una más sólo significaría expandir su negocio de librería-editorial. Incluso podría llevarse con ella alguno de sus buenos colaboradores.
Y desde esa perspectiva su mente voló más lejos. Para empezar, la prole se ampliaría al menos en un vástago más; eso sí, concebido de manera menos original que la actual hija en común. A la antigua usanza vamos, recibiendo su vagina el semen fertilizante directamente de origen, con lo que, seguro, resultaría mucho más gratificante la inseminación. Aunque, a decir verdad, uno más desde luego que se le iba a hacer corto, insuficiente. Tampoco significaba la cosa que ella deseara resultar una “coneja paridora”, pero se dice que no hay dos sin tres, ni, seguramente, que tres sin cuatro... ¡O quién sabe sin cuantos! Bueno, a lo que no creía estar muy dispuesta era a rebasar la media docena… Aunque… Bueno, mejor no pensar ahora en tales “records”, casi dignos de un “Guiness”.
Volvió su mente a sus padres, preguntándose cómo tomarían eso de que a su hija se le multiplicaran casi a destajo los hijos de “Padre Desconocido”. Que la tomaran por una “pilingui” más bien que no, aunque puede que sí por algo peor en opinión de ellos, pues su convivencia con Víctor todo ese tiempo seguro que se haría sospechosa. Y cualquiera sabe para cuántos conocidos más. Pero bueno, ese sería el problema de los demás, no de ellos dos, Víctor y ella misma…
Estas elucubraciones y visiones del próximo futuro llegaron a su fin cuando empezó a pensar que había posturas más apetecibles con las que acogerse al ser querido. Y sin casi moverse de la posición tomada, pasó una pierna sobre el cuerpo de Víctor, buscando unir su “conejito” a la “cosita” de su hermano. Lo logró, pero encontró un tanto flácida la “cosita”, y eso tampoco era plan. Luego decidió encaramarse algo más sobre ese cuerpo ahora inerte para pasar una vez y otra su “cosita” sobre la del “Bello Durmiente”, “cosita” masculina que, como quién no quiere la cosa, empezó a responder que era una vida mía o, mejor dicho, suya, de la gozosa Elena, pues menudo “sobo” que le arreó a la referida “cosita”, que entró en “plan” que para qué las prisas en encajársela mejor, aunque respetando la “inmunidad” de la gozosa “cosita” por aquello de no despertar al durmiente. Que descanse, que descanse, se decía pues le reservaba inminentes “trabajos forzados”, luego más valía que descansara, no se le fuera a “rilar” en medio del “trabajo”….
Así, descansada y feliz como se sentía, Orfeo no tardó en acogerla entre sus suaves y oníricos brazos
BAJO EL SIGNO DE VENUS
La luz de casi el medio día bañaba el cuerpo desnudo de Elena cuando la mujer abrió los ojos. Alzó los brazos por encima de su cabeza y, flexionándolos hacia dentro, se estiró, perezosa, cual larga era, haciendo que sus piernas quedaran casi rígidas al desperezarse cual gata que acabara de despertar al nuevo día. Recordando los dulces sucesos de la noche anterior, giró la cabeza buscando el lugar donde anoche quedara su querido hermano más dormido que un leño. Y entonces le vio, erguido sobre su codo izquierdo en tanto la mano derecha, cerrada en un puño, se apoyaba en la mejilla del mismo lado, como sosteniéndola, en tanto que sus ojos la miraban llenos de amor, de cariño.
Ella entonces se volvió hacia él, aunque más propio sería decir que se fue izando sobre su hermano hasta quedar encaramada sobre él, obligándole a tenderse sobre el suelo hasta apoyar en tal sitio la espalda. Elena, subida por completo sobre Víctor, maniobró hasta que su coñito quedó en contacto con la feroz “tranca” del hermanito. Entonces, empezó a rozar briosamente la “herramienta” masculina con su sexo, su “cuquita” que enseguida comenzó a tornarse inagotable manantial de los más íntimos fluidos femeninos, inundando con el olor de sus feromonas el ambiente, con lo que Víctor inició el viaje al universo de los mil y un aromas embriagadores.
Aunque el amoroso hermano de Elena tampoco se estuvo quieto desde que su queridísima hermanita iniciara la “maniobra de aproximación al objetivo”, planeada cual si fuera el mejor estratega militar del mundo, pues sus manos al instante se habían apoderado de aquello dos odres de vino y miel que eran los dos maravillosos senos de la mujer que le traía loco de remate. Los manoseaba, los estrujaba una vez y otra y ni se sabe cuántas veces más, aplicándoles boca y lengua alternativamente, besando, lamiendo y succionando cada una de ellas y a cada momento, casi a cada segundo. Elena, cada vez más enervada, más encendida, se movía sobre la “tranca” de Víctor como si fuera una sierra de vaivén, friccionando su encharcada “cosa” contra aquella maravilla de ariete demoledor de murallas que tenía debajo. Como posesa, gritaba.
¡Sí hermanito, chúpame las tetas, chúpame toda! ¡Lámeme, chúpame!... ¡Muérdeme si quieres, pero no pares mi amor, no pares! ¡Por Dios no pares ahora! ¡Hazme gozar, cielo mío, cariño mío! ¡Amor mío!
De pronto, Elena detuvo su vaivén sobre aquél embravecido “ariete” para ir trepando por el cuerpo amado, por el torso idolatrado, dejando tras de sí un reguero de saliva y jugos íntimos en perfecta ligazón de divinas ambrosías, hasta alcanzar la boca de su hermano-amante, donde clavó anhelante la parte más íntimamente femenina de su cuerpo, en demanda de las ardientes caricias de esa boca y su deliciosa lengua
¡Cómetelo, mi amor!… Cómetelo Chúpatelo bien chupado… ¡Méteme tu lengua incomparable, mi amor, mi cielo, mi vida entera! ¡Házmelo, vida mía, házmelo con esa lengua tuya que me trae loca!
¿Y qué iba a hacer el rendido Víctor más que atender, solícito, la deliciosa demanda del amor de sus amores? Pues eso, que con toda dedicación se entregó a la tarea de hacer gozar a su hermanita tal y como ella le suplicaba casi más que le pedía. Y así, primero besó ese coño incomparable, sonrosadito, divino, que ante él se abría mostrando sus labios carnosos hasta casi estar inflamados de lujuriosa pasión, para después pasar la lengua sobre esos labios vaginales que abrían paso a la más perfecta vagina de que Víctor jamás disfrutara.
Y tras esos labios, el botoncito del placer femenino, el capullito reventón del más bello y deseable clítoris que en el mundo pueda darse, que chupó, succionó y atrapó en su lengua, entonces casi retráctil cual lengua de camaleón. Elena disfrutaba como loca, chillando, aullando casi que mejor se diría, del enloquecedor placer que aquella lengua, para ella lo más maravilloso del mundo, le producía un segundo sí y al siguiente más aún.
¡Así mi vida, así! ¡Aaahhh… ¡Aaaahhh…! ¡Sigue, sigue amor, sigue cariño mío!... ¡Aaahhh… Aaaahhhh!... ¡Me matas, Víctor mío, hermanito querido!... ¡Me estás matando de gusto, de placer infinito!...
Pero lo ya excelsamente maravilloso para Elena fue cuando la lengua de su hermano entró en su cuevecita del placer, horadándola, hundiéndose en ella casi hasta las amígdalas, al tiempo que se movía hábilmente en tales profundidades, hurgando, repasando todos y cada uno de los más recónditos rincones casi hasta el fondo de tan golosa vagina, hasta donde la camaleónica lengua era capaz de llegar, esforzada al máximo.
El tiempo se le agotaba a Elena, pues notaba claramente que el volcán de sus más íntimos placeres estaba a punto de la más maravillosa erupción, pues su tronco tendía a erguirse dominador, arqueándose a su vez la juncal espalda. Pero no era ella sola la que estaba a punto de alcanzar el cénit de aquél gran “trabajo” de lengua, pues también sentía los estertores del cuerpo de su pareja, que se tensaba al arquearse también la espalda masculina.
Entonces Elena se alzó rompiendo el gozoso contacto al tiempo que exclamaba
¡No acabes aún cariño! ¡Aguanta cielo, aguanta! ¡Sólo un momento, de verdad mi amor, sólo un momento, un momento sólo!
Elena, a toda velocidad, desanduvo el camino antes andado, hasta bajarse a la altura de la candente virilidad de su hermano; la tomó con una mano y en un decir se lo introdujo dentro, empezando de inmediato a “galopar” como jinete sobre caballo o toro salvaje, mientras gritaba entre jadeos de placer
¡Ahora mi amor, ahora! ¡Vamos querido, vente conmigo que estoy ya a punto de caramelo!
A continuación, entre aullidos de puro gusto, siguió clamando
¡Ya mi amor, ya! ¡Vente, vente que no aguanto más!... ¡Aaahhh… Aaahhh!… ¡Me vengo Víctor! Meee veengooo, aalmaaa… Miiiaaa!... ¡Ya, ya, ya estoyyy aquííí!… ¡Siiigueeee eeempuuujaandooo miii aaaamoooorrrr, maaachooo miiiooo!
Víctor y Elena acabaron juntos, al unísono, quedando ella derrumbada sobre él, pero sin dejar escapar al “pajarito” de su amorosa “jaula”, pues le mantuvo retenido apretándose contra el pubis de su hermano.
Aquello sólo duró el poco tiempo que precisó para reponerse un poco de la “paliza” que también representó aquel primer coito mantenido con su hermano. Por lo que tan pronto se sintió un tanto repuesta buscó la vivificación del “pajarito” mediante un suave, medido movimiento de vaivén, cadera adelante, cadera atrás en lento pero sostenido movimiento que tranco sí, tranco también se hacía más y más intenso, despertando de vez en vez la dormida virilidad de Víctor hasta sentirla gloriosa en su interior. Entonces susurró al oído de su hermano
Víctor, mi amor, cambiemos de postura; giremos los dos para que yo quede debajo y tú encima. Toma tú la iniciativa de la situación cariño mío.
Giraron los dos como Elena deseaba sin dejar que el pene de Víctor saliera del “conejito”, efectivamente, él tomó el control de la íntima relación desde ese momento, dedicando a su amante hermana, a su mujer, un suave, delicado, mete-saca que poco a poco la llevaba a las más altas cotas del cariño, pero también del placer.
Elena colaboraba al 100% con el vaivén que las caderas de su hermano iban imponiendo, coordinando el propio vaivén de sus caderas al de su amor, al de Víctor, mientras sus piernas se alzaron, atrapando entre ellas las caderas y muslos del hermano-marido, al tiempo que sus talones se clavaban en los glúteos masculinos presionando sobre ellos, ayudando así esa máxima penetración que tanto la enloquecía. Y los murmullos de placer, los jadeos entrecortados, los gemidos y grititos producto del goce supremo llenaron la habitación. Elena empezó a gritar de gusto, pero esos gritos se trocaron en alaridos de candente pasión erótica cuando Víctor, poco a poco, fue imprimiendo más y más vigor y velocidad a las embestidas de aquel esplendoroso mete-saca, haciendo que su virilidad entrara y saliera de la intimidad de Elena con respetable vigor y velocidad, intimidad que a esas alturas de la “película” estaba enfangada con los fluidos aluviones de sus más preciosos jugos.
Los grados de la temperatura erótica se fueron incrementando paulatinamente hasta alcanzar el nivel en que el hierro funde, con lo que el cortejo de alaridos por parte de Elena, bufidos y berridos por parte de Víctor y por parte de ambos los entrecortados jadeos, los gemidos balbucientes y los amortiguados murmullos de placer se multiplicaron por enésimos factores hasta que las placenteras sacudidas que hacían temblar todo el cuerpo de Elena al discurrir por su columna vertebral los excelsos goces precursores del inmediato orgasmo rompieron en el fondo de su vagina en una sinfonía de múltiples placeres que la llevaban al paraíso del gozo supremo
¡AAAHHH!... ¡AAAAHHH!... ¡AAAGGG!... ¡MEE VEENGOOO!… ¡MEEE VEENGOOO, AMOR MÍO!... ¡ AAAGGG AAAY… AAAY… AAAY!...
Víctor se vio transportado al Séptimo Cielo de los más gloriosos placeres que pueda dar el sexo al ver la salvaje forma en que su amada hermanita, su “Putita Hermana” disfrutaba de ese segundo orgasmo del día, primero de esa segunda sesión de sexo casi salvaje. Pero no por eso decreció el vigor, fuerza e intensidad de las embestidas con que regalaba el cuerpo de la mujer amada. Ni mucho menos, pues lo que originó esa casi inmensa dicha fue un incremento de la pasión del mete-saca, así como de la velocidad del mismo, ambas cosas que enloquecían de dicha a su “Putita Hermana”, haciéndola vibrar de enervamiento sexual, en incandescente deseo de que aquello no acabara nunca
¡Dame fuerte Víctor, hermanito, cariño mío, fuerte, fuerte! ¡Así, cielo mío, así! ¡Aaaahhhh…. Aaaahhhh! ¡Qué gusto me das vida mía, mi amor…! ¡Aaaahhhh… Aaaahhhh! ¡Sigue… Sigue!… ¡Así, cielo, así…! ¡Aaaahhhh… Aaaahhhh! ¡Qué bien me lo haces! ¡No pares, cielo mío!… ¡Empuja vida mía, amor mío, empuja fuerte…¡AAAHHH! ¡¡AAAHHH! ¡AAAHHH!!
El hermanito también vibraba de deseos de disfrutar él, pero mucho más de que ella disfrutara, pues el disfrute de la tan amada hermana constituía su mayor disfrute. Verla así le enervaba, le encendía hasta el infinito lo que le producía un ansia suprema por hacer lo que su hermana le demandaba: Incrementar hasta el infinito el vigor, la fuerza, y la velocidad del increíble mete saca. En efecto, la virilidad del hermanito entraba y salía del “tesorito” de la hermanita incesante e incansablemente, haciendo que sus testículos se estrellaran una vea y otra en el trasero femenino, en ese punto donde acaba la vagina junto al canalillo que lleva hasta el ano.
Esa renovada forma de entrar en la vagina de Elena, hizo que el segundo orgasmo de esa segunda tanda sexual de la tarde, ya más que de la mañana, rompiera en la vagina de la hermanita con denodada fuerza inundándola de enervante dicha que la llevaba a la misma Gloria. No, para Elena empezaba a estar claro que para entrar a disfrutar del Cielo Prometido no era necesario morir, con una tarde de amor sazonado con el maravilloso sexo de su hermano era suficiente
Pero como el horno estaba lo suficientemente caliente, ese segundo orgasmo de la segunda tanda sexual, tercero de la mañana-tarde, no llegó solo, sino acompañado en una catarata, más o menos, de orgasmos encadenados con lo que también en su vagina rompió un tercero. Y cuando a los pocos minutos Elena barruntaba la llegada del cuarto, Víctor empezó a clamar entre berridos, bufidos de búfalo en celo
¡Hermanita no aguanto más! ¡Lo siento pero creo que voy a acabar en segundos!
Sí hermanito, acaba ya; vente mi amor, vente conmigo que también estoy por acabar, por venirme en instantes… ¡Vamos valiente, TOORO MIOO, acompáñame, “vente” conmigo ¡Aaaahhhh! ¡Aaaahhhh! ¡Me corro amor mío, me COOORROOO! ¡MEEE…COOORROOO, CARIÑO MÍO! ¡Dame tu semilla, inúndame con ella! ¡EMBARÁZAME, PRÉÑAME AMOR MÍO, VIDA MIA, CARIÑO MIO!... ¡¡¡TOOOROOO MIIIOOO!!!...
Los dos. Elena y Víctor, Víctor y Elena, explotaron juntos cual dos erupciones volcánicas que simultáneamente estallan, quedando ambos ahítos de amor, llenos, exultantes de mutuo cariño conyugal y Elena totalmente inundada del fertilizante esperma de su hermano que con toda su alma deseaba que fructificara en la fértil tierra de sus entrañas. También estaban más que cansados agotados, extenuados tras aquellas dos gloriosas sesiones, incomparables e inacabables. Víctor cayó derrengado en el pecho de Elena que le recibió con el inusitado, rendido, amor que le profesaba. El había caído agotado como pocas veces antes lo estuviera, por lo que al momento pasaba a los mórbidos brazos de Morfeo. Con uno de los pezones de Elena en la boca, atrapado casualmente al caer sobre el pecho femenino, talmente parecía un niño que se durmiera mientras mamaba. Elena mesó el pelo a su hermano unos minutos, en tanto le miraba arrobada, dulcemente enamorada de él hasta las trancas, para al poco besar sus mejillas y sus labios con la debida suavidad para no despertar con sus besos a su hombre. Luego se acurrucó junto a él, abrazándole tan fuerte que más juntita a él casi no podía estar ya. Descansó su cabeza en la parte alta del pecho masculino, bajo el omóplato izquierdo, y pocos minutos después también dormía, en uno de los sueños más tranquilos y felices que en su vida disfrutara.
LA NOTICIA
Cuando Víctor despertó, casi pasada ya la media tarde, lo primero que experimentó fue el hambre de lobo que le dominaba. Inmediatamente después, al verse en el suelo y desnudo por completo, recordó la mañana precedente y lo maravillosa que fue. Con la vista buscó a su hermana, pero no la encontró. Iba ya a levantarse cuando ella apareció con su rostro iluminado por una alegre, por más que amorosa sonrisa de oreja a oreja. Iba enteramente vestida, lo que denotaba que haría cierto tiempo que estaba despierta. Se acercó a su hermano, dándole un piquito en los labios al tiempo que le decía
¡Venga dormilón, que ya llevo yo levantada un rato no pequeño! Dúchate y vístete, que tenemos que salir. Supongo que tendrás hambre, ¿verdad?
¡Y de qué manera! ¡Me comería un buey con habas.
Pues, querido hermanito, te tendrás que conformar con un “tente en pie” en la cafetería de aquí al lado, pues papá y mamá nos esperan para cenar, y no te vas a presentar para no probar bocado. ¡A ver cómo les justificas que has comido después de las seis de la tarde! Luego al “tente en pie” y con el coche a casa de papá y mamá.
¿Sabes hermanita? Lo de ir con papá y mamá no urge en absoluto. Yo tengo un plan mejor que ese que dices. Comemos ahora un poco más decentemente de lo que dices; luego volvemos a casa, nos metemos los dos en la cama a recuperar tiempos perdidos y luego, a las nueve y pico o las diez, vamos a casa de nuestros padres.
¡Ya! ¡Hermanito, eres un “salido”! ¡Vamos, un hombre! ¡Y, como todos, siempre pensando en lo mismo! Anda, anda, “salido!, más que “salido”, que para la “recuperación” que dices, y yo suscribo, ya tendremos tiempo luego, a la noche. Porque que lo tengas claro: Se te acabó la vida de soltero. Desde hoy viviremos juntos y dormiremos juntos cada noche, porque vamos a ver, ¿eres o no eres mi marido? ¿soy o no soy tu mujer?
Cariño, eso para mí ya no cabía duda desde anoche y así será, pero sigo pensando que mi plan es mejor que el tuyo. Y con el añadido nocturno que dices, que lo uno no quita para lo otro.
Que no, pesado; que no. Que, aparte de los de los papás, yo también quiero salir de aquí de inmediato pues quiero hacer algo cuanto antes: Presentarte a una persona muy importante
¡Elena! ¡A ver si me tendré que poner celoso…. Porque, no será tu último novio, ¿verdad? Porque te advierto, aunque hace algún tiempo que no me lío a trompazos con ningún tío, eso no significa que no esté preparado a hacerlo en cualquier momento…
¡Mira que serás tonto, hermanito! Yo no tengo más novio que el que siempre quise tener, tú tontorrón, más que tontorrón, tú. Que, además de “salido”, me estás resultando tontorrón. Es a mi hija a quien quiero que conozcas, y lo quiero ya, cuanto antes. Por eso tengo prisa por llegar pronto a casa de papá y mamá.
¿Sabes hermanita? Veo que tienes razón, que tu plan es mejor que el mío. Sí, también yo tengo ganas de conocer a tu hija. De verdad Elena, de verdad. Voy a querer mucho a esa niña, a tu hija. Como si fuera mi propia hija. Te lo prometo.
Una hora más tarde, puede que más, ya en el coche de Elena y con ella al volante, los dos hermanos se encaminaban a la casa de sus padres. A poco de ponerse en marcha, Elena le hablaba a su hermano
Víctor, te decía que quería que conocieras a mi hija, pero antes deseo decirte…que sepas algo… Vamos a ver… ¿Recuerdas que unos días antes de…bueno, “aquello” lo que pasó fuimos, al cine; tú, con Ana, yo, unas filas más adelante, con un tío del que ni me acuerdo ya…
Víctor, desde que su hermana se fuera por tales recuerdos que él deseaba cordialmente olvidar, estaba más que menos hosco, fastidiado, con lo que a su hermana se le ocurría sacar del “baúl de los recuerdos”
Sí que lo recuerdo… Y de la sensacional mamada que me hizo Ana… Y de cómo, apenas acabar conmigo, le faltó tiempo para irse a morrear contigo, por “to lo arto”… ¿Quieres que te diga lo que entonces pensé de vosotras…de las dos?... Porque aún lo recuerdo, claro como el agua clara…
Elena esbozó una sonrisa de conejo, aunque más cuadraría decir de coneja, pero bueno, dejémoslo así y que las “femi” no me ahorquen demasiado
Vaya; veo que tienes una cierta idea de lo entonces sucedido, pero no muy clara… No; Ana y yo no nos morreamos aquel día… Bueno, aquella tarde-noche; sólo procedimos a una cosa… Pasar ti venida, enterita, de la boca de Ana a lamía propia… Y acto seguido salí del cine, como quien huye de la muerte, rumbo a casa…a mi cuarto…
Ana calló otro segundo, coscándose del interés que, el giro de la conversación estaba haciendo en su hermano Víctor, que entonces la miraba sin pestañear, totalmente intrigado en lo que Elena le decía… Y Elena, en nada, siguió su perorata…
Allí, en mi cuarto de casa, pasé tu esperma de mi boca a un tubo de cristal, esterilizado, y al día siguiente me fui, con tu esperma, a una clínica de “fertilización un vitro”; me sacaron unos cuantos óvulos que fueron fertilizando allí, en la clónica, con tu esperma… Luego, durante ese tiempo que aún medió hasta que, al final te marchaste…nos dejaste…me dejaste, me fueron implantando en mis entrañas, esos óvulos fecundaos con tu esperma… Costaba mucho que arraigaran, que esos proyectos de vida humana, se agarraran a la vida… Quisieran, de verdad, vivir, pues casi todos acababan por deshacerse… Pero ocurrió que uno, al final agarró, se aferró a la vida… Y salió adelante, hasta yo alumbrarla… Eso, el parto de mi hija, sucedió hace cinco años…
Elena calló y Víctor quedó serio, en silencio y con la mirada perdida en un punto del horizonte que, diríase, sólo él veía. El rostro inexpresivo, sin sombra de disgusto pero tampoco de agrado, aunque traslucía perfectamente el estado de emoción y, sobre todo, de tensión que a su alma entonces atenazaba. Elena, al tiempo que conducía, lanzaba miradas a su hermano casi a hurtadillas. En esas miradas se reflejaba la emoción y tensión que entonces la embargaba: Estaba casi aterrorizada ante las consecuencias que su acción unilateral podía acarrearle para con su amado hermano, pues le daba pánico la posibilidad de que él reaccionara ante eso no ya de manera simplemente negativa, sino de puro rechazo ante esa paternidad obligada y tramada a traición. Entonces estaba segura de haberse equivocado, y quizás definitivamente. Sí, eso era muy fuerte para decirlo así, casi de sopetón; seguramente si hubiera sabido ser más sensata… Pero… ¿Cuándo en su vida había sido ella sensata?... Y así quedó, como reo que espera el fallo definitivo que decidirá su vida o su muerte. Al fin, Víctor abrió la boca, habló, aunque sin mirar a su hermana, con la vista prendida o perdida en ese punto ignoto del horizonte que parecía conocer sólo él
Así que tengo una hija desconocida… Que soy el padre de tu hija, que ella es mi hija….
Víctor hablaba sin inflexión alguna en la voz, como si narrara un aburrido texto… Y Elena estaba pasando las de Caín, con el alma en vilo y la boca cerrada, pues era incapaz de articular palabra alguna: Su faringe se negaba a emitir sonido alguno y los ojos le escocían de tanto “tragarse” las lágrimas que desde que acabara de hablar a gritos le exigían libertad para desparramarse por su rostro.
Quería hablar, romperse en lágrimas de arrepentimiento e implorarle perdón a su hermano, dispuesta a humillarse ante él hasta lo indecible para que él la perdonara y la mantuviera a su lado. Aunque fuera como “Su PUTA hermana” y no “Su putita hermana”, pero no podía. Algo la mantenía allí, quieta, callada y anhelante
Por fin Víctor se volvió hacia ella y la “Putita hermana” vio brillar los ojos de su hermano, pero sin encontrar en ellos nada más que emoción y, sobre todo, cariño; tal vez fuera mejor decir arrobamiento.
¡Nuestra hija, Elena; la hija de ambos, de los dos! ¡Dios, y cómo podré agradecerte esta hija nuestra!
Ahora sí que Elena rompió a llorar, pero a reír también, pues esas lágrimas lo eran de alegría por el gran peso que se acababa de quitar de encima. ¡Víctor aceptaba la paternidad de esa hija! Y… ¡De qué manera!... ¡Dándole a ella las gracias, cuando ella no sabría ni qué hacer para agradecer a su hermanito que acogiera así a la hija de ambos! ¡Sí, él era su marido y ella su mujer, pues Víctor se lo acababa de confirmar!
Si no hubiera sido por la rápida reacción de Víctor, el choque frontal con otro vehículo hubiera sido inapelable, pues Elena se había desentendido del volante al intentar lanzarse en brazos de su hermano. Este entonces, jocoso, le dijo
¡Tranquila hermanita o nuestra hija queda huérfana de padre y madre en un santiamén!
Víctor había tomado con una mano el volante abandonado por Elena, maniobrando para recuperar la mano derecha y salir del carril contrario. Pero en esta maniobra por poco no colisiona con otro vehículo que venía por ese mismo carril; suerte que este otro coche maniobró bien y les pudo adelantar por la derecha sin tocarse. Elene entonces, aprovechando que por su derecha no había ningún otro coche inminente, aceleró y Víctor de llevar al automóvil hasta la acera, frenando allí por fin
¡Ay Dios mío! ¡Poco más y nos matamos! ¡Pero aquí estabas tú, mi amor, para salvar la situación!
Elena se había lanzado en brazos de su hermano, besándole, abrazándole… Era feliz, se sentía dichosa, contenta…. Era como si viviera un sueño… ¡Víctor, su hermano, su marido, aceptaba del mejor grado el ser el padre de su hija! ¡No le había afeado el haberle manipulado, el haber tomado la decisión de hacerle engendrar en ella una criatura!
¿De verdad cariño que no te importa que me apoderara así de tu esperma, que me hiciera embarazar por ti así, sin decirte nada, sin que siquiera lo supieras?
Pero hermanita, qué mayor maravilla puede haber para mí que engendrar vida en ti. Y qué más da cómo fue: Lo importante es que me hiciste el padre de tu hija. Y lo que somos nosotros tres, tú, yo y nuestra hija querida hermanita: Una familia porque hay un padre, una madre y una hija a la que los dos cuidaremos. Pero es más: No creo que la niña deba carecer de hermanos y hermanas. ¿Qué opinas al respecto hermanita?
Que nada deseo más que darte nuevos hijos, hermanitos y hermanitas para nuestra hija. Te quiero con toda mi alma, hermano y marido mío. Como la hermana tuya que soy pero como la mujer que también soy. Casi diría que este amor por ti me duele de tanto como te quiero. Te juro Víctor, que sin ti no puedo vivir. Hasta ahora mi vida ha sido un árido páramo desértico que tú has convertido, desde ayer, en ubérrimo Paraíso en la Tierra. Te adoro hermano y esposo mío.
Un nuevo beso lleno de dulce pasión, de absoluta entrega mutua, cerró esas palabras pues, sin más, el coche reemprendió la marcha llegando al poco a la casa de los padres de ambos.
Como era de esperar, papá y mamá monopolizaron a Víctor tan pronto como la pareja entró en la casa, por lo que no fue sino al rato cuando el padre pudo conocer a su hija, pero no como su padre, sino como su tío, pues las abuelos de la niña no dejaban a Víctor ni a sol ni a sombra. En un momento, socarronamente, Elena llegó a decir
Papi, mami, a este paso haréis que le coja celos a Víctor, pues me estáis reduciendo a un cero a la izquierda desde que mi hermanito regresó al hogar paterno…
Y claro, ante este comentario las risas florecieron que eran de oírse. A tener en cuenta que, no obstante a lo que Elena decía, ni un momento se había separado de su hermano, prendida a él con un brazo que se apoyaba en el de Víctor, en tanto con su otro brazo sostenía a su hija, la hija de Víctor y Elena, que ella se la acercaba lo más posible a su padre, a Víctor, que a su vez colmaba de besos a su hija y sobrina, pues ambas cosas era la niña a un tiempo. Y de señalar será que la niña tomó inmediato cariño al que entonces sólo conocía como su tío, demostrado por los frecuentes besitos en el rostro del tiíto y los no menos frecuentes abrazos con esos bracitos que embelesaban a su padre. Bueno, lo cierto sería decir que a Víctor su hija le traía embelesado desde que la vio por vez primera y que Elena no cabía en sí misma del gozo y orgullo que producía ver así a padre e hija. Sí, todo saldría bien, y ella con su hermano constituirían un matrimonio con más dulzura que entre todas las confiterías de la ciudad juntas.
Transcurrió la cena entre la general alegría y a eso de las doce de la noche Víctor dijo que se marchaba a su apartamento. Entonces Elena dijo que los días que su hermano estuviera con ellos, ella pasaría las noches en casa de su hermano: Llevaba mucho tiempo sin verle y prefería irse con Víctor para charlar los dos un rato antes de irse a dormir. Aquella noche la niña se quedó con los abuelos, pero cuando se presentaron en la casa paterna al siguiente día, en la casa de Víctor, que ya era el primer hogar de los dos, había una habitación preparada para la niña, con su camita, su armario, su cómoda y estanterías donde poner muñecos, juguetes y algún libro, cuantos en general, por lo que cuando se marcharon fue con la niña, eso sí, dormidita.
8. EL NOTICIÓN
Y así pasaron los días que Víctor pudo estar en la localidad paterna y donde tanto él como su hermana nacieran. Había ido allí aprovechando unos días de vacaciones que se acabaron y tenía que regresar al trabajo diario, pues el dinero no lo regalan, sino que hay que ganarlo cada día.
Como tenían previsto los dos hermanos, se marcharon los tres juntos, Víctor, Elena y su hija, pues desde unos días antes Elena venía hablando a sus padres de que pensaba expandir su negocio de librería abriendo una segunda, y dónde mejor que en la capital de la Nación toda cuenta que allí vivía su hermano, con lo que tendría gratis el alojamiento, pues vivirían juntos en amor y compaña, cual los dos buenos hermanos que eran
Esto se fue repitiendo a lo largo de los cinco o seis días siguientes, pero al final Elena planteó a sus padres que ella quería que su hija pasara las noches con ella: Estaba acostumbrada a tenerla en casa, en la habitación de al lado cada noche, y que no se hacía a dormir sin tenerla cerca de ella; que así no venía durmiendo bien, se despertaba sobresaltada por las noches y tal.
No era así, claro, pues en forma pasaba ninguna noche mal, sino todo lo contrario tras la sesión de amor que su hermano-marido la prodigaba a diario; sí, a diario, pues si al final dormía poco no era precisamente por añoranza de la niña. En realidad la idea era de Víctor, deseoso del cariño de aquella hija que realmente no conocía. La niña le había acogido bien, era naturalmente cariñosa, pero él deseaba que el cariño de su hija hacia él, el natural cariño que los hijos profesan a sus padres, se asentara y arraigara normalmente en su hija. Y para eso la diaria convivencia, el sentirse la niña querida y segura con su madre y el hombre que le empezarían a decir que era su padre, era imprescindible, pues el roce, el sentirse querido/a, es lo que crea la correspondencia a ese cariño que por entonces la niña no podía sentir en forma natural pues durante sus cinco años de vida nunca conoció a un padre.
Para regresar al lugar que le viera nacer donde sus padres y su hermana todavía habitaban, Víctor había aprovechado unos días de vacaciones que, como todo en esta vida, llegaron “A sé acabar e consumir” por lo que debía volver al trabajo. Pero no marchó solo pues con él iban Elena y la hija de ambos. La escusa para irse Elena con su hermano fue lo que ya antes pensara hacer: Expandir su negocio abriendo una nueva librería y en qué sitio mejor que donde vivía su hermano, pues él le brindaba alojamiento a ella y a su hija.
Pero la noche última que la pareja cenó con sus padres, cuando ya se despedían, en un aparte con su hija, Doña Elena, la muy respetable y tradicional madre de los dos hermanos, le dijo
Ten cuidado hija. Bueno, tened cuidado los dos, Víctor y tú.
¿A qué te refieres mamá?
Mira hija, yo no quiero inmiscuirme en vuestra vida, la de Víctor y la tuya; ya sois mayorcitos, él con veintiocho y tú con veintiséis. Pero hay cosas en las que hay que ser muy juiciosos. A los dos o tres días de llegar Víctor la niña, tu hija, me dijo que tú le habías dicho que su tío Víctor era su papá. Ella estaba muy contenta de tener por fin un papá, y yo pensé que era bonito que tu hermano quisiera proteger así a su sobrina. Pero desde entonces empecé a fijarme en cosas en las que antes no me fijaba, y me di cuenta de que vuestra relación iba más allá de lo que las relaciones entre hermanos suponen: Veía entonces cómo os mirabais, cómo os tomabais de la mano, cómo os enlazabais por la cintura casi que de continuo… Más parecíais novios, recién casados incluso, que simples hermanos… No me equivoco ¿verdad?
Doña Elena dijo esto último mientras soltaba un suspiro con el que aceptaba lo inaceptable. Elena le sostuvo la mirada, pero sin desafío en sus ojos al tiempo que era consciente, pues le resultaba evidente, lo que a su madre le costaba tragar esas “piedras de molino”. Al fin, armada de valor, se confesó con su madre.
Sí mamá, él y yo nos queremos, nos amamos exactamente igual que vosotros dos, papá y tú, os amáis. Y como vosotros, nosotros también dormimos juntos y hacemos el amor. Pero mamá, en nuestra unión no hay nada innoble, nada sucio, nada obsceno y menos aún degenerado, pues es sólo eso, amor, amor sincero de hombre y mujer, de mujer y hombre. Igual que tú eres la esposa y mujer de papá, yo soy la esposa y mujer de Víctor. E igual que papá es tu esposo y marido, Víctor también es mi esposo y marido. Y tendremos hijos; mejor dicho, tendremos más hijos, pues la niña, tu nieta, es hija de Víctor y mía. Y a nuestros hijos trataremos de criarles y educarles como vosotros nos criasteis y educasteis a nosotros dos, en la decencia y la honradez… ¡Y esperemos que entre ellos no cunda el ejemplo de sus padres! –Aquí, Elena se rió, haciendo reír también a su madre- Trata de comprendernos mamá, y trata de que papá nos comprenda también. No nos culpéis, ni nos despreciéis, ni dejéis de aceptarnos junto a vosotros…
Doña Elena se despidió de sus hijos y les vio marchar aquella noche sabiendo que en tiempo no los vería… Ni tampoco a su nieta.
Se sentía extraña. Desde luego, la relación incestuosa que ellos mantenían no le gustaba un pelo, pero tampoco la abominaba. Se sorprendía al comprobar que, realmente, les comprendía. Que dos hermanos se enamoraran de aquella manera podía ser cualquier cosa menos normal. Si le dijeran que era antinatural no sería ella quien tal cosa desmintiera, pero al propio tiempo tampoco lo encontraba tan inmoral, tan aberrante, pues el amor nunca puede ser inmoral ni aberrante porque el enamorado y la enamorada no son responsables de su enamoramiento: Este llega porque sí, porque la Naturaleza lo impone y el sujeto del enamoramiento no puede luchar contra ese fenómeno por entero natural y absolutamente propio de los seres humanos. Sí, su hija tenía razón, ellos dos, su hija y su hijo, se amaban tal y como ella y su marido se amaban, luego si el amor entre sus hijos era aberrante el de ella misma y su marido también lo sería. O… ¿Es que la Naturaleza puede ser aberrante?
Sí, les vio marchar y se dijo que todo eso se lo tenía que hacer comprender a su marido… Pero esa noche no; estaba cansada y, lo que era peor, alterada. Sí, buscaría a su marido y, costara lo que costase pues él, Víctor padre, desde luego, ya no era lo que fue, se lo llevaría al “huerto” y el amor que se profesaban reverdecería aquella noche como cada noche reverdecía hace años, cuando los dos, Víctor padre y Elena madre, eran mucho más jóvenes, tanto como ahora lo eran Víctor hijo y Elena hija…
FIN DEL RELATO
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