Se quitó la blusa, giró las llaves de la regadera, al poco tiempo un suave vapor inundó el baño. Un delicioso aroma del jabón botánico impregnó su cuerpo. El ruido del agua sobre el piso era el único sonido en la casa. El baño fue cuidadoso y profundo, además de reconfortante.
Nuevamente se encaminó hacia la casa del curandero-brujo, caminó por algunos senderos a través del campo, cruzó una carretera y siguió su camino. Llegó a la ranchería, se internó por algunas calles polvorientas, con hermosos árboles frutales que impregnaban el ambiente con un olor exquisito, de primavera precoz o como dirían algunos dedicados a la mercadotecnia de detergentes de “belleza o pureza campirana”, “amanecer primaveral”, “dulzura natural” o tonterías por el estilo. Caminó por la calle de Héroes y dio vuelta a la derecha. Se percató que el cielo estaba límpido y de un azul intenso, que el blanco de la pared estaba más claro que de costumbre y que los colores de la bugambilia eran más intensos, curiosamente todos los colores estaban brillantes y más fuertes que siempre, una extraña luminosidad rodeaba todo en ese día caluroso.
Era el domingo 16 de febrero, no era un día común y corriente, en realidad el curandero nunca citaba a alguien en domingo, mucho menos para “limpiarlo” o curarlo. Este era un encuentro diferente. Estuvo a punto de tocar la puerta cuando lo vio venir. Este hombre de cuarenta y dos años era de estatura regular, delgado, de cabello medianamente largo que se recogía en una coleta, atractivo, con ojos profundos que podían mirar tiernamente o escudriñar el alma, con una nariz recta, ligeramente curva en la punta, con labios delgados, con una hermosa piel y a diferencia de muchos de los de su tipo, velludo, su vestimenta era totalmente informal, con pantalones de mezclilla y camisa naranja, simples, nada fuera de lo común.
Se besaron en la mejilla, entraron al lugar, dejaron sobre la mesa el bolso y el sweater. Él se preparó un brebaje de toronjil, color verde, se asomó por la ventana, le acarició la espalda sobre el vestido, al notar que ella no traía sostén, metió su mano por arriba y le acarició el omoplato izquierdo. Ella le extendió un papel, mientras él lo leía, ella recordó cuando tuvo un problema en el cuello y él le dijo “_tienes abierto el cuello y las vértebras ¿no te cansas al estar de pie? ¿no quieres que te de una ajustada?” “_sí”. Inmediatamente ella se recostó boca arriba sobre la mesa de masaje, él le levanto la blusa, le dio unos golpecitos sobre el esternón, sobre el corazón e hizo presión con su palma derecha, un ruido lo desconcentró, fijó su atención en eso mientras le acariciaba el ombligo. Después se paró atrás de la cabeza de ella, metió su mano derecha debajo de la blusa y de su ropa interior y la colocó en el centro de su pecho, le llamó la atención que al respirar no lo levantara, le volvió a dar unos golpecitos suaves y a hacer presión. Le dijo unas palabras tiernas, le apretó el vientre y al cabo de unos segundos su pecho se llenó de aire y su corazón latía rápidamente. “_ ¿estás angustiada?, pareciera que tuvieras angustia”. “_No, lo que pasa es que me pones nerviosa”. Él le acomodó el cuello, esperó unos segundos y le dio un beso en la frente, ella sonrió y lo tomó como una simple muestra de afecto, sin ninguna implicación extra, por los varios años que tenían de conocerse. Pero en realidad ella no sólo sentía una amistad, desde hacía tiempo ella se había enamorado de él. Al recibir ese beso, ella no se ilusionó demasiado, pero si se sorprendió, aunque se sorprendió más a los pocos segundos, cuando así al revés, él la besó en los labios, ella le correspondió y sus labios y lenguas se acariciaron en ese primer beso, que fue una mezcla de ternura y pasión contenida por varios años. Mientras se besaban, él giró hacia la izquierda y se subió a la mesa de masajes, sobre ella. Se besaron repetidas veces, él le sostuvo su cabeza con su mano derecha, ella le acarició su rostro, su pelo y su incipiente barba rasposa. Él le levantó con fuerza el sostén y le besó el seno izquierdo y luego el pezón derecho y empezó a bajar por su tronco hacia su abdomen, le bajó un poco el pantalón, ella lo detuvo y él le expresó “sólo te quiero besar” y le besó la base del vello púvico. Él le dijo “_ quiero hacerte el amor”, “_hoy no se va a poder”. Se volvieron a besar y se abrazaron profundamente. Con su mano izquierda él bajó otro poco el pantalón de ella, metió su mano debajo de la ropa y le acarició el glúteo derecho, los dos estaban hincados en la mesa de masaje y el rostro de ella estaba sobre el pecho de él. Ella le dijo “_me tengo que ir”, “_sí, pero no te me pierdas por tanto tiempo, que estemos en comunicación”...
Él terminó de leer el papel, la atrajo hacía él y la hizo sentar sobre sus piernas, le acarició un muslo, debajo del vestido y se besaron deliciosamente. Ella le tocó la cara y el cabello.
“_Ven acá” le dijo a Dalia, mientras le agarraba la mano derecha y la llevaba al área donde él daba masaje. En el sillón, acostados, se besaron. Él la miró fija y detalladamente, cada parte de su rostro, su cuello, sus orejas, como si fuera la primera y última vez que lo fuera a hacer. Moy le preguntó “_ ¿tienes lunares?”, “_tengo lunares en los lunares”. El vestido levantado dejaba ver la mayor parte de las piernas torneadas y delgadas que permanecían flexionadas sobre el sofá. Él se las acarició, los muslos, los vellitos claros... “_eres muy bonita”, se fijó en los lunares de sus piernas y pies y concluyó “_en eso somos de la misma especie, también tengo muchos lunares”.
El malestar del viernes, debido a una baja y desequilibrio energético, se volvió a presentar en el curandero, quien se incorporó y con Dalia en sus brazos, se giró hacia donde pegaba un poco de sol. Ella se recostó sobre el hombro derecho de él. Los dos se reconfortaban mutuamente, el sentir el calor de sus cuerpos, el percibir el rico olor que ambos emanaban y que sus cerebros procesaban y el amor los hacían sentir muy compenetrados, como si fueran pareja o amantes desde hacía muchos, muchos años. Ella se incorporó y pensó en darle un masaje, le aflojó la camisa, él la ayudó desabrochándose el pantalón, sus manos se toparon con una piel suave y tersa, con vellos que se enredaban a la altura del pecho. Bajó hacia el abdomen de Moy, se lo acarició, le besó el ombligo, la piel y los lunares de alrededor, se siguió hacia la pierna izquierda. Él le sujetó la mano y se la guió hacia su falo, con esto, el masaje pasó a un segundo plano. Tímidamente ella metió su mano debajo del pantalón de él y empezó a bajar hacia su vello púvico. Él se bajó más el pantalón y la mano derecha de Dalia se topó con un pene recto, duro, hermoso. Ella le acarició el glande y la base, él suspiró y metió su mano debajo del vestido de Dalia, le acarició su abdomen y subió hacia su seno izquierdo, redondo, pequeño y firme. Ambos se empezaron a excitar, se besaron. Moy le acarició sus nalgas y dirigió sus dedos hacia la entrada de su vagina, mientras ella le seguía acariciando su miembro. Él le quitó la panty que llevaba, la recostó y acercó su cara al sexo de ella. Su lengua acarició los labios mayores y menores, el clítoris y la entrada de la vagina de Dalia. Los labios y la lengua de Moy subían y bajaban en secuencias aleatorias que se unían con movimientos a los lados como si su lengua fuera el badajo de una campana, estos momentos le causaron gran placer a Dalia, quien ayudaba levantando ligeramente su cadera en cada caricia de Moy. Sus humedades se mezclaron, la saliva de él y la lubricación de ella. Ese sexo oral, rítmico, tierno y apasionado fue el mejor que había tenido Dalia y sus expresiones de placer eran la mejor prueba.
Con su pene totalmente fuera del pantalón, Moy se hincó y le pidió a Dalia “_ ¿me quieres besar?, dame un besito ahí” y le ofreció su falo. Ella le acarició su pene firme y él se lo metió en la boca, profundamente, hasta el tope. Ella lo sacó lentamente y lo empezó a besar tiernamente, recorriéndolo desde la base hasta el glande y viceversa, su lengua se deslizó longitudinalmente y se lo mordió suavemente, sólo para marcarlo como a veces se señala en el Kama Sutra. Le lamió en círculos su glande y unas minúsculas gotas de semen aderezaron la tarea, era la primera vez que ella lo probaba y le gustó. Sus labios y su lengua continuaron mimándolo y se posaron nuevamente en su vello, su ombligo y su vientre. Él suspiró y le dijo a Dalia “_ ¡guau! ¡Que maravilla, que tierna... qué regalote me acabas de dar!”.
Moy la levantó, la cargó en sus brazos y la sentó sobre él, mientras la besaba en voz baja le dijo “_quiero decirte algo, pero quiero que lo tomes con madurez ¿si?... te amo... espero que se te olvide... así como está tu memoria”. Dalia sonrió y le empezó a desabrochar la camisa, mientras él le subía el vestido y se lo quitaba.
En ciertos detalles ambos eran similares, los dos eran delgados, con cuerpos equilibrados, sanos, sin demasiadas exuberancias, atractivos para el sexo opuesto, con una piel suave con muchos lunares regados por doquier, con pequeños vellitos que los cubrían como una piel de durazno y con un color de piel que de ser tan parecido se confundía en su desnudez.
Hoy era el día que ambos habían anhelado, el sentirse uno, confundir sus cuerpos de tan estrechos que estuvieran y sobre todo, que el espacio femenino de ella se llenara con y de él.
Ella era mucho más joven que él, por más de diez años, de estatura baja, cuerpo esbelto, muy femenino, con una cintura estrecha y una cadera no muy ancha, con un busto pequeño, firme y redondo, en ciertos momentos parecía etérea, con unos ojos café claro muy luminosos y con largas pestañas, su rostro era equilibrado y atractivo, sin pretensiones de perfección estereotipada, de cabello corto y con dos lunares en el rostro, uno en la mejilla y otro muy sexy arriba de la boca, a la derecha.
Moy la contempló por unos segundos, ambos se devoraron con los ojos y sus labios recorrieron sus cuerpos. El lubricante ayudó a que la virilidad de él no encontrara resistencia alguna en su camino. Dalia sintió por un momento que volvía a ser virgen, como si nunca antes hubiera hecho el amor con otro. Para ambos era su primera vez juntos, nunca lo habían logrado hacer plena y totalmente, tan sólo habían tenido algunos encuentros después de su primer beso en la mesa de masaje, pero apenas ese domingo lograron concretarlo.
Internamente, Dalia apretaba y soltaba el pene de Moy al mismo tiempo que dibujaba círculos en el espacio con su cadera. En ese primer momento ella quiso ser la primera en actuar, sentada sobre él sintió la presión, la dureza y el espesor de su falo, la sensación, la unión era exquisita. No sabían si en un futuro lo iban a poder repetir con la misma intensidad, por lo que ambos consideraron que esa podía ser su única oportunidad para expresar su amor y pasión y que tenían que aprovechar al máximo el momento, el día... la tarde.
Posteriormente, él se colocó encima de ella y la tarea le correspondió plenamente a él. La tarde transcurrió entre frases amorosas, sonrisas, abrazos, besos, penetraciones, gemidos, orgasmos y descansos. Ya hacia el final de la tarde y del encuentro, la silueta de una pareja abrazada estrechamente, besándose apasionadamente se dibujaba a través de la delgada cortina de una de las ventanas de la casa del curandero-brujo.