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EL EMBUSTERO.

Lo conocí por medio de una llamada telefónica, era un número equivocado. "¿Puedo hablar con Eva?" "Lo siento señor, aquí no vive ninguna Eva. Tiene un número equivocado." "¿Y entonces, con quién hablo?" Un poco molesta, Mildred respondió: "Ya le dije señor, su número está equivocado. ¿Qué le importa con quién habla, si yo no soy Eva?" Aquel desconocido, con una risa, algo burlona, respondió: "No, no eres Eva. Tu voz es más bella. Tienes voz de niña. ¿Cuántos años tienes?" Mildred seguía molesta, parecía que aquel desconocido no podía entender, que ese no era el número con que quería comunicarse. "No señor, no soy una niña. Además, ¿qué le importa a usted cuantos años tengo? Adiós señor." Le colgó el teléfono.

Pasaron unos días. Mildred estaba viendo su programa favorito en la televisión. Suena el teléfono. "Hola" Una voz muy amable respondió: "Hola muñeca. ¿Cómo estás? No he podido olvidar tu voz." Mildred no reconoció esa voz. "¿Con quién hablo?" Se escuchó una leve risa. "Soy yo, tu amigo. ¿No te acuerdas de mi? Hace unos días hablamos. Marqué un número equivocado." Mildred entonces se acordó, ¿pero si sabia que era un número equivocado, porqué volvió a llamar? "Ya le dije señor, que yo no soy la persona que busca.¡Déjeme en paz y no vuelva a llamar!" Desesperado el hombre, dijo: "¡Por favor señorita no se enoje! Tengo un problema, necesito ayuda. Necesito conversar con alguien. Estoy pasando por un mal momento." Mildred sintió compasión por aquel hombre, que solo conocía por su voz angustiada.

"¿En qué lo puedo ayudar? ¿Cuál es su problema?" Tristemente aquel hombre dijo: "Me llamo David. Tuve una relación con una mujer a la que amaba, o mejor dicho, a la que amo muchísimo. Tenemos un bebé de tres años. Hace un mes me abandono, estoy desesperado. No sé donde está, si se fue con otro, me preocupa mucho mi hijo." Mildred sintió mucha pena por aquel hombre. "Lo siento mucho. ¿Por qué lo abandonó? ¿Tuvieron algún problema grave?" "No señorita. Ella decía que me amaba. Como toda pareja teníamos nuestras discusiones, pero sé debía a que ella se quejaba que yo trabajaba mucho, que la tenia abandonada. Nunca la abandoné, he sido una pareja fiel, amante, cariñoso, y detallista."

Por medio de la vía telefónica se formó una gran amistad entre Mildred y David. Ella como podía lo aconsejaba, y a la misma vez lo consolaba. A los dos meses de estar comunicándose por teléfono, por fin se conocieron en persona. La invito a cenar a un restaurante muy conocido. "¡Que bella eres! Siempre te imagina así, eres una mujer muy especial para mi." "Gracias David. Tú también eres muy guapo, y de muy buenos sentimientos." "¿Sabes algo Mildred? Creo que me estoy enamorando de ti. Estos meses que hemos estado conversando, mi vida ha cambiado mucho." Mildred se asombró mucho al oír aquellas palabras. "¿Qué dices David? ¿Ya olvidaste al amor de tu vida? Creo que estás confundido." Cogiéndole sus manos y apretándolas con delicadeza, respondió: "No creo que ella haya sido el amor de mi vida, me parece que me equivoque. El amor de mi vida es mi hijo, y pronto lo serás tú, porque te has metido en mi corazón, eres una gran mujer."

Al salir del restaurante, él la beso apasionadamente, despertando en ella sentimientos y pasiones dormidas, muy ocultas. Hacia tiempo que nadie la besaba como la había besado David. Volvieron a salir varias veces, los besos y las caricias se hicieron candentes. Llego el momento que tanto ambos esperaban. Mildred lo invitó a su casa, y allí por primera vez hicieron el amor. David era un hombre muy fogoso. Mildred, muy apasionada, amorosa, ardiente. La sangre de ambos hervía en sus venas, convirtiendo aquella entrega en una hoguera de caricias. Ella se entregaba por completo a aquel hombre, que la estaba haciendo sentir de nuevo, una mujer completa. Sus manos las sentía como seda, dándole ternura y placer a su cuerpo dormido, ante el amor de un macho como David. El amor perdido había vuelto a su vida, pero de una manera muy diferente. La luna era testigo de aquella entrega, porque se colaba por la ventana. Podía ver dos cuerpos que se amaban sin pudor, sin miedo, sin culpas, con furor.

La relación continuaba muy bien, los meses pasaban. David iba y venia, nunca se quedaba con ella en la casa. "Amor, yo vivo sola, tú también. Quiero proponerte algo, ¿Por qué no te vienes a vivir conmigo? Quizás con el tiempo podríamos llegar al matrimonio y tener hijos. No hay nada malo en eso, somos solteros." David se puso nervioso. Caminó de lado a lado del cuarto, mientras se abrochaba el pantalón. "Mildred, mi amor, eso por ahora es imposible. Estoy en trámites de la custodia de mi hijo. Tengo que permanecer solo, no quiero que cualquier error que yo haga, me perjudique para poder tener a mi hijo conmigo." "¡No creo que volver a enamorarte sea un obstáculo para ganar la custodia de tu hijito! me parece que en vez de perjudicarte, te ayudaría, porque le estarás dando una seguridad a tu hijo, alguien que te ayude a cuidarlo."

"No lo creo así amor. Tengo que hacer las cosas bien. Después que logre tener a mi hijo, entonces hablaremos de nuestro futuro." El amor seguía, las entregas más ardientes. Pero Mildred estaba un poco triste, porque no podía tener todo el tiempo a aquel hombre a quien adoraba, y la hacia tan feliz. El verlo dos o tres veces cada dos semanas, le parecía muy poco. Lo quería siempre a su lado, solamente para ella. Las noches se le hacían eternas sin él, extrañaba su calor, su sudor, sus caricias de fuego.

Una mujer joven, trigueña, y muy bonita, entro a su oficina. Mildred estaba haciendo un trabajo en la computadora. "Con permiso, ¿es usted la señora Mildred Reyes?" Sonriendo, Mildred le contesto que si, era ella. La señora joven, le pidió permiso para sentarse. Mildred se lo otorgó. "¿Conoce usted a David Castro?" Mildred, sin saber el porque, se puso un poco nerviosa. "Si, lo conozco muy bien, es mi novio. ¿Y quién es usted?" "Yo soy Eva Díaz, la esposa de David." Mildred brincó de su silla, como si le hubiera pegado un rayo. "¿Qué dice, su esposa? ¡Eso no es cierto! ¡David es soltero! ¡Él tuvo una pareja, pero ella lo abandono!" Eva también se levantó de su silla, tranquilamente, y así le dijo: "Nunca me he separado de mi esposo. Solamente tuvimos una discusión hace un tiempo. Yo me fui con mi madre, pero solo fue por un día. Nos arreglamos, volvimos, y nunca más nos hemos separado. Tenemos cinco años de casados y somos padres de dos hermosos hijos." Mildred sintió que se desmayaba, estaba soñando, eso no podía ser cierto. Sintió frío. Aguantó las ganas de llorar, no podía permitir que su rival la viera llorando, vencida. Ella era una mujer fuerte, aunque el dolor la estuviera destrozando. "Me engaño señora, es un embustero. Me contó que usted lo abandono, y que solo tenia un hijo. Le juro que yo no sabia que era un hombre casado."

Eva sintió mucha lastima por aquella pobre mujer. Por primera vez, sentía una sensación de odio por su esposo. "Le creo señora. Sé ve que usted es una buena mujer. Supe de su engaño cuando escuche una conversación entre él y usted por teléfono. Conseguí su nombre y dirección, en una tarjeta que él cargaba en su billetera. Por eso estoy aquí. Quería saber que relación había entre ustedes. Nunca pensé que David me fuera infiel, siempre he sido una buena esposa, y lo he amado demasiado."

Sonó el teléfono. Era la una de la madrugada. Sin mirar el teléfono, contestó, estaba casi dormida. "Hola" "Amor, soy yo. Te pido mil veces perdón. No te he engañado. Estoy enamorado de ti." Mildred reaccionó. Escuchar la voz, de aquel hombre que aún amaba, la enfermaba. No pudo evitarlo, lloró con mucho sentimiento. Derramó esas lágrimas que la estaban ahogando por dentro. "¡Eres el hombre más embustero del mundo! ¡No quiero saber nada de ti! ¡Para mi has muerto! No vuelvas a buscarme, ni vuelvas a llamarme, te juro que te llamare la policía. Se acabó David, no quiero verte nunca más." Se escuchó un sollozo, David lloraba. "¡No me dejes Mildred, yo te amo! Mi mujer me abandonó, se ha llevado a mis hijos. Quiero morirme, solo tú puedes salvarme." Mildred soltó una carcajada, con sus mentiras de ahora, la humillaba mucho más de lo que la humilló al burlarse de ella, al reírse del amor que le ofreció sin medida. No paraba de mentir, sus embustes no tenían límite. Sarcásticamente, le dijo: "¿Te vas a suicidar porque tu mujer te abandono, porque te quedaste solo como un perro? Hazlo, no tienes que decirlo. Pégate un tiro, tírate debajo de un camión, salta por un puente alto, ahórcate. No me importa, no creas que iré a tu funeral, no te lo mereces, ni es mi obligación. Hasta nunca embustero, a mi no me engañas más, porque aunque sigas vivo, has muerto para mi." Mildred colgó el teléfono bruscamente. Lloró de impotencia, de cólera, no tenia suerte para el amor. Era su tercer fracaso, pero a la tercera va la vencida.
Datos del Relato
  • Categoría: Infidelidad
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