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EL DUEÑO DE FABIOLA

EL DUEÑO DE FABIOLA

Esta es la historia de Fabiola, una chica argentina que viajó hasta España para trabajar como asistenta en la mansión de un famoso y rico empresario y su familia.

Fabiola, a sus 22 años, gozaba de un gran físico y de una belleza extraordinaria. Su mayor sueño era traer a su novio de Argentina, para poder casarse y vivir su amor. Ella nunca se había acostado con él ni con ningún otro hombre y desconocía completamente el sexo y sus grandes placeres.

La familia del empresario la acogió con mucho cariño y respeto. Él era un hombre de unos 45 años, dueño de una magnífica cadena hotelera, y su mujer pintaba cuadros y hacía exposiciones por todo el mundo. Sus dos hijos, un niño y una niña, de 8 y 5 años respectivamente, eran verdaderos angelitos. Parecían un matrimonio muy feliz.

Fabiola se encargaba de la mansión de forma muy eficiente: limpiaba, ordenaba las habitaciones, sabía bien como servir a los invitados… Enseguida destacó por sus habilidades y sobre todo por lo bien que le quedaba el uniforme: una minifalda negra y una camisa sin mangas del mismo color, sobre el que llevaba un pequeño delantal blanco. Con sus tacones altos y negros parecía que sus piernas eran interminables.

Como era de esperar, el empresario no dejaba de mirarla cuando ella trabajaba. Le pedía que limpiara su despacho cuando él estaba dentro para poder observarla detenidamente. Se fijaba en su trasero cada vez que se agachaba, miraba el movimiento de sus pechos cuando pasaba el paño por la mesa y se excitaba mucho más cuando la veía subida a la escalera para ordenar los libros de la estantería.

Pasado un tiempo, la mujer tenía que viajar un fin de semana a presentar una exposición en Nueva York. Su marido decidió no acompañarla, porque tenía mucho trabajo y los niños no se encontraban porque estaban en un internado.
Fabiola estaba limpiando el gran salón cuando la señora del empresario salía con sus maletas y él se despedía dulcemente de ella. “¡Que bonito!”-pensó- “Estoy deseando ver a mi novio para poder vivir como ellos”.

Justo cuando se marchó, él le pidió a Fabiola que descansara un rato y le ofreció una copa de whisky. Ella dudó un poco, pero no quería ofender a un hombre que tan bien la había tratado. Estaba acostumbrada a que él la tratara de forma muy amable, así que se sentó y aceptó esa copa. Él se sirvió otra y se sentó a su lado.

- Fabi –le dijo él – llevas mucho tiempo trabajando aquí y aún no me has hablado de tu vida.
- Señor, yo me limito a hacer mi trabajo lo mejor que puedo.
- Ya, -respondió, poniéndole una mano en su pierna- y lo haces muy bien. Pero creo que podríamos tener más confianza entre nosotros. –Y empezó a acariciar su muslo interior.
- Pero señor, ¿qué hace? –dijo Fabiola sorprendida.- No creo que esto esté bien.
- No me digas lo que está bien ni lo que está mal –contestó él en tono severo y comenzó a besar su cuello.
- Noooo. –y le apartó de un fuerte empujón.

En ese momento, él le pegó una bofetada que casi la tira al suelo y sujetándola del pelo le dijo:

- Vas a hacer lo que yo te diga o sino te mando de vuelta a Argentina… O casi mejor, te acusaré de robar en mi casa e irás a la cárcel. –ella se quedó quieta, y asustada asintió.- Bien, ya veo que me entiendes. Ahora ponte de pie y desnúdate.

Ella se levantó, le miró fijamente y de repente, salió corriendo hacia la puerta. El empresario, corriendo tras ella, la agarró de los hombros y dándole la vuelta, le dio otra bofetada. Luego la levantó sujetándola con una mano por la muñeca y con la otra por el pelo y la subió a empujones hasta su habitación.

- Te he ofrecido hacerlo por las buenas -dijo- pero ya veo que prefieres otros métodos más drásticos.
- Nooo, déjeme por favor -decía ella llorando.

Pero él la tiró a la cama de un empujón y empezó a quitarle el uniforme y a besarla de forma descontrolada. La inmovilizaba por las muñecas, mientras ella se movía sin parar. Él, desnudo también, con su pene erecto de unos 27 cm. y casi 10 cm. de diámetro, no tuvo ningún impedimento en metérselo entero de un impulso por su vagina.

Ella gritaba y lloraba sin parar, la había desvirgado en contra de su voluntad y cada embestida que le propinaba le raspaba todo su interior.

Después de unos diez minutos eternos, el empresario se desahogó en sus entrañas soltando todo su líquido a propulsión. Cayó sobre ella, dejándola casi sin respiración. Sus lágrimas mojaban la almohada y su vagina manchaba de sangre las sábanas.

El empresario la soltó y se tumbó a su lado. Ella se tumbó hacia el otro lado y haciéndose un ovillo siguió llorando.

- No llores, pequeña –le dijo él- sabes que esto tenía que pasar. Además, tú lo deseabas. No parabas de provocarme con tu forma de moverte y mirarme. –Se levantó y sirvió dos copas más- Toma, bebe, esto te sentará bien. Nadie se puede enterar de lo que ha pasado aquí, ¿me oyes? Sino lo negaré todo y te mandaré a la cárcel.
- Vale, señor –dijo Fabiola más tranquila bebiendo de un tirón el contenido de la copa que luego él volvió a llenar y quedó vacía en un segundo.
- Bien, ahora me vas a obedecer, ¿de acuerdo? Quiero que te arrodilles en el suelo, sobre este cojín que acabo de poner y me hagas una buena mamada, ¿vale?
- De acuerdo –dijo ella sollozando e hizo lo que le pidió.

Su miembro ya estaba erecto cuando Fabiola se lo llevó a la boca. No le entraba entero, pero él le empujaba la cabeza para que se lo metiera al máximo. Sus movimientos fueron un poco torpes al principio, ya que nunca se lo había mamado a nadie, pero después de varios tirones de pelo que le dio su señor, comenzó a subir y bajar por todo su tronco lentamente, pasando la lengua por la punta, recorriéndolo con pequeños besitos y chupando sus testículos. Cada vez subía y bajaba más rápido y se le salía el líquido del pene y su saliva por las comisuras de los labios.

Él empezó a gemir más alto y su respiración se entrecortaba, pero antes de que llegara al orgasmo, le sacó su pene de la boca y se levantó. Le ordenó que se quedara tal como estaba, con las rodillas en el suelo, pero que apoyara su cuerpo en el borde de la cama y no se moviera. Salió de la habitación y volvió con un bote de aceite corporal que había en el baño.

- No, por favor, señor –suplicó Fabiola- no me haga más daño. No se lo diré a nadie, pero…
- Cállate –le interrumpió él dándole una cachetada en su culito.- Relájate y no te dolerá.

Y dicho esto, se untó el dedo con aceite y lo metió por su agujerito. Luego siguió con otro dedo más y después otro más. El aceite resbalaba con mucha facilidad y lubricaba su ano que pronto iba a ser violado. Se embadurnó su palo con el aceite y lo puso en la entrada de su culito. La punta entró rápidamente pero el resto le costaba más esfuerzo. Con pequeños empujoncitos iba abriéndose paso por su hueco, hasta que la impaciencia se apoderó de él y de una vez, lo metió hasta el fondo. Sus testículos chocaron con su vagina y Fabiola aulló de dolor.

Ajeno a su llanto, el empresario seguía con sus sacudidas cada vez mas intensas, penetrándola una y otra vez sin cesar hasta que al fin, eyaculó llegando a un orgasmo muy intenso.

Salió de su interior para poder ver el daño que le había causado: dónde había un pequeño agujero, ahora se encontraba un gran orificio de dónde salía semen y sangre que se escurrían por sus piernas.

Sujetándola por la cintura, la levantó y la echó en la cama, quedando él de rodillas sobre el cojín que había en el suelo. Le separó las piernas, a lo que ella ya no puso resistencia, acercó su boca a la vagina y comenzó a lamerle el clítoris y alrededores. Le daba pequeños mordiscos en las ingles y le introducía suavemente sus dedos y su lengua lo máximo que podía.

Fabiola dejó de llorar y empezó a suspirar de placer. Poco a poco ese placer se fue haciendo más intenso, y no podía parar de gemir y chillar. A los pocos segundos, llegó al clímax, sintiendo un orgasmo increíble.

Él se tumbó a su lado, la besó y le dijo:

- Este es mi premio por haberte portado tan bien. Siento haberte forzado, pero creo que es la mejor manera de aprender.
- Gracias, señor. Nunca podré olvidar esta experiencia.
- ¿Sabes lo mejor? Que tengo todo el fin de semana para seguir educándote, pero primero tengo que tomar precauciones.-y diciendo esto, sacó unas esposas del cajón de la mesita de noche y se las puso a Fabiola, atándola a la cama.- Así no te escaparás mientras duermo.
- No tenía ninguna intención de hacerlo, señor.

Cuando se quedó dormido, intentó desencadenarse varias veces sin éxito, pasándose el resto de la noche lloriqueando hasta que comprendió que su deber era obedecer a su señor, dueño y amo de su cuerpo, el primer hombre que disfrutó de su belleza y que le arrebató su pureza… a la fuerza.
Datos del Relato
  • Autor: Dyana
  • Código: 18685
  • Fecha: 17-06-2007
  • Categoría: No Consentido
  • Media: 5.43
  • Votos: 60
  • Envios: 3
  • Lecturas: 5538
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