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EL DIARIO DEL SOLDADO
4 de Enero de 1816
Hemos llegado hace unos días. El campamento es de pocos hombres. Salimos de recorrida con el teniente Murphy y una patrulla de no mas de cuatro hombres, incluyéndome.
El territorio es de llanuras verdes y ricas, a lo lejos hemos observado búfalos tranquilos que pastan mansamente. No hemos visto indios, al menos por ahora. No sabemos donde están, pero sabemos que hay muchos de ellos. Nuestra tarea es el reconocimiento y cuando podamos acercarnos a ellos, para entablar amistad.
Eso es lo que ha dicho el teniente Murphy. Tenemos prohibido actuar hostilmente con los indios.
Cabalgo generalmente al lado de Ruby un muchacho del este que como tantos ha venido a conocer el oeste. Es medio bruto o al menos aparenta serlo, pero a mi me cae bien.
__¡Oye Will!
__¿Qué sucede?
__¿Qué harás cuando nos encontremos con los salvajes?
__¡No tengo idea Ruby, pero espero que sean amables!
__¿Amables? Hay que matarlos a tiros sin dudar
__¡La orden es otra!__ esto lo hablamos con Ruby volviendo ya del patrullaje.
El atardecer avanzaba sobre nuestras cabezas y el teniente decidió volver al campamento.
Allí Wang, el cocinero nos esperaba con una rica cena. Luego café y después nos iríamos a dormir a nuestras tiendas amplias y cómodas. Empezaba a hacer frío en aquellas latitudes.
8 de enero de 1816
Hemos visto a los salvajes. A la mañana estaban a distancia. Subimos a los caballos con el teniente Murphy. Solos el y yo. Bandera blanca. Nos acercamos. Los hombres emplumados nos observaron venir y no se movieron de su lugar. Hermosos caballos montaban estos individuos, para mi, desconocidos.
El teniente levanto la mano en señal amistosa. El que parecía ser el jefe del grupo levanto también su mano y movió la cabeza.
Yo los observaba con mucha curiosidad. Parecían tranquilos y pacíficos. Uno de los jóvenes hablo en nuestro idioma.
__Nosotros sioux, grandes guerreros…
__Teniente Murphy y el es joven aprendiz Will…
__ Nuestros jefes quieren hablar con caras pálidas…__ ellos señalaron donde quedaba el campamento, sin pensarlo dos veces el audaz teniente enfilo los caballos hacia donde señalaban los guerreros emplumados y tapados con pieles calientes. El frío comenzaba a hacerse cada vez mas presente en aquellas llanuras. Solamente llevaba mi alforja con mi cuaderno de anotaciones. Estábamos desarmados. Sentí un poco de temor. Pero igualmente allí fuimos. Apenas atravesamos una colina se nos sumaron unos cuantos guerreros mas. Muchos jóvenes serios. otros maduros mas sonrientes y relajados.
Noté rápidamente que eran excelentes jinetes. Montaban a pelo, la mayoría de ellos, otros, por el contrario tenían una suave manta sobre el lomo de los corceles.
Anduvimos un rato y al atravesar un recodo de un río, estaba el campamento. Era una aldea poblada. Se veían muchos kibutz. La humareda dibujaba el humo de leña hacia el cielo azul soleado, pero frío.
Llegamos a través de un griterío que sonaba de bienvenida y algarabía. Los niños se acercaban a nosotros y tocaban nuestras manos y botas. Bajamos de los caballos. Se acercaron unos hombres grandes, no ancianos, pero ya mayores. Se llevaron al teniente con ellos. Yo me quedé afuera. Entraron en una gran carpa. Se empezaron a escuchar voces. No entendía nada. Me dedique a caminar rodeado de los niños que me veían tan joven como ellos.
Antes de salir a caminar, observé que un hombre tapado con una enorme piel de búfalo avanzaba hacia la gran tienda en donde se encontraban reunidos los hombres indígenas con el teniente Murphy. Antes de entrar el hombre con el rostro marcado por cicatrices y arrugas hizo un gesto de saludo y entro.
Cuando escribo esto ya es casi de noche. Me han atendido y dado de comer. Son personas muy gentiles. De salvajes no tienen nada. Respetuosos. Hasta he hecho un amigo. Un joven indio llamado Nube Graciosa, que habla nuestro idioma bastante bien y me ha contado que muchos de ellos manejan nuestro idioma.
Lo mas extraño es que para terminar el largo día, el teniente ha salido de la reunión. Me ha llevado aparte y me dicho que debo quedarme con los indios, que el ha llegado a un acuerdo con el Anciano mayor y que este ha pedido expresamente que en son de paz me quedara para compartir culturas o algo así.
Total que estoy esperando en un kibutz a que vengan a buscarme paras encontrarme con este Anciano llamado Búfalo Oscuro.
16 de enero de 1816
Me hago un tiempo para contar y dejar escrito lo que sucedió desde aquella noche en que fui llevado a la tienda del Anciano Búfalo Oscuro.
Entre y el hombre estaba sentado. Tapado por completo con el manto de piel. había aromas a inciensos, todo perfumado. Estaba cálido a pesar del frío que ya hacía a la intemperie.
Cuando el hombre levantó el rostro era el mismo que me había saludado gestualmente hacia rato.
Yo estaba de pie frente a el, a unos pasos, estaba sin saber que decir, ni que hacer.
__¡Will!__ dijo el hombre
__Soy yo…__ respondí
__Estas aquí para transmitir y aprender…Las costumbres de ustedes y las nuestras, en comunión, espiritual, corporal…¿Entiendes?
__Creo que sí…__ dije extrañado
__Bien, quítate esa ropa__ dijo el
__¿Como?
__Sí, acércate a mi, mira__ corriendo la piel vi que estaba totalmente desnudo. Pensé que era así como recibían a los extranjeros, tal vez significaba estar de igual a igual. Me quité la ropa dejándola amontonada a un lado. Un leve frescor me erizo la piel.
__¡Ven, cubriré tu cuerpo, necesitas calor!!__ con sorpresa me acerqué a el. Me agaché y el paso sus manos por mi espalda y quedamos pegados. La piel me cubrió. El olor era penetrante. Era dulzón. Sensual. Pasaba sus dedos por mi espalda llegando a rozar mis nalgas. Sentía su aliento. Apoyé mi cabeza en su hombro. Sentí una lanza rozándome una pierna. Era su virilidad que crecía. Sin quererlo la mía también se alzaba ante la calidez del abrazo y las caricias.
Búfalo Oscuro llegaba a mi agujerito, me abría las nalgas firmes y rozaba con un dedo grueso, mi orificio. Me susurraba palabras en su idioma que mas o menos, después supe querían decir algo como "Muchachito""Dulce criatura". No sé como me senté en sus piernas estiradas ahora y abría mas mi cola, sentía su poronga chocando con mi estómago y con mi propia verga dura y erecta. Al rato sentí que esparcía en mi ojete algo humectante, como una pócima, mis gemidos se esparcían por aquella tienda. La piel que nos cubría cayó al piso. Mire su espada gruesa y dura. El anciano me susurro
__¡Toma mi lanza, tómala!__ entonces con mis manos agarré su dureza, firmemente. Búfalo Oscuro dio un suspiro profundo. Apretó mis nalgas. Dos dedos resbalaron a mi interior. Sentí dolor y luego placer, y luego dolor y más placer, y solo placer.
Mi verga también era rozada y masajeada al unísono con la lanza del Anciano. Mordió mi oreja y soplo despacio, lanzando su aliento en mi oído.
__Te abro los oídos para que escuches, te doy mi espíritu, es para que seas mas sabio, te daré mi néctar para que estés gozoso y estemos en comunión, ohhhh, se siente tan bien…__ sus dedos jugaban en mi anillo disponible. En tanto yo me aferraba a la estaca que me ofrecía aquel Anciano indio.
Busco mis labios, entró en mi boca con su lengua moviéndose por toda mi cavidad. Solo había besado alguna vez a Rosy Wells, la hija del cantinero, pero nada tenía que ver con aquella profundidad, la saliva rebalsaba de las bocas, chorreaban y Búfalo Oscuro, pasando su lengua volvía a beber.
Sentí el cosquilleo, el hormigueo, previo a correrme, me inflamaba, me agitaba.
__¡Deja que tu espíritu me riegue, déjalo!!__ gimió el Anciano en mi oreja y yo exploté sobre el, lanzando chorros de esperma espesa, abundante. Sus dedos no dejaban de poseerme. Me levantó un poco más. Lentamente me ayudó a que me sentará en la lanza. El instrumento fue entrando dentro de mi, muy despacio, quemaba, me hería, yo al menos sentía que me desgarraba, solo fue unos momentos, luego el Anciano comenzó a moverme, hacia arriba y hacia abajo, enseguida tomé el ritmo. Me sentía muy bien. Me gustaba sentir ese animal en mi cola. Gemíamos. Búfalo Oscuro besaba nuevamente mi boca y yo chupaba su lengua desaforadamente. Era un placer exquisito.
Apoyaba mis pies en el suelo y me levantaba y bajaba a ritmo suave, sintiendo el enorme perno que me hundía aquel Anciano, que parecía que el aliento se alejaría de el en cualquier momento, pero era dueño de una fortaleza y sensualidad mágicas.
Me llevo un rato chupar sus gruesos pezones. Sus tetillas eran gruesas y estaban tan erectas que el lo disfrutaba plenamente. Sentía sus huevos gordos golpeando con mis carnes llenas y firmes.
Los labios de el Anciano buscaron mis tetillas. Mi verga súbitamente se paro nuevamente. Búfalo Oscuro seguía diciendo palabras suaves en mis oídos entre chupada y chupada. Su vigoroso reptil seguía entretanto, penetrándome sin pausa, con calma, reteniendo su propia acabada, haciendo sentir en mi algo delicioso que jamás antes sentí.
Sus manos acariciaban mis nalgas, me pellizcaba, pasaba sus dedos por mi espalda. Iba y venía electrizándome, lanzando descargas tremendas en mi cuerpo que se contorsionaba sintiendo en lo profundo la taladrada de aquel garrote.
__¡Ahora, Kawinga, puedes girarte!__ pidió seductoramente, no pude negarme. Salió su garrote de mi. Quedé dando la espalda al Anciano. Volvió a hundir su mástil en mi. Con sus manos esta vez se aferró a mi verga y comenzó a masajear. Despacio. Haciéndome gozar. Con la yema de los dedos cargados de la pócima que había usado, le pasaba a la cabeza de mi pija que tomaba temperatura al borde de las llamas.
Sopesaba mis bolas, disfrutaba tocándome, sin olvidar que su garrote estaba enterrado totalmente en mi culito.
__¡Hoksila maka!!__ musitaba en mi oreja dulcemente, esas palabras sonaban así, dóciles, galantes, luego aprendería que me llamaba "muchacho zorrillo".
Solté otra vez mi semen, esparciendo todo el suelo y las manos del Anciano recogieron y frotaron por mi cuerpo, haciéndome sentir más lujurioso y perverso.
Con sus dedos me dio a lamer mi propio jugo y lo bebí, era espeso y salobre, mientras Búfalo Oscuro al ritmo de su agitada respiración, pronunciaba palabras sueltas como " Kimimila, Kakhiya, Hoksila, Ilé, Ilé" , me mecía más rápido, gruñía, su garrote se inflaba mucho más para al fin, largar su leche dentro de mi, con una fuerza inusitada. Mordía mi cuello, marcándolo, poniéndolo rojo, chupando y besando sin demoras.
__Hoksila kawinga, muchacho voltéate__ me dijo y me puso de costado, ahora si estaba acostado, sin sacar su poronga de mi culito, yo sentía que me desbordaba. Alcanzo la piel que habíamos dejado de lado y nos tapamos. Sentía latir su instrumento dentro de mi y así estuvimos largo rato, no recuerdo cuanto, el seguía acariciándome, en las piernas, en mis genitales, en mi cuerpo todo.
18 de enero de 1816
Unos días después, el hijo del Anciano, llamado Lombriz Veloz, me llevaba a unas altas colinas. Montados en briosos broncos, manchados y fuertes, nos adentramos por caminos desconocidos para mi.
Era el jefe de la tribu. Un hombre muy respetado. Maduro. Fuerte y decidido. No hablaba mucho pero su rostro tenía siempre una sonrisa. Búfalo Oscuro, su padre, me había dicho que su hijo tenía cinco hijos, era muy inteligente y me seguiría mostrando las bellezas del lugar y seguiríamos intercambiando conocimientos.
Llegamos a unas especies de cuevas. Bajamos de los caballos. Yo lo seguía a distancia. En un momento todo quedó oscuro, solo fueron unos metros, luego aparecía el sol y allí, una fuente natural de aguas termales. En un instante el jefe Lombriz Veloz estaba dentro del agua. Me invito a entrar. Me quité la ropa y por supuesto entré allí. El agua estaba deliciosa.
Lombriz Veloz se acerco a mi y me pidió que girara. Me di la vuelta. Comenzó a pasar sus húmedas manos por mi espalda. El agua estaba tibia y las caricias eran agradables, sé lo que quería de mi o al menos lo intuía. Me fui hacia atrás con mi cola y rocé una anaconda tremenda. Su animal era mas grande que el del Anciano, la acaricié con mi culo ya sediento. Lombriz Veloz, con sus dedos en mis cabellos me lavaba con una especie de espuma que no sé de donde había aparecido.
Sentía a su animal buscando desplegar su forma completa. Se ponía tenso. El ahora lavaba mi pecho y mis muslos. Mi pija también se elevaba y se ponía muy dura. El jefe sioux se agitaba, respiraba cada vez más fuerte, era casi animal aquella respiración. Sus manos atraparon mi verga. La limpiaba, la masajeaba. Tomaba mis bolas y las estrujaba delicadamente haciéndome gemir, en tanto me mordía agudamente mis hombros y el cuello, marcándolo, dejándolo enrojecido y casi sangrando.
Me fue empujando suavemente hacia una de las orillas de aquella gran fuente natural. Sobresalían unas rocas lisas, en una de esas se sentó el jefe Lombriz Veloz y por primera vez vi su larga lanza parada. No me resistí y la tome con ambas manos. Sentí la dureza. La acaricié un par de minutos antes de llevármela a la boca. Abrí y chupé. El jefe sioux dio un largo suspiro y me acarició los cabellos húmedos. Tragué su colosal mástil. Me ahogué, se llenó de saliva, pero igualmente volvía tragar aquella espada maravillosa que me ofrecía Lombriz Veloz.
__¡Oh, hoksila, hoksila, ahhh, muchacho sabroso, ohh, ahhh!!!__ me recitaba esas palabras el Jefe Lombriz Veloz. Mientras yo tragaba su sable, lo bañaba de saliva. Mamaba su pedazo y le pasaba largamente la lengua por toda la gorda cabeza . Hundía su espada en mi boca. Casi me quedaba sin respirar, luego la sacaba y volvía a la vida. La poronga estaba cada vez mas dura. El hombre gemía y gemía, yo sentía su inflamación creciente, como ardía de calentura y deseo. Empecé a deglutir sus bolas. Una corriente eléctrica lo convulsionó. Era muy sensible a aquellas caricias, porque gritaba mas de la cuenta y retumbaban en las paredes rocosas de la cuerva.
Así que me dediqué a lamer las pelotas sabrosas y gordas, peludas. Con ambas manos me aferraba al salvavidas de su parante erecto y lo masajeaba. Al rato me lo metía a la boca nuevamente. El Jefe se sacudía retorciéndose, se prendía de mis cabellos. Empezó a convulsionar, a moverse de un lado a otro, mientras entre gruñidos y grititos de guerra me llenaba la boca con su néctar, espeso y jugoso, salobre, caliente, borbotones infinitos y yo tragaba y tragaba su comida, los labios se regaban de su leche. El se fue calmando paulatinamente. Tragué hasta la última gota. Lombriz Veloz me tomó de los hombros y me levantó de mi posición. Con su lengua limpió la comisura de mi boca. Luego me besó profundamente tomando su propio sabor. Con una mano se apropio de mi pija palpitante. De mis bolas, metía mano por allí y con su lengua me penetraba hasta el fondo de mi caverna bucal. Yo estaba caliente y sin razón. Con la otra mano me escarbaba el ojete que ya pedía por favor una pija adentro. Con dos o tres movimientos veloces me hizo escupir mis jugos sobre el agua tibia y dulce. Con lo que quedo en sus dedos, el Jefe los chupo saboreando y deteniéndose a degustar mi sabor salobre.
Quedó acariciándome unos momentos. Me besaba las mejillas, el pecho, recostados en las rocas que sobresalían de aquel manantial tibio. Yo también frotaba su pecho ancho y con pocos vellos, llamativamente, se alzaban sus gruesos pezones. Era muy caliente y propenso a las caricias su espada buscaba alzarse otra vez. Con mis dedos rozaba aquella serpiente. Latía, latía bellamente aquel animal en reposo, que quería levantarse, con la mano tomé firmemente la estaca, el hombre gimió y buscó mis labios, nuestras lenguas se buscaron y se encontraron nuevamente fogosas, explosivas, la espada comenzaba a endurecerse, rígida, inflamada, rocosa, dura.
__¡Oh dulce muchacho!__ gemía el jefe sioux totalmente caliente. Ya masajeaba fuertemente su estaca. Mientras nuestras lenguas se cruzaban sacando chispas.
Me retiro de su cuerpo y me hizo ponerme delante de el. Metió un dedo en mi culito deseoso. Luego su lengua, fue escarbando y dilatando el agujero que se disponía a recibir la chota. Rozó la cabezota mi entrada. Empujaba abriéndose paso. Cada centímetro de su pedazo me hacía gemir y sacar mi culo hacia el, para recibir mejor aquel pedazo de locura. Sus bolas empezaron a golpear mis nalgas. Lombriz Veloz gemía y hablaba en su lengua. Algunas palabras entendía, otras no. Mordía mi cuello y me abría la cola cada vez más, su espada se inflamaba un poco mientras iba y venía cogiéndome de maravilla.
Luego sacó su pedazo de mis entrañas y sentándose al borde del piletón ordenó que lo montara. Subí a su barra de carne. La enterré en mi definitivamente. Me tomaba de sus hombros y saltaba sobre el jefe que gruñía mordiendo sus labios de placer, de lujuria, exacerbado sus sentidos. Su mástil entraba y se clavaba sin descanso. El hombre se tomaba de mis carnes y las abría facilitando la penetración, aunque mi ojete estaba bien abierto y le podrían haber entrado mas carnes que anduvieran por allí.
Me sacó de aquella pose, y tumbándome de espaldas ya fuera de la pileta, subió las piernas mías hasta sus hombros. Así me taladró el ojete, haciéndome gritar de placer al sentir su daga perforando, hasta lo mas hondo de mi ser. Iba y venía, me sacaba la chota y volvía a clavarme mientras me besaba la boca.
Siento que mi corazón está por explotar, su poronga se empezaba a inflar mucho más, aceleraba su penetración, mordía mi boca, mis labios sangraban de placer y el hombre chorreaba su espeso semen en mi culo. Explotaba en escupitajos salobres y pegajosos, , y sentí como caían las pesadas gotas de leche, resoplaba en mis labios, me besaba un poco más calmo. Su poronga no se cansaba, seguía firme. Dura. Se movía lento dentro de mi, latía su serpiente en mi cola ardiente y chorreante. Se acostó sobre mi un rato y luego sacó su animal baboso y una catarata de líquidos baño el piso de la cueva.
Aquel día continuo cogiéndome hasta entrada la noche. Lombriz Veloz era un macho muy valorado en la tribu. Era un semental. Al atardecer, antes de llegar al campamento, me montó en su propio caballo y desnudos cabalgamos un buen trecho, el con su verga hundiéndose en mi, al ritmo del caballo, fue algo incómodo, pero de un morbo sin igual.
Demás está decir que no pude caminar bien durante unos cuantos días.
Cuando el teniente Murphy volvió a buscarme, de ninguna manera volví a mi antigua vida. Mis días como soldado habían concluido. Quede con mi nuevos hermanos, tenía una nueva familia. Fui cobijado y protegido para siempre.-
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