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La verdad era que aquella mañana Susana se sentía caliente, con ganas de notar las manos de un hombre sobre su cuerpo. Si bien era cierto que no hacía ni tres días que había estado con Javier, éste no la había vuelto a llamar, y eso que Susana no se consideraba fea, pero algo le ocurría con los hombres, y le duraban poco.
Se miró en el enorme espejo del pasillo: era alta para ser mujer, pues medía 1,78; su peso oscilaba entre los 58 y los 62; observó sus pechos, cuyos pezones se dejaban translucir bajo la blanca camiseta de tirantes: medían 97, no estaba mal, y casi concordaba el resto de sus medidas con las de una modelo: cintura, 65 y caderas, 108. Se pasó las manos por ambas partes de su cuerpo; la minifalda rosa dejaba paso a unas piernas largas y bien contorneadas. Estaban morenas, como toda ella, gracias a los rayos UVA.
Por un momento elevó la vista y vio su rostro: la media melena de color caoba encerraba una cara alargada, de generosos labios, nariz chata y ojos verdes. Se pasó los dedos de su mano derecha por la boca, la entreabrió un poco y se metió el dedo anular en ella para empezar a chuparlo con suavidad; la otra mano se posó sobre su pecho izquierdo y empezó a juguetear con el pezón, hasta sentir cómo se ponía duro, erecto, apuntando hacia el espejo como si de una bayoneta se tratase.
Susana empezó a sentirse húmeda y decidió ir al sofá; no le avergonzaba que a sus 26 años todavía siguiese masturbándose y notando placer en ello; siempre había sido así, ya desde adolescente, y jamás tenía bastante; a veces, se preguntaba si sería ninfómana, para luego aceptarlo siempre que ello no la apartase de sus tareas cotidianas.
Ya en el sofá, se arremangó la falda y metió los dedos de su mano izquierda bajo la braguita tanga, para empezar a recorrer con suavidad los labios de su sexo húmedo, caliente, mientras que con la otra mano bajo la camiseta, seguía acariciando su pecho. Se iba dejando llevar, con suavidad, sin prisas, e introducía uno, dos dedos en su coño, notando en ello un gusto indecible, mientras su mente recordaba el erecto miembro de Javier.
De pronto, cuando ya estaba totalmente abandonada al placer, al eros libidinoso que hacía estremecer su cuerpo y emitir cortitos jadeos, cuando la humedad de su sexo empapaba como mensajero de otros mundos sus dedos y su braguita, sonó el timbre de la puerta con energía.
Enojada, Susana entreabrió los ojos y, sin dejar la postura en la que se encontraba, pensó: “Maldita sea, si hoy venían a reparar el ordenador...”. El timbre volvió a sonar de nuevo. La contrariedad se reflejaba en su rostro. Con un suspiro, sacó sus manos de los rincones que exploraban, se levantó y se bajó y alisó la faldita.
Al tercer timbrazo, exclamó :
- ¡Ya va!, ¡ya va!
Y se dirigió a la puerta. Allí, al otro lado, se encontraba un joven corpulento, musculoso, algo feúcho, más alto que ella. Dijo:
- ¿Señorita Susana Fajardo?
- Yo misma, ¿viene por lo del ordenador?
- Exacto – sonrió el joven.
- Pase, por favor – medio sonrió Susana – Es por aquí.
El joven la siguió por el comedor y luego a una de las dos habitaciones del piso, en la que se encontraba el aparato sobre una mesa custodiado por dos estanterías repletas de libros.
- Mire, éste es – dijo Susana – Ayer, de pronto, empezó a hacer cosas raras y yo lo necesito para trabajar.
- Bien, señorita. Vamos a ver qué se puede hacer.
El técnico se sentó frente al ordenador y lo puso en marcha. Mientras tarareaba por lo bajo una melodía, la pantalla azulada se llenó de iconos, pero por encima de los demás aparecía un recuadro blanco que avisaba de un error interno.
- Buenoooo, señorita. Esto va a ser difícil de solucionar.
- ¿Qué me dice? – exclamó Susana – Por favor, debe arreglarlo. ¡No me va a dejar tirada ahora!
- Tranquila, tranquila; yo sólo he dicho que es de difícil solución, pero, por suerte, lo puedo arreglar aquí. No tendré que llevármelo – sonrió el joven, girando la cabeza con los ojos dudosos de adónde dirigirse: si a los ojos o a las tetas de Susana.
Ella se dio cuenta y su primera reacción fue salir de allí:
- Vale. Usted mismo; mientras, yo voy haciendo mis cosas – dijo.
- Ok – respondió el técnico, y, volviéndose de nuevo a la pantalla, empezó a darle al teclado.
Susana se dirigió a la cocina americana del piso y se puso a fregar algún que otro plato, pero pronto terminó y sacó de nuevo la cabeza por la puerta de la habitación: el joven seguía tecleando y, de vez en cuando, ponía o sacaba algún disquete.
“Joroba, éste se va a tirar toda la mañana aquí”, pensó contrariada Susana mientras se dirigía al sofá. Una vez sentada allí, cogió una revista con ánimo de leerla, pero pronto sus pensamientos volvieron al punto anterior a la llegada del informático. La imagen del miembro de Javier no se le iba de la cabeza y la ponía cada vez más excitada. “¿Cuándo se marchará ese pelma?”, se dijo a sí misma, pero luego otra idea vino a su mente: ¿por qué no “hacerlo” con el técnico? No era muy guapo, pero se le veía fuerte y musculado; seguro que disfrutaría con él. Surgió entonces una duda: ella jamás había seducido activamente, sino que siempre había sido la seducida.
“¡Bah!”, se dijo, “Alguna vez tenía que ser la primera”.
Decidida, dejó la revista y volvió a la habitación.
- ¿Qué? ¿Cómo va eso? – preguntó con una voz quizá demasiado elevada.
- Tirandillo – respondió el joven, volviéndose de nuevo y dirigiendo un par de segundos su vista a las tetas de Susana; ésta, sonriente y agradecida, le dijo:
- ¿Quiere descansar un poco, y tomarse un café o algo así?
- Es que..., ya me gustaría, ya, pero esto tiene para rato, y las horas vuelan.
- No se preocupe por eso; lo importante es que se solucione – seguía sonriendo Susana - ¿Hace el café?
El joven la miró fijamente; la veía ahí, en la puerta, muy provocativa y sonriente. “Al igual es una de esas putas caras, de piso”, pensó mientras decía:
- Ok. Venga ese café.
- De eso nada; nos lo tomaremos en el salón.
- Ah..., bueno – se extrañó el técnico, a la par que se decía: “Seguro que lo es”.
Mientras se dirigían al comedor, Susana le dijo:
- ¿Puedo tutearte, eeeh...?
- Víctor, me llamo Víctor. Y puedes hacerlo si yo también puedo.
- Ok, jejeje. Mira, siéntate en el sofá mientras yo preparó los cafés.
Víctor tomó asiento y Susana, desde la cocina, preguntó:
- ¿Cómo lo quieres?
“Rápido y barato”, pensó, aunque dijo:
- Lo tomo solo, sin nada; gracias.
- Como un buen cafetero, ¿eh? – se oyó la voz de Susana.
“Unas buenas tetas y un buen culo tienes tú, puta”, se dijo Víctor, a la vez que repasaba con su mirada el salón: estaba en un sofá rinconero, de color amarillo; frente a él había una mesita baja y alargada, y tenía a su izquierda un ventanal que daba a la calle; a la derecha estaba la cama y el pasillo, y, enfrente, una librería junto a la puerta que daba acceso a las habitaciones.
Susana apareció con una bandeja, que dejó sobre la mesita: en ella había un café y un cortado, ambos humeantes. Luego se sentó a su lado, muy cerca, rozándolo, y dijo:
- ¿Así que es grave lo que tiene el ordenador?
- Pues, eso parece – murmuró Víctor, que notaba el pecho de Susana en su brazo y no podía apartar la vista de sus piernas. “Hostia de Dios”, se dijo, “qué buena está”, y notaba cómo su miembro se endurecía.
- Tranquilo, por el tiempo no te preocupes – insistió Susana, observando con gusto el aumento de volumen del pantalón del técnico. “Debe de tenerla grande”, pensó, “a este paso le va a reventar el tejano”.
Víctor se irguió un poco para coger la taza, y, para contrariedad de Susana, se mantuvo así. “Tú no te me escapas”, pensó ella adoptando la misma postura y cruzando las piernas para dejar ver todo el muslo hasta, casi, la tira de la braguita.
Víctor volvió a recostarse y Susana, que había cogido la taza, la volvió a dejar e hizo lo mismo; mirándolo sonriente, dijo:
- ¿No estás un poco nervioso?
Él no sabía qué decir; notaba su miembro muy duro y tenía ganas de soltar todo lo que tenía dentro.
- Hostias, me gustaría besarte.
- A mí también – contestó con rapidez Susana.
Atrayéndola hacia él, la besó suavemente en los labios. Susana abrió la boca y notó cómo Víctor introducía su lengua en ella; jugueteando un poco con la suya, hizo lo mismo a su vez, mientras notaba cómo la otra mano del técnico le acariciaba la cintura.
Cada vez más excitada, ella le acariciaba la nuca y, con la mano izquierda, el pecho; notó cómo él ponía su otra mano sobre el muslo y lo recorría. Sin embargo, la contrariaba que su izquierda siguiera en el mismo sitio, así que dejó de acariciarle el pecho, se la cogió y se la llevó hasta sus tetas; sintió un momento de extrañeza en el joven, pero fue sólo un momento ya que, pronto, esa mano volvió a bajar para subir de nuevo, pero esta vez por debajo de la camiseta. Las tetas de Susana estaban ya muy duras, y notaba humedad en su coño. Con la mano que tenía libre, se puso a acariciar el erecto pene de Víctor. Dejó de besarle un momento para decirle:
- ¿No te hace daño ahí encerrado, el pobrecillo?
- Oooh..., pues sí – musitó él, con los ojos entrecerrados.
Nerviosamente, Susana intentó desabrochar el pantalón, pero los tejanos cuestan, sobre todo en esos momentos. Así que lo hizo el propio Víctor y ella con rapidez bajó la cremallera: surgió allí el miembro en todo su esplendor, altivo, duro, desafiante.
Susana, supercaliente, susurró a la vez que acariciaba el pene:
- Tócamelo a mí también, por favor.
Así lo hizo Víctor, pero al cabo apartó la mano y dejando de besar a Susana, dijo jadeante:
- ¿Sabes qué me gustaría?
- ¿Qué? - jadeó también Susana.
- Un francés.
Se quedó parada: “Vaya morro tiene el tío éste”, se dijo.
- Yo no suelo hacer eso.
- Tampoco lo he dicho – respondió él -, pero, verás, primero me lo haces tú, luego yo. Es mucho mejor que lo tradicional, y da un placer de la hostia.
Susana notaba cómo se movía en su mano el grueso pene de Víctor; demasiado excitada como para echarlo todo a perder, asintió:
- Muy bien, pero avísame antes de correrte.
- Ok.
Le fue desabotonando la camisa a la vez que le iba besando el pecho, el estómago, las cercanías del miembro. Lo tomó de nuevo con la mano:
- ¡Qué rico está!
- Sí – se oyó la voz de un Víctor que miraba al techo.
Lentamente se introdujo el pene en la boca, y se puso a juguetear con la lengua: no le disgustó la sensación de notarlo ahí, tan calentito. Mientras, le iba tocando los testículos. “Parecen pelotas de ping-pong”, pensó lamiendo con fruición; “ahora, de abajo a arriba”. Sentía las manos de Víctor en su cabeza y oía sus jadeos de placer.
El joven notó que se iba a correr, y pensó en comunicárselo a Susana, pero luego cambió de idea: “Total, oooooh, si es una furcia, ooooooooh, ya estará acostumbradaaaa...”, y aumentó la presión de sus manos.
Susana notó cómo la fuerza que sentía sobre su cabeza se hacía mayor y, de pronto, oyó que Víctor exclamaba, gritaba: “¡¡¡Que me voy!!!”, y un líquido pastoso y caliente se empezó a desparramar por su boca. Intentó liberarse, pero no podía, a la vez que el técnico sentía sus desesperados esfuerzos y oía sus veladas protestas.
Con un golpe supremo, consiguió liberarse de él y cayó del sofá. Al notar el líquido que corría por sus labios y al recordar que parte se lo había tragado, sintió arcadas y deseos de devolver. Rápida, se levantó y corrió con las manos en la boca hacia el baño, a la vez que oía a Víctor gemir:
- No me dejes así, mala puta, idiota, vuelveeee......
Susana llegó al lavabo y levantó la tapa: ¡Dios mío!, se había olvidado de que el técnico había ido al baño y no había tirado de la cadena: había allí excrementos flotando que desprendían un hedor insoportable. Como las ganas de devolver aumentaron, no tuvo más remedio que empezar a hacerlo mientras que con una mano buscaba ansiosamente el pomo de la cadena.
De pronto, oyó a Víctor a sus espaldas:
- ¡Aquí estás, zorra de los cojones! ¡Ahora vas a saber lo que es que te jodan!
Notó cómo le subían la faldita; la mano que buscaba la cadena se dirigió instintivamente a bajársela, pero recibió un golpe. Luego, le arrancaron el tanga.
- No, no- intentaba decir entre vómitos, consciente de que emitía unos sonidos raros, a la vez que un sudor frío se apoderaba de ella.
- Señorita Fajardo de los cojones, vas a descubrir un nuevo mundo.
Y sintió de pronto cómo se introducía algo duro y frío por su ano; el dolor fue brutal: intentó gritar y empezó a agitarse, pero bestialmente Víctor le hundió la cabeza en la mierda, mientras metía cada vez más aquello en su culo.
- Todos los técnicos informáticos llevamos un pequeño martillo – llegó a oír, medio ahogada.
Se revolvía, se agitaba, pero no podía deshacerse de aquella mano que le tiraba de los cabellos y que hundía una y otra vez su cara en los vómitos y excrementos. El dolor en el ano era alucinante, y aquella cosa, aquel mango, se introducía y salía de él una y otra vez con enorme fuerza.
Cuando estaba a punto de quedarse sin sentido, notó que la tiraba de los cabellos fuera de la taza del lavabo y la empujaba al suelo, donde quedó tendida, cubierta la cara y parte del pelo de mierda, y con la falda totalmente arremangada.
- Hueles que apestas – dijo con sorna Víctor, agitando un martillo cuya empuñadura estaba ensangrentada.
A pesar del inmenso dolor que escocía en su culo, Susana miró aterrada al joven: “¿Me matará ahora?”, pensó.
- No te preocupes – masculló Víctor, como leyéndole los pensamientos -, no pienso jugarme la carrera por una mierda como tú... Eso sí, cariñito, tengo que cobrarme las horas de servicio... ¿Dónde tienes el bolso o el dinero?
La garganta de Susana dejó escapar un ruido ininteligible.
- Habla claro, bonita – dijo el joven, acariciando uno de los pies de Susana con el martillo -, no quisiera destrozarte esto tan bonito.
- En... en... la entr...rada... – balbució ella, volviéndole las arcadas.
Víctor desapareció, mientras que Susana intentaba incorporarse un poco; un hilillo de sangre fluía entre sus piernas, por debajo de su sexo; empezó a devolver de nuevo, medio girada hacia un lado.
El joven técnico la encontró en esa postura:
- Caramba, cómo se menea ese culo rojito..., oye, me llevo los 250 euros por la visita, ¿ok?
Susana consiguió articular, entre vómitos y espasmos:
- Lla...llama..a alg... aaag.... alguien, por aaaagg... favor....
- ¡Anda, y que te den pol culo! Jajajaja... me largo, y, ah, por cierto, como digas algo a la empresa, te busco y te mato, ¿me has oído bien?
Como ella no contestaba, le asestó una patada en el culo que provocó un gemido y otro vómito.
- ¿Me has oído?
- Aaaaaggg...sí....aaaaaaaaag....
Cuando oyó la puerta, Susana se acercó como pudo al teléfono para ver que el muy cabrón lo había arrancado de cuajo, así como descubrió, más tarde y un poco rehecha, que ya no tenía móvil.