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Mi mejor amiga me confesó, al calor de unas cervezas, que le había sido infiel a su marido con un tipo guapo del lugar en el que trabajamos (la verdad qué envidia me da, porque el cabrón está buenísimo). Así que, si bien esta historia no me sucedió, la contaré en primera persona, esperando que como yo, tú te imagines también que somos los protagonistas.
He llegado más lejos de lo que pensé. Más lejos de lo que cualquier mujer casada debería llegar con alguien a quien presentó con su esposo como “un compañero del trabajo”. Me pregunto cómo has hecho para convencerme, mientras abrazada a ti, siento cómo tus manos van bajando de mi cintura hacia mis nalgas ¿Te gustan verdad? Las levanto para que las sientas completitas, como una vez me dijiste que querías sentirlas. Has sido perseverante, creo que esa ha sido la clave para tenerme ahora, recibiendo tu lengua en mi boca y preguntándome cómo se sentiría tenerla entre mis piernas.
Desde el primer beso que me robaste, me volviste adicta a tus labios. No hay un día en que no despierte deseando besarte, morder ese labio inferior tuyo, que me vuelve loca y que me hace sentir culpable al pensar en tí cuando es mi marido quien me besa. Ahora que estoy aquí y que al fin tengo de nuevo en mis labios el sabor de tu aliento, te mordisqueo y succiono despacio, sé que eso te excita, porque tu erección me lo dice al apretarse contra mi vientre.
Abro los ojos por un instante y el espejo frente a mí me devuelve la imagen de mis dedos revolviendo tu cabello, acercándote más y más a mi cuerpo que te necesita, aunque yo no quiera. Veo parte de mi cara, moviéndose lentamente mientras nuestras bocas sacian la sed que les obligamos a ocultar frente a todo el mundo.
No sé de dónde he sacado el valor para entrar contigo a este hotel. No es que no quisiera… Pero me esperan en casa, mi hijo y por supuesto, mi esposo, el buen hombre que cree que sigo en una junta en mi oficina, el hombre en quien trato de pensar para rechazarte antes de que sea demasiado tarde.
Intento decírtelo, pero mis palabras se convierten en un suspiro de sorpresa cuando me levantas con tus fuertes brazos y tus manos se colocan soportándome por las nalgas. No sabes cuánto me gustas, cuánto me excita que me aprietes contra la pared y me beses el cuello. Trato de resistir, de no sentirme tentada a frotar tu virilidad con mi vulva en esa posición que me hace parecer una frágil muñeca aferrada a la robustez de tu cuerpo.
-“No puede ser que esté gimiendo así”- Me digo al escuchar mis quejas cuando mis pies regresan al piso y tus manos van debajo de mi blusa para acariciarme los senos. Te ayudo a quitarme la blusa, que cae a un lado de mis pies y al poco rato le hace compañía mi sostén y tu camisa.
Mi boca es asaltada de nuevo por tus besos, como si supieras que son mi perdición. Yo quiero seguir en tus labios, pero me das media vuelta, de nuevo me atrapas contra el muro y una de tus manos se aventura debajo de mi pantalón. El mismo que esta mañana mi esposo dijo que se me veía increíble y así como él, me das una nalgada, a la que yo respondo gimiendo y separando las piernas para que tus dedos se internen libremente en mi vagina.
Debería detenerme ahora que me abrazas por detrás y no puedes ver mi cara disfrutando lo que me haces. Pero es entonces que me dejas sentir tu miembro colocado entre mis nalgas. Lo deseo y me siento sucia de solo pensar en tocarlo. Hace años que solo he sentido el de mi esposo. –Ya no, por favor- te suplico, apelando al último vestigio de mi fuerza de voluntad, a los restos de la fidelidad que debería guardar por mi sagrado matrimonio. –Ya no…- Pero mi voz suena más a invitación que a reclamo y sin poder contenerme un segundo más, mis manos van al encuentro de tu mástil detrás de mí y desabrocho tu pantalón.
No podré decirle a mis amigas que era verdad lo que decían, tienes una verga enorme. Mis dedos no alcanzan a rodear su grosor y mi vagina se moja aún más de solo sentir la enormidad de tu miembro en mis manos.
Para ese momento, mi pantalón de oficinista rodea mis muslos y ya solo la tanga que me puse hoy, separa tu verga de mis empapados labios vaginales.
No sé lo que hago, me he perdido en la lujuria del deseo postergado, el mismo deseo que me incita a hacer a un lado mi brevísima prenda íntima para colocar tu glande en posición. Mi mente hace cuentas a toda velocidad –“Tuve mi periodo hace quince días. A estas alturas, debo estar ovulando… Con razón estoy tan caliente”- Giro mi rostro para verte detrás de mí. Estoy por implorarte que no me penetres, no quiero quedar embarazada. Sé que es una estupidez dar marcha atrás ahora, pero quiero encontrar en ti la cordura que a mí me falta. Interpretas mal mi expresión, o será que me traiciono a mí misma y sin querer te dejo adivinar cuánto necesito tenerte dentro, porque entonces tomas el control de la situación. Sujetas tu herramienta y apartas mi mano. Sé que estás por hacerlo, sé que estás por entrar.
“-Todo estará bien, Samantha- “me digo “-Todo lo que tiene que hacer es eyacular fuera-“ me consuelo al sentir que te abres camino al interior de mi sexo, como un ariete implacable que toma posesión de mi parte más privada, haciendo que mi respiración se agite.
Me emputeces. Si tal palabra existe, expresa exactamente cómo me siento una vez que me has penetrado, porque entonces, me paro en la punta de los pies y alzo el culo con las manos apoyadas en la pared, ofreciéndote mi vagina como la perra infiel y en celo que soy por tu culpa. La pausada firmeza con la que me estás cogiendo me está matando y me hace gemir con la desesperación de una chiquilla virgen –Métemela toda- Te ruego y en mi locura comienzo a moverme, aviento la cadera hacia ti y me recibes con tus manos a cada costado, me lanzo de nuevo, una y otra vez hago que tu verga me entre completa. –Así, mi amor. Dame… dame- te digo, sorprendida de mí misma y de la forma en que tu poderoso instrumento me está embrocando.
Mis nalgas suenan como aplausos al chocar contra ti y el chasquido de mi humedad desbordada anuncia la proximidad de mi orgasmo, el que llega cuando sin pedírtelo, comienzas a acariciarme el clítoris con tus sabios dedos.
Me haces acabar gritando tu nombre y despertándome las ganas de cabalgarte, así que vamos a la cama, pero pretendes hacerme tuya y dominarme, me lo dice la forma en que me tiendes boca arriba y no me queda más que recibirte gustosa abriéndome las piernas tanto como es posible. Me ayudas a sostenerlas tomándome de los tobillos y al estar así separados, tan solo es posible sentir el furioso mete y saca con el que te proclamas mi dueño. La fuerza con la que me acribillas me obliga a sujetarme los senos. Te gusta verme hacer eso ¿verdad? Te gusta mi boquita abierta y el placer que se adivina en mis ojos.
Entregándome toda abierta, me vuelvo a sentir puta, pero me gusta serlo contigo. Tu verga me llega tan adentro en cada metida y me ocupa tan totalmente que de un momento a otro, me ataca una serie de espasmos incontrolables que cesan a medias cuando te recuestas sobre mí y me abrazas –Soy tu puta… Soy tu puta… Soy tu puta…- susurro en tu oído, sollozando de placer, una y otra vez, como si estuviera rezando un rosario.
Te estoy gozando tanto que ya no me importa que me acabes dentro. Es más, cuando presiento que estás por hacerlo, me aferro a ti, rodeándote con brazos y piernas para que no intentes escaparte. Sé que está mal, pero deseo que me llenes de tu semen y como no me dará tiempo de bañarme, llegaré a casa escurriendo tu semilla por mis piernas. Sí, eso es lo que harás –Dámelo, amor. Vente…Solo hazlo- te invito y me muevo para ti, debajo de ti, para sacarte hasta la última gota que pueda quedarte.
Han pasado unas horas y estoy por meterme a la cama con mi marido. Me siento terrible por mi infidelidad y al mismo tiempo contenta de que al fin hayamos podido aplacar las ganas que nos teníamos. Estoy confundida y lo estaré aún más si el padre de mi hijo me quiere tener esta noche, porque no podré evitar recordar lo que tú y yo hicimos. Solo espero que él no sienta lo abierta que me dejaste, ni el calor de tu esperma, del que todavía no puedo deshacerme por completo...
¿Qué te pareció? Espero que te haya gustado y si quieres comentar, anímate.
Te mando muchos besos.
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