El Demonio, el Mundo y la Carne. El jesuita Luis López Sandino logró salir indemne del juicio contra María Pizarro y Francisco de la Cruz, a pesar de haberla jodido, y bien jodida repetidas veces, a la relajada, endemoniada y posesa. La defensa de Luis López fue tan brillante, que muchos entendieron que el propio Espíritu Santo era quien hablaba por boca del Siervo de Dios. Y es que el Espíritu Santo igual sirve para un roto como para un descosido. Kramer y Sprenger lo explicaba muy claramente: El demonio tiene poder para generar semen y pasarlo de un hombre a otro como quien cambia de recipientes, faltaría más, con esta explicación cualquier fraile podía joder a destajo a una o a varias de sus feligresas porque no es él quien las disfruta, ni su carajo el que se lleva el gusto, ni sus cojones quienes disparan los borbotones de leche en la profundidad de las vaginas, no, no es él; es el demonio. ¿Se podía afirmar que era el mismo padre López quien copuló con la endemoniada? Quizá, mas no era su semen el que brotó de su natura sino otro que el diablo colocó en su viril carajo. ¿Y por qué fluyó el semen? Porque como demostró el ilustre médico Juan Huarte de San Juan en su Examen de ingenios para las ciencias, el semen es de naturaleza caliente y por lo tanto es menester expulsarlo para que no sature de humores las mentes de los hombres. Luis López entonces era inocente, o al menos culpable de haber sido utilizado como instrumento del infierno. Si no hubiera sido por las denuncias de varias mujeres en 1578, tal vez el piadoso jesuita estaría hoy día en los altares. Todo empezó como sudando, yendo a confesar a una enferma algo ligera de ropas por las fiebres. Los plúmbeos senos, el provocativo ombligo y unas rosáceas partes vellosas de hermosa vulva gordezuela, resultaron demasiado para el venerable López, a quien no le quedó más remedio que introducirle el termómetro para averiguar la calentura y alegó haber sido seducido, aunque admitió no haber puesto resistencia. Claro, cualquiera le hubiera puesto resistencia al diablo teniendo a mano una cachondísima tía en pelota pìcada: Como quiera que el santo varón durante el Oficio de la también Santa Inquisición que entendió en el caso está escrito en castellano antiguo, lo traduciré al español moderno en bastardilla para que no sufran también ustedes de alucinaciones y venga el demonio y les obligue a salir a la calle para follarse de pie a la primera tía buena que les salga al paso. Confiesa el reo que estuvo confesando a cierta mujer que estaba en la cama con dolor de estómago, le puso la mano en él muy apretada todo el tiempo que se estuvo confesando sin tener la camisa encima, lo cual fue causa que, incitada de aquellos tocamientos, llegando su boca a la del reo le besó, le metió la lengua y le hizo mil perrerías con la mano tocándole sus nobles partes. Lo lógico, después de estas maniobras tan edificantes por parte de la arrepticia, es que el santo varón tuviera la verga como el mástil de un velero, mástil que no era el suyo sino del demonio que es un fornicador impenitente y malvado. De cualquier manera, era difícil resistirse a la voluptuosa enumeración de pecados que López oía a menudo de las cristianas de su parroquia. En 1566, fray Vicente Mexía había establecido en su Saludable instruccion del estado del matrimonio cuándo el débito conyugal era pecado y cuando no, y el Relectio de Paenitentia de Melchor Cano obligaba a los confesores a ser mas incisivos al respecto. Por lo tanto, el jesuita tenía que preguntar si había deseo o no había deseo; si sentían deleite o no sentían deleite; si lo hacían in naturalibus y bien aderezadas con sus camisones, o si por el contrario se desnudaban y hacían cosas aberrantes a los ojos de Dios que, como se sabe, es anticuerista . Las arrepentidas mujeres deseaban reconciliarse con el Señor y le contaban al buen padre Luis López "sus deshonestidades" para saber si lo que hacían también era agradable para el Altísimo. Así, el superficial coïtus in ore vulvae casi no era pecado, mientras que el trasero more ferarum oscurecía el alma, la fellatio y el cunnilingus irritaban a Nuestra Señora porque la boca era para rezar, y todas las que practicasen el nefando paedicatio no entrarían jamás al Reino de los Cielos, y por la misma razón era pecado horrendo el (coïtus intermammas) y los azogueros de Nueva España introdujeron el complicado "sesenta y nueve" (irrumatio), ambos odiosos y repugnates a la Santa Madre Iglesia. Pero el hombre no es de palo y los frailes tampoco, y al virtuoso Luis López comenzó a fallarle la templanza. Pero sigamos con el interesante Sumario: Asimismo depone una doña Jerónima de Orozco, mujer de Juan Gutiérrez de Benavides, de veintisiete años, que en medio de la confesión, acusándose ella de sus pecados, la solicitó con actos y palabras amorosas, preguntándola si tenía afición a algún confesor. Y diciéndole ella que recibía contento en ver a cierto religioso, aunque no para mal, la importunó que le dijese quién era y le preguntó si era él el religioso, porque la amaba con mucha ternura, y le dijo que no comulgase en otra misa sino en la suya, y así lo hizo. Luego se desnudó y le hizo de señas y abrazos que volviese al confesionario. Ella regresó (seguramente para ver la verga del diablo en estado puro y congestionado) y la volvió a importunar mucho para que le dijese quién era el dicho religioso. Y que ella, por burlarse de él, le dijo que él, con lo cual, se puso el fraile muy contento, le dijo allí muchas palabras de amores. Dice asimismo que viniéndola el reo una noche a confesar que estaba enferma en la cama, quedándose a solas para confesarla le quiso hacer fuerza y echarse con ella carnalmente. Y aunque no hubo efecto tuvo él polución. Y no queriéndose ella confesar con él, la persuadió y dijo que no se confesase con otro y (ella, inocente del todo y sin saber que era el diablo con quien aún no había follado hasta entonces) le tomó la palabra. Y ella lo hizo así después que estuvo buena. Es decir follaron a mansalva porque ella estaba, más que buena, buenísima y con unas ganas de probar la verga del demonio para efectuar comparaciones entre el diablo y el carnudo, cosa muy lógica como saben muy bien las alumnas de este aula. Como a todo buen cristiano, al jesuita Luis López le gustaban las hembras buenas -entre veinte y treinta años que es una edad cojonuda para follar- y de preferencia casadas porque podía disparar con pólvora de Rey. Su estrategia era de una consumada sutileza: primero escuchaba sus pecados, luego las magreaba en el confesionario y más tarde las remataba con varis estocadas en sus propias casas: Asimismo testifica contra él una Juana de Vera, mujer casada, de veintiséis años, que entrando en un confesionario a confesar con él, el reo le dijo muchas palabras amorosas y aficionadas y muy ocasionadas para mal fin. Y luego inmediatamente la confesó y esto le aconteció más de seis veces. Y después, estando enferma en su casa, fue allá este reo y tuvo con ella tocamientos de manos en los pechos, piernas y muslos, abrazándola y besándola teniendo delectación y polución... es decir, que el buen fraile tuvo una corrida, o varias, de campeonato, pero claro no era él si no el demonio. Pero cabe preguntarse ¿Cómo sabían las intachables señoras que el avezado jesuita tenía poluciones? ¿interpretarían los gestos de su rostro? ¿Se lo diría el mismo López? Tambien declararon que el sacerdote sentía "delectación". Tales conceptos dictados por las señoras denunciantes, revelaban una cultura singular: la voz latina delectatio tenía un uso restringido entre los confesores. De ahí que Melchor Cano advirtiera en su socorrido Relectio: "En los pecados de la carne no descienda á las circunstancias particulares preguntándolas por menudo, porque no provoque con ello a sí y al confesante a delectación". Si otros célebres confesores como San Juan de la Cruz y el Maestro Ávila iniciaron a sus discípulas en el proceloso ejercicio de la visión unitiva, el jesuita Luis López les hacía una completa introducción al vocabularium veneris y, en general, todo tipo de introducciones. Pero no para ahí la cosa porque, el demonio metido a fraile, tenía más ganas de follar a las confesandas que de sudar la gota removiendo en sus caderas hirvientes a los pecadores que estaban en el Infierno cociéndose como los pavos el día de Acción de Gracias. Y si no lean ustedes le que explicaba a los Santos Inquisidores a otra endemoniada: Asimismo testifica contra este reo doña Isabel Pacheco, mujer de Manuel Correa, de veintisiete años, que estando en el confesionario, antes y después de la confesión, le dijo el reo muchas palabras aficionadas y descuidadas y ocasionadas para que ella sospechase y sintiese, como sintió de él, que le tenía afición, amaba y quería y solicitaba para mal fin, diciéndola que si le quería y amaba mucho y que él haría por ella todo lo posible, y que era muy hermosa y muy discreta. Y después, yendo a su casa, le habló y regaló tomándole las manos, y ella le abrazó y besó mordiéndole el labio de su boca. El mordisco era signo inequívoco de buen camino, porque el confesor sabía que los bocados eran el preludio de cosas mayores y ofensivas a la Inmaculada Concepción que nunca ha mordido a nadie. Una dentellada en la espalda o en la barriga prefiguraba una profunda fellatio, pero una trémula mordedura en el labio inferior era el comienzo de una locus foemina o simplemente "encoñamiento", como le llamaban los burdos marineros de los galeones españoles que sabían mejor que los inquisidores de lo que hablaban. Encalabrinado por las tarascadas de sus feligresas, Luis López dio rienda suelta a sus instintos de músico, poeta y loco, y se lanzó a una empresa más difícil y enrevesada: desflorar a una doncella, y desvirgarla y es de suponer que, el demonio, no teniendo ninguna virgen en el Infierno y todas están en el Cielo porque en La Tierra no queda ni una, como muy bien saben mis alumnas. Escuchen lo que dice una pura virgen de veinticuatro añitos: Testifica asimismo contra él doña Francisca de Salinas, mujer casada con un mercader que se llama Antonio Juárez de Medina, de veinticuatro años, la cual dice que, siendo doncella virgen, estando con ella en el confesionario, poco antes de la confesión y después de ella, le dijo muchas palabras aficionadas con cuidado, y muy ocasionadas para que ella sospechase el mal fin e intento que llevaba, porque la persuadía a que aprendiese a escribir, y después que lo aprendió le escribía y le enviaba billetes, sonetos y coplas, diciéndole que la quería mucho y otras cosas de amores, importunándola que le escribiese y no la dejaba hasta que ella lo hacía. Y para más aficionarla y atraerla la enviaba regalos de conservas y otras golosinas, e iba en casa de su padre estando con ella y con su madre parlando, decía que quería ir a ver el oratorio, y entrando ella a se le enseñar quedándose su madre en el estrado, la abrazaba y besaba allí en el oratorio, lo cual hizo y pasó más de diez veces, llegando su cara a la della, metiéndole las manos en los pechos, importunándola muchas veces en el confesionario y en su casa le hablase en el corral de su casa. Y abriendo ella una noche una puerta del corral de su casa que salía a la huerta y casa de la Compañía, vio a este reo que estaba sobre el tejado, al parecer en calzoncillos, y temiéndose que la corrompiese huyó cerrando la puerta de su casa, de lo cual estuvo él muy enojado. Y después de algunos días el dicho reo volvió a su casa de la dicha doña Francisca, y entrando como solía con ella en el oratorio, besándola y metiéndole las manos en sus pechos, la riñó por lo pasado diciéndole que era necia y tonta, metiéndole las manos debajo de las faldas hasta las partes vergonzosas y le dijo que estaba por desgarrarla, queriéndola corromper con las manos, y ella de miedo se salió huyendo del oratorio. Y dice asimismo que cuando este reo la confesaba, le preguntaba si había sentido algunas alteraciones de la carne en sí, y diciendo ella que no, le decía el reo que aquello que él hacía era por quererla mucho y que no se lo tomase por malo. Las cuales torpezas y suciedades, actos torpes, pláticas deshonestas y carnalidades, duraron como dos años, porque luego que el reo vino a esta ciudad comenzó a confesarla y luego se declaró a ella, solicitándola en el confesionario, diciéndole que la quería ver e ir a merendar a su casa y oírla tañer clavicordio... El demonio, en la figura del pobre fraile Luis López, no era de los que se arredraban fácilmente, y muy pronto dirigió sus requiebros y amores a una tierna doncella que cambió su vida y que respondía al virginal nombre de "María": El dicho reo se quedaba en casa de la dicha moza doña María algunas y muchas noches a la velarla y guardarla, durmiendo en un estrado junto a su cama. Y que una noche había tenido cópula carnal con ella y la había corrompido y habido su virginidad y se había quedado preñada. Y el reo echaba la culpa del preñado al demonio, diciendo que él confesaba a su madre y hermanas y les daría a entender por libros cómo podía el demonio empreñar sin que la mujer lo entendiese. Y queriendo el reo otra vez tener cópula carnal con la dicha doña María, juntándose con ella que estaba desnuda en la cama, había tenido polución entre las piernas della. Y porque no había sido en el vaso natural le dijo el reo que no fue sino un acometimiento a pecar con ella, porque como fuese fuera del vaso no lo tiene por pecado mortal. Y porque la dicha doña María dijo a cierta persona: "mira tu lo que debe un hombre a una mujer que la desvirga, eso me debe a mí Luis López", el reo sabiéndolo, indignado contra ella, le dio muchos azotes con una disciplina por piernas y brazos, descubriéndole sus vergüenzas. De lo cual ella, indignada y rabiosa, lo vino a denunciar. Naturalmente, no echando el semen en el coño o vaso que dice la desflorada, no entiende uno que haya quedado preñada si no es por arte del demonio que tiene muy mala leche. Discípulo de Avicena, Luis López no creía que fuera ofensa al Altísimo enmelar con su semen los muslos y el vientre de las mozas. En todo caso, si el casto jesuita hubiera sabido controlar sus precoces poluciones, quizás le habría aplicado a la indomable María un coïtus interruptus, pues fuera del "vaso natural" no era pecado mortal. El confesor volvió a defenderse de los comisarios con el viejo recurso del Malleus Maleficarum y el teorema de los recipientes, pero su verdadero error fue hacer caso omiso del refranero que aconsejaba no ir a la cama con niñas para no despertarse meado, aunque en la Ciudad de los Reyes también circulaba un dicho que decía: Quien con fraile se acueste que le cueste (al fraile, claro). Así que ya saben las señoritas de éste aula que si un fraile las quiere follar, primero que pague… y en euros, nada de indulgencias que les costará dinero por dejarse joder. Claro que como ya no estamos en la época del papa Leon X y las señoritas están más espabiladas que los frailes, no creo que consientan follar con el demonio… les puede salir un niño con cuernos y rabo.