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Estaba yo en un campo remoto, una finca pegada a la playa. En esa ocasión había una práctica de policías del Servicio Nacional de Fronteras, una unidad élite de la policía. Yo tenía dos días de estar ahí cuando pasaron la primera vez. Iban caminando algunos y otros en un auto halando una lancha en su camioneta.
El primer día me quedé fijamente mirando a uno de ellos, un tipo blanco pero muy bronceado, cejas gruesas, labios gruesos y cabello corto a los lados, casi al rape. Se movía como un macho alfa, tendría alrededor de unos 30 años, tal vez menos. La mandíbula la tenía con una barba de tres días, cobriza. El uniforme le quedaba justo, marcándole los muslos, el culo, el paquetón. Sus botas estaban cerradas hasta la pantorrilla y se notaba que tenía un pecho velludo, fuerte.
Creo que mi mirada no le pasó desapercibida. En la tarde, cuando ya aparentemente habían terminado sus prácticas, se pararon como 3 de ellos a conversar con nuestro grupo. Ahí me di cuenta que si seguía conversando llevaba chance con este tipo. D le voy a llamar. Su hablar era muy tosco, casi del ghetto pero tenía una mirada de lujuria, la clásica mirada del que disfruta del sexo, el que está acostumbrado a mandar.
Me preguntó si sabía donde quedaba tal lugar donde había una caleta tal y tal, yo le contesté que si, que claro, iba ahí muy seguido. Me pidió que le diera detalles y fingió no entender exactamente y me pregunta si más tarde podía llevarlo en mi auto. A eso de las seis de la tarde, cuando el sol todavía brillaba, se apareció D a buscarme. Enfilamos hacia la caleta y por supuesto que se sentía la tensión sexual en el auto. Yo estaba manejando pero a cada rato volteaba a ver como él se ponía la mano en el paquete. Llegó un momento en que se agarraba la verga y los huevos sobre el pantalón y se le marcaba con toda claridad.
Cuando llegamos a un lugar solitario detuve el carro y me bajé para buscar el trillo que nos llevaría al camino hacia la caleta pero ahí el agarró mi mano y la puso sobre su pantalón caqui. La verga la tenía dura, una piedra. Nos bajamos y nos adentramos en el camino, ya se estaba poniendo oscuro y sabíamos que por allí no pasaría nadie a esa hora. Apenas llegamos a un claro el tipo me agarró y me atrajo contra si. Tenía un olor fuerte, a sudor. Me agarró las nalgas y las apretó y me jaló contra sí. Me restregaba contra su cuerpo duro y tal como lo había adivinado, tenía su pecho velludo, igual que sus brazos.
Bajé su cremallera y metí mi mano entre su calzoncillo. Tenía una mata de vello sudado, la verga normal, como de unas 7 pulgadas, circuncidado. La pinga era blanca, venosa, con la cabeza roja. Se le notaba con detalle el bronceado arriba de la línea del calzoncillo. Los huevos le colgaban, húmedos, peludos. Me arrodillé y comencé a mamarle la pinga mientras él me agarraba la nuca y me empujaba la pinga hasta el fondo de la garganta, primero suavecito y luego con mas ganas. Casi vomito pero seguí mamándolo mientras mi saliva se espesaba y sentía ese olor tan delicioso. Se fue aflojando la camisa y me pegue a mamarle las tetillas. Le lamía los sobacos con desesperación. Estoy seguro que no era la primera vez que hacía esto. Volví a pegarme a chuparle la verga, los huevos y hasta logré llegar a darle un lengüetazo en el culo.
Cuando ya llevaba unos tres minutos mamándole la verga me levantó y me mandó a bajarme el pantalón. Con mi propia saliva me mojó la entrada del culo y asimismo, sin condón y casi con la pinga seca me la fue metiendo en el hoyito. Yo me acomodé, casi de pie mientras él me agarraba por el cabello y me enterraba su pinga con desesperación. Me volví a menear y terminó de meterme su pinga. El hijueputa me haló mas cerca y me mordió el hombro mientras me bombeaba con fuerza y se vino dentro de mi en menos de dos minutos. Ni siquiera dejó que yo me pajera. Cerró los ojos y esperó hasta que su verga se fuera encogiendo dentro de mi, se subió los pantalones y me dijo ‘vamos’.
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