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~~Esa siesta estuvo bastante movida para mí. El porteño me había tenido entre las cañas y me había penetrado de apuro y por segundos no nos encontraron los otros trabajadores.
Sentía pudor y como vergüenza cuando salí de entre el cañaveral para tirarme al agua. Dejaron de hablar del tema pero noté que uno de los mayores me miraba distinto. Era el correntino que estaba solo en la cuadrilla, sin familia. Se llamaba Cándido. Un poco rubio y de piel blanca aunque curtida por el sol. Tenía bigote más claro que sus cabellos y ojos de color. Siempre que podía tomaba mate con agua fría. Una vez me sonrió mientras estábamos en el canal ese día.
Fue una tarde de verdadero placer visual como no recuerdo otra. Puede que la razón estribe en que por ser chico magnificaba lo que veía pero nadie puede negar que a esa edad todo hombre es hermoso por el solo hecho de llevar entre sus piernas un pene y testículos llenos de pelos rizados y suaves. Los dos riojanos tenían lo suyo, lo mismo que el tucumano y el salteño. El correntino marcaba la diferencia
Poco a poco se fueron marchando los vendimiadores. Primero se fue el porteño con los dos riojanos. Luego el Tucu y un salteño y quedamos el correntino y yo.
Me gustaba mirarlo a don Cándido porque tenía pelos por todos lados que resaltaban en la blancura de su cuerpo desde la cintura para abajo donde no lo quemaba el sol.
Sus atributos también eran destacados y bastante importantes, pene grueso y largo, de cabeza ancha como el pene, que se afinaba hacia la base, era bien cilíndrico con el prepucio suelto que dejaba salir la cabeza fácilmente y con dos huevos rosaditos de tamaño como pelones pero muy peludos . Como los de mi papá aunque blanquitos.
Varias veces me sorprendió contemplando esa parte de su anatomía y se sonreía. Cuando se fueron los últimos me preguntó.
-¿Te vas o te quedas, Pablito?
-¿Usted se queda?
-Un ratito más, quiero aprovechar para quedarme un ratito más.
-Entonces yo me quedo un ratito más.
Se salió del agua y mientras se secaba al sol se acariciaba el enorme miembro que se ponía morcillón. Lo estiraba y lo soltaba, liberando la cabezota rosada. No podía evitar el mirarle el sexo. Entonces me preguntó
-¿Te gusta, Pablo, lo que tengo en mi mano, chamigo? –mientras se acariciaba el miembro y sonreía.
Asentí con la cabeza.
El correntino miró por entre las cañas para cerciorarse que los otros iban hacia la finca y después se sentó junto a mí.
-¿Qué te gusta más?
Levante mis hombres como para decir no sé.
-¿Te gusta chuparla?
Asentí con la cabeza
-¡Huy que lindo! A mi me gusta que me la chupen bien, que le pasen la lengüita a los huevos y a la cabecita de la chota, chamigo ¿Así la chupás?
-Sí
-¡Huy qué lindo! Y decime chamigo ¿Por el culito también te gusta?
Asentí otra vez.
¡Qué bueno! Vení, chamigo. ¿Te gustaría mostrarme como haces para chuparla? Mirá, ya está paradita.
Me agarró la mano y la puso sobre su pene duro. Lo acaricié un poquito, le toqué los huevos. Poniendo su mano en mi cabeza me llevó hasta sus genitales que rosaron mi cara. Mi sueño se cumplía. Sentí su olor y su tibieza. Lo acaricié y después lo bese todo. Me gustaba y chupé.
Mientras empezaba a chuparle, me preguntó
-Decime, chamigo ¿El porteño te “culió” recién, no? – Sin sacarme lo que tenía en la boca lo miré asustado- No tengas miedo. No voy a decir nada, chamigo ¿Te “culió”?
Asentí.
-Ahá. Decime ¿Te gustaría que yo también te haga cariñitos en el culito? Te la voy a meter suavecito y te gustará mucho. Si él entró, yo también voy a entrar y te la voy a meter hasta los huevos. Vení, chamigo, ponete pa` culiar, boca abajo y dame el potito. Ponelo bien paradito. Mirá que lindo pedazo de poronga te va a entrar por el upitito
Me puse boca abajo y el correntino puso saliva en mi ano y alrededor de su sexo y entró con suavidad la totalidad de su miembro en mi dilatado ano. Por su tamaño el dolor fue inevitable. Cuando metió hasta la parte más gruesa del pene, bien pegadito a los huevos me dolió y traté de zafarme pero él me hablaba despacio y me acariciaba las nalgas. Fue muy suave la manera de poseerme e incluso cuando eyaculó solo me apretó muy fuerte contra su cuerpo. Se quedó dentro mío y sentí todo el tiempo su miembro duro y caliente. Al rato volvió a menearse otra vez, durante mucho tiempo, sacando casi todo el miembro para empujarlo después en su totalidad hasta eyacular de nuevo.
Después se lavó en el canal y esperó hasta que yo me lavé y nos vestimos para volver a la finca.
Como era sábado la mayoría de los hombres se marchaban hacia la ciudad. Los matrimonios también se iban a pasar el fin de semana. Quedaron algunos hombres, los riojanos, alguno de los tucumanos y el correntino.
Como a las cinco de la tarde vino el correntino a pedir una aguja. Era un pretexto. Sabía que mi papá volvería a la noche y que mis hermanos no estaban.
Entró a la cocina y me preguntó si quería chuparle la chota un poquito porque se había quedado con ganas…
-Quiero echarte otro polvito, chamigo…
Se abrió el pantalón y sacó fuera sus genitales. Volví a mamarlo con sumo deleite, gozando cada centímetro de su hermoso pedazo. Ahora más tranquilo volvió a meter por mi culito el tibio y suave miembro hasta sellar mi poto con sus pelos. Me penetraba en distintas poses, metiendo con firmeza entre mis nalgas la chota dura, haciendo que cada vez me gustara más y más.
Cuando finalmente eyaculó, sacó de mi potito el pene palpitante y me dio vuelta para meter en mi boca la gorda cabecita por donde comenzó a salir gran cantidad de semen que me desbordaba cayendo por mis comisuras.
Durante un largo rato me dejó besar, lamer y chupar su portentosa criatura hasta que ya no salió nada.
Siempre he recordado con nostalgia esos momentos de mi vida. En el comienzo de una vendimia me ocurrieron tantas cosas como no le ocurren a una persona en toda su vida. Quizá aquellos hombres nunca pensaron en tener sexo con un chico de la manera en que lo tuvieron conmigo.
En dos meses de vendimia y con casi una década de vida tuve tantas experiencias en el campo sexual que me siento maravillado.
No condeno ni acuso a aquellos hombres que me dieron tanto en tan poco tiempo ni pontifico ni en pro ni en contra de. Solo digo que fueron experiencias muy mías, parecidas a tantas como ocurren cada día en tantos lugares del mundo. Esos hombres no fueron ni peores ni mejores que nadie. Fueron personas que resolvieron de esa manera la propuesta que les hacia la vida.
Si aquel compañerito del colegio no me hubiese contado lo que hizo con el primo adulto, mis experiencias seguro habrían demorado un poco pero igual habrían ocurrido.
Hoy lo recuerdo al porteño, no su nombre porque no importa pero si su figura, su cuerpo desnudo metido en el agua del canal, lavándose los genitales de frente a mí, descorriendo la piel para lavar el glande, sintiendo algo de pudor al darse cuenta que yo lo miraba y sonriéndose al darse cuenta que a mi me gustaba mirarlo y mi deseo de tenerlo para besarlo y lamerlo. Ni él ni yo pensamos que sería el primero en penetrarme.
Lo pienso a don Cándido, que llegó a la finca solo, sin familia, buscando trabajo, cuando percibió que yo admiraba su sexo y lo miraba con deleite y deseo. Recuerdo sus dudas y su temor cuando preguntó si me gustaba lo que tenía en las manos y su excitación creciente cuando respondí afirmativamente, poniendo en mis manos su sexo suave, tibio y duro. Su premura en acabar pronto dejando en mi interior su semen y su vuelta a buscarme en la tarde para darme su sexo con más calma, gozando y dejándome gozarlo totalmente.
Don Cándido me dijo que se iba a la ciudad y que volvería al día siguiente, que visitaría a unos amigos pero que no haría nada más porque estaba “hecho”. No lo entendí y tampoco tuve tiempo de pensar mucho porque al ratito pasaban los hombres que habían quedado en la cuadrilla, rumbo al bar.
El salteño, el tucumano y uno de los riojanos pasaron primero y saludaron, después pasó el porteño y unos minutos detrás venía el más grande de los riojanos que al verme en la galería se acercó y me preguntó por mi papá.
-No está – Le dije – Viene a la noche.
-¿Te quedás solito acá?
-Sí. Hasta que venga
El hombre se apoyó en uno de los postes que sostenían el alero. Era alto de piel cetrina y de facciones arábigas. Yo lo había visto muchas veces desnudo cuando se bañaba en el canal con los otros. Se destacaba por la abundante pilosidad de su cuerpo y por tener unos genitales sobresalientes pero que no exhibía mucho. Me dijo que tenía un hijo un poco más chico que yo pero que hacía tiempo que no visitaba porque ya no vivía con la madre.
-Pablito quiero hacerte una pregunta… No tengas miedo de contestar porque yo no voy a decirle nada a nadie…Esta tarde en el canal lo vimos salir al porteño de entre el cañaveral y el tucu dijo que el porteño te había puesto una enema de leche…¿Es cierto eso?...
Lo miré azorado porque entendí lo que dijo pero pregunté
-¿Qué enema?
-Dio a entender que te metió la mocha por el potito
-No sé ¿Qué es la mocha?
-La chota
Quedé mudo. El hombre, a la sazón de unos cuarenta años, me hablaba serio pero en un tono más bien intimista, como compartiendo un secreto…
-Dijo que el porteño te culeaba… ¿Es cierto?
Como un tonto le dije asustado
-No se lo diga a mi papá, don…
-A cambio que me das?
-No sé. No tengo nada, don
-Si me la chupas un poco, no digo nada ¿Querés?
-Bueno, pero no se lo diga a mi papá, sabe
-No te hagas problemas que yo no voy a decir nada ¿Dónde vamos para que me chupés la mocha?
Entramos a la cocina y el hombre se paró junto a la ventana por donde se veía todo el camino desde la ruta hasta la casa. Apoyándose en la mesada se abrió el pantalón y lo bajó junto al calzoncillo hasta la mitad de sus peludos muslos y yo, parado junto a él comencé a acariciarle el pubis y los genitales. El pene creció a medida que yo lo lamía o besaba y cuando estuvo bien duro ya no pude meterlo en mi boca por el grosor del glande.
No sé cuánto tiempo estuve mamando el grueso miembro pero en un momento el hombre me dijo que quería metérmelo por el culito y yo accedí.
Me recostó boca arriba sobre la mesada y me levantó las piernitas flacas sobre su pecho, me ensalivó el agujerito y su miembro y luego me buscó la entrada. Con la cabezota puesta en mi ano presionó firmemente hasta que, de golpe, entró mucho más que la cabeza. Me dolió y grité
-¡Ay! ¡No, don Beder, me duele mucho sáquemela!
El hombre miraba como penetraba en mi poto y como no lastimaba siguió metiendo hasta que los pelos taparon el dilatado agujerito. De verdad me dolía mucho. Cuando se menaba parecía que la cabezota me sacaba las tripas para afuera. Me dolió todo el tiempo que duró el acoplamiento y siguió doliendo cuando me la sacó, Nunca pude olvidar a ese hombre que estuvo metido como media hora en mi cuerpo.
Cuando el hombre se fue con la promesa de hacerlo otra vez, otro día, fui a lavarme con agua fría. Me tocaba el potito que había quedado tan abierto que me asusté. Al rato volvió a contraerse.
Me quedé esperando a mi padre sentado en la galería. En un solo día tres hombres distintos, con sus olores y sabores diferentes, con sus diferentes maneras de penetrar por el ano, con su semen diferente y sus ganas distintas habían tenido sexo conmigo de manera completa y el día todavía no terminaba.
Como a la hora de la cena volvió mi papá y estaba borracho. Esa es otra historia.
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