Aquella tarde no estaba de humor, la empresa para la que trabajaba me había organizado la asistencia a una conferencia sobre marketing digital. Y allí estaba yo, resignada y enfadada, en el salón del hotel cerca de mi casa, donde me esperaba mi esposo y dos hijos.
Una vez sentada y calmada, no pude dejar de observar lo atractivo que estaba el ponente. Unos 35 años, alto, algo de tripa pero robusto, espaldas anchas, bíceps formados, barbilla ovalada, ojos castaños, pelo rizado.
Lo cierto es que intenté suplir mi descontento imaginándomelo chupándole la polla. Soñé que le esperaba al finalizar la conferencia, que hablábamos y que me comentaba que se había fijado en mí, en mi mirada, y me preguntaba si deseaba tomar algo juntos. Le comenté que debía volver a casa, con mi familia y le enseñé mi anillo. Entonces cambió de táctica, me invitó a subir a su habitación e intercambiar fluidos. Dudé, pero poco, me apetecía mucho.
Subimos, entramos, me empezó a besar, sentí su verga empalmada, la toqué, me puse cachonda, le bajé los pantalones y lo empujé sobre la cama, admirando su polla erecta, ancha, con un champiñón enorme, me empecé a mojar por dentro, me la metí en la boca, chupé, succioné, mi mano acompañaba los movimientos, como me gustaba, no podía parar.
Mientras con la otra ya me estaba tocando yo mi vulva. En algún momento me dijo que parara, me indicó que lo montara, y eso hizo, me bajé mis pantalones y bragas y mientras él se colocó un preservativo. Lo monté, toda húmeda, nos empezamos a mover sincronizadamente, me corrí dentro de él varias veces, le gustó, entonces empezó a ir más fuerte, más rápido, estaba a punto de explotar también, momentos breves pero intensos, arriba, abajo, dentro, fuera, descargando la energía, la rabia, saboreando el placer, su polla dentro de mí, con empuje, con ganas de metérmela hasta el fondo, de hacer daño a mis paredes, hasta que se corrió.
Entonces desperté de mi letargo, pensando que cabecita tan loca tenía, y me vi ante un conferenciante cañón que se fijaba mucho en mí.