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Ahora, mientras le estoy comiendo la polla al conductor de mi autobús, recuerdo como le conocí hace casi 6 horas.
Me desperté a las 5 de la mañana. Hoy es mi primer día de prácticas, el día en el que realizaré mi primera ruta en autobús yo solita. Mis nervios casi rozaban la ansiedad. Me obligué a desayunar, aunque no me entraba nada, y lo agradecí más tarde, cuando empezó el viaje y no tuve tiempo de comer nada más… Hasta ahora, ¿no?
El conductor del autobús me llamó a las 7 para avisarme de que ya llegaba a la estación. Yo ya llevaba allí media hora. No podía llegar tarde a mi primera ruta y no tenía nada mejor que hacer.
Su voz grave, su tono calmado y cortés me llevó a pensar que yo no era la primera estudiante en prácticas con la que se encontraba. Me relajó un poco escuchar su voz, tan confiada.
Llegó a las 7:30 y su conversación alivio mis nervios. Era un tipo de unos 50 años, medio calvo y con una barriga algo prominente, supongo que por lo sedentario que es su trabajo. Su mirada era amable. Sentí que me trataba como si fuera su hija, y estuviera nerviosa por algún examen.
Cuando llegaron los primeros clientes, los dos asumimos nuestros roles de trabajo. Él se ofreció a colocar sus maletas en el maletero; yo les saludaba y les decía en que asiento debían sentarse.
A las 8 partimos a nuestro destino. Me presenté, les expliqué la ruta… Hice todo lo que me habían enseñado a hacer durante mis dos años de estudio.
Pronto el autobús quedó en silencio. Los clientes estaban cansados de madrugar. Algunos se quedaron dormidos, otros se distraían con sus tablets y móviles sin prestarme atención.
—Lo has hecho bien para ser tu primera vez —dijo entonces el conductor, rompiendo el silencio.
—Gracias R —sonreí, encontrándome con su mirada en el espejo retrovisor. Sus ojos se desviaron por un instante al escote de mi camiseta y luego se centraron en la carretera.
Entonces es cuando me di cuenta de que podía hacer el viaje más interesante con este hombre. Y no me equivocaba.
—La última guía de prácticas con que estuve no paraba de tartamudear de lo nerviosa que estaba —comentó.
— ¿Ah, sí? Pobrecilla.
Y así comenzamos a hablar para hacernos más ameno el viaje hasta la primera estación de servicio.
A las 10 hicimos nuestra primera parada. No era una parada obligatoria, es decir, no todos los viajeros debían viajar. Aun así, más de la mitad del autobús se quedó vacía.
El conductor me acompañó fuera del autobús y nos quedamos hablando mientras estirábamos las piernas. Él sacó un cigarrillo y me lo ofreció. Yo no fumo y tampoco me gusta el olor del tabaco, así que regresé al autobús a charlar con mis turistas, como había empezado a llamarlos. Un chaval de mi edad que viajaba solo no tardó en darme conversación y hablamos animadamente hasta que acabó el descanso y comencé a pasar lista para asegurarme de que todos habían regresado.
Siempre hay el típico despistado que llega tarde y este viaje no fue una excepción. Le reprendí suave y amablemente. Su tardanza nos retrasaba a todos. Y continuamos el viaje.
Durante todo el trayecto hasta nuestra siguiente parada sentí la mirada del chaval puesta en mí mientras yo hablaba con el conductor. De vez en cuando me giraba y le pillaba apartando los ojos. ¡Qué mono!
Segunda parada. Parada obligatoria para comer. ¡Todo el mundo fuera del autobús!
El conductor y yo nos quedamos solos, comprobando que no quedaba nadie en el autobús.
Hacía rato que me había dado cuenta del anillo que adornaba su dedo anular, pero eso no le impidió decirme:
—Quieres bajar o…
Dejó la frase a medias dejándome terminarla a mí. Me podía ir o echar un polvo con el conductor del autobús durante mis prácticas. Una posibilidad divertida, pero muy peligrosa. Si un cliente nos descubría… No quería pensar lo que pasaría.
Miré mi reloj de pulsera.
—Tenemos media hora —y masajee su entrepierna provocadoramente con mi mano. Él ya tenía la polla dura y… bueno, como ya imaginareis, me la acabé metiendo en la boca.
Y así me encuentro ahora, chupándole la polla. Le comería también los huevos, pero no los ha sacado por la bragueta y yo no me atrevo.
Él coge mi cabeza un par de veces, obligándome a me la meta más en la boca, haciendo que me ahogue y tosa. Es un poco bruto, pero me da tanto morbo toda la situación que se lo perdono.
Le chupo con más ganas la polla mientras él acaricia mis tetas. Ha subido mi camiseta y mi sujetador, y mis tetas se bambolean al aire mientras muevo la cabeza.
—¿Quieres que te folle? —gruñe, agarrándome una teta y apretándola hasta hacerme daño.
—Si —digo, haciendo el ademán de sacar su polla de mi boca, pero él sujeta mi cabeza, impidiéndome que lo haga.
—¿Qué? —oigo la lasciva sonrisa que dibujan sus labios.
—Siii —con su polla tan gorda en la boca apenas puedo hablar o respirar. Me suelta y me aparto, jadeando.
—Date la vuelta y apóyate en el cristal —me ordena. Su tono, antes cordial y calmado, es ahora borde y está cargado de excitación.
Me levanto del asiento, me bajo los pantalones hasta las rodillas y me pongo a cuatro patas sobre los asientos. Apoyo las manos en el reborde de la ventana. Miro la oscura cortina, que hemos corrido previamente. No se ve nada desde fuera y, además, todos mis turistas estarán comiendo en el restaurante o en el baño. Entonces me acuerdo del chaval, el que es tan majo. Pienso de manera incoherente que por lo menos no es su asiento. Me sentiría culpable por dejarme follar en su asiento, aunque no le conozca de nada. No tengo tiempo de pensar en ello mucho más.
Siento su polla entre mis nalgas, la tela dura de su pantalón rozando mi culo. La mueve, buscando la entrada de mi vagina, que está empapada por la mamada que le he hecho. Cuando la encuentra, me embiste, penetrándome de golpe, y mi frente roza la cortina. Casi me golpeo contra el cristal. Un chillido se ahoga en mis labios, fuertemente cerrados. No puedo arriesgarme a que nadie nos escuche.
Comienza a follarme sin compasión. Su cintura choca contra mi culo, empujándome hacia la ventana. No me choco contra ella porque me estoy agarrando, pero a él parece no importarle que pueda darme un golpe en la cabeza.
Me da un azote en el culo y gruñe, clavándome su polla. Se inclina sobre mí, agarrándome las tetas y obligándome a levantarme un poco. Apoyo las manos en la cortina, que se desliza unos centímetros dejando que entre un delgado rayo de sol. Me suelta las tetas y me agarra del pelo, embistiéndome con ferocidad.
—Perra —le escucho gemir. Parece que se va a correr pronto y menos mal. Me he equivocado con él. No es el tipo sencillo y majo que había aparentado.
Me duele el coño de la fuerza con la que me penetra. Me tira del pelo, forzándome a que me alce. Mis tetas botan con cada golpe de sus caderas contra mis nalgas. Aprieto la cortina y entonces esta se desliza más hacia un lado, dejando una abertura por la que puedo ver el aparcamiento de autobuses en el que estamos estacionados… Y, sentado en el bordillo, a unos metros, veo al chaval comiéndose un bocadillo. Nuestros ojos se encuentran mientras el conductor me tira del pelo, follandome mientras murmura:
—Perra, perra, perra…
Suelto la cortina, que se desliza de vuelta a su posición. Él me suelta el pelo y me da otro azote. Chillo, olvidándome de que nos podrían oír. Él me tapa la boca con una mano, sin parar de llamarme perra y agarrándome con la otra mano de la cintura para follarme mejor.
Mis gemidos se ahogan contra sus dedos. Me embiste un par de veces y entonces se detiene.
Me tiemblan las piernas de la fuerza con la que ha arremetido contra mi cuerpo. Siento como extrae su polla de mi coño, dolorido. Cuando me levanto, su semen se desliza por mis muslos. Él ya se ha guardado la polla y me lanza un paquete de pañuelos.
—Límpiate rápido, que quiero comer —me dice. Le miro con asco mientras se gira hacia las puertas y las abre.
Como he podido ser tan idiota, pienso, y haberle juzgado tan mal.
Mientras me limpio las piernas, me acuerdo de que el chaval nos ha visto, ha visto como alguien me follaba y, ahora que el conductor ha salido del autobús, sabe que ha sido él. ¿Qué pensará de mí? No creo que se lo comente a nadie. Viaja solo y el resto de los turistas son gente bastante mayor con los que apenas se habla. ¿Quizá debería darle alguna explicación? ¿Por qué me siento como en deuda con él si casi no le conozco?
Me subo los pantalones y miro el reloj. Me quedan todavía 20 minutos para comer. El viejo este no ha durado ni 10 minutos, pienso mientras bajo del autobús. Me dirijo al restaurante, ignorando al conductor y al chaval, cuya mirada me persigue hasta que entro.
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