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El coleccionista, mi historia

Antes de contarte mi historia, quisiera decirte a vos que estás leyendo el motivo por el que mis amigos me llaman ‘el coleccionista’.



El tema es que tengo un marcado fetiche con conservar ricas fotos de las vergas de mis hombres, me excita saber qué es lo que provoco, verlas duras y si están chorreadas de leche, mejor aún, así es que tengo una selecta colección privada de fotografías de pijas duras y apetecibles.



Y no es que me interese lo que se encuentra en la web, no, a mí me gustan las cosas personales, dedicadas, para poder verlas una y otra vez y masturbarme hasta el cansancio.



Así que no pretendo regalarte mi historia, yo quiero vendértela, te propongo que la leas y si como imagino terminas con el miembro duro y lleno de semen, te tomas una foto y la envías a mi correo que figura al pie de página, creo que no pido mucho, cierto?



Ahora sí, empezamos…



Por mi cama pasaron muchos chicos, y también muchas chicas trans, me gustan los juegos completos, y podría contar muchas anécdotas, pero elegí para esta oportunidad la historia con Pedro, un chico especial.



Mis dieciocho centímetros de pene siempre me hicieron un tanto especial, modestia aparte, mis amantes nunca quedaron insatisfechos y mi tamaño era siempre alabado por mis casuales compañeros de cama, y por qué no decirlo, me gustaba fanfarronear con este tema, y muchos se acercaron a mí por los rumores que corrían de boca en boca.



Pero Pedro cambiaría mi percepción de las cosas…



En mi pequeño pueblo natal trabajaba en una verdulería, rodeado de hombres transpirados, sucios y de poca cultura, quienes solían mofarse de mi condición de homosexualidad, yo sufría a morir, hacer fuerza no era lo mío, mis manos estaban callosas, me dolía la espalda y cada día llegaba a casa sudado como animal.



Yo estudiaba para dar masajes descontracturantes, relajantes, esa era mi pasión, me encantaba y siempre tomaba a mamá como conejillo de indias, cada vez que podía la untaba con aceites perfumados, aromatizaba el cuarto y la dejaba tan relajada como podía.



Pero en mi pueblo, un pequeño sitio de granjeros siempre sería un pobre verdulero, o algo por el estilo, no había sitio para masajistas.



La web era mi punto de escape, un pequeño túnel para salir de mi lugar, y así, escribiendo y escribiendo conseguí una propuesta de empleo en la gran ciudad.



Con lágrimas en los ojos mi madre y mis dos hermanas me despidieron en la estación de trenes, aún recuerdo sus saludos afectuosos en el andén, pero yo miraba hacia adelante, con mi maleta llena de ilusiones y un futuro alentador.



Y no me costó meterme en la gran urbe y pronto ser parte de ella, había encontrado mi lugar en el mundo y al fin hacía el trabajo que quería hacer, en un sitio muy profesional, tipo spa, muy decente, nada con doble sentido.



Hice algunas amistades, de barrio, de trabajo, un grupo de chicas que dada mi condición me aceptaron como a una más del grupo.



Una noche como cualquiera fui a bailar a un boliche gay de la zona, como solía hacer cada sábado, fue cuando Pedro se cruzaría en mi camino, él estaba sentado en la barra bebiendo un trago, me tomé unos segundos para asegurarme que fuera mi tipo, un chico entre veinte y treinta, muy bien musculado, algo que me atrapaba de los hombres, con el cabello prolijamente recortado y teñido en la parte superior, una barba apenas marcada, perfectamente delineada, muy sexi.



Me acerqué a su lado, le dije al barman que me diera lo mismo que él tomaba, y que le diera también un trago a él, fue el principio de la relación.



Pedro tenía unos hermosos ojos negros, de mirada profunda, pero una mirada tranquila que irradiaba paz, hablamos un par de horas, nos contamos nuestras vidas, me puso al tanto que él estaba en pareja en esos momentos, pero las cosas no estaban bien entre ellos y vivían en un tire y afloje, que Adrián (ese era el nombre de su chico) era en exceso posesivo y demandante y que se sentía asfixiado en algún punto.



Aclaramos las cosas desde el principio, lo nuestro era solo un juego, sin demasiadas pretensiones.



Palabra va palabra viene, entre risas y tragos, se hicieron las cinco de la mañana, le propuse ir a mi casa para charlar más tranquilos, y emprendimos viaje a mi departamento.



Bromeamos mucho sobre nuestras profesiones, le conté lo de los masajes y él sus cortes de cabello, era coiffeur, me dijo que él me daría unos masajes para cambiar un poco, pero claro, yo le haría un desastre en la cabeza si pensaba devolverle el favor.



Estaba muy excitado con todo el juego, más cuando definitivamente estaba decidido a darme unos masajes, así que luego de una corta explicación me entregué a sus locas ideas, a ver qué tal eran sus manos.



Tal cual lo hacía con mis pacientes, aromaticé el lugar, y dejé a todo a media luz, puse sobre la mesa de luz algunas lociones y aceites, me desnudé con una notable erección y me acosté boca abajo, cubriéndome las nalgas con una amplia toalla blanca, como dije, recreando todo lo que hacía en mi empleo.



Solo ahí le permití pasar al cuarto, sentí su risa a mis espaldas y yo reí cómplice, se sentó en la cama a mi lado, tomó uno de los aceites y dejó caer un poco sobre mi espalda, luego lo desparramó con sus manos e inició la sesión de masajes, definitivamente tenía mucho por aprender, pero era lo más sexi que sentía en mucho tiempo, él iba de un lado a otro, desde mi cuello, mis hombros, llegando al borde de la toalla.



Fue a una de mis piernas, desde mi pie subiendo lentamente, apretando con sus dedos, luego la otra, para regresar otra vez a mi espalda, me susurró al oído si me gustaba, a lo que asentí con la cabeza, deseando hacer al amor.



Volvió a poner aceite en mi espalda y regresó a los masajes acercándose a la toalla, cada vez más cerca haciéndome desear, y poco a poco la fue sacando, sensualmente, y cuando me di cuenta sus manos acariciaban mis nalgas, completas, llegando muy cerca de mi esfínter, yo deseaba que metiera los dedos en él, incluso levantaba la cola para facilitar su acceso, pero Pedro hábilmente llegaba a los límites y me evadía una y otra vez, el maldito sabía hacerme desear.



Cuando se cansó de jugar conmigo hizo que volteara, mi verga dura como un mástil surgió amenazante, supuse erróneamente que él se sorprendería con mi tamaño, pero no, solo me ignoró, maldito…



Volvió con los masajes, ahora mi pecho, mi vientre, mis piernas, todo, todo menos donde yo quería que tocase, yo bufaba con la respiración entrecortada, hasta que al fin llegó el momento esperado…



Me susurró que tenía una verga hermosa, y que le encantaba como se veía toda depilada, con su mano aun llena de aceite acarició lentamente mis testículos, una y otra vez, yo pensaba ‘maldito, agarrame la verga de una vez por todas’ pero él seguía acariciando mis bolas.



Entonces tiró demasiado líquido viscoso sobre mi sexo, ya era un enchastre, pero delicioso, Pedro descubrió mi glande y jugó lentamente con sus manos sobre él, recorriéndolo por completo, desde la punta hasta el tronco, una vez, y otra y otra, con lento ritmo, sus manos hacían maravillas en mi pija y yo me sentí venir, le dije que se detuviera, se lo imploré pero mi amante casual tenía otros planes, solo siguió hasta que un chorro saltó llegando casi a mi barbilla, recorriendo todo mi vientre y mi pecho, y luego un segundo, y un tercero…



Aun respiraba jadeando en placer con mi boca abierta intentando acaparar más aire de lo normal, el me sorprendió entonces con un dulce beso en la boca, sintiendo su lengua movediza buscar la mía…



Hicimos un alto en el encuentro, necesitaba darme una pequeña ducha para seguir en el juego, estaba hecho un desastre, así que le dije que se preparaba mientras me perdía diez minutos en el baño.



Me higienicé lo más rápido posible, mis sienes latían en deseo, pero al salir la situación no era la esperada, Pedro ya no estaba, solo había una nota sobre la mesa, decía claramente que lo perdonara, que su pareja lo estaba buscando y que era demasiado tarde, que el volvería a contactarse conmigo.



Caí en cuenta que Pedro era un fantasma, no tenía ni su número, ni sabía dónde vivía, ni sabía cómo contactarlo, me masturbé en soledad con un sabor agridulce, asumiendo que yo algo había hecho mal y que esa nota fue una forma decente de escapar de mi departamento.



Yo sabía de esas cosas, y al día siguiente seguí mi vida como de costumbre, con remotas expectativas que el volviera a cruzarse en mi vida.



Pasaron los días, poco a poco la figura de ese hombre se fue desdibujando de mi memoria, tan solo me quedé con la espina clavada de entender que era lo que había hecho mal, el motivo de su forma cobarde de despedirse.



Una semana después, justamente al sábado siguiente, sin que lo esperase, él volvió a mi encuentro.



Había salido a dar unas vueltas por ahí, a pasear con Jaki, mi perro caniche, como acostumbraba a hacer todos los sábados.



Al volver, ingresé al palier del edificio, tomé el ascensor, llegué a mi piso y ahí estaba el, parado en la puerta de mi departamento, no sé cómo había llegado hasta ahí, tampoco me importaba, su figura varonil me recibía con una sonrisa perversa en los labios, sosteniendo entre sus manos una botella de vino espumante, me dijo que era para reparar lo de la semana pasada.



Ingresamos y mientras ponía la bebida en el refrigerador, el me confesaba que su relación de pareja vivía en permanente turbulencia, y que yo no tenía nada que ver en su huida, es más, él quería terminar lo empezado.



Fue cuando tomé la iniciativa avanzando a su encuentro, por sorpresa lo besé profundamente en la boca al tiempo que lo hacía recular contra una de las paredes, entre los dos sacamos su ajustada remera y su pecho musculoso y lampiño quedó ante mis ojos, precioso, empecé a besarlo por todos lados, a morderle los pezones hasta hacerle erizar la piel, me arrodille, solté la hebilla de su cinto, era tiempo de bajar su jean, nuevamente compartimos el trabajo entre los dos, y mi Dios, era increíble, sentí lo que otros sentían a ver mi verga, porque la suya era terriblemente imponente, haciendo pasar mis dieciocho centímetros desapercibidos, no parecía normal, y me engolosine acariciándola, sintiendo su grueso tronco venoso latir entre las yemas de mis dedos.



No tardó en elevarse amenazante, pelé su glande y empecé a lamerlo con esmero, tratando infructuosamente de meterlo en mi boca mientras lo masturbaba con ambas manos, empezamos un inocente forcejeo, Pedro trataba de que se lo comiera profundo, pero a mí no me entraba, a pesar de todas las ganas que tenía de devorarlo, es que era demasiado. Fue entonces cuando lo llevé hasta la mesa y lo hice recostar sobre ella, con las piernas colgando a ambos lados, tomé una silla y me senté al medio, era mi turno de ser malo…



Con mi mano derecha tomé su anguila y la pelé bien, apretándola contra la base, cerca de sus testículos, entonces empecé a besársela, en la parte inferior del glande y apenas un par de centímetros más, su centro de placer, mientras lo miraba fijamente, solo pasaba la lengua con la presión suficiente para enloquecerlo, provocándole ese deseo incontenible de eyacular, pero con la suficiente cadencia como para mantenerlo en la cima sin llegar al final. Pedro se retorcía de placer, incluso no podía mantenerme la mirada, seguí en esa tortura infinita unos diez minutos, solo pasando mi lengua y los labios por su zona más sensible.



Mi excitación creció al notar que una gota blancuzca se asomaba por la punta de su verga, anunciando el principio del fin, pero yo seguí en mi juego, poco después un líquido sabroso empezó a emanar, chorreando hacia abajo a lo largo de su preciosa pija, pasando por mis labios y por mi mano.



Solo seguí y seguí sin apurar el ritmo, en mis labios tenía el sabor exquisito de su sexo, hasta que el volcán estalló, como lava caliente, incontenible, los chorros de leche saltaron descontrolados, manchando todo lo que estaba a su alcance, su vientre, sus pernas, mi rostro, fue tan excitante que yo guardaba entre mis piernas una terrible y dolorosa erección.



Pedro se repuso, me dijo que era su turno y que me daría lo mejor de sí, ahora el me hizo recular hasta la pared y se arrodilló ante mí, apenas tomó unos instantes en desnudar mi sexo, apenas lo lamió, para luego meterlo centímetro a centímetro en su boca, poco a poco mi verga fue desapareciendo hasta que sus labios llegaron a mi vientre, no sé cómo lo hizo pero se la comió toda y solo empezó a masturbarme solamente usando su boca, bien profundo, con sus manos apoyadas en mis piernas, me enloquecía, y no pasó mucho tiempo para que me sintiera venir, le advertí



- Pedro… Pedro… pará… me acabo… Pedro…



Yo le avisaba mientras acariciaba sus cabellos, pero el hacía oídos sordos a mis palabras, y no pude retenerlo, mi semen empezó a escapar en su garganta, su ceño se frunció, pero el no dejo de hacerlo, gemí de placer mientras el degustó todo mi néctar.



Cuando terminó con su trabajo se paró a mi lado y me besó profundamente, tenía sabor a mi en su boca, al tiempo que yo acariciaba mi verga con la suya, noté que mientras la mía perdía erección la suya estaba nuevamente gigante, me dijo



- Vamos a la pieza? Préstame esos aceites que tengo una idea…



Obviamente ambos teníamos la misma idea, y fuimos juntos al cuarto, le entregué aceite y el empezó a lubricarse su gruesa en interminable verga, mientras yo hacía lo propio mi culito, jugando con mis dedos, pero les juro que asustaba, así que le dije



- Pedro, me vas a amatar con eso…



Pero él estaba decidido y entre nosotros, yo estaba goloso y deseoso de probarla, así que me acomodé en cuatro y lo dejé hacer.



Me relajé y lo dejé venir, su glande se apoyó en mi esfínter y empezó a forzar, diablos, me había comido muchas vergas, pero como esta ninguna, empecé a patalear como chico, es que me dolía, pero el solo embestía, caliente como hoguera, solo quería metérmela, sentí que me destrozaba, y poco a poco el dolor se transformó en placer, lo sentí invadirme, al fin lo había logrado.



Pedro empezó a romperme el culo con esmero, me hacía gritar, mordía la almohada para acallar, pensando en los vecinos del edificio, pero era tan gruesa que no podía evitarlo, cambiamos de posiciones, las que imaginen, pronto mi esfínter estaba tan estirado que trabajábamos en perfecta sintonía, en un único placer de ser sodomizado.



Recuerdo que nos sentamos frente a un espejo de mi cuarto, o sea, él se sentó en la cama y yo me senté sobre él, me gustaba observar lo que veía reflejado, ahora era yo el que tenía el control y subía y bajaba una y otra vez sobre su pija perfecta, no sé cómo lo lograba pero me sentaba con tanta fuerza que su sexo desaparecía en mi interior, mi gran verga estaba erecta, hermosa perfecta, solo era opacada por la de Pedro, más larga, más gruesa, más sabrosa.



La imagen que me devolvía el espejo era tan erótica, y placer que me daba ese hombre tan fuerte, que, con solo mis movimientos, sin siquiera tocarme, me sentía acabar nuevamente, de pronto mis verga empezó a expulsar semen al tiempo que mi esfínter se contraía rítmicamente sobre el cuerpo venoso de la pija de mi amante, el sintió el impacto, obviamente me tomó por debajo de las piernas, me levantó más arriba haciendo que su verga saliera de mi interior y apuntándome al espejo me susurró



- Mirá puto, mirá como te dejé el culo todo abierto, te gusta?



Mi esfínter lucía todo abierto, y no podía cerrarlo, me resultó muy excitante verme así dilatado, solo le respondí



- Si… si… dale, rompémelo todo, abrímelo todo, me gusta tu verga, dale, no me hagas desear, metémela de nuevo…



Ahhh!!! el maldito repitió varias veces el juego, hasta que llegó su turno, solo me tiró sobre la cama con mi colita para arriba, el vino sobre mí y me envistió con fuerza, una, dos, tres veces, lo sentí llenarme, que placer…



Pedro se tiró a un costado rendido, estaba exhausto, y yo aún parecía saborear en mi culito todo el placer que me había dado, me había dejado todo abierto y chorreando semen, que delicia…



Luego fue el turno de serenarnos y disfrutar ese rico vino espumante que había traído.



Y ese fue el principio de un tiempo de amantes, recuerdo que el bastardo me marcó de tal manera que por una semana me dolió la colita al sentarme y al ir de cuerpo, pero valió la pena.



Saben lo curioso? Lo nuestro solo fue buen sexo, él tenía su pareja, su hombre, y le era infiel conmigo, pero yo siempre tuve claro mi lugar, no había compromisos, no había ataduras, y con la misma naturalidad que nos conocimos, un día dimos fin a nuestros encuentros



Y hasta acá mi historia, espero que te gustara, y si te pusiste duro por mi culpa, y si te acabaste, ya sabes, quiero verlo y tener ese hermoso recuerdo tuyo, te dejo mi mail, un rico beso.


Datos del Relato
  • Categoría: Gays
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