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Categoría: Incestos

El cliente tiene la razón siempre

La zona costera del norte de Fuerte Castillo es la más pudiente de la ciudad. No obstante, en ella tienen cabida habitantes de todos los estratos sociales, pues la mayoría de sus barrios siempre han sido inclusivos, y la mente abierta de sus gentes permite la integración de todo buen ciudadano.

    Tom llegó hace un par de años. Es ilustrador y trabaja desde su casa para clientes de todos los rincones del planeta. Gracias a su dominio de los idiomas, a la globalización de la economía y a las aplicaciones de internet, no tiene problemas a la hora de enviar y cobrar sus encargos mientras conserva su autonomía sin tener que rendir cuentas a jefe alguno.

    No es un tipo muy sociable. A sus treinta años, nunca ha tenido una novia formal, y su escaso y tímido carisma no le augura cambios a corto plazo. A decir verdad, se trata de un artista muy solitario que apenas tiene un buen amigo verdadero.  

    Omar es su informático de confianza. Nada más instalarse, Tom le contrató para asegurarse un óptimo funcionamiento de sus herramientas de trabajo más tecnológicas. Desde entonces, suelen quedar un par de veces por semana para hacer deporte, ir a tomar algo, ver películas, jugar al Fifa…

    Ahora mismo están sentados en un banco del Parque Lázaro. Observan a la gente que pasa y expresan opiniones poco fundamentadas basadas en suposiciones demasiado atrevidas.

OMAR:  Mira ese viejo enfurruñado, seguro que está disgustado por lo de las pensiones.

TOM:     Tiene cara de no haber sonreído en dos décadas.

    En ese mismo momento, el anciano reconoce a alguien que anda cerca y su arrugado rostro articula una amable sonrisa.  Tom y Omar se han quedado a cuadros por tan luminosa mueca.

TOM:     Bueno. Da igual. En cuando llegue a casa se pondrá a llorar por lo de la pensión.

OMAR:  Sí. Es todo fachada. En el fondo está triste y enfadado.

    Con pinta de cuatro ojos empollón, Omar parece exactamente lo que es: un informático friki aficionado a los juegos de rol y a la ficción japonesa. Goza de poca estatura y su porcentaje de grasa corporal es prácticamente nulo. Tiene una tóxica dependencia para con su madre, a pesar de que no se soportan mutuamente.

    Por contra, Tom es medianamente alto y relativamente corpulento. Lleva su pelo rubio casi rapado, y sus rasgos, si bien no son para tirar cohetes, le otorgan cierta armonía facial.

TOM:     Mira ese. ¿Te lo puedes creer? Tendría que empezar haciendo natación.

OMAR:  Sí, tío. Se hará polvo las rodillas. No puedes correr cuando estás tan gordo.

TOM:     Además se abriga; con este calor; como si sudando te adelgazaras más.   

    En la mañana de este primaveral miércoles de mediados de mayo, la exuberancia del bucólico escenario intraurbano en el que se encuentran brilla con luz propia: las aguas cristalinas del lago, los grandes árboles de hoja caduca, la cuidada extensión de césped… El florecimiento vegetativo del principal pulmón de la ciudad es un espectáculo digno de admirar y de ser disfrutado.

TOM:     En Inglaterra siempre estaba nublado y la mitad de los días llovía.

OMAR:  ¿Por eso te viniste al Mediterráneo?

TOM:     En parte. Soy un tío demasiado depresivo para vivir bajo las nubes.

OMAR:  No te equivocas, tío. No hay nada que alegre más que unos buenos rayos de sol calentitos. Las chicas ya empiezan a vestir cortas, ¿te has quedao?

TOM:     No me hables de hembras. Estoy… Con la llegada del buen tiempo siempre me pongo más cachondo; y no solo porque las mozas vayan más ligeras.

OMAR:  Yo, en verano, hay días que salgo a pasear solo para ver culos.

TOM:     Ja, ja, jah. Me río, pero te comprendo… … Me pasó una cosa el lunes…

OMAR:  ¿Que? ¿Cuenta?

TOM:     En el primer cruce de mi calle, donde el paso de cebra: iba yo tan distraído y, de repente, pasa por mi lado una mujer… Eso era algo inaudito.

OMAR:  ¿Estaba buena?

TOM:     No. En el sentido más estricto de la palabra, no estaba muy buena. Podría decirse, incluso, que era aberrante, según como se mire.

OMAR:  ¿Aberrante? Yo me cruzo con mucha gente aberrante y no me altero.

TOM:     Eran sus proporciones. Tenía el culo muy grande y muy redondo, unos buenos muslacos, unas tetas prominentes… pero… … no estaba gorda.

OMAR:  Estaría operada. Vaya novedad. Hay mucha cirugía por las calles de la capital.

TOM:     No, no. Esas curvas no eran razonables, pero… No creas que no lo pensé.

OMAR:  Weeenoh… Que te pusiste palote ¿no?

    Omar le hace un corte de mangas, con el puño cerrado, en un gesto que pretende emular una dura erección de más de treinta centímetros. Tom niega con la cabeza mientras sonríe.

TOM:     No, no. Pero me dio un sofoco que no veas. Me quedé consternado. Ya sabes que las tetas gordas y los culos grandes a mí… Bufff.

OMAR:  ¿Y no le dijiste nada?

TOM:     No. Me quedé parado, delante de ella. Ni siquiera sé si me vio. La tía llevaba gafas de sol y…

OMAR:  Menuda mierda de anécdota, tío.

TOM:     No. Es que no es todo. Me quedé mirándole el culo cuando pasó. Llevaba unos jeans ajustados y una camisa blanca, y sus andares… Mi instinto me mandaba tras ella, pero pensé: “Si ha visto como me flipaba cuando estaba a un metro escaso de ella, y luego se da cuenta de que la sigo…”

OMAR:  Eres lo peor, tron.

TOM:     El dilema lo tuve por la noche. Me costaba dormir y me vino a la cabeza. Se me puso muy dura, pero no quería pelármela pensando en ella.

OMAR:  ¿Y eso por qué?

TOM:     Por lo que has dicho antes. Pensé que un culo y unas tetas como esas tenían que ser fruto de la cirugía. Pero ninguna mujer cuerda se hincharía de ese modo en busca de un canon estético porque… … no lo es. No es estético.

OMAR:  Pero a ti te van las tías así.

TOM:     Porque soy un enfermo mental. Ya me conoces.

OMAR:  ¿Qué más da si es una loca a quien se le ha ido la mano con sus retoques? !Viva la silicona! !Vivan los cirujanos! Son los escultores del siglo veintiuno.

TOM:     Ya, pero ¿Y si no es una mujer?

OMAR:  ¿Pero qué dices? Se te va la olla.  

TOM:     Nooh. Piénsalo: algunos travestis están tan traumatizados, por haberse visto encarcelados en un cuerpo masculino, que cuando se operan quieren llegar al otro extremo. He visto casos muy flagrantes; hombres de casi dos metros con tetas enormes y un cuerpo… No quiero correrme pensando en un hombre.

    Omar reflexiona sobre esa disyuntiva, pero no termina de encontrarle la lógica.

OMAR:  A ver: si te toqueteas pensando en alguien estás fantaseando con que estás con ella; pues fantasea que es una chica y ya. Es como si yo no quisiera pensar en Jessica Rabbit porque es un dibujo animado. ¿Qué más da?

TOM:     Y si luego me entero que es un hombre. Me sentiría sucio.  

OMAR:  ¿Te la pelaste? 

TOM:     Sí.

OMAR:  ¿Te sentiste sucio?   

TOM:     Tuve una sensación… Es más bien como una preocupación; como si esa corrida fuera a tener malas consecuencias; como si temiera haberla preñado.  

OMAR:  En ese caso, te iría bien que fuera un hombre. Ja, ja, jah.

TOM:     No, no, no. Prefiero preñar a una mujer que practicar sexo con un travelo.

OMAR:  ¿En serio? !Piensa en las consecuencias!      

    Un nuevo silencio reflexivo planea sobre ese dilatado momento que ocupa el presente de ese par de amigos. Suelen afrontar esta clase de contrariedades por mera diversión.

    A pesar de la incorrección de su retórica, Tom respeta, como el que más, cualquier identidad sexual de todo ser vivo; pero no puede evitar sentir cierta repulsa ante los transexuales, más aún cuando se plantea tener alguna clase de intimidad con ellos.

“No es nada malo.

Tengo derecho a tener mis propias fobias.

No me gustan los payasos, ni los toreros, ni los trans…”

****

    Nadia suele hacer el mismo trayecto peatonal todos los días. Trabaja a unos diez minutos de su casa y su jornada laboral tiene una regularidad constante y previsible. Suele ir sola, pero hoy la acompaña su amigo Ricky; un hombre negro con mucha pluma.

    En la esquina de la calle Serrano con Castilla, Tom espera pacientemente. No está escondido, pero su sombría ubicación es de lo más discreta. Es un tipo propenso a las obsesiones y su perniciosa consciencia no ha podido dejar pasar el trauma que le causó tan voluptuoso espécimen andante.

“Puede que, si el lunes apareció

a las cuatro y veinte,

hoy también aparezca a la misma hora;

en el mismo sitio”

    Se entretiene mirando el móvil mientras espera esa incierta aparición. Cuando ya empieza a perder la esperanza, escucha una risa de indiscutible feminidad. Al voltear la cabeza, se percata de la presencia de su culona musa, quien camina sin dejar de conversar, animosamente, con su acompañante.

“!Es una mujer, es una mujer!

Ningún hombre reiría así por

mucho que se operara.

Ya puedo pensar en ella sin

la mancha de la duda”

    Como si del más indetectable de los espías se tratara, empieza a caminar tras ellos a una distancia prudencial. Tenía ganas de volver a ver a ese pibón despampanante, pero también quiere averiguar algo más acerca de ella: a donde va, de donde viene, como suele vestir, quién es el tipo que la acompaña…

“Ese tío es gay. Dudo que sea su pareja”

    Tom camina, como quien no quiere la cosa, alternando la luminosidad del sol con la sombra de los balcones. No cree que nadie repare en su presencia, pero, de todos modos, intenta dotar de naturalidad sus lascivas miradas, alternándolas con otras muchas direcciones oculares.

“Menudo culazo. Esto no es normal.

Si fuera gorda… pero es que…

¿Será verdad que está operada?”

    Nadia viste de un modo muy razonable. Si bien es cierto que su ropa tejana le va muy apretada, cabría pensar que no le resulta fácil encontrar prendas de su talla, aunque estas gocen de cierta elasticidad. Su actitud tampoco parece la de alguien a quien le guste llamar la atención. No obstante, su acosador ya se ha percatado de que, cerca de ella, proliferan algunas miradas indiscretas; sorprendidas por tan suntuosas formas traseras. Puede que no sean mayoría, ni siquiera la mitad, pero, a su alrededor, tanto hombres como mujeres se fijan en ella e incluso comentan su generosidad carnal mediante prudentes susurros.

“!Lo sabía! No son imaginaciones mías”

    A la llegada a un semáforo, Tom tiene la ocasión de acercarse a su inconsciente objetivo. Como hay más gente esperando para cruzar, en el límite de la acera, se puede permitir el lujo de quedarse atrás, conservando el anonimato de su vil persecución.

“¿Qué es lo que estoy haciendo?

Cualquier ciudadano de bien me

reprobaría si conociera el sentido de mi ruta”

    Tras un profundo suspiro, se plantea la posibilidad de volver a casa, pero, entonces, el semáforo se pone en verde y el opulento contoneo de esas nutridas nalgas vuelve a cautivar su motricidad.

    Al llegar al otro lado de la calle, Ricy se despide de Nadia, mediante dos besos laterales, y ambos toman direcciones opuestas. La mujer mira su reloj y, acto seguido, le da premura a su marcha. Tras ella, Tom iguala su ritmo sin muchos reparos.

    Se están adentrando en el barrio viejo y las calles se tornan más estrechas. Al doblar una esquina, Tom pierde el rastro de su presa. Ultrajado por tan inesperada pérdida, reflexiona:

“¿Dónde ha ido?

Si estaba muy cerca.

No puede haberse esfumado”

    Se encuentra al lado de un salón de masajes. Los prejuicios de ese hombre, para con una mujer de tan atípica apariencia, vuelven a plantearle dudas reprobables:

“¿Se tratará de un prostíbulo encubierto?

¿Será ella una puta para

los viciosos como yo?”

    El escaparate de ese negocio no le permite vislumbrar a nadie más que a una recepcionista de rasgos orientales. Contrariado, decide darse la vuelta y regresar a su casa.

“Nunca he ido de putas, pero…

Aunque solo se tratara de masajes,

pagaría para que me tocara esa culona tetuda”

    De repente, al otro lado de esa calle peatonal, la dependienta de una tienda llama su atención y sacude su calma.

“!Es ella! No es una masajista,

es una dependienta de… … ¿de zumos?

Está de cara al público.

Puedo entrar y hablar con ella.

Puedo ser un cliente más”

    A pesar de que su iniciativa es, en apariencia, la misma que puede tomar cualquier transeúnte a quien le apetezca un zumo natural, el corazón de Tom ha empezado a latir con gran contundencia, y la sangre que corre por sus venas parece ser jugo de ansiedad. Después de travesar el umbral de esa puerta abierta, se encuentra, por primera vez, con la mirada de Nadia:

TOM:     Hola… … Me apetece un zumo fresquito. ¿Estoy en el sitio correcto?

NADIA:  Estás en el mejor sitio posible. Bienvenido a Cosechas.

TOM:     Bien, bien… … ¿Qué me puedes ofrecer?

NADIA:  Dime qué es lo que te apetece.

“Si te dijera qué es lo que me apetece puede

que estuviera incurriendo en un delito”

    Nadia le muestra todas las frutas y verduras que tiene bajo ese impoluto mostrador cristalino. Tom intenta discriminar la absurda indecisión que siempre le acompaña para no estancarse en una mera formalidad dialéctica. Le señala unos limones.

NADIA:  ¿Limones? ¿Quieres una limonada? ¿En serio?

    Tom no contemplaba la posibilidad de poder errar con una elección que dependiera de sus gustos, pero las preguntas de esa dependienta han sembrado las dudas en el sí de su conciencia. 

NADIA:  Te voy a hacer un zumo con limón, un toque de naranja, pepino, menta y un poco de jengibre, ¿te parece bien? … … Tú confía en mí.

    Tom asiente con la seriedad propia de quien asume un gran riesgo. Está sorprendido por la amabilidad que le brinda esa mujer. Se muestra muy próxima y no deja de mirarle a los ojos.

Es parte de su trabajo.

Sería atenta conmigo aunque

yo fuera un capullo integral

    Sabe que juega con ventaja, simplemente, por su rol de cliente. Eso le ha facilitado las cosas, de buen principio, pero ahora añade incerteza a la hora de intuir lo que piensa esa dependienta de él.

Si me hubiera dirigido a ella,

el lunes, en la esquina de mi calle,

seguro que me hubiera tomado por un acosador.

Si se hubiera percatado que la seguía,

hace diez minutos,

me hubiera tomado por un pervertido.

Pero ahora: ahora solo soy un respetable cliente

    Ajena a las atentas miradas de las que es objeto, Nadia está mezclando la materia prima elegida en su avanzado exprimidor. Tom se ha fijado en el sugerente grosor de sus labios y vuelve a sucumbir al continuo interrogante que le suscita esa mujer:

¿Esa boca podría ser natural?

A lo mejor sufre alguna clase de tiroides que

afecta a su culo, a sus tetas, a sus labios…

Puede que sean rasgos étnicos

    Una piel algo oscura termina de inclinarlo hacia la posibilidad de que Nadia sea originaria de un lejano y exótico continente. Eso explicaría muchas cosas. Sea como fuere, el único interrogante que ensuciaba su deseo ya está completamente descartado, pues Nadia no tiene nuez en el cuello y su gruesa voz no deja de ser de lo más femenina.

-¿Cómo te llamas?-   pregunta Tom, consciente que entra en terreno personal.

    Nadia no contesta. Ha terminado de exprimir el zumo y se dispone a servírselo cuando, inesperadamente, le pregunta:

-¿Una paja?-   mientras levanta sus cejas perfiladas.

    Tom, boquiabierto y con los ojos como platos, no puede lidiar con ese malinterpretado interrogante.

TOM:     ¿Q.qué?

NADIA:  ¿Que si quieres una pajita para beberte el zumo?

TOM:     !Ah!… … Sí… … no, no. No hace falta… … Bueno sí. Sí. Buena idea.

    La dependienta, sorprendida, se lo ha quedado mirando con una expresión que mezcla estupor, con asco e incredulidad.

NADIA:  No sé cómo interpretar esto que acaba de ocurrir.

TOM:     No, no. No. Escucha: es que no suelo… … no suelo tomar zumos y… No es que realmente pensara que tú…

    Ese hombre aturdido se conoce demasiado bien a sí mismo como para saber que si sigue hablando va a empeorar las cosas. Con imperativa prudencia, opta por sellar sus labios con fuerza. No tarda en percatarse de lo incómodo que puede ser su silencio.

TOM:     ¿No me vas a decir tu nombre?

NADIA:  Ahora menos que antes.

TOM:     Normalmente las dependientas lleváis una placa ¿no?

NADIA:  Es que yo no soy una dependienta normal.

TOM:     No, no… … Eso salta a la vista.

    Nada más terminar la irreflexiva pronuncia de su observación, ese patoso cliente se da cuenta de que acaba de meter la pata por segunda vez y mira a su interlocutora con arrepentimiento. Con un nefasto disimulo, empieza a sorber su pajita como si nada.

-¿Qué has querido decir con eso?-   pregunta ella con un tono ofendido.

-N.no, no… No. Solo me refiero a que… … en realidad no… … es que…-

-¿Acaso tienes algo que decir sobre mi apariencia?-   con exigente curiosidad.

    Esa crisis incendiaria parece tener mal arreglo. Sobrepasado por las circunstancias y víctima de un ataque de verborrea, Tom elige apelar a un concepto mucho más global para excusarse:

-Verás:… … … … Tengo problemas sociales muy severos. Soy un inepto, especialmente cuando hablo con mujeres… … con mujeres atractivas. Nunca he salido con una chica en serio; tengo un solo un amigo que todavía es más lamentable que yo y… … … … Lo último que quería era faltarte al respeto. Siento que mi mente perturbada haya confundido, por unas décimas de segundo, una pajita con un pajote y siento haber sugerido que… … que tu cuerpo… … que tu aspecto no era normal… … Y si te he preguntado por tu nombre solo era… … solo quería comprobar si era un nombre exótico porque me ha parecido que tus rasgos no eran propios de alguien con raíces… . … con mis mismas raíces culturales… … y…

    La entrada en escena de una nueva clienta interrumpe ese caótico relato. Se trata de alguien que alberga cierta confianza con Nadia; una mujer cercana a la tercera edad que tiene asuntos que tratar con ella ajenos a las frutas y a las verduras frescas que permanecen en esa pequeña nevera cristalina.

    Tom pierde el hilo de dicha conversación, pues se encuentra sumergido en su propia perplejidad. No alcanza a comprender como puede ser tan torpe cada vez que habla con una chica.

Solo tenía que entrar y tomarme

un zumo como una persona normal.

¿Tan difícil es?

    Un nuevo sorbo de ese exquisito zumo consigue abstraerle, momentáneamente, de sus flagelos mentales.

!Pero qué bueno! Menudo zumo.

Es lo mejor que he probado en mi vida

    Se siente tan incómodo que ha pensado en dejar un billete encima el mostrador y salir de allá para no volver jamás, pero la poca entereza que le queda le insta a intentar arreglar esa comprometida situación.

    Doña Carmen se ausenta del local con ciertas prisas. Intentando recobrar la normalidad de la situación, Tom observa la salida de esa mujer y suelta otro de sus virtuosos comentarios:

-Está muy buena-   afirma con tono amable.

-¿Quién? ¿La señora Carmen?-   Nadia se exclama frunciendo el ceño.

-!Nonono!-   otra vez con cara de susto   -La bebida esta, el zumo, quiero decir-

-¿Sí?-   con cierta desconfianza.

    Tom asiente mientras sigue sorbiendo su pajita.

    A raíz de las nerviosas explicaciones de su cliente, justo antes de que entrara Carmen, a Nadia ha empezado a hacerle gracia la inocencia de la desastrosa oratoria de ese hombre tan aprensivo.  

NADIA:  Así que eres un inepto social que nunca ha tenido novia.

TOM:     Más o menos… … No: Exactamente.

NADIA:  ¿Solo tienes un amigo y te cuesta mucho hablar con mujeres atractivas?

TOM:     Sí, sí. Ese ha sido el principal problema de mi vida: mi timidez.

NADIA:  Entonces, ¿tú dirías que yo soy una mujer atractiva?

TOM:     Muy, muy atractiva. Ya sé que no… … que no respondes a los cánones, pero…  

NADIA:  ¿Te van las chicas voluptuosas?

    En respuesta a ese desacomplejado interrogante, Tom asiente, consciente de que anda por terreno pantanoso.

TOM:  Te vi por mi calle, el pasado lunes, y me pareciste…

    Nadia vuelve a arrugar su frente evidenciando su extrañez. Mientras, el lento raciocinio mermado de ese hombre le hace ver lo inoportuno de su última revelación.

NADIA:  Espera… … ¿Te gusté por la calle, me has estado siguiendo y por eso estás aquí?

    La expresión de Tom ha quedado congelada por uno momento.

TOM:     Nononono, no. No. No os he seguido. Simplemente te he encontrado aquí.

NADIA:  ¿No nos has seguido? ¿A mí y a quién?

TOM:     A nadie. A ti sola.

NADIA:  Has dicho que “no nos has seguido”. ¿Cómo sabes que no he venido sola?

TOM:     No, no… … A ver: estaba por aquí y os he visto llegar, entonces…

NADIA:  Ricky y yo nos hemos separado antes de llegar al barrio viejo.

TOM:     Sí… … Sí, sí… … Pero yo estaba en ese semáforo y…

NADIA:  Estabas en ese semáforo porque me venías siguiendo desde tu calle.

TOM:     No, no… No. A ver. Esto… … puede resultar algo confuso, pero…

NADIA:  A mí me está pareciendo todo muy claro.

TOM:     En realidad esto no es… … no es lo que parece.

NADIA:  Tú mismo has dicho que no sueles tomar zumos; sin embargo, hoy estás aquí, tomándote uno junto a la culona a la que te has dedicado a seguir por la calle.

TOM:     No te seguía. So-solo ha coincidido que hemos tomado la misma dirección.

NADIA:  Menuda casualidad más casual ¿no?

TOM:     Sí. Sí… … Estas cosas pasan a veces. Eso no quiere decir que…

NADIA:  ¿Que seas un acosador pervertido?

TOM:     !Claro! Yo solo he entrado para tomar un zumo como cualquier cliente.

NADIA:  Aunque así fuera, que no lo es, desde que has entrado has empezado a comportarte como un auténtico demente.

TOM:     No, no. Esa palabra es muy fuerte. Puede que esté algo nervioso, pero…

NADIA:  Primero has interpretado que me ofrecía para masturbarte; luego me has hecho comentarios de lo más inapropiados sobre mi cuerpo; luego, mientras mirabas a doña Carmen, has dicho que estaba muy buena; luego has confesado que te atraigo mucho porque te gustan las mujeres voluptuosas; y, al final, va y me entero de que me has estado siguiendo por la calle en distintas ocasiones. Tengo motivos suficientes como para ponerte una denuncia por acosos sexual.

TOM:     … … … … … … … … ¿Me vas a llevar a juicio?

    La enigmática expresión de la dependienta esconde una jocosa diversión despreocupada, pues su cliente no le parece un sujeto peligroso a quien haya que temer. No obstante, le divierte seguir poniéndole entre la espada y la pared.

NADIA:  Soy una mujer casada, ¿sabes?… … Lo tengo que consultar con mi marido.

TOM:     No, de veras; no será necesario. Si quieres ya me voy. No volveré a molestarte.

NADIA:  Sí. Será mejor que te vayas, pero antes págame el zumo.

TOM:     Sí, de acuerdo… … emm… … no tengo monedas. ¿Te puedo pagar con tarjeta?

NADIA:  Claro. Dame, que te la paso.

    Con desdén, le cobra el zumo por medio de la electrónica.

    Tom aprovecha para terminar de sorber el sublime néctar mixto que tan gloriosamente ha premiado sus papilas. Es poco probable que vuelva a pisar ese local, pero puede que encuentre otra alternativa para volver a disfrutar de ese licuado hallazgo.

NADIA:  Pronto tendrás noticias de mi abogado.

TOM:     No, no, no… … ¿Por qué?

NADIA:  Ya te he contado que se lo consultaría a mi marido; pero ya te digo ahora que tiene muy malas pulgas y que querrá denunciarte.

TOM:     Pero esto no… … ni si quiera… … yo solo… … no quería…

NADIA:  La cámara de seguridad tiene audio, ¿sabes?… … ¿Me dices tu nombre?

TOM:     … … … … Emmm… … No… … No podrás denunciarme sin mi nombre ¿no?

NADIA:  De acuerdo, Thomas Santos Brown.

TOM:     ¿Pero qué? … … ¿Cómo? … … ¿Eh?   

    Nadia le devuelve la tarjeta de crédito, acompañándose de una luminosa sonrisa picarona. Totalmente descolocado, Tom empieza a entender que solo se trata de una broma.

TOM:     Eres… … Eres una mujer muy cruel.

NADIA:  Por lo menos no voy siguiendo a los tíos gordos por la calle, ni finjo que me interesan sus artículos para terminar diciéndoles que me ponen cachonda.

TOM:     Pero tú… … no eres gorda. Tu cara, tus brazos, tu espalda, tu cintura, no lo son.

NADIA:  Entonces ¿No te ponen las gordas en general?

TOM:     ¿Vas a volver a usar lo que diga en mi contra?

    Nadia niega con la cabeza sin dejar de sonreír. Sus dientes, de impecable blancura, se alinean perfectamente en pro de un encanto facial que no deja de seducir a Tom con cada mueca.

TOM:     No me gustan las gordas. Me gustas tú. Y me gustas más a cada momento.

NADIA:  Eeh… … Alto, altoooh. Ya te he dicho que estoy casada. Pon el freno ¿quieres?

TOM:     ¿Es que eso no era parte de tus bromas?

NADIA:  Claro que no. Y créeme si te digo que le voy a hablar de ti, cuando llegue a casa; pero se lo contaré tal y como es, no como podría parecer.

TOM:     Así que os vais a estar riendo de mí, cuando estéis en la cama.

NADIA:  Seguramente. Eres un tío bastante gracioso, ¿lo sabes?

TOM:     Gracioso sería si pretendiera hacerte reír, no si te ríes de mí.

NADIA:  No seas tan duro contigo mismo, anda.

****

.

OMAR:  Pero sigue… … hhh… … hhh… … Tú sigueh… … hhh…

TOM:     No me gusta dejarteh… … dejarte atrás, tioh… … hhh…

OMAR:  Y a mí no me gustah… … hhh… … No me gusta frenarteh.

TOM:     Si no hablaras tantoh… … mientras corres… … hhh… … aguantarías más.

OMAR:  No, noh… … hhh… … yo creo que es… … hhh… … es el tabacoh.

    Ambos han caído rendidos sobre una porción de césped, bajo la sombra de uno de los árboles del parque Lázaro. Después de recuperar el aliento, su habla empieza a adquirir más fluidez.

OMAR:  ¿Cuantos kilómetros esta vez? ¿Diez?

TOM:     No te flipes… … Mira: seis.

    Un moderno dispositivo con GPS les ilustra acerca de cuál ha sido la trayectoria de su carrera, el desnivel superado, las pulsaciones medias, el número de calorías quemadas…

OMAR:  Nooh… … No es posible. Es incluso menos que la pasada semana.

TOM:     Puede que tengamos que ir más a menudo.

OMAR:  Noh. No… … Es demasiado. Son los años, que no perdonan.

TOM:     Pero ¿qué dices? Si eres más joven que yo.

OMAR:  No. Pero lo tuyo es diferente. Tienes el don de la juventud eterna.

TOM:     Tu deja el tabaco, el alcohol… Deja de trasnochar tanto y de pasarte la vida frente al ordenador y verás cómo te ves mejor: más vital y luminoso, más saludable e incluso más guapo.

OMAR:  … … … … ¿Si hago todo esto, tú crees que esa moza podría fijarse en mí?

    Ese exhausto ser escuchimizado enfoca su lasciva mirada, con cara de verraco, hacia una fémina de generosas formas que trota cerca de ellos. Los dos la persiguen con la mirada sin que ni ella ni la amiga flacucha que corre a su lado se percaten de ello. 

OMAR:  ¿Era así el travolo que viste en tu calle, la semana pasada?

TOM:     No, no es un travesti. Es una mujer de bandera.

OMAR:  ¿Cómo puedes saberlo? ¿Es que la has vuelto a ver?

TOM:     … … La verdad es que llevo viéndola casi a diario desde el pasado jueves.

OMAR:  ¿De verdad? ¿En plan mirón? ¿La espías?

TOM:     Noo. Noh. Hablo con ella. Es dependienta de una tienda de zumos.

OMAR:  ¿Y de pronto te has convertido en un fanático de la fruta?

TOM:     Nos llevamos bien. Se alegra de verme cuando aparezco.

OMAR:  Eso será porque no dejas de comprarle zumos.

TOM:     No, no, no. Ella no es la dueña del negocio, solo trabaja ahí.

OMAR:  Irá a comisión.

TOM:     No intentes devaluar mi mérito. Le caigo bien.

OMAR:  Espera, espera… … ¿Has dicho el pasado jueves? !Nos vimos el domingo!

TOM:     Sí, sí. No te conté nada porqué sabía qué harías lo que estás haciendo.

OMAR:  ¿Y qué es lo que hago?

TOM:     Te cargas el valor de mis hazañas.

OMAR:  Pero ¿qué hazaña? ¿A caso te la has tirado?

TOM:     ¿Lo ves? Para ti es esto lo único que cuenta. Sexo.

OMAR:  No, claro. No es su culo ni sus tetas lo que te interesa; es su personalidad.

TOM:     Al menos he conseguido hablar con una mujer que me gusta. ¿Y tú?

OMAR:  Yo me fui de putas, el viernes, ya te lo conté. Me puse las botas.

    Tom niega con la cabeza, no tiene ganas de desgañitar sus argumentos para intentar convencer a ese Enjuto Mojamuto. 

OMAR:  ¿Le has pedido salir?

TOM:     Está casada.

OMAR:  ¿Te dedicas a babear por ella por la tarde para que se la folle otro por la noche?

TOM:     No, no… … En realidad, hace mucho que no follan.

OMAR:  ¿En serio? ¿Te cuenta estas cosas?

TOM:     Me cuenta de todo y más, y yo a ella.

OMAR:  Yo pensé que tú eras un inútil parlante cuando estabas delante de una mujer.

TOM:     Sí, sí. Te aseguro que tuve un comienzo pletórico, pero ahora es distinto.

OMAR:  ¿Le has contado que te la pone dura?

TOM:     El primer día ya le dije que me atraía mucho, que me gustaba cada vez más.

OMAR:  ¿Y no se asustó con esto?

TOM:     No. Al principio pareció que sí, pero resulto ser una tía muy bromista.

OMAR:  Pregúntale si le ponen los tipos raquíticos y bajitos.

TOM:     Nooo. Le ponen los hombres altos y fuertes.

OMAR:  ¿Y su marido es alto y fuerte?

TOM:     Su marido es cincuentón, gordo, fofo. Su matrimonio está muy enfriado.

OMAR:  Pues ya sabes: al ataque, tron.

TOM:     No lo sé. Ella es una mujer muy honesta y fiel.

OMAR:  Tengo fe en ti, joven padawan.

TOM:     No lo veo muy claro, pero lo estoy intentando.

OMAR:  !No! Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes.

****

    Tom anda por las estrechas calles del barrio viejo sin fijarse en nada ni en nadie. Su pensamiento está obcecado por un cúmulo de arduas contradicciones. Se siente enfadado con el destino.

Quién sea que mueve los hilos

tiene que ser un sádico.

Aunque puede que sea mejor así, a fin de cuentas.

Esto tenía que petar por algún sitio

    No es que se estuviera enamorando de Nadia, pero, con el paso de los días, y a raíz de sus frecuentes y facundas visitas diarias, se había ilusionado con ella de un modo difícil de interpretar. Ni siquiera él mismo puede responder certeramente al interrogante que alude a sus expectativas con esa mujer.

Está claro que este será el último día.

Nunca más la volveré a ver.

No voy a coger el avión y viajar

al otro lado del Atlántico para…

¿para qué?

    Nadia se muda a Estados Unidos por razones relacionadas con el trabajo de su marido. La gran empresa donde trabaja ese tipo le ha ascendido a un cargo superior de dirección para que pueda encabezar una nueva delegación en América del Norte. No es la primera vez que ambos viajan a países lejanos por mandato de tan importante multinacional.  

Sigue queriendo a su marido,

aunque hayan perdido la pasión.

Como bien dice ella: el sexo no lo es todo.

Hay cosas más importantes en un matrimonio

cuando la llama ya se ha apagado.

Respeto, complicidad, sinceridad…

Bla, bla, bla…”

    Desde el final de la calle, Tom contempla el escaparate de cristal, tenuemente iluminado, de la pequeña tienda donde le espera su dependienta favorita. Había pensado faltar a su última cita a modo de protesta despechada, pero, en lugar de eso, ha optado por llegar un poco más tarde.

Tampoco creo que se disgustara mucho.

Le gusta que me pase porque le quito el aburrimiento.

Los zumos son caros y no tiene demasiada clientela

    Siempre que anda por esa vía peatonal, para visitar a Nadia, se siente nervioso, inseguro, emocionado… Pero las mariposas de su estómago aletean de un modo distinto en el día de hoy. Su aproximación a ese entrañable establecimiento se nutre de una prematura nostalgia que entristece su aparición.

Voy a esperar que salga esa familia.

No me gusta llegar cuando no

puede prestarme atención

    La tienda cerrará a fin de mes para convertirse en un puesto de venta de helados. La llegada del calor veraniego asegura la rentabilidad de esta clase de negocios dada la faceta turística del casco antiguo de Fuerte Castillo.

    Han tardado más de cinco minutos, pero, finalmente, esa familia de rasgos nórdicos por fin se decide a abandonar el local. Mediante pasos lentos, Tom se aproxima mientras comprueba que ninguno de los transeúntes que aparecen en su ángulo visual tiene la menor intención de entrar en el establecimiento.  

    A pesar de que todavía hay luz diurna, este último jueves de mayo parece más sombrío y frío que cualquiera de los días de la presente primavera; más gris que una de las jornadas lluviosas tan propias del Reino Unido.

NADIA: !Tooom!… … !Pensé que hoy ya no venías!

TOM:    Te lo merecerías… … por no haberme contado que te marchabas hasta ayer.

    Tiene ciertas dificultades para sostener su enfado fingido, pues la atrevida vestimenta de Nadia le quita la respiración. Hasta el día de hoy, las generosas redondeces de esa mujer se habían expresado a través de prendas necesariamente apretadas, pero de recatada condición; por eso es tan sorpresiva la indumentaria que luce en estas tardías horas de su jornada.

¿Por qué hoy?

No puede ser casualidad.

Sabe que estoy loco por ella y, aun así…

En su último día…

En nuestro último día…

-¿Qué te pasa?-   pregunta ella mientras limpia el exprimidor   -¿Te encuentras bien?-

-!Claro!-   contesta un poco intimidado   -¿Por qué?-

    Nadia lleva un vestido, de una sola pieza, que mezcla diferentes tonalidades de gris con negros trazos horizontales. Esa fina tela elástica se le pega al cuerpo como si de una segunda piel se tratara. Su generoso escote, con los hombros desnudos, revela una gran extensión cutánea, inédita para los consternados ojos de Tom, quien toma asiento en su taburete habitual.

NADIA:  Siempre te sientas en el mismo asiento, siempre pides el mismo zumo, siempre venías a la misma hora… Eres un tío de costumbres, ¿eh?

TOM:     No lo sabes tú bien… … me cuesta, incluso, cambiar mi trayecto cuando vengo.

    Nadia termina de secarse las manos y se acerca a su cliente.

    Lleva su pelo negro más liso de lo habitual. Se ha maquillado, y sus jugosos labios carmín tienen un brillo de lo más apetitoso.

TOM:     ¿Es un día especial para ti?

NADIA:  Es mi último día de trabajo. ¿Te parece poco?

TOM:     ¿Por eso te has puesto tan guapa?

NADIA:  ¿Guapa? ¿Es que no estoy siempre guapa?

TOM:     No sé. Supongo; pero cada vez que te miro te encuentro más guapa.

NADIA:  Entonces… … puede que te vaya bien que me marche, ¿no?

    Tom la mira con un mudo resentimiento difícil de descifrar. Nadia nunca se molesta cuando escucha esta clase de piropos de la boca de tan asiduo consumidor, pero tampoco les da demasiada cancha a esas amorosas premisas.

NADIA:  ¿Por qué llegas tan tarde? Casi voy a cerrar ya.

TOM:     No quería venir… … No sé por qué no me dijiste que te ibas.

NADIA:  No quería que dejaras de visitarme. Me ha gustado mucho conocerte.

TOM:     ¿Crees que no hubiera seguido viniendo? ¿Por qué?

NADIA:  Mmmmh… … ¿Quién sabe?… … No se me da bien meterme en tu cabeza.

TOM:     Ni a mí tampoco. No se me da muy bien entenderme, no te creas.

NADIA:  ¿A qué te refieres?

TOM:     Mi amigo Omar me dijo que no tendría interés en ti si no fuera por… … por el tamaño de tu culo, por tus grandes tetas, por tu… … voluptuosa feminidad.

NADIA:  ¿Y qué es lo que piensas tú sobre eso?

    Tom queda pensativo. Sin dignarse a mirarla a los ojos, niega con la cabeza, resignadamente, mientras levanta sus cejas.

TOM:     Me gustaría poder decir que se equivoca, pero es evidente que no estaría aquí si no fueras una mujer tan despampanante.

NADIA:  No tiene nada de malo. A mí me sienta bien ponerte tanto. A veces tengo la sensación de que los hombres me miran… … más como si fuera una atracción de circo que como si de verdad fuera atractiva. Hacía mucho tiempo que nadie me entraba como lo has hecho tú, estos días.

TOM:     Bueno. Es que mi entrada fue… … magistral. ¿Te acuerdas?

NADIA:  Sí. Ni que lo digas. Fue digna de un Don Juan.

TOM:     … … ¿Todavía no le has hablado de mí a tu marido?

NADIA:  No. Podría… … pero no. No tiene mucho humor para estas cosas.

TOM:     Me alegro de que no se lo hayas dicho.

NADIA:  ¿Por qué?

TOM:     Si no se lo cuentas es porque significo algo para ti, a cierto nivel.

NADIA:  ¿Que qué?

TOM:     Si solo fuera un cliente, un amigo, alguien superfluo… se lo habrías contado.

NADIA:  Creo que te sobreestimas un poco.

TOM:     ¿Por qué te has puesto este vestido tan… … tan…? Te has alisado el pelo, te has maquillado…

NADIA:  !Ah! !Claro! Crees que lo he hecho por ti, ¿verdad?

TOM:     Quieres que me duela tu marcha; que siga pensando en ti por mucho tiempo. Tú misma has dicho que te sienta bien gustarme tanto. Cuéntale esto a tu marido cuando por fin le hables de mí.

NADIA:  Podría hacerlo. Puede que lo haga.

TOM:     Pero no lo has hecho; no se lo has contado porque te gusto demasiado.

NADIA:  A ver, Tom. Tú y yo… … solo hemos hablado. Ni siquiera nos hemos tocado.

    La furia de ese ilustrador empieza a tornarse más verídica con cada evasiva que le plantea la dependienta. Se niega a creer que, tras la barra, no pueda encontrar un atisbo de deseo prohibido, un suspendido vínculo pasional, un secreto caliente…

TOM:     Me leíste la mano. Si me dices que lo has olvidado… … no te creo. 

NADIA:  … … Bueno, sí. Pero le he dado la mano a miles de personas en mi vida.

TOM:     Me tocabas de un modo… Me dijiste que se acercaba el polvo de mi vida.

NADIA:  Han pasado pocos días de eso. Puede que esté al caer. Sí, lo noto.

TOM:     Lo está. Lo está… … Solo faltan unos minutos… … Casi es tu hora de cerrar, ¿no?

    La mujer decide no contestar a eso. Sonríe y niega con la cabeza, condescendientemente, sin un ápice de incomodidad.

NADIA:  Mis poderes me están diciendo que… … que la próxima clienta que entre por la puerta será… … será el mejor polvo de tu vida.

    En ese mismo momento, una anciana octogenaria, que paseaba por la calle, se detiene frente al escaparate; parece tentada de entrar. Tom y Nadia la observan con gran atención. Intimidada por ese excesivo interés desnaturalizado, la señora desiste y sigue caminando hacia el final de la calle. Tom resopla aliviado mientras su oráculo particular suelta una sonora risotada.

NADIA:  Ja, ja, jah. Has tenido suerte, porque yo no me equivoco nunca.

TOM:     Ya te dije que no creo en el destino.

    La mirada sonriente de la mujer derrite la entereza de su cliente, los latidos del cual, se intensifican dotándose de gran trascendencia. Nadia mira su reloj y suspira.

-Si no crees en el destino, no creo que pase nada si hoy cierro un poco antes-

-¿Qué es lo peor que podría pasar? ¿Que te echaran?-  

    Nadia sale de su refugio, tras la barra, y se asoma fuera de su pequeño establecimiento para ojear la clientela potencial que todavía transita por esa calle embaldosada. Tras de sí, Tom se sobrecoge por la añorada visión de ese tremebundo culo.

“!!Dios mío!!

Había olvidado lo

grande y redondo que es

    En todos y cada uno de sus encuentros, durante los últimos días, Nadia estaba tras el mostrador cuando llegaba Tom, y seguía en dicha ubicación cuando él se marchaba. La evolución de tan peculiar amistad había relegado esa fastuosa anatomía trasera a una mera anécdota calenturienta.

Estas nalgas fueron el origen de todo.

Son la razón por la que estoy aquí ahora;

el clamoroso motivo para quemar mis naves

-Zumos… zumos naturales-   dice ella en un tono demasiado bajo para los transeúntes.

-Tienes que gritar más; como si fueras una gitana del mercadillo-

-¿Me ayudas?-   replica mientras se da la vuelta   -Parece que sabes mucho del tema-

-No… … Soy demasiado tímido… … Ya me conoces-   se encoje amedrantado.

    Nadia le guiña el ojo y vuelve a enfocarse hacia la calle para cerciorarse de que ningún otro peatón tenga interés en entrar en su tienda antes de que eche el cierre.

Sabe que le estoy

mirando el culo.

Lo sabe; estoy seguro

    Finalmente, Nadia sale para bajar la persiana metálica por última vez. Nunca antes había dejado que Tom se quedara dentro tras dicha maniobra rutinaria. En cuanto vuelve a entrar, por la puerta secundaria, se dirige a su último cliente de nuevo:

NADIA:  Serás mi guardaespaldas mientras cuento la caja.

TOM:     ¿Tienes miedo que alguien intente atracarte?

NADIA:  No sería la primera a la que le roban al final de la jornada laboral.

    La naturalidad gestual y oral de la mujer no consigue atenuar lo excepcional de esa peculiar situación; al menos en la mente de Tom. Sabe muy bien lo mal que se siente cuando pierde esta clase de oportunidades por miedo, por dudas, por prudencia…

No quisiera que se enfadara conmigo,

pero no estoy dispuesto a guardar mi

último cartucho sin dispáralo

TOM:     ¿Me invitas a un último zumo?

NADIA:  Está bien. Por ser el último día…

TOM:     Podrías tomarte uno también. Nunca te he visto probar una de tus creaciones.

NADIA:  Te haré mi zumo preferido. Luego me hago uno para mí.

    Mientras Nadia usa el exprimidor por última vez, un extraño silencio se apodera de la escena. No es incómodo, pero dicho mutismo parece estar suplantando a una conversación que solo podría darse en ese momento; en ese lugar.

    La dependienta le acerca un vaso lleno a su cliente y, luego, se apodera del suyo propio. Ambos sorben sus respectivas pajitas, todavía sin mediar palabra. Tom empieza a consternarse.

No se me ocurre nada.

No sé qué decir.

¿Qué es lo que me pasa?

    Mientras el nivel de su zumo mengua, ese absorto consumidor se siente como si, pal plantado en el andén, estuviera dejando partir su tren, lenta pero inexorablemente.

    Nadia saca el monedero de su bolso e ingresa unas cuantas monedas en la caja. Es una mujer tan integra que, ni si quiera hoy, no se permite el más menor fraude profesional.

NADIA:  Ahora necesito que te estés calladito, ¿vale?

TOM:     De acuerdo… … No es problema.

NADIA:  No quiero descontarme, que, si no me cuadra, luego tengo que volver a contar.

    Esa oportuna directriz le quita toda presión a tan frustrado interlocutor. Mientras termina su delicioso brebaje, observa impunemente a su generosa contable improvisada.

Menudas tetazas,

Si yo fuera su marido

me pasaría el día sobándolas,

apretándolas, la una contra la otra

    Está convencido de que Nadia se siente observada mientras suma el valor de las monedas y de los billetes. Aunque no está seguro de ser el único motivo de tan cuidada y provocativa apariencia, cree saber interpretar el intangible magnetismo mutuo que obliga a esa mujer a mantener su puerta entreabierta.

Me hubiera podido mandar a casa para cerrar,

pero, en lugar de eso, se ha encerrado conmigo.

Quiere despedirse de mí a lo grande, pero no puede.

No quiere tirar tantos años de fidelidad matrimonial

por un momento de debilidad

    Tom sufre una gran fobia al rechazo verbal, pero ese miedo todavía empeora más cuando es susceptible de recibir un repudio físico mediante cualquier gesticulación. Dicha propiedad le paraliza cada vez que duda a la hora de tomar la iniciativa con cualquier chica que le guste.

NADIA:  Todo correcto, ¿lo ves? Soy una gran tesorera.

TOM:     Eres un tesoro; que no es lo mismo.

NADIA:  ¿No te cansas nunca de tirarme la caña?

TOM:     ¿Y tú no te cansas de mantenerme a distancia?

NADIA:  No. Claro que no. No contemplo otra posibilidad. No podría.

TOM:     Exacto. No puedes. Jamás me has dicho que no quieras, ¿es o no?

NADIA:  No hay ninguna diferencia. El efecto es el mismo.

TOM:     Para mí es muy distinto. Me gusta que pongamos las cartas sobre la mesa.

NADIA:  ¿Quieres poner las cartas sobre la mesa? ¿Eso es lo que quieres?

    La mujer saca una baraja de naipes de su bolso mientras le dedica una mirada cómplice a su incrédulo acompañante.

TOM:     No, en serio. Esto no… … Ya sabes lo que pienso de…

NADIA:  ¿Que el destino no está escrito? ¿Qué puedes cambiarlo en cualquier instante?

TOM:     Exacto. Además… … yo te considero una persona inteligente y… … eso…

NADIA:  Qué cerrado eres. ¿No te das cuenta que el hecho de que puedas elegir no está reñido con la realidad de un destino preestablecido?

TOM:     Claro que está reñido: o está escrito o puedo elegir cambiarlo.

NADIA:  Imaginaqueviajasalpasadoytevesa ti mismo, hace tres lunes, por la mañana.

TOM:     ¿Qué?

NADIA:  Estarás viendo a alguien que tiene la capacidad de decidir su destino, pero, al mismo tiempo, sabrás que ese alguien está a punto de encontrarse conmigo.

TOM:     Pero, en cualquier momento, puedo decidir no salir a la calle.

NADIA:  Vienes del futuro y sabes lo que elegirás hacer. Conoces tu único destino.

TOM:     No. Esto no… … No. Bueno… … Vale: puede que el destino y el libre albedrío no sean incompatibles. Pero me parece absurdo pensar que las cartas puedan albergar las respuestas. Son cosas que no tienen la más mínima relación y no…

NADIA:  Las cartas solo son cartas si están en tus manos. El poder está en mí.

TOM:     ¿Y qué vas a hacer? ¿Vas a leerme el futuro?

NADIA:  ¿Es que no quieres?

TOM:     Va. De acuerdo. Adelante. Pero permíteme que dude de ti.

NADIA:  No. No te lo permito. No funcionará si no confías en mí.

TOM:     No quiero desmoralizarte, pero, antes, tus poderes te han dicho que la próxima clienta que entrara en la tienda sería el polvo de mi vida; y ya has cerrado.

NADIA:  ¿Es que no va a entrar nunca más una clienta en este local?

TOM:     Menuda embaucadora. Es lo que hacéis: os cubrís siempre las espaldas.

NADIA:  ¿Y si te digo que esa mujer ya ha entrado y que ni siquiera te has dado cuenta?

TOM:     ¿Qué tontería es esa? He estado todo el rato aquí.

NADIA:  … … Pero que bobo eres.

    Mientras hablan, Nadia se encamina, con sus pasos de tacón alto, hacia uno de los rincones del local. Se trata de la esquina opuesta a su ubicación habitual tras el mostrador. Ahí están las mesillas, las sillas, los sofás… incluso hay un gran puf que termina de darle aires modernos a tan peculiares aposentos. Todos esos muebles son de un homogéneo color burdeos que dota de uniformidad los distintos elementos funcionales y decorativos.

¿Que soy bobo? ¿Que soy bobo?

¿A qué viene eso? No lo entiendo.

¿Cómo podría haber entrado una mujer

sin que yo me hubiera dado cuenta?

Aquí solo estamos Nadia y yo

    Esa dependienta con dotes de vidente se ha sentado en una de las sillas, con la espalda muy erguida y las piernas cruzadas, en una postura que parece querer resaltar sus tremendas redondeces de un modo premeditadamente desinhibido.

!Espera-espera! Nadia ha entrado

después de cerrar, ha tomado un zumo,

y lo ha pagado de su bolsillo, ergo:

ella misma ha sido su última clienta del día

    Mientras esa mujer distribuye las cartas sobre la mesa, Tom, sentado en frente de ella, entra en shock al dar sentido a su peculiar rompecabezas:  

*Mis poderes me están diciendo que la próxima clienta

que entre por la puerta será el mejor polvo de tu vida.

*Te haré mi zumo preferido. Luego me hago uno para mí.

*¿Y si te digo que esa mujer ya ha entrado y

que ni siquiera te has dado cuenta?

*Pero que bobo eres.

NADIA:  Tienes que hacerme una pregunta.

TOM:     … … … … … … … … ¿Cómo será mi futuro más inmediato?

    En respuesta a dicho interrogante, la adivina mezcla su baraja y termina seleccionando unas pocas cartas. Mira, con intermitencia, la curiosa expresión de Tom mientras destapa cada uno de los naipes elegidos para guiarla en su dictamen.

NADIA:  El loco, los enamorados, el diablo y la muerte.

TOM:     No, noh. Son malas cartas, ¿no? ¿Voy a morir en mi futuro más inmediato?

NADIA:  No, tranquilo. Si estuviera del revés puede. Pero está derecha.

TOM:     ¿Es que importa mucho eso?

NADIA:  !Claro! Es fundamental. La muerte, en esta posición, puede ser buena.

TOM:     ¿Cómo? Yo pensé que la muerte era siempre mala.

NADIA:  Puede significar el fin de algo, renacimiento, evolución…

TOM:     Entonces: el diablo también es bueno porque está bien puesta, ¿no?

NADIA:  El diablo es seducción, impulso ciego, tentación, obsesión, desviación sexual, confusión; las pasiones carnales descontroladas.

TOM:     Esto es muy acertado. Me identifica cuando estoy cerca de ti.

NADIA:  Qué previsible eres.

TOM:     ¿Y los amantes? Esta está del revés.

NADIA:  Los enamorados: contrariedades, tentación peligrosa, libertinaje, debilidad, infidelidad, inestabilidad emocional… Pueden ser muchas cosas.

TOM:     ¿Y el loco? También está volteada.

NADIA:  Pasiones y obsesiones, indecisión, irracionalidad, complicaciones. Decisiones equivocadas, locura, desborde emocional… Viaje obstaculizado.

TOM:     ¿Viaje obstaculizado? ¿Es que no vas a dejar que me marche a casa?

    Nadia hace oídos sordos a la tendenciosa pregunta de Tom mientras, pensativa, reordena las cartas en la mesilla. Sus largas pestañas han caído, limitando su ángulo de visión a la latitud de esos personajes coloridos que le hablan en sepulcral silencio.

    Tom la observa al tiempo que sucumbe a su propio asombro:

Realmente, se lo toma en serio.

Creo que intenta adivinar mi futuro de verdad

    Las absortas cavilaciones de esa vidente no prestan atención a las miradas lascivas que peinan su piel trigueña. El sujeto de ese esotérico análisis, libre de toda supervisión, vuelve a salivar repasando las opulentas formas de la futuróloga que tiene delante. Inspira profundamente para nutrirse del temple que necesita para mantener a flote su propia cordura.

Este vestido me parece más

inconcebible cada vez que lo miro.

¿Cómo puede pasearse así por el mundo?

    No se trataría de una prenda tan escandalosa si vistiera el cuerpo de cualquier otra mujer, pero, enfundando la desmedida voluptuosidad de Nadia, esa indumentaria se transforma en el paradigma de la indecencia; en el máximo exponente de la desvergüenza; en la viva imagen del deseo más carnal…

Tras el cobijo del mostrador

no parecía tan provocativo.

Puede que sea cosa mía;

del alterado estado de mi consciencia

.    

-Nadia-   pronuncia Tom algo contrariado   -¿Ese zumo era afrodisíaco?-

-¿Qué? NO-   regresando a la escena con ira   -¿Cómo se te ocurre?-

    Esa impertinencia ha arrugado el entrecejo de Nadia, quien sigue sin lograr sacar el agua clara del mensaje de sus cartas.

TOM:     Perdona. No te enfades. Solo intento entender lo que me pasa.

NADIA:  ¿Es tu manera de decirme que te pongo muy cachondo?

TOM:     Noh. Solo era una duda que me ha sobrevendió de pronto; mientras te miraba.

NADIA:  !Ya!

TOM:     Tendrás alguno que lo sea, ¿no? ¿Tan disparatada es mi pregunta?

    Nadia ladea la cabeza y mira a su consultor con desaprobación. Acto seguido, vuelve a atender al jeroglífico que a construido ante sí mediante multitud de naipes cada vez más enigmáticos.

TOM:     ¿Qué dicen?

NADIA:  Será mejor que no te lo cuente.

TOM:     ¿Eso es porque me dan la razón?

NADIA:  Cállate, anda.

    La mujer sigue destapando las cartas, una tras otra, en busca de la respuesta que quisiera encontrar; pero, en lugar de eso, solo haya indicios de aquello que intenta ignorar.

    Por su lado, Tom está centrando su calenturiento interés en las grandes esferas mamarias que tensan la tela rallada de la parte superior del vestido de Nadia. Dicho atuendo tubular no involucra a los brazos de esa exótica vidente; se limita a abrazar su redondeado tronco de la manera más sensual.

NADIA:  Es como si el destino estuviera empeñado en que… … Quiere que tú y yo…

    La mujer parece contrariada ante tales revelaciones. Tom, en cambio, mimetiza una amplia sonrisa que se ve truncada, súbitamente, en el mismo momento en que Nadia conecta su seria mirada con la de él.

TOM:     No te enfades con lo inevitable; no tiene sentido.

NADIA:  Tú no crees en lo que estoy haciendo.

TOM:     Pero tú sí, y eso es lo que cuenta.

NADIA:  ¿Crees que obedeceré el dictado de estas cartas en contra de mi voluntad?

TOM:     No, no. Claro que no… … Pero… … ¿qué ocurriría si te… … si te violara?

NADIA:  No hagas bromas con eso, Tom.

TOM:     No, no. Es solo una hipótesis. Piénsalo. ¿Acaso tendrías tú la culpa?

NADIA:  Ninguna víctima de violación tiene la culpa de que la violen.

TOM:     Tú dilema moral se esfumaría y… Yo sé que, en realidad, me deseas, Nadia.

NADIA:  Eres un hombre guapo, alto, fuerte, amable, simpático, inteligente… Eres un completo desastre con las mujeres y eso me hace mucha gracia. No te diré que no haya pensado en ti, en ese sentido, pero estoy casada y…

TOM:     Lo sé, lo sé. Eso es todo lo que necesito saber.

NADIA:  NO. No. Escúchame, Tom. No quiero que me violes ¿vale?

TOM:     Que no; tranquila; pero dime: ¿has usado alguna vez una palabra de seguridad?

NADIA:  ¿Quéh? No, no… … Bueno sí… … De joven.

TOM:     Deee joveeen… … Pero qué tonta. Eres joven, Nadia.

NADIA:  Hace mucho tiempo. Con mi primer novio. Éramos muy fogosos.

TOM:     ¿Qué palabra usabais?

NADIA:  Déjalo, Tom. No voy a decírtela.

    Ya con un gesto mucho más distendido, Nadia juega con las cartas, azarosamente, mientras evoca viejos recuerdos pasionales con la mirada perdida. Tras un hondo suspiro,

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  • Categoría: Incestos
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