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EL CEPILLO DE MADERA

"Un joven empleado folla con su jefa, bastantes años mayor y con una historia curiosa"

 

La primera vez que Montse lo dijo no hice caso, fundamentalmente porque en ese momento tenía la polla como el mango de una pala y en las estrecheces del coche estaba yo mucho más atento a intentar encontrar una postura lo suficientemente cómoda para metérsela, al mismo tiempo que no dejaba de comerle sus tremendas tetazas. Como quince minutos más tarde, mientras fumábamos a medias un relajado cigarrillo, le pregunté: "¿qué me decías hace un rato de tu madre?"; "no, nada, que no me dejes marcas en las tetas porque cuando llego tarde me las mira y me pega si cree que he estado con un hombre"; "¡joder!, será verdad"; "bueno, ya te contaré; vámonos que mañana hay que madrugar".

 

Unos días más tarde, justo unas décimas de segundo después de hacerle un chupetón muy aparente en el lateral del pecho izquierdo cerca del depilado sobaco, recordé la frase sobre su madre. No se molestó demasiado pero tampoco me quiso contar nada cuando le pregunté sobre si su madre le pegaba.

 

Así quedó el asunto durante varias semanas en las que en alguna ocasión intenté hablar de ello con Montse pero era una época de mucho trabajo en la oficina (trabajamos ambos en una empresa dedicada al turismo de alto standing) y ella lleva muy en secreto y con mucho miedo que de vez en cuando quedemos para tomar unas copas y darnos un revolcón (es la jefa del departamento de informática y prometida de uno de los directores de la empresa en Madrid), de manera que nuestro trato público (yo tengo veinte años menos que ella y soy uno de los programadores que está bajo sus órdenes) es bastante reducido y discreto.

 

La siguiente vez que quedamos (casi siempre en un escondido pequeño pub de la zona de Huertas situado cerca de un hostal al que únicamente van parejas que no quieren ser reconocidas) me interesé por saber más del asunto, en especial porque no dejaba de intrigarme cómo una mujer madura de cuarenta y siete años, reconocida profesional, con buenos ingresos económicos, novio formal para casarse algún día, nada agraciada de cara y bajita de estatura pero aún con un rotundo excitante cuerpo y siempre con muchas, muchas ganas de sexo, siguiera viviendo en casa de su madre (por otra parte, un precioso chalet de dos plantas cercano a la Plaza de Las Ventas) y con un hermano mayor que ella.

 

En los primeros momentos intentó pasar del asunto pero ante mi insistencia terminó contándome una curiosa historia familiar: "mi padre era un sargento de la guardia civil destinado en el pueblo de Segovia donde he nacido. Murió en accidente de caza cuando mi hermano y yo éramos aún bastante niños, por lo que mi madre se trasladó a Madrid, abrió una mercería en el barrio de Salamanca y nos mandó internos a un colegio militar de huérfanos en donde estuve hasta los dieciocho años."

 

"Las monjas que llevaban el internado femenino castigaban todas las faltas con dureza, en muchos casos azotando a la infractora con una vara o una correa de cuero. Yo era estudiosa, obediente y mojigata por lo que siempre me libraba hasta que con catorce años mi cuerpo desarrolló y mis pechos causaron sensación en dos de las monjas que nos daban clase (y tentación para todo bicho viviente, añado yo: tetas muy grandes, morenas, acabadas en punta, con gruesos pezones rugosos rodeados de una llamativa abultada areola hacia afuera de las que llaman en brioche) y una o dos veces por semana era castigada de manera tal que antes de dormir me llevaban al cuarto de una de ellas (sor Juana y sor Elisa, ambas de unos cincuenta años), me ordenaban desnudarme por completo, doblar mi cuerpo por la cintura y apoyar los brazos en una pesada mesa de madera situada en el centro de la habitación. Azotaban mi espalda, el culo o los muslos seis u ocho veces y después consolaban mis lloros (pegaban con ganas las muy putas) dándome suaves besos, palabras cariñosas, untándome crema, acariciando suavemente las zonas lastimadas y, según fue avanzando el tiempo, metiéndome mano de la manera más descarada y lasciva."

 

"Con dieciséis años los castigos ya no eran tan duros, aunque se complacían en darme azotes en el culo con la parte plana de un cepillo para el pelo de madera, y rara era la noche que no era besada, acariciada, lamida y masturbada por alguna de las monjas con su lengua y manos. Mi clítoris, seguramente no sabía que así se llamaba, era fuente inagotable de placer. Nunca me pidieron directamente que las satisfaciera pero lo hice con ganas en muchísimas ocasiones, me agradaba comerles el coño y vivía con gran intensidad y placer las sesiones de sexo nocturno. Fueron casi dos años de gusto y placer."

 

"Cuando apenas faltaban tres o cuatro meses para que terminara mis estudios en el colegio las monjas volvieron a mostrarse duras y crueles y la vara de azotar en mi cuerpo o el cepillo en mi culo eran centro de nuestras noches de sexo, amén de mostrarse cada vez más groseras y soeces insultándome y obligándome a darles placer. Nunca habían maltratado mis tetas, siempre habían mostrado admiración y deseo hacia ellas, pero le cogieron gusto a castigármelas con pellizcos, mordiscos y arañazos en los pezones y golpes de vara."

 

"Las últimas semanas las dedicaron a desvirgarme: siempre tras azotarme, untaban de abundante suave crema mi sexo, penetrándome, primero con sus dedos y después con el mango del cepillo de madera que perfectamente podía pasar por un consolador de tamaño mediano. En ningún momento tuve dolor, ni siquiera las primeras veces (se puede decir que sor Juana fue quien primero acabó con mi virginidad), y me gustó, la verdad sea dicha, me gustó mucho. Otra cosa fue el culo: consiguieron penetrarme tras muchos intentos y me hicieron bastante daño hasta que más o menos logré acostumbrarme. La última noche de mi estancia en el colegio, tras despedirnos con una sesión especialmente dura para mí y obligarme a darles placer varias veces a cada una de ellas, me regalaron un cepillo para el pelo de madera similar al que habían usado conmigo; aún lo conservo y, por supuesto, lo utilizo. Jamás he vuelto a verlas ni he querido saber de ellas."

 

¡Como me había puesto la historia de Montse!: no la dejo continuar hablando y rápidamente me lanzo como un poseso a por sus tetas. ¡Qué manjar!. Se queja un par de veces (después de lo que había escuchado mis besos y mordiscos son más fuertes y apretados que en otras ocasiones) y tras amasarlas, mamarlas y comerlas un buen rato le doy la vuelta para que se ponga a cuatro patas y penetro en su mojadísimo coño de un solo golpe. Cierro los ojos y me imagino a Montse en el colegio penetrada por el mango de madera del cepillo; ¡joder, qué excitante!; me está encantando follarme a esta mujer y después de cada pollazo darle un sonoro azote en su duro culo (primero con timidez y después dando con fuerza). ¡Qué corrida más buena!; guau, me apunto a muchas más.

 

Ha sido un polvazo de los que se recuerdan, pero quizás demasiado rápido para Montse, así que cuando me recupero un poco pongo mi boca entre sus piernas y le hago un buen trabajo de comida de coño hasta que, como siempre, se corre cerrando los ojos y dando un grito muy largo, ronco y sordo. Poco después enciende un cigarrillo y se pone a hablar: "cabronazo, ¿te ha puesto mi historia colegial, eh?. Nunca te había visto tan excitado y hasta ahora nunca me habías dado azotes en el culo; ¡qué guarro eres, mamón!; además, ni siquiera te has preocupado de si me corría o no hasta después de tu orgasmo."

 

"Lo siento, Montse, perdona, pero ha sido muy excitante, me he puesto muy cachondo; un polvo cojonudo, una corrida salvaje que te agradezco. Por cierto, aún no me has contado qué pasa con tu madre cuando llegas tarde y con aspecto de haber estado con un hombre. Anda, cuéntamelo, tengo verdadera curiosidad y, lo reconozco, me da morbo, mucho morbo."

 

Se ve que tenía ganas de hablar o de soltarlo todo porque siguió con su historia: "mi madre siempre pensó (decidió) que mi hermano Rafael entraría en la guardia civil, se casaría, le daría nietos y yo sería quien la cuidara a ella y atendiera el negocio de la mercería. Pronto quedó claro que no iba a ser así. Mi hermano se hizo cargo de la tienda al terminar el colegio (allí sigue con mucho éxito: ha abierto tres sucursales en centros comerciales) y yo quería seguir estudiando. Creo que mi madre no lo ha digerido muy bien y desde siempre me culpa de no haber querido respetar sus planes para sus hijos, especialmente lo de Rafa, y no me perdona."

 

"Mi padre era guardia civil pero la que verdaderamente ha ejercido como tal es mi madre. Siempre nos ha tratado de manera dura y estricta y jamás ha permitido que en casa se dude que es ella quien manda, exigiendo respeto, disciplina y acatamiento de sus órdenes. Con veinte años me hacía volver a casa a las diez de la noche y cuando me entretenía me insultaba (perra golfa es su insulto preferido), me pegaba varias bofetadas y me castigaba sin dinero para mis gastos.

Me rebelé en muchas ocasiones, pero siempre terminó doblegándome, ya fuera pegándome con saña o haciéndome chantaje moral aludiendo a su edad, viudedad, enfermedades y falta de nietos. Me he rendido tantas veces a mi madre … ."

 

"Cuando terminé los estudios de informática y empecé a trabajar y ganar un buen dinero se dio cuenta que perdía parte de su poder sobre mí y consiguió implicar a mi hermano en el manejo de la vida familiar cotidiana (es su ojito derecho pero le tiene totalmente comida la moral y dominado en lo personal, excepto para los negocios, se ha convertido en un pelele) y en los castigos que me impone: no me deja llegar después de las doce de la noche y cuando es más tarde se limita a insultarme, me da dos bofetadas y me niega el saludo durante unos cuantos días. Lo relativo al sexo es otra cosa."

 

"He llegado a la conclusión de que es adivina o tiene un sexto sentido para saber cuándo he tenido sexo con un hombre y si ha sido o no con mi novio. Siempre lo detecta cuando entro en su habitación a darle las buenas noches (se ha acostado todos los días de su vida a las diez y media y ambos hermanos tenemos obligación de entrar a verla antes de irnos a la cama): primero me mira con expresión de desagrado, como si yo oliera mal, después me insulta en voz baja llamándome perra golfa o zorra salida y luego me ordena a gritos que me desnude. Sus ojos son como rayos-X que todo lo ven y aunque no tenga marcas o señales o me haya duchado, perfumado y maquillado siempre sabe de un rápido vistazo si me he estado besando con un hombre o metiéndonos mano o masturbándonos o follando y, además, casi siempre acierta si ha sido o no con Fidel, mi novio."

 

"Si he estado con Fidel suele considerar que es lógico y natural (lo dice en voz muy baja, con frases cortas que utiliza como si me las estuviera escupiendo a la cara) que como prometidos que somos y ya bastante mayorcitos hagamos de todo excepto follar (sólo debe hacerse tras el matrimonio) o tener sexo oral (es una absoluta indecencia que sólo hacen las putas), aunque como soy una golfa seguro que me comporto como una perra en celo que incita y provoca a su novio (le tiene en gran estima y no deja de decir que no sabe cómo he sido capaz de conseguir un hombre tan estupendo), por lo que tiene que castigarme por ello: completamente desnuda, me ordena que me tumbe boca abajo y con el cuerpo estirado a los pies de su gran cama (hasta hace unos diez años era ella misma quien me azotaba con la correa del cinturón que usó mi padre en el uniforme), llama a mi hermano (siempre está en casa antes de las doce y atento a mi llegada por si le llama nuestra madre) y le dice siempre la misma frase: hijo mío, enséñale decencia a tu hermana, lo que es la orden de inicio de diez o doce azotes en la espalda, el culo y los muslos. Mi madre dirige el castigo de manera que los azotes sean fuertes y suficientemente espaciados uno de otro para que yo sienta bien el dolor de cada uno de ellos."

 

"Al terminar el castigo recojo mi ropa, me acerco a besar a mi madre (suele darme una bofetada según acerco mi cara a la suya), doy las buenas noches y me dirijo a la planta superior en donde tenemos los dormitorios Rafael y yo."

 

Joder, qué historia. Me quedo sin saber qué hacer o decir hasta que empiezo a balbucear una frase sin sentido y la propia Montse me dice: "cállate que así estás más guapo, cerdo; todo lo dice tu polla, mira cómo te has puesto" y es verdad porque estoy empalmado y con muchas ganas de follar, aunque no me atrevo a dar el primer paso. Es la mujer quien toma la iniciativa y se sube encima de mí para poner las rodillas a ambos lados de mis piernas y después bajar lentamente para clavarse hasta los huevos mi necesitado rabo en su empapado coño. Poco a poco se empieza a mover arriba y abajo, a derecha e izquierda manteniendo un constante rápido ritmo que le lleva a correrse con su habitual largo grito en voz baja. Tras unos segundos de relax saca mi polla de su sexo, se coloca a un lado y me come el capullo con maestría, sin apenas tocar mi hinchado tronco con las manos y sin llegar nunca a meterse la polla entera en la boca, de manera que apenas duro un par de minutos antes de pringar su cara con tres o cuatro lechazos. Le gusta extenderse el semen por la cara (a mí me encanta ver cómo lo hace) hasta que mira el reloj y dice: "venga, vámonos, no quiero que mi madre me castigue. No se si me atreveré a contarte algún día lo que pasa cuándo se da cuenta que no he estado con mi novio sino con otro hombre".

En ese momento no me decido a preguntarle, nos vestimos rápidamente y salimos del hostal con prisa.

 

A pesar de mis preguntas y de insistir en ello, Montse no quiere contarme más acerca de los castigos que ordena su madre y ejecuta su hermano, ni tampoco quiere hablar de ello ni darme las razones por las que acepta esta situación que dura ya casi treinta años, así que durante meses dejo de darle la lata con el asunto y simplemente me dedico a gozar de su excitante cuerpo cada vez que podemos quedar para tomar unas copas y follar. Es verdad que intento fijarme cuando está desnuda si tiene alguna marca de los azotes que recibe (desde que se la situación, en las fantasías y ensoñaciones que alimentan mis pajas solitarias uso la vara y el cinturón con ella; me pone a mil), pero nunca advierto nada y tampoco es de recibo decirle que me deje buscar señales de los correazos en su cuerpo.

 

Ayer me llamó a su despacho y tras hablar de cuestiones de trabajo, al igual que otras veces, me dice: "que te parece si quedamos mañana; Fidel y yo comunicaremos en unos días la fecha de nuestra boda y antes quiero hablar contigo."

Dicho y hecho, son las siete de la tarde y estamos tomando una copa sentados en uno de los pequeños reservados del pub en el que nos encontramos habitualmente: "dentro de cuatro semanas será la boda y después de unas vacaciones pagadas por la empresa nos iremos a vivir a Valencia; nos trasladan para dirigir la sucursal levantina y es una excelente oportunidad para ambos. No se te escapa que tu y yo tenemos que cortar nuestra relación y que en el futuro probablemente nunca nos volvamos a ver. Después de esta tarde ya no me podré permitir quedar contigo para follar, así que hoy es nuestra despedida."

 

Una vez desnudos en la cama, entrelazados y a pesar de la sensación de estar perdiendo algo importante y valioso para mí y que debo aprovecharme ahora que todavía puedo, la curiosidad morbosa puede a la excitación y pregunto a Montse por la situación que vive en casa con su madre y hermano: "vaya, vaya, cabroncete; así que quieres enterarte de lo que falta, ¿o es que te quieres excitar?."

 

"Bueno, te voy a contar lo que nunca he contado a nadie: cuando mi madre descubre que he estado con algún hombre distinto a mi novio, me insulta durante algunos minutos mientras no deja de abofetearme, antes de llamar a gritos a Rafael. A mi hermano le dice la frase de siempre (hijo mío, enséñale decencia a tu hermana) y mientras él me azota, ella no deja de preguntarme quién es el hombre que me he tirado (frase que escupe como si fuera veneno) y qué es lo que me hace en la cama para que yo me comporte como la puta que llevo dentro. Suelen pegarme más azotes y más fuertes que de costumbre y al terminar el castigo, cuando recojo mi ropa y salgo camino de mi dormitorio, siempre oigo lo mismo: hijo mío, acompaña a tu hermana, dále ungüento que calme su piel y vigila que se acueste sin tocarse porque es como una perra en celo."

 

Rafa me sigue a mi habitación, cierra la puerta y me pregunta: "¿te he pegado muy fuerte?, madre te castiga porque quiere que te arrepientas y no vayas por ahí con hombres, ya lo sabes, tienes que guardarte para tu marido. Ven que te de el ungüento para que te calme el dolor."

"Yo no le contesto ni le digo nunca nada, simplemente, totalmente desnuda como estoy, me planto en medio de la habitación, abro piernas y brazos y Rafael me extiende una crema densa y oscura que mi madre compra en el pueblo (según ella este ungüento lo usaban en el cuartel de mi padre para disimular las palizas a los detenidos) y que, es cierto, alivia el dolor de los azotes y quita las marcas de la correa."

"Mi hermano pasa en total silencio muchos minutos extendiendo la crema por todo mi cuerpo, hasta que llega a las tetas y se entretiene sobándolas y mamándolas durante largo rato, normalmente hasta que con un gesto le impido continuar y entonces se pone tras de mí acariciando y amasando mi culo lentamente, hasta que se baja el pantalón del pijama y siento la presión de su polla contra el culo. Jamás me ha penetrado, simplemente apoya su corto y grueso rabo en el ano y empuja fuertemente pero sin llegar a entrar, respira muy fuerte, casi como si roncara, y se corre en silencio descargando muchos chorros de semen que me pringan la espalda y el culo. Inmediatamente, pone más crema sobre mi espalda y durante varios minutos extiende semen y ungüento al mismo tiempo, hasta que me da las gracias, se despide, da las buenas noches y marcha a su dormitorio."

 

¡Sí, sí, sí, estoy cachondo!; Montse se da cuenta, se pone a cuatro patas en cuanto se lo pido y follamos frenéticamente echando un polvo rápido, fuerte, sonoro y gratificante. La mujer se ha corrido dos o tres minutos antes que yo y cuando llega mi orgasmo me preocupo por manchar su espalda y su culo con los lechazos que escupe mi polla. Cojonudo.

 

Es pronto aún y mientras me recupero para intentar seguir follando, sigo preguntando: "¿tu madre no sospecha, no se opone a que tu hermano utilice tu cuerpo, a ti no te desagrada o es que te va la marcha?."

"Eres un ingenuo, corazón; desde hace años se perfectamente que mi madre monta todo el numerito de los azotes no sólo para castigarme y dejarme bien sentado quién manda, sino para darle satisfacción a su hijo, darle contento de vez en cuando (no ha tenido novia jamás y cuando se va de putas no se le levanta) y lograr su total sumisión. En bastantes ocasiones he visto como la puerta de mi cuarto estaba entreabierta mientras Rafael se satisfacía conmigo y poco después he oído a mi madre bajar las escaleras."

 

"A mediados de julio mi madre siempre marcha a pasar algunas semanas en el pueblo coincidiendo con las fiestas patronales. Mi hermano y yo quedamos solos en la casa y a la hora de la siesta yo tomo el sol en el patio interior totalmente desnuda. Llamo a Rafael para que me de crema protectora, para que me traiga un refresco, para que me extienda el bronceador y tras mantenerle excitado al menos durante una hora, durante la cual no dejo de llamarle maricón impotente, de vez en cuando le dejo desahogarse contra mi culo y, en ocasiones, le hago una buena mamada, que es algo que le vuelve loco de contento. Cuando mi madre regresa de sus vacaciones le cuesta al menos tres meses volver a dominar a su ojito derecho y sólo lo consigue haciéndole chantaje moral con sus enfermedades y castigándome para excitarle."

 

"¿Que si no me desagrada?: cuando mi hermano se marcha de mi dormitorio en muchas ocasiones estoy cachonda como una yegua en celo; me excito cuando me acaricia al repartir el ungüento por mi cuerpo y al sentir el martilleo de su polla contra la entrada de mi culo y aguardo con ansiedad que extienda su semen por mi espalda. Al quedarme sola saco de la mesilla de noche el cepillo de madera que me regalaron las monjas y me penetro el culo para después acariciarme el clítoris hasta correrme. Nunca he sentido asco ni de mí ni de mi hermano y, aunque nunca te lo haya dado a entender o te lo haya pedido, los azotes me excitan. Hay momentos en los que no me gusta y a duras penas aguanto el dolor, supongo que por ser mi madre quien me castiga, pero me pone cachonda."

 

"Mi novio Fidel no sabe nada de toda esta historia familiar, salvo que mi madre es muy estricta y me da alguna que otra bofetada, pero desde hace ya algún tiempo, cuando follamos, un par de vibradores y una vara de azotar son parte esencial de nuestra excitación y posterior placer. En el tiempo en el que tu y yo nos hemos estado viendo no te has perdido nada, porque en ningún caso hubiera aceptado estas prácticas con alguien distinto a Fidel; bueno, lo de mi hermano también está ahí, claro."

 

Desde aquella tarde de despedida han pasado cerca de dos años. Montse y Fidel se casaron un lunes en el juzgado ante una reducida concurrencia familiar. El viernes anterior dieron una cena con fiesta de despedida de solteros en un céntrico y afamado hotel en dónde cerca de trescientas personas montamos el numerito que se presupone debe haber en este tipo de celebraciones. Fue un verdadero pasote.

Cerca del final de la fiesta, Montse se acercó a mí para presentarme a una simpática amiga suya, alta y guapetona, un par de años menor que ella. Al mismo tiempo que me daba un suave beso me dijo al oído: "a mi amiga Elena también le regalaron las monjas un cepillo de madera. Que os vaya bien."

 

Bueno, en estos dos años que han pasado Elena y yo hemos intimado y tenemos una estupenda amistad. Es una mujer majísima y su edad no sólo no es obstáculo alguno para que follemos a menudo y tengamos sexo divertido y gratificante, sino que cada día me gusta más, sexualmente y como mujer. Lo del cepillo de madera y los azotes con la vara me excita mucho, mucho, mucho; ya me resulta difícil pasar sin utilizarlos para ponerme muy cachondo. Con Elena no tengo problema.

Datos del Relato
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