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Por fin el día llegó y parecía que nos libraríamos del asfixiante calor de Madrid. Esta vez nuestro destino de vacaciones no era ninguna ciudad exótica sino una pueblecito en la costa mediterránea. Mi novia y yo llevábamos planeándolo tan sólo una semana pero nuestras ganas de sol y playa era indescriptible.
Por fin llegamos y allí nos esperaba un pequeño ático con una única habitación en la que se encontraba en una sola estancia, el salón, la cocina y la habitación, por su orientación norte pensamos que sería bastante caluroso por las noches.
Fuimos a comprar lo necesario para los primeros días al mercadillo cercano que se instalaba ese día de la semana.
A la llegada de la noche y tras una larga siesta en la playa, volvimos a nuestra dulce morada. Tras ducharnos y cenar subimos al ático acompañados de una botella de vino.
Cuando llevábamos más de una hora riendo y contando estrellas, se acercó a mi tumbona y me susurró al oído:
-¿Te atreverías a hacer todo lo que te pidiera?
Antes de que de mi boca se desprendiera palabra alguna, un bulto sobre el bañador pantalón del pijama me delató.
Entonces me rogó que me deshiciera de toda la ropa que lleva puesta, así lo hice muy suave y lentamente, me encantaba ver cómo se impacientaba. Una vez completamente desnudo nos encaminamos a la parte de abajo y allí me pidió que me tumbara boca arriba sobre la mesa del salón. Sin mediar palabra cogió mi pene y lo metió en su boca empezó a lamerlo como sólo ella sabe hacerlo llevándome al borde del delirio, metiéndolo y sacándolo poco a poco, a los pocos minutos, se separó y retrocedió unos pasos para mirarme, sentirme observado por ella me encendía aún más. Volvió a acercarse a mí lamiendo mis piernas desde los pies, cogiendo el camino interior de mis muslos, me separó las piernas y puso un cojín en mi trasero, sus dedos recorrían una y otra vez la raja de mi culo, clavó sus dedos en las cercanías de mi agujero, separándolo y metió su lengua hasta el fondo fue una sensación que me hizo perder la cabeza, en ese momento esta dispuesto a todo lo que me pidiese y cuanto más fuerte e inconfesable mejor, se entretuvo durante largo rato saboreando tan recóndito lugar. Acercó la botella de agua de la nevera y derramó una pequeña cantidad de agua por el pliegue que formaban los cachetes de mi trasero, después introdujo uno de sus dedos en mi interior, probablemente una mezcla de vergüenza y el saber que sería nuestro secreto hizo que las sensaciones crecieran de forma exponencial.
Su dedo entraba y salí cada vez con menos dificultad, entonces introdujo un segundo, era delicioso me estaba abriendo, de vez en cuando los sacaba y los ponía al alcance de mi boca para humedecerlos y reducir el rozamiento, después introdujo un tercero e incluso un cuarto, me encontraba al borde del delirio. De repente paró y volvió a derramar una pequeña cantidad de agua por mi raja.
Entonces se acercó a mi oreja para susurrar que deseaba follarme, así lo hizo, sacó un preservativo y lo enfundó en un pepino. Al verlo sentí miedo, pero a la vez un gran deseo, esperaba para ser ensartado, inesperadamente la trayectoria de aquel falo se desvió, hasta mi boca y ella me obligaba a chuparlo, durante largo rato aquella escena se repitió hasta que inevitablemente aquel elemento se dirigió a mi esfínter, las maniobras de entrada se prolongaron durante algunos minutos y precisaron la ayuda de sus dedos y de algo de vaselina, debo reconocer que en algunos momentos el dolor se apoderó de mi cuerpo, pero había algo dentro de mí que me hacía disfrutar de todo aquello, supongo que el sentir esa parte mi cuerpo aceitosa y pringosa.
Cuando aquel cuerpo se hizo el hueco necesario entraba y salía como tantas veces había hecho mi miembro, en ella, la imaginaba disfrutando como yo hacía con cada sacudida.
Parece que ambos pensábamos lo mismo porque mirándome fijamente a los ojos me dijo:
- Quiero sentir todo lo que tú sientes. Quiero sentirlo todo.
Yo la contesté que era todo suyo y que podía hacer todo lo que desease.
- ¿Todo? replicó ella.
Entonces su cara cambió y empezó a tocarse los pechos, me moría, ella sabía que aquello era superior a mí, sin duda sabía cómo encenderme. En un segundo se encontraba completamente desnuda introduciendo sus pezones en mi boca.
La sentía excitadísima y deseaba provocarla, entonces la dije:
- ¿Eso es todo? - ¿Te atreves a más? Contestó ella, en un tono amenazante.
Por supuesto le repetí que me atrevía a todo.
Ella dirigió su coño a mi boca, al tiempo me indicaba que debía lamerlo. Al tiempo ella se masturbaba y acariciaba sus bolas.
Comenzó a hablar.
- Quiero sentir lo que tu sientes... - Hizo una pausa - Quiero correme en tu boca como tú haces en la mía.
Yo la contesté que podía hacerlo cuando quisiese. No volvió a decir nada más tan sólo gemía sin parar, entonces chilló que se iba a correr y comenzó a derramar una larga meada sobre mi cara, especialmente en mi boca. Debo reconocer que desde luego disfruté con aquello, durante el tiempo que aquel líquido caliente chocaba con mi piel recordaba las veces que mi semen lo había hecho sobre la suya y como aquello me había hecho vibrar de placer, la sensación me pareció deliciosa y sólo deseaba que ella disfrutase con aquello tanto como yo lo hacía.
Cuando su orgasmo finalizó me encontraba empapado, pero excitadísimo, ella se alejó y se tiró sobre el sillón.
Desde esta posición no sabía qué hacer, el pepino estaba aún en mi interior y yo estaba completamente mojado.
Fue cuando ella me rogó que levantara y me acercara a ella. Así lo hice, me senté a su lado, se incorporó y agarró mi nabo con una mano mientras me miraba a los ojos y me masturbaba deliciosamente, se agachó e introdujo el miembro en la boca, estaba húmeda y la conjunción de sus labios y su boca desplazando mi prepucio hacia atrás hacía cada uno de sus movimientos se convertía en un pequeño orgasmo, mi miembro se endurecía cada vez más y estaba a punto de explotar. Ella lo sabía y sacó el falo de su boca, siguió meneándomela hasta llegar al mejor orgasmo de mi vida.
Cuando todo terminó sólo quería abrazarla.
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