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~Andaba en carro con un amigo, paseábamos por la entrada del boulevard que en Tegucigalpa se denomina “Boulevard Juan Pablo II” por ser en recorrido que realizó el Santo Pontífice.
Mi amigo que estaba como gato arañando las paredes del deseo de un buen macho me decía que necesitaba una purrunga pero de caballo.
Le urgía que le metieran un buen trozo de carne bien dura y sentirla que le llegaba hasta la garganta de larga.
Yo reía de las burradas que decía.
El asunto es, que Yo también quería una verga; pero mis estándares no son tan exigentes como los de mi amigo.
Pero, acabando de decir eso; en un lateral de la calle estaban tres chavales de entre 18 y 21 años aproximadamente.
Nosotros nos detuvimos unos metros más adelante, uno de ellos; trigueño, delgado (prefiero los más rellenitos o musculosos), se nos acercó y nos indicó que los tres estaban dispuestos a ir a dar la vuelta con nosotros si les invitábamos a unas cervezas.
Yo me adelanté y le dije que a él lo podíamos invitar a unas cervezas si venía con nosotros.
Ni corto ni perezoso se subió al asiento de atrás del carro y Yo no tardé en averiguar que se llama Juan y que tiene 19 años.
Lo miro bien y ahora se nota que ya lleva su par de cervezas entre pecho y espalda.
El chamaco está de muy buen ver, delgado y fibrado; le comienzo a meter la mano por su camisa y acariciando su pecho noto que sus pezones están duros.
Así se lo indico a mi amigo y este se estaciona en un área oscura por el lado de la UNAH (universidad Nacional Autónoma de Honduras) y le mete su mano en la camisa también.
Juan, sin el menor tapujo procedió a quitarse su camisa y la coloca a un lado; luego mi amigo comienza a tocar su entrepierna y apretando me dice: “este chavo ya está caliente, la tiene tiesa”.
Sin decir una palabra, Juan comienza a zafarse el cinturón (faja) y a sacarse el pantalón junto a sus bóxers y de paso con los pies se deshace de los zapatos.
En un par de minutos, esa criatura está completamente desnudo; excepto por sus calcetines oscuros.
Se abre de piernas para que su verga quedara a nuestra disposición, la verga es gruesa; pero no larga y mi amigo en eso es muy exigente.
Tiene que tener no menos de veinte centímetros de largo, el ancho no le interesa tanto.
Me voltea a ver y solo se regresa a su posición en el asiento del conductor y nos observa.
Yo me lanzo a esa verga gruesa y corta que parecía un butuco (banana de cerro, campestre) y comienzo a despuntar su verga al jalar la piel del prepucio y aparece una cabeza en forma de punta bien colorada y jugosa.
Solo el hombre que ha degustado una buena verga, sabe lo riquísimo que es sentir ese calor, ese grueso y largo tallo que entra en la boca.
Como lo llamo Yo: “El rollo de tostones”.
El chamaco estaba en perfecta condición física, un cuerpo ni gordo ni delgado; con un color parejito en todo su cuerpo, como si anduviera desnudo todo el tiempo.
Sus pies eran grandes y bien formados, un arco bien marcado y limpios, con señas de talco entre sus dedos.
Yo comencé a desnudarme de la cintura para arriba y él aprovechó a lamer y succionar mis pezones.
Al estar desnudo, le acosté en el asiento y comencé a besarle desde el cuello, los ojos y lamiendo sus orejas; pude sentir como apretaba mis nalgas y me abrazaba fuertemente contra él.
Fui bajando por su dorso, podía oler el aroma de su desodorante; su axila era un panal de pelos suaves y olorosos, una combinación de perfume y olor a macho.
Su cadera era estrecha y suave al tacto, mucho más a mis labios; su pubis estaba recortado, no rasurado; solo dejó lo suficiente para sentir una capa fina y delicada, este chico olía bien por todos lados.
Sus huevos eran enormes y completamente cubiertos de bellos recortados también, mi boca siguió su camino y con la lengua jugaba con los pelos de su perineo y él mismo por instinto levantó sus piernas y dejo que mi lengua jugara en la entrada de su culito peludo.
Sus nalgas eran suaves y algo abultadas, su trasero me supo a gloria y nuevamente anduve todo el camino desde su trasero hasta su boca.
Sus piernas estaban abiertas a mis costados, nuestras lenguas entrelazadas y mi amigo en el asiento del conductor con su verga afuera observándonos.
Mi amigo se hacia una paja lenta, sabrosa.
Juan, acariciaba mi espalda y bajaba hasta mi trasero y tocaba mi culito.
Mientras Yo que estaba sobre él, tenía mi verga dura como roca y la raspaba en los pelos de su culito; era una sensación riquísima.
No supe en qué momento, Juan se acomodó de tal forma que la cabeza de mi verga hizo el intento de entrar en su agujero.
Juan brincó en el asiento, NOOO por allí NO.
Lo siento le dije, seguí besándolo y nos seguimos acariciando en la misma posición; simulando la posición del misionero, él con las piernas abiertas y Yo rosando con mi pija su trasero.
En eso estábamos, cuando veo a mi amigo que toma una de las piernas de Juan y la eleva hasta ponerla en mi hombro, Juan no dice nada, la deja reposar sobre mi hombro y de nuevo mi pija se posiciona en la entrada de su culito.
Yo no me moví, deje que mi glande ejerciera presión; podía sentir como Juan tenía cerrado su ano y el calor que emana de su gruta.
Pude sentir como en un momento, el esfínter de Juan se abrió un poco y como un céntimo de mi glande quedó un poquito más adentro.
Juan me miró a los ojos, su respiración se aceleró; por todo el líquido pre-seminal que Yo estaba emitiendo el ano de Juan estaba bien lubricado y Juan se relajó.
Relajó su esfínter y muy pero muy despacio mi verga lo fue penetrando, podía sentir cada milímetro de su entrada y como su esfínter se ensanchaba para dar paso a mi verga dura y jugosa.
Juan, abrió su boca en un suspiro y despacio mi verga llevaba medio camino dentro de él.
Me detuve para degustar como ese esfínter se apretaba alrededor de mi tronco y como lo volvía a soltar y fue en ese momento que comencé un mete y saca exquisito.
Las paredes de su recto eran sensacionales, ahora ambos jadeábamos y nos besábamos y Yo seguía taladrándolo hasta llegar a lo más profundo posible.
Sus entrañas eran una braza caliente, nunca había sentido algo similar.
Sus piernas ahora estaban ambas sobre mis hombros y sus manos me acariciaban la nuca y miraba mi cara con un aire diferente, para luego besarnos nuevamente en aquella lucha de cuerpos en el asiento trasero de ese auto.
Yo andaba bien caliente y tenía días que no descargaba y estando en esa situación de peligro en medio de la nada, no fueron tantos los minutos que duramos; sino, lo intenso de la situación.
Yo podía escuchar el golpe de mis huevos en su trasero y como de repente comencé a sentir una corriente que desde mis huevos comenzaba a inundar mi verga, una sensación muchas veces percibida y sumamente deseada.
Dando una fuertes estocadas, acabé dentro de Juan y no conté; pero fueron varias y abundantes descargas la que le solté.
Mi cuerpo quedó totalmente bañado de sudor y goteaba sobre el pecho de Juan y Juan a su vez, comenzó a hacerse una paja descomunal.
Yo no saqué mi pija aun dura de su trasero, quería disfrutarlo mucho más.
Mi verga no bajó y comencé un mete y saca lento con el cual podía sentir lo increíblemente sensible que tenía mi glande, nunca me había ocurrido algo así.
A medida Juan se pajeaba como bestia de lo fuerte que lo hacía, Yo comencé una brutal descarga de puyones en su trasero.
Juan comenzó su descarga en su propio pecho y Yo nuevamente en su interior, la cantidad fue poca; pero súper intensa.
Nunca había tenido dos polvos en uno, fue sensacional.
Ahora, estaba súper agotado; me fui saliendo de Juan muy despacio.
Juan, con sus piernas al aire dejó a mi vista su trasero bien abierto; estaba realmente ensanchado y lo pude tocar, pude meter dos dedos antes de que lo cerrara alrededor de ellos.
Pude sentir como mi leche estaba inundando sus entrañas.
Uffffff eso estuvo rico, sabroso; dije Yo.
La neta, a mí también me gustó; a pesar que nunca me lo habían hecho, Yo solo había metido mi dedo, pero sí, me gustó.
Nos vestimos y pusimos el acondicionado lo más alto posible y fuimos por unas cervezas para reanimar.
Mi amigo me comentó, que ya días no se hacía una paja como la que se había hecho en el carro.
Que le había fascinado la cogida que habíamos pegado.
Con Juan intercambiamos números de Cell y lo fuimos a dejar frente al local del cual lo habíamos levantado.
Mi amigo le dio un par de billetes, “para las amargas” le dijo y nos despedimos.
Ya saben que los nombres y en ocasiones los lugares se cambian por protección a los interesados.
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