A la mañana siguiente desperté pronto. Enseguida vino a mi mente la experiencia tórrida y extraña de la tarde anterior. Y eso me condujo a pensar en mi ano, aunque no hacía falta porque lo notaba dolorido. Me desvestí y me quité las bragas. La compresa que puse entre mis nalgas se había quedado pegada porque un poco de sangre había salido del borde de mi culito y se había secado. Por eso decidí que en vez de tirar de ella me daría otro baño para humedecer la compresa. Cuando la bañera se había llenado a la mitad me senté dentro. Aquello funcionaba porque la compresa se deslizó sola, pero el contacto del agua caliente hizo que es escozor de mi culo me hiciera saltar. Estaba furiosa: aquel cabrón me había hecho daño por su impaciencia. En el fondo estaba más enfadada conmigo misma. Cogí un bote de crema y me tumbé boca abajo sobre la cama. Puse un cojín bajo mi vientre y así se separaron mis nalgas. Eché crema en mis dedos y los llevé a mi ano. Estaba fría pero me calmó el picor. Mi mente iba a mil: “Serás estúpida” ”¿Cómo se te ocurre hacer algo así?”. Mientras masajeaba el culo con mis dedos llenos de crema. Y eso me relajó. No sólo eso sino que me hizo recordar el modo en el que aquel chico hacía lo mismo la noche anterior. Esa sola idea me excitó, lo sé porque notaba mi humedad y de hecho una gota de flujo se deslizó fuera de mis labios vaginales. Ni corta ni perezosa presioné mi dedo dentro de mi culo. Para mi sorpresa entró de un tirón y suavemente. Pensé entonces en el dedo que ayer mismo me metía mi iniciador anal. Estaba muy cachonda ya y comencé a follármelo. Era muy rico notar mi dedito perforando cruel pero suavemente mi hasta ayer virgen culito. Dentro, fuera, dentro, fuera. Así estuve un buen rato. Luego probé a meter otro dedo. Empezó a doler porque seguía escocida y al tensarlo me resentí. Pero estaba decidida y a los pocos segundos tenía los dos dedos metidos hasta el fondo de mi culo. Así que me lo follé durante tres minutos y los saqué. Me llevé los dedos a la cara, próximos a mi boca. Aspiré su aroma y me excitó porque nunca había olido algo así. A punto estuve de lamerlos pero en el último instante no me atreví. Volví a quedarme dormida y estuve así, desnuda boca abajo, sobre mi cama. Hasta que sonó el teléfono. Era mi madre: mi padre y ella venían en coche a Madrid a verme y llegarían en dos horas. Me entró el pánico y me vestí para ir a comprar algo porque no tenía nada en casa. Salí a la calle y fui al supermercado. Durante todo el trayecto y allí dentro me pareció que todo el mundo me observaba y me juzgaba por lo que había hecho ayer. Como si pudiesen saberlo. En el fondo estaba deseando contárselo a alguien. Estaba en la cola de la caja y me imaginé a mí misma diciéndole a la señora que esperaba delante de mí: “¿Sabe usted? Ayer me dieron por culo por primera vez. Me gustó mucho pero ahora me duele un poco ¿A usted le gusta que le sodomicen? ¿Se lo pidió usted a su marido o fui ideal de él?”. La mente te puede jugar malas pasadas. Me sentí estúpida por pensar en esas cosas. Pobre mujer, qué habría pensado de mí.
Volví a casa y preparé la comida. Un ratito después llegaron mis padres. Charlamos y pusimos la mesa. Al sentarme me dolió el ano y pegué un pequeño brinco. Así que volví a sentarme pero despacito. Mi padre me miró alucinado. Yo estaba roja, no sabía donde meterme.
-¿Qué te ha pasado hija?
-Nada, nada... – busqué una salida airosa – Es que ayer me caí en la escalera y me golpeé la rabadilla.
-¡Ja, ja, ja, ja! ¡Pues más parece que te hubieran azotado! ¡Ja, ja, ja!
Pensé para mi misma: “Hombre, azotar, azotar no, pero...” Seguimos comiendo y charlando de todo un poco, nada especial. De pronto miré a mi madre. “¿Qué pensaría ella de mí?” “¿Qué diría de su hija que queda con unos extraños y les entrega su cuerpo por puro vicio?”. Estaba avergonzada. Luego miré a los dos y me pregunté “¿Le habrá follado papá el culo a mamá?” “Seguro que sí, ¿por qué no? Tantos años casados tienen que ponerle imaginación.” Entonces pensé en mi padre haciéndoselo a mi madre por detrás y empecé a estar enfermizamente cachonda. De modo y manera que fui corriendo al servicio y eché el pestillo ante el asombro de mis padres. Allí dentro me bajé los vaqueros y las bragas, puse crema en mis dedos y los metí furibunda en mi culo. No voy a negarlo: aquello me dolió. Pero casi entendí el ansia de mi amante de la noche anterior. Me follé el culo a toda velocidad, ansiosa, como loca. Para que no me oyeran mordí una toalla. De pronto alguien pico la puerta por el otro lado. Era mi madre.
-¿Estás bien hija?
De nuevo improvisé.
-Sí... Es que me ha bajado la regla de repente.
Estaba avergonzadísima. Acabé con aquello, me lavé las manos y volví al salón. Seguimos charlando toda la tarde hasta que a eso de las ocho se marcharon. Estaba agotada. Demasiadas cosas para sólo cuarentiocho horas. Había tenido el móvil desconectado todo el día. Así que lo encendí y apareció un mensaje sms. Era de los dos chicos de la noche anterior. Se preocupaban por mí y por si estaba bien. Me quedé un rato pensando en eso. Aquel chico, el “guapo” quiero decir, me había hecho daño. No tuvo mala intención pero la mujercita perversa que todas llevamos dentro quería una revancha. De modo que fijé una cita para la tarde siguiente. Esta vez tomaría yo las riendas del todo. Ya no iba como una ignorante respecto a este tema. Tampoco era una experta pero parecía que había vivido por toda una vida en sólo dos días.
La tarde siguiente me presenté en su piso de nuevo. Ya se había roto el hielo un poco más y nos sentamos en el sofá a charlar. Estuvimos bebiendo de nuevo. El que más hablaba era el feo. Estaba nervioso porque sabía que hoy era su turno para follarme y la ansiedad hacía mella en él. De modo y manera que sólo prestaba atención al “guapo” que me miraba con una mezcla de vergüenza y deseo. En el fondo me daba pena pero estaba decidida. Me puse al lado del feo y le toqué la pierna. Esa mera señal le sirvió para que se lanzara sobre mí. Empezó a besarme el cuello pero yo le paré.
- Nada de besos. Eso no me excita ahora.
Entonces se limitó a sobarme el cuerpo, sobre todo las nalgas. Las pellizcaba y las mordía. Yo no dejaba de mirar al guapo que me miraba alucinado. Estaba disfrutando viéndole sufrir. Enseguida adquirí la postura del día anterior: me puse de rodillas sobre el sofá y bajé mis pantalones y mis bragas. Miré al guapo y le dije:
- Tú aquí delante. Mirando.
Así se puso. Yo sobre el sofá y el de pie enfrente de mí. El feo cogió la crema y empezó a embadurnarme el ano. Me encantaba notar la cremita y sus dedos en mi culo. Como ya iba siendo una “experta” empecé a contraerlo y dilatarlo por mí misma. Como si de una boca se tratase. Y de eso se trataba. Aquel chico que tenía delante había abierto una pequeña boca en mi trasero. Una boquita pequeña y viciosa que deseaba ser llenada a toda costa. De manera ansiosa. Entonces eché mis brazos alrededor de la cintura del guapo (estoy segura de que si lee esto ahora lo recordará muy bien. Espero que no lo lea) y me agarré fuerte. El feo comenzó a meneársela. El sonido, como ya he dicho, me repugna. Pero me excitaba saber qué poco quedaba para ser sodomizada por segunda vez en mi vida. Fijé mis ojos en los del guapo. Parecía triste. El feo seguía masturbándose. Le oía respirar torpemente y eso me excitaba bastante. Ya por fin puso su glande a la entrada de mi ano y empezó a empujar. Aún dolía. Pero esta vez la dejé entrar más fácilmente. Primero porque ya tenía el culo bastante más abierto que hacía dos días y segundo porque empezaba a tener control sobre mis músculos anales y podía abrir mi esfínter a voluntad. La metió hasta la mitad. Qué rico. Mordí el vientre del guapo que asistía a mi sodomización incrédulo. Distinguía perfectamente su sudor y supongo que su erección era notable pero no quería darle el gustazo de comprobarlo. Me encantaba mirarle a los ojos mientras su amigo me daba por culo. Me hizo sentir un poco sucia, un poco zorra. Pero le castigaba y eso sí me gustaba. Así estuvo follándome el feo unos cinco minutos. Entonces me preguntó:
-¿Preparada?
Me asusté. Me la iba a meter del todo y me dolería. Miré al guapo y ahora tenía una sonrisa un poco cruel. Entonces me giré y le dije al feo que tenía su polla metida en mi culo.
-¿Tienes alguna enfermedad?
Se quedó alucinado y miró de reojo a su amigo.
-No... Claro que no.
-Entonces quítate el condón y métemela otra vez. Quiero que te corras en mi culo.
Tardó unos cinco segundos en reaccionar. Sacó su polla creando un extraño y desagradable vacío en mi culito. Entonces oí la goma cayendo al suelo y su polla entrando de nuevo. Miré al guapo. Estaba pasándolo muy mal. El feo la metió del todo en unos veinte segundos. Dolió, pero entró. Estaba gozando increíblemente. Notaba mis muslos empapados con mi propio jugo. Aquel chaval feo, desconocido, y menor que yo me estaba dando por culo con mucha más maña que su amigo. Me aferraba con fuerza al cuerpo del otro y a cada embestida jadeaba con fingido aire de derrota. Sabía que eso le dolía. El feo comenzó a acelerar. Estaba a punto de correrse. La fricción comenzó a dolerme pero me aguanté. Se corrió. Era muy agradable notar su leche calentita en mi culo. Cayó rendido sobre mi espalda. Empezó a sacarla y yo le gasté una bromita un poco perversa porque apreté mi ano alrededor de su pene y lanzó un pequeño quejido. La sacó despacito y se marchó. De nuevo mi ano sentía ese desagradable vacío. Estaba deseando que aquel otro chico lo llenara enseguida. Pero la venganza era mi objetivo esa noche. Le miré con maldad y me incorporé sobre mis rodillas. Llevé mi mano a mi ano. Metí un dedo y lo saqué empapado de semen. Se lo enseñé al guapo con una sonrisa malvada. Vencí mi asco y las náuseas y me lo metí en la boca, tragándomelo mientras le miraba. Venganza cumplida. Me vestí, me despedí y me marché. Al salir a la calle me sentí como una auténtica zorra, una depravada y la idea empezaba a gustarme mucho. Quizá a la mañana siguiente no iba a pensar lo mismo...