Habían pasado unos cuantos días desde mi último encuentro con el árabe en el que ejecuté mi venganza.
El tipo estuvo intentando localizarme a través del teléfono. Y ya que no le contestaba las llamadas se dedicó a escribirme desagradables mensajes sms. Por lo que me fue sencillo ignorarle.
Como aquella operación fue arriesgada quedé ligeramente tocada. El ano me estuvo doliendo unos cuantos días. Primero por alojar semejante polla (no conviene tener sexo anal con los árabes) y segundo porque aquella sacudida que dí con mis caderas para retorcerle el pene dentro de mi recto me supuso unos pequeños desgarros.
Por lo que mi recto estuvo sangrando unos cuantos días.
Y el tiempo que, debido a eso, conseguí permanecer ajena al sexo lo dediqué a pensar en mí misma. No sabía en qué me estaba convirtiendo.
Me veía (me veo aún, de hecho) como una enferma. No por que me gustara el ser sodomizada. Sino porque me obsesionaba. Deseaba, a todas horas, ser penetrada por el culo. Yo nunca había sido así. Sentía cierto asco por mí misma. Aquello no podía ser normal. Por más que leía sobre el tema. Que el sexo anal se ha practicado siempre. No conseguía saber cuál era el fallo conmigo.
Llevaba meses sin tocar mi clítoris. Y mi sexo femenino no tenía ya función alguna. Pues sólo se activaba cuando mi ano era acariciado, lamido o penetrado.
Y así pasaron las aburridas semanas esos extraños tiempos. Y un día pasó algo.
Llamaron a mi puerta. Al otro lado de la mirilla aparecía un hombre de unos cincuenta años. Alto, bien parecido, de cabellos grises.
Abrí:
- Hola. Soy tu vecino. Me llamo Lorenzo y vivo en el séptimo. Antes vivía en este piso.
En ese momento me entró el pánico. Me acordé del libro del Marqués de Sade que llegó a mi piso a nombre de ese señor. Pero yo no sabía que continuaba viviendo en el edificio.
- Ah ¿qué tal? Encantada.
El hombre pareció un poco avergonzado.
- Es que creo que han enviado un libro que pedí por correo a mi antiguo piso. ¿Te ha llegado algo?
Mi casa se puso como un tomate. Y él lo adivinó porque abrió los ojos como platos. Pero enseguida se dio cuenta de la situación.
-No... No me ha llegado nada.
Él no insistió más y se despidió muy educadamente. Yo corrí dentro de mi casa a refugiarme en el sillón.
Me sentí muy tonta. Pero poco a poco me excité pensando en mi vecino. Quien, como dije, no era espectacular pero sí bien parecido.
Cogí el libro de Sade y lo releí toda la noche. Me lo pasé my bien pero no me masturbé. Estaba harta de apaños a medias.
El día siguiente lo pasé de compras. Pensando en otras cosas muy distintas. Por fin me había relajado y olvidado mi obsesión. Aunque al llegar a casa sabía que esa noche sería distinta.
Me armé de valor y agarré el libro y subí al séptimo piso. Llamé a la puerta y puse el libro entre mis manos.
Me abrió Lorenzo. Quien, muy amable me invitó a pasar. Me disculpé por no haberle dicho la verdad.
- No sabía como decirle que lo había abierto.
- No pasa nada ¿lo has leído?
Asentí con la cabeza. Con cierta complicidad.
Me invitó a sentarme en su salón y sacó una botella de vino.
Al parecer había dejado el piso porque en el que estaba ahora pagaba menos renta. Según me dijo trabajaba en casa diseñando páginas web. Por lo visto ganaba un buen dinero sin moverse de casa. Lo cual me pareció una gran suerte.
Me empezaba a gustar su forma de hablar.
Yo estaba como un flan. En principio no quería que me follara. Sólo deseaba romper mi horrorosa soledad con un hombre que parecía muy amable e interesante.
Así que le dejé hacer. Fue un hombre encantador. Muy atento y gracioso. Entonces sacó el libro de Sade y repasó en voz alta los pasajes más calientes.
Y así, poco a poco, me fui calentado.
- ¿Has hecho alguna vez algo de esto?
- Pues....
Me había pillado. No sé si leyó en mi mente algo como: “sí, soy una sodomita gracias al marqués de Sade ¿Quiéres comprobarlo?”...
Pero desvié su atención.
- y ¿usted?
- Llámame de tú, por favor. Pues, alguna cosilla sí he puesto en práctica.
- ¿Cuál?- entró en aquel desigual juego con mucha paciencia.
Pues he atado y me he dejado atar las manos. He probado con mermeladas. Agua caliente. Saunas. Y he probado los más deliciosos culitos que nunca haya nadie imaginado.
Me puse azul. De pronto le deseé. Pero puse una absurda excusa y me marché a mi piso. Él se lo tomó con mucha deportividad y me dejó ir –sólo faltaría-
Pero aquella noche mi sueño se vio precedido de una masiva masturbación anal. En la que incluí un enema. Un lubricante dilatador y tres dedos que inmisericordemente me sodomizaron hasta que el sueño me venció...