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El amo de Silvia (Parte 4): Las mellizas

Pasó el tiempo, y conforme a eso nuestras vidas se acomodaban, disfrutábamos de los juegos, la dominación, ella era mi secretaria, yo su jefe, ella era mi esclava, yo su amo.



Silvia había aprendido a jugar el juego, había aprendido a sorprenderme, pero sin pasar ciertos límites, y poco a poco mi vida parecía encaminarse, mi esposa había aceptado que ya no éramos pareja y al tiempo, abogados mediante terminó cortando los pocos hilos que nos unían, mamá había aceptado que papá ya no estaba, y que yo no podía ocupar su lugar, y el trabajo, bueno, había cambiado el gobierno de turno y soplaban nuevos aires.



Pero algo empezó a cambiar, Silvia empezó con algunos problemas de salud, frecuentemente se encerraba en el baño y yo no sabía que sucedía, estaba rara, jugaba los juegos, es cierto, pero tenía un día de alegría y el siguiente de tristeza, y yo en mi torpeza masculina no podía darme cuenta, solo no disfrutaba, porque ella lo hacía por complacerme, y así no tenía gracia.



Y como ella nunca decía nada, tuve que darme cuenta con mis propios ojos, cuando su pancita comenzó a crecer, tuve la certeza que estaba embarazada, y tuve que abordar el tema…



Estaba de tres meses, y encima eran dos, mellizos…



Nos sentamos a hablar cara a cara, era la primera vez que ella se sentaba en mi despacho para hacer algo que no fuer aun juego, y era la primera vez que yo le servía a ella un café, solo la escuché, creo que por primera vez.



Me dijo que estaba en pareja, él era viajante, también dijo que su mamá generalmente la acompañaba en sus horas de soledad, que hacía un tiempo venían buscando ser padres, pero jamás sospecharon que serían dos…



Silvia seguía hablando con su habitual léxico cansino y monocorde, pero yo me fui perdiendo y me fui encerrando en mis pensamientos, me sentí una mierda de persona, comprendí que no sabía absolutamente nada de su vida, jamás me había interesado, jamás imaginé que tuviera esposo, y no me atreví a preguntar que decía el de las marcas que yo le dejaba en las nalgas, porque era obvio que las habría notado, era imposible no hacerlo, tampoco le pregunté que había dicho acerca de esa gargantilla negra ajustada a su cuello, donde brillaba la medalla con las iniciales SH, nada, nada de nada.



Medité mucho al respecto, y en los días que siguieron traté de cambiar mi conducta, en saber, en interiorizarme de su vida, pero no, soy un bastardo que no puede fingir cariño, asumí que lo único en común que tenía con esa joven eran los perversos juegos que jugábamos, y mi mayor placer era masturbarme una y otra vez.



Pero no podíamos seguir así, así que decidí terminar con todo, volví a llamarla para poner las cosas en su lugar, no teníamos futuro juntos, así que para que prolongar todos estos absurdos.



Ella me escuchó en profundo silencio, entonces me contestó con lágrimas en los ojos, me dijo que casualidades o no ella y su pareja ya estaba planificando un futuro en otra ciudad, con el tema de sus viajes había conocido un sitio maravilloso, poco poblado, de inmejorables paisajes, bosques, nieve, todo natural y autóctono, y que ella estaba entusiasmada con el proyecto, pero que solo necesitaba un tiempo más, calculaba un año, después del parto, y cuando los bebes estuvieran un poquito mas preparados, solo me pedía poder seguir trabajando, necesitaba el dinero, me sonó a súplica…



Los días siguieron su curso, se habían terminado los juegos, ella solo era secretaria, yo solo era jefe, y lo que jamás había pasado, comenzó a suceder, empecé a encariñarme con ella, al ver como su pancita crecía rápidamente, y recordé viejos tiempos, también dupliqué su sueldo, mi economía estaba saludable y era lo mínimo que podía hacer.



Ella se puso más bonita, su rostro engordó, tomó color y siempre tenía una sonrisa pintada en su cara, y los días pasaron volando, como agua entre los dedos…



En el octavo mes de embarazo nuestros días llegaban a su fin, era previsible, era lo acordado, el cuerpo de Silvia había cambiado, sus anchas caderas estaban mas anchas, pero su pancita, ahora era una panza enorme, las mellizas, porque ya sabía que eran dos niñas, la estaban matando, caminaba con dificultad, y siempre llevaba sus manos en la cintura, por detrás, como si fueran bastones apuntalando su pobre columna vertebral.



Esa mañana vino a despedirse, hacía calor, ya no sería mi secretaria, ya no usaría uniforme, llegó a media mañana, lucía un top crema que ocultaba sus ya crecidos pechos y un jean tipo canguro por el cual parecía escapar a ambos flancos su hermosa panza.



A pesar de la tristeza de la despedida, estaba radiante, llegó a mi escritorio, me saludó con un beso, la invité a sentarse, pero solo negó con la cabeza.



Traía una caja bajo el brazo, la puso sobre el escritorio y la empujó a mi lado, diciendo



Esto es tuyo…



Era la primera vez que no me trataba de ‘señor Heller’, y era la primera vez que me tuteaba, me sentí extraño, abrí la caja, estaba el enorme plug anal, el más grande, el último de la colección, un juguete que hacía tiempo habíamos dejado de lado, luego llevó las manos a su nuca y soltó la ajustada gargantilla que tanto tiempo había rodeado su cuello, para dejarla cerca de la misma caja.



Vino a mi lado, notando la regla sobre el escritorio, pasó la mano sobre ella, con una sonrisa en los labios y dijo



Si esta regla hablara…



Y volvió a acercarse, solo me dio un dulce beso en los labios, esos besos puros, solo labios contra labios, y volvió a hablar



Sabes… hay algo que no entiendo… siempre esperé que quisieras tener sexo conmigo, pero nunca lo intentaste…



Era la primera vez que las cosas estaban patas para arriba, era la primera vez que ella hablaba y yo solo escuchaba sin saber que decir, Silvia entonces dijo



Hacemos un último juego?



Abrió la caja y tomó el juguete, y cerró el diálogo con



Puedo necesitar esto…



Se retiró del despacho y me invitó a seguirla, fue sobre los sillones del otro lado, sobre los que tantas veces la había castigado, me pidió que me sentara al frente, en una silla, para que solo mirara.



Dejó las zapatillas a un lado, soltó el pantalón canguro y lo dejó caer al piso, luego por el top, sus pequeños pechos se veían inflamados, con venas marcadas, prontos a dar leche, por último, su bombacha, con esfuerzo, quedando totalmente desnuda ante mis ojos, con su vagina completamente depilada, me preguntó si me gustaba lo que veía.



Y como no iba a gustarme, su enorme panza era centro de mi mirada, una esfera enorme, sexi, perfecta, los sentimientos de maternidad, de dulzura de madre se mezclaban con su sexualidad de mujer, era una combinación perfecta, me quedé mudo ante tanta belleza, entonces preguntó



Y bien… tu última orden? Que quieres hacer?



Y esta vez, esta vez no sabía que hacer, no tenía órdenes para dar, así que me encogí de hombros, y le dije que ella hiciera lo que quisiera hacer….



Ella se acarició la enorme panza, estaba a contraluz por los rayos del sol que entraban por la ventana posterior, parecía una lombriz con una enorme pelota por delante, la piel de su vientre brillaba y me pareció lo mas erótico que pudiera ver, me pidió que la ayudara a acomodarse, puesto que el sobrepeso era un problema, lo hice, entonces me pidió algo, era la primera vez que me pedía algo…



Quiero que nos masturbemos juntos…



Y si mi mente estaba perturbada, ella no estaba mejor que yo…



Silvia estaba un poco de costado, descansando su panza de lado, empezó a acariciarse el rostro, y a tocarse los pechos, ensalivando sus dedos para jugar dulcemente con sus pezones, yo me senté al frente, bajé mis pantalones y empecé a masturbarme suavemente, mi verga estaba dura y moría en excitación…



Nuestras miradas de placer se cruzaban en forma pecaminosa, y cuando notaba que ella miraba mi verga era mas excitante aun, yo me llenaba los ojos con su figura, Silvia tomo el dildo enorme y empezó a escupirlo, luego lo llevo a su ano, y empezó a empujar, y volvió a escupir y volvió a empujar.



Estaba un tanto de costado, apoyada sobre su cadera derecha, y me encantó ver con la facilidad que su esfínter se fue abriendo para permitir el ingreso del intruso, hasta que pareció devorarlo para solo quedar la base circular por fuera.



El vientre de esa mujer era tan grande que le costaba tener acceso a su intimidad, sin embargo, se arregló para tocarse, aunque percibí que en su estado no podría lograr un orgasmo, pero yo sí, yo sí que me morí en placer y me sentí venir…



Me incorporé y fui sobre ella, y ella solo se quedó expectante, apunté mi verga en su vientre, y toda mi leche empezó a saltar sobre él, Silvia se mostró engolosinada con el inesperado regalo, y en segundos su enorme panza estaba empapada por mi viscoso líquido, el final perfecto de una historia perfecta.



Ella solo jugó con mi leche, esparciéndola por toda su panza, como si fuera una crema humectante, nos miramos, y le devolví el beso dulce que ella me había dado, solo labios contra labios, solo eso…



Solo quise que me dejara contemplarla una vez más, desnuda, con esa panza enorme y perfecta, algo que es tan único y reservado para una mujer…



Y ambos supimos en ese momento que era el final, ahora sí, ya no más juegos, nunca tuve sexo carnal con ella, nunca lo tendría…



Días después ella vino por última vez, a despedirse, a llevar las últimas cosas que le pertenecían, sentí nostalgia, debo reconocerlo, le obsequié un sobre repleto de dinero, era lo menos que podía hacer, ella se negó a aceptarlo, se ruborizó, pero yo le imploré que lo hiciera, si no era por ella, que fuera un obsequio para las bebas que llegarían pronto.



También había algo que quería que llevase consigo, la regla, tomé la regla y la acomodé entre sus cosas, nos reímos cómplices, solo nosotros sabíamos lo que eso significaba y ese sería nuestro secreto…



Me agradeció, nos besamos las mejillas y me regaló la última sonrisa, la acompañé a la puerta y la vi marcharse, llegó a un coche blanco que esperaba con el motor en marcha, dentro, un muchacho joven me saludó apenas inclinando su cabeza, seguramente era su hombre…



El tiempo ha pasado, cada tanto nos escribimos, en verdad es ella la que siempre me escribe, es feliz en su nuevo lugar, me envía fotos de los paisajes espectaculares, de su cabaña perdida entre montañas, de sus niñas, crecen rápido, lo cómico que ella un tanto por costumbre, empieza cada mail con el encabezado ‘Señor Heller’…



No hay mucho más por contar en esta historia, creo que puedo resumirla en dos personas locas con placeres comunes que el destino se empeñó en cruzar…



FIN


Datos del Relato
  • Categoría: Dominación
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