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Promediando mi cuarta década me encontraba en la peor situación de mi vida, el divorcio de mi esposa era devastador, peleas diarias, abogados, trámites…
Luego de un matrimonio de fantasías, plagado de engaños, mentiras e infidelidades, la que alguna vez había sido el amor de mi vida se había transformado en mi peor enemiga.
Lorena parecía empeñada en sacarme hasta el último centavo de mi vida, parecía dispuesta a destruirme, a humillarme, a verme revolcado en el fango.
Mis desfiles por tribunales eran moneda corriente, y no era solo por dinero, Lorena me pegaba donde más me dolía, el tema no solo era monetario, ella estaba decidida a separarme de nuestros hijos, como si no tuvieran padre, les llenaba la cabeza, y siempre tenía excusas para no cumplir con las visitas pactadas.
El trabajo no iba mejor, tener la representación local de una reconocida marca de implementos industriales no es tarea fácil, no era es solo firmar un papelito de representación, sino que exigen cupos mínimos de ventas, te hacen un balance mensual, y si no llegas al mínimo, hay dos caminos, o sale el dinero de tu bolsillo o ya no sos representante.
Y el país estaba difícil, no se vendía un clavo, y solo prolongaba la agonía, solo hacía un pozo para tapar otro pozo…
Y para completar la situación, mi padre había fallecido, mi madre había entrado en un pozo depresivo y yo era su único sostén, mi hermana mayor vivía en Europa y poco podía hacer a la distancia.
Mi madre se había puesto en exceso demandante y me asfixiaba, hasta sentí una comodidad es su eterno papel de víctima.
La frutilla del postre, mi fiel secretaria de años me terminaba de presentar su renuncia ya que iba a iniciar un emprendimiento personal…
Estaba devastado, no me alcanzaban las horas del día para arreglar mis problemas, de hecho, por cada solución que encontraba me aparecían dos problemas nuevos…
Fue cuando recurrí a un amigo, él tenía una agencia de empleos temporarios, le dije que me enviara alguna chica jovencita, soltera, sin hijos, sin demasiadas pretensiones y con flexibilidad horaria, no podía pagar un gran sueldo y no podía complicarme con esposos ni con hijos…
Necesitaba alguien que pudiera un poco organizar mi agenda diaria, arreglar mis horarios, alertarme sobre qué cosa debía hacer cada día y si era necesario, hasta decirme que color de slip tenía que usar…
Esa mañana acudieron seis chicas, Silvia no era la más bonita, tampoco la más fea, pero me bastaron unas palabras para saber que era la indicada…
Tenía veinte años en ese momento, de rostro aniñado, mirada inocente que escondía tras unos grandes lentes de aumento, cabello corto a la nuca, es más, de nuca rapada, bastante alta, noté que lucía un sostén armado para dar mejor imagen de sus pequeños pechos, y también que su camisa holgada intentaba disimular uno incipientes rollitos en su barriga, también un pantalón negro tradicional, con el que trataba de armonizar su exagerado trasero fuera de línea y sus marcadas caderas.
Noté a simple vista que esa chica tenía demasiados complejos con su propio cuerpo, y esa percepción aumentó cuando entablamos la primera charla.
La joven se notaba nerviosa, apretando inconscientemente los nudillos transpirados de sus manos, con la vista perdida en el suelo, con un tono de voz apenas audible.
Capté que ella era lo que necesitaba, una chica insegura de sí misma, dócil, sumisa, alguien a quien doblegar con facilidad, alguien que no se transformara en otro problema.
Silvia empezó a trabajar conmigo en la pequeña oficina, y discretamente perdía mi tiempo observándola, trabajaba y organizaba mis cosas con la precisión de un relojito suizo, y era admirable su dedicación, ni mencionar su excesivo respeto, jamás me miraba a los ojos, y jamás me llamaba por mi nombre, Rogelio, es más, jamás me tuteaba, siempre se dirigía a mi como señor Heller.
Y tanta sumisión de su parte, tan natural, tan de ella, solo hizo crecer dentro de mí un papel superior, como hombre mayor, como jefe, como todo…
Esa mañana, estuve una hora observándola, di el primer paso, hice una llamada telefónica, y luego la hice venir a mi oficina para decirle al tiempo que le daba una tarjeta personal
Silvia, toma… ve esta tarjeta, quiero que vayas y le dices que yo te envié, yo ya hablé con ellos, tienen varios uniformes de secretaria que te sentarán muy bien, quiero darle mejor presentación a la oficina, si?
Ella tomó la tarjeta y asintió con la cabeza sin siquiera mirarme, volvió una hora después con un par de bolsas, pero debí esperar al día siguiente…
Fui temprano, ella llegó rato después, lucía el nuevo conjunto, como luciría cada día en adelante, camisa verde agua, con chaqueta verde oscuro, pollera negra ajustada a media pierna que le hacía un culo enorme, medias de nylon negra y zapatos tacos altos al mismo tono. La miré con detenimiento y ella se quedó petrificada ante mi indiscreta mirada, noté el nerviosismo en sus gestos, tirando insistentemente su pollera hacia abajo, como queriendo ocultar lo poco que enseñaba de sus muslos.
Le dije que estaba muy bonita, aunque en verdad solo sabía que había avanzado un casillero en el juego que sin querer estábamos jugando.
Ella pronto se acostumbró al nuevo uniforme y yo empecé a disfrutar poco a poco de sus curvas…
Meses después sucedería algo imprevisto, su primer error, por la noche me llamó mi ex esposa con severas recriminaciones, me insultó de arriba abajo, hacía tres días que tenía que haberle girado la mensualidad pactada y no había nada…
Ese, era trabajo de Silvia, y Silvia pagaría los platos rotos…
Al día siguiente la llamé a mi despacho, urgente… yo estaba sentado y ella parada al otro lado del escritorio, con sus dedos entrecruzados y la mirada perdida, levanté la voz y la increpé, ella no contestaba nada, sus labios estaban sellados, solo una lágrima rodo por sus mejillas, me incorporé y comencé a caminar en derredor, en círculos, pasando una y otra vez por sus espaldas, recriminando el error, pero ella nada, nada de nada, mi vista sin querer fue sobre mi escritorio y entre tantas cosas estaba una vieja regla de madera de cuarenta centímetros, y tomé la decisión, la sacudí con fuerzas un par de veces, haciendo sentir ese zumbido de la madera cortando el aire, y le dije
Comprenderás que debo castigarte, no es algo que me guste, pero esto no puede repetirse…
Silvia parecía una estatua, puse mi mano en su espalda y la empujé suavemente hacia adelante, hasta que sus brazos quedaron sobre el escritorio, encorvada de tal manera que su culote se hizo gigante sobre mi lado, estaba ten vulnerable…
Solo le di un fuerte reglazo en el culo, ella apretó los puños y no pudo contener un ‘ayyyy’ profundo que quedó flotando en el aire, a lo que recriminé
No te quejes, te lo mereces…
Probé suerte con un segundo golpe, ahora más fuerte, ella volvió a apretar los puños, pero mordió sus labios, y esta vez apenas escuché un ‘mmmm’ disimulado.
Y fue excitante, con seis fueron suficientes, seis reglazos para dejar seguramente su culo marcado, y para terminar con una loca erección entre mis piernas…
Terminado el castigo, la hice incorporar, ella notó mi bulto bajo el pantalón, pero no dijo nada, ella nunca decía nada…
Silvia era excelente en lo suyo, una perfecta computadora, hasta ese día, después de ese día, al poco tiempo ella cometió un nuevo error, lo que llevó a un nuevo castigo, y un tercero, y un cuarto, hasta que comprendí que ella era demasiado inteligente, y que sus errores no eran errores, ella lo hacía con intención, solo para disfrutar mi castigo.
Fui yo quien jugó la siguiente carta, tenía que asegurarme de no estar equivocado y estar sacando conclusiones equivocadas, así que decidí hacer algo diferente.
Esa mañana ella vino a mi despacho, una nueva falla implicaba un nuevo castigo, yo me mantuve pensativo, hice un poco de tiempo como meditando algo que ya había meditando previamente, le miré y le dije
Está bien Silvia, he sido duro contigo, y la verdad… todos cometemos errores, puedes volver a tu escritorio y no te equivoques la próxima…
Fue la primera vez que Silvia perdió su eje y su postura, esto no estaba en sus planes, me miró fijamente como nunca lo había hecho, y se inclinó sobre el escritorio sin que yo se lo pidiese, y me dijo en tono de reclamo
Pero señor Heller, no va a castigarme? Es que creo que merezco un castigo ejemplar…
Pero ese día su castigo sería que no habría castigo, y de hecho, fue su peor castigo, en lo que quedó de jornada se mostró molesta, irrisible, y pareció fuera de control, lo que provocó en mí una satisfactoria risa interior…
El jueguito de los azotes con la regla de madera había empezado a hacérseme un tanto costumbre, tenía que ir por algo diferente pero no sabía bien que…
Así que esa tarde, caminando por las calles de mi ciudad, de casualidad pasé por un sex shop un tanto oculto, y fue cuando lo relacioné con mi secretaria, seguramente ahí encontraría algo que me sería útil a futuro…
CONTINUARA
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