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Categoría: Lésbicos

EL ADIOS DE MI AMANTE

Quizás esta angustia que siento en estos momentos trae a mi memoria el día que te conocí en casa de Salome. Quizás porque fue breve, quizás porque fue único, quizás por dolerme tanta soledad, quizás porque te ame también. Y aunque jamás te volví a ver porque desapareciste para siempre de mi vida, a veces mis ojos se humedecen como ahora recordando…
“…Fue una velada íntima, con poca gente, es siempre más agradable que las fiestas tumultuosas. Esta prometía ser tranquila como para poder charlar sin levantar el tono de voz más de lo necesario.
La casa donde se celebraba el encuentro era muy grande. En la planta baja un enorme salón con chimenea, cocina, cuarto de baño y dos habitaciones que hacían funciones de sala de estar y biblioteca. En la planta alta varios dormitorios, cuartos de baño y una pequeña habitación con un gran ventanal en el techo, muy sugerente para observar estrellas o ver amanecer desde un cómodo sofá.

La dueña de aquella casa eras tú, una mujer extraordinariamente bella, morena, de cuerpo escultural, de senos grandes y perfectos, de pelo negro largo hasta los hombros. Mientras me servías una copa valoraba positivamente tu gusto sobrio en el vestir. Un traje de casaca gris oscuro con falda de tubo que alargaba aún más tus piernas rematadas con unos zapatos de altísimo tacón de aguja y enfundadas en medias de color humo. La melena brillaba con tonos azulados, suelta, casi agresiva, enmarcando una cara enigmática y seria. Pero cuando sonreías tus dientes blancos y uniformes iluminaban y transmitían una sensación de tranquilidad y relax.
Cuando los invitados se retiraron me invitaste a disfrutar de una charla a solas, mientras nos deleitábamos bebiendo algo.
Nos entendimos muy bien, charlando y apurando una botella de vino blanco. No estabas en absoluto nerviosa. Paladeabas el vino mirándome fijamente a los ojos, te recreabas en la situación y el momento, esperando tranquilamente a que yo tomara la iniciativa. ¡Me gustas mucho! susurraste consciente del atractivo que ejercías sobre mi, sentada enfrente mío con las piernas cruzadas, mostrando unos muslos finos y fuertes, dejando oscilar cadenciosamente uno de los zapatos, medio quitado, sujeto con la punta del pie en un gesto casual dejando ver tu entrepierna sin ninguna prenda..
.En ese pequeño y breve instante pude casi sentir un intercambio de energía, sutil, y morboso contigo. En ese momento me concentre para comunicarme desde tu centro, desde tu sexo, desde tu concha húmeda. Y lo que parecía imposible, absurdo, se produjo. En silencio sonreíste y dejaste la copa en la mesa junto al sofá. Te levantaste lentamente comenzando a desabrochar tu casaca, mirándome fijamente como diciendo, "voy a cumplir la orden que no has pronunciado pero que ha llegado a mí con toda claridad...". Mientras la tirabas sobre los almohadones del sofá. Siguió el mismo camino la camisa de seda y la falda de tubo. Te quitaste los zapatos y te acercaste a mí de puntillas, oscilando tus caderas hasta pararte delante.
Un aroma tenue llegaba desde tu cuerpo embriagando los sentidos, saltando las últimas barreras mentales, atrayendo, inclinando a la caricia y al contacto de las pieles. El cuerpo entero proclamaba con rotundidad una feminidad exótica y salvaje, magnífico como un junco, tremendamente sensual. La concha, depilada cuidadosamente, con un mohín vertical con inesperadamente gruesos labios. Tomaste mi mano y me condujiste hasta el dormitorio mientras seguías mirándome directamente a los ojos, brillantes de deseo, sin perder tu enigmática sonrisa. Agitaste levemente tu cabeza como sacudida por una corriente, mientras tus cabellos se desparramaban silenciosamente sobre tus hombros cayendo hacia delante ocultando brevemente tus senos. Fuiste tú quien comenzó a quitarme la ropa, colmándome de excitación.

En ese momento comprendí que con cada prenda que soltabas, caía una barrera más entre mis propios deseos y mis temores. La brecha entre mis sensaciones y prejuicios desaparecía. No hubo temor, no hubo vergüenzas. Libres, mis deseos y mis manos. Era yo tu amante, eras tú la mía y susurraste: "Házmelo”. No supe que contestarte, no lo sé... pero no me diste ninguna opción me abriste la túnica para posar un beso en mi pezón derecho. Lo primero que sentí fue un latigazo electrizante. Sin quererlo noté que mis pezones se endurecían. Qué sensación aquella tan extraña, era como sentir una caricia tan extraordinariamente suave, como si no existiera, y sin embargo tu legua seguía allí y empezaba a recorrer todo el pecho. Sentí en ese momento que mi respiración se entrecortaba, y aunque en ese momento solo era yo quien sentía esa sensación pude aun notar que tu mano se posaba en mi otro pecho para acariciarlo. Notaba la suavidad de tus manos y el roce de las uñas contra mi pezón. ¡Dios! que sensaciones estaba atravesando, mientras que mi cerebro estaba como narcotizado. ¡Te amo querida amiga! Susurraste suavemente en mis oídos, mientras con tus labios lamías de mis pechos con fruición el mejor de los néctares. Sentía la punta de tu lengua golpetear la punta erecta de mis pezones que combinabas con tus enloquecedoras succiones, como si con cada chupada quisieras comerme los senos. No sentía el tiempo pasar, sólo estaba atenta a tus besos, a tus caricias y a tus jadeos. Recuerdo perfectamente que en cierto momento crucé mis brazos alrededor de tu cuello y te di un beso en la boca con toda la pasión y deseo que pude. Tus labios armoniosos se hundieron en los míos en un beso femenino inolvidable. No hubo recodo que no explorara, nuestras lenguas se entrecruzaban y se lamían mutuamente, mordisqueaba tus labios y tú los míos. Fue un beso largo y profundo, apasionado, un beso de entrega. Imaginando que tu boca era tu vagina, quise comérmela y lamerla ahí mismo. Yo muy pegadita a ti, presionando mis senos contra los tuyos; tú devolviéndome el beso mientras con tus manos acariciabas mis nalgas, con una caricia atrevida y retadora, ¿cómo olvidar que mientras nos besábamos tú con tus dedos me adelantabas el placer en pleno sexo? Suave, mojada, excitada, abrí las piernas para facilitar tu entrada. Allí tu dedo medio se deslizó sin obstáculos, lentamente y con deseos desatados. Luego fue tu palma completa, atrapando toda mi vulva. Quise gritar de placer, sólo pude restregar mi pubis mojado contra tus muslos por mis flujos sin que pudiera remediarlo ni desearlo y seguir disfrutando de tus locos besos.
Mi boca se abría para tomar aire y sentía un torrente de placer que recorría nuevamente todo el cuerpo, desde mi cabeza hasta los pies. Ahora era tu lengua la que penetraba en mi boca buscando la respuesta de la mía que no se hizo esperar. Abrazadas las dos gozábamos con el calor de los mismos. Aquél cuerpo y aquéllos pechos que tan sensuales me parecían, provocaban en mi cuerpo oleadas de placer mientras tu boca en mi boca, tus pechos en los míos y tu sexo se fundían en uno solo.
Te tomé por los hombros acariciándote, mientras nuestros cuerpos se movían al unísono. Notaba tu respiración acelerada como la mía y los gritos de placer de las dos resonaban entre las paredes del cuarto. Los últimos rayos del sol de la tarde se filtraban por la ventana y el viento mecía suavemente las cortinas. Era un momento mágico, único, eterno.
Me miraste a los ojos y musitaste ¡Me estas destrozando de placer!
¡Y yo te amo como no creía poder amar a alguien! Suspire acariciando tus cabellos mientras mordía tus labios y tu arañabas mi espalda anunciando la explosión conjunta de un orgasmo como jamás sentido. Mis brazos apretaban tu culo hasta el límite para poder prolongar el contacto lo máximo posible. En un movimiento apasionado quedamos de costado, frente a frente. Así, con timidez deslicé mi mano hasta tu sexo de escaso vello. Tus gemidos me hacían delirar, con delicadeza empecé a introducir mis manos en tu vagina húmeda. Estaba tan mojada que los flujos se escurrían entre tus piernas. Casi con incredulidad deposité mi lengua sobre tus senos, te estremeciste con un suspiro y comenzaste a moverte suavemente debajo de mi boca curiosa y ávida. Recorrí tus pechos y jugué con tus pezones entre mis dientes. Hundías tus manos en mis cabellos lacios, mientras balanceabas el cuerpo para disfrutar y hacer más intensa las caricias de mi boca. Luego metiste uno de mis pezones en tu boca y comenzaste acariciarlo con la lengua. “Tienes unos pezones hermosos” me decías entre jadeos, mientras te montabas encima mío y ponías a disposición de mi boca la única vía de exploración que nos permitía nuestra nula experiencia en las artes amatorias de dos mujeres “Como te deseo” ¡Ámame, por favor Ámame! casi le gritaba enloquecida de pasión. Casi al mismo tiempo tus dedos largos, hermosos, exploraron el interior de mi sexo con tanta familiaridad como si me tocara yo misma. Pronto empezamos a hundirlos una y otra vez mientras nos fundíamos en besos apasionados y húmedos. Localizaste mi clítoris y comenzaste a jugar con él, las dos nos tocamos mientras apretábamos nuestros cuerpos y los lamíamos con avidez. Volviste a montarte encima de mí y tus labios recorrieron mi cuello, bajaron por mis senos y se detuvieron en mi vientre buscando mi sexo. Me sorprendió tu voracidad y al mismo tiempo la delicadeza, separaste mis piernas y tu lengua penetró con curiosidad casi infantil en mi vulva lamiendo por todos lados con tu cabeza entre mis piernas, mientras yo tironeaba de tus cabellos, no podía más, el placer era irresistible, estaba a punto de explotar y acabar en un orgasmo, pero sabías qué hacer, empezaste a lamer mi clítoris jugando con él, dándole pequeños mordiscos e introduciendo tu lengua dentro, yo no podía más y entre gritos y gemidos acabe; mi cuerpo se tensó y tu seguiste lamiendo mientras tu boca se llenaba de mis jugos, era lo mejor que me había pasado en mi vida, era fantástico. Mas no paraste y seguiste lamiendo y bebiendo mis flujos, metías tu lengua, recorrías toda mi concha hasta llegar a mi ano, al cual besabas e introducías la lengua como una serpiente dejándome otra vez al borde del orgasmo. Un calor increíble recorrió mi cuerpo al introducirme el primer dedo, lo movías de forma circular y mi ano se acomodaba a tu dedo, luego metiste otro y empezó un movimiento de mete y saca que me hizo acabar otra vez pero más intenso que el anterior
. Entre gemidos de placer y un ronroneo de gata en celo, tensé mi cuerpo y quedé exhausta por el placer recibido.
Recostada en los almohadones de la cama miraba tu abundante cabellera lacia que caía sobre una parte del rostro – te observaba embelezada- mientras tratabas dulce y graciosamente de apartarlos.
Mis ojos admiraban tus senos, redondos, grandes y hermosos que me excitaban nuevamente. Tus caderas, perfectas y bien contorneadas, tu sexo sombreado por un vello suave humedecido de deseo y tus piernas, poderosas y tersas. El encanto hecho mujer.
Te recostaste en la cama y me deslice hasta sentir tu respiración entrecortada y contemple tus bellísimos ojos, besé palmo a palmo tu cuello, tu barbilla, tus nalgas, tu ombligo, tus tetas divinas, que de excitadas me apuntaban erectas de pasión. No podía soltar tus pezones, sonrosados, duros, deliciosos, mientras con tu voz ronca y ahogada de éxtasis, me pedías que te besara más en la boca. Lo hicimos, nos besamos nuevamente como dos locas desatadas y hambrientas, sintiendo la humedad viscosa de nuestras vaginas rodar por nuestros muslos. Sintiendo el roce excitante de nuestros pezones y disfrutando el apremiante palpitar de nuestros clítoris en acción. El olor a hembra en celo me enloquecía. Abriste tus piernas para mí dejando libre el camino hacia tu gruta con mi lengua hambrienta, lamí el néctar que se derramaba caliente y denso, servido en copa de oro sólo para mí, y tú, mi dulce amante, presionando tus pechos con desesperación, me suplicabas que te lo hiciera más y más. Qué estupenda sensación penetrar con mi lengua tu tibia vagina resbalosa y fragante, sentir la tensión de tu clítoris, mojado por mis besos y lamerte con frenesí. Un gritito ahogado, tu mano aferrando mis cabellos y tu sexo abierto al máximo, me indicaron que mi ladrona lengua robaba tu primer orgasmo con una mujer. Qué espectáculo ver tu vagina contraerse y relajarse de placer, ver el crecimiento máximo de tu botón de pasión, rojo y resbaloso de embriagantes fluidos. Me incliné para seguir bebiendo de esa fuente de placer, hasta la última gota, hasta el último espasmo. Demás está decir que me devolviste el mismo gozo con tu boca.
Al amanecer, llenas de pasión, por haber repetido varias veces el ritual del erotismo entre mujeres nos levantamos y cada una se dio una ducha.
No hubo promesas, no hubo nada. Solo recuerdo mientras te besaba dulcemente aquella canción que aun hoy perdura en mi recuerdo “Buenos días tristeza””
Y en verdad es mi única compañera que con el correr de los años perdura en mi memoria.

MATEO COLON 05/05/05
Datos del Relato
  • Categoría: Lésbicos
  • Media: 5.7
  • Votos: 46
  • Envios: 3
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Andres Eloy
invitado-Andres Eloy 19-05-2005 00:00:00

Excelente relato Mateo. Vale un 10 por este. Llama la atencion los detalles que muestras en la descripcion de una relacion Lesbica, sobre todo cuando sabemos que el autor es Hombre

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