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Después de que me recupero del ligero mareo sufrido, me giro para mirar a Mauricio; ciertamente no amo a este hombre, pero lo quiero un montón, paso momentos deliciosos con él, todo sexo, y, a veces, sexo a lo bestia. Me hace ver las estrellas, gozo una barbaridad y reconozco que, el que me haya dejado follarle, me desagravia en cierto modo.
Paso mi mano por el vello que adorna sus tetillas, húmedo aún de su corrida y llevo los dedos a mi boca. No me canso de él y su olor y sabor a macho me subyugan.
-Mauricio, ¿tu quieres seguir follando conmigo?
-¿Cómo dices eso?, pues claro que quiero y a partir de ahora repartiremos, una vez me follas tu y a la siguiente te follo yo, es lo justo después de lo de hoy.
-Por eso no te preocupes, yo lo paso bien de todas las formas pero quería follarte y darte una lección, para que veas que no eres tú solamente el que sabes follar, bajarte los humos de machito que te gastas.
-Pues me la has dado de cojones, porque he disfrutado más, que cuando te meto la polla hasta que te sale por la garganta. - me río con ganas de su exageración aunque, a veces, me ha parecido que me ahogaba.
-Pues si quieres que sigamos follándonos el uno al otro, o lo que haga falta, tendrá que ser aquí. A partir de ahora, en mi casa, ni aparecer vas a hacer y me vas a entregar la llave que en su día te dejé.
-¿Por qué no puede ser en tu casa?, con lo bien que estamos allí.
-Porque a partir de ya, voy a tener inquilinos y familiares a mi cargo, o sea, la familia por un lado y los amantes que te dan por el culo, aunque sea bien dado, por otro, ¿entiendes lo que quiero decir?, ¿no?
-Anda, levántate y busca la llave que necesito, que de aquí no me voy sin ella.
Se levanta, va a un secreter y de un cajón saca la llave, la reconozco de lejos por el llavero que la porta y me la entrega, bueno, hace como que me la entrega, me la alarga.
-La llave a cambio de otro polvo. ¿Te hace?
-Venga, pero ahora me follas tú. – estoy la mar de contento, este hombre no se cansa y yo tampoco.
Se tumba a mi lado pero ahora preparado para hacer un sesenta y nueve, que ya ni recuerdo desde cuando no me la mama el chico. Su verga me sigue sabiendo riquísima, ahora mejor con el regusto de su corrida de hace un rato y, a él, parece que no le disgusta la mía porque chupa como un ternero que, parece que me la va a arrancar de cuajo.
Va a resultar que gracias a Eduardo, o a lo que ha provocado con su cambio de domicilio, he logrado domar a este macho, machote, reconvertido en putón, encantador de serpientes, que está aprendiendo a soplar la flauta mejor que el Flautista de Hamelín.
De verdad que es inconmensurable el placer que este macho provoca en mí, su barra de carne, cuando me la mete por la boca, traspasa mis amígdalas y, cuando me la mete por el culo, no me llega, pero casi. Ahora mismo, me da unas estocadas de muerte, la siento hurgar en lo más profundo de mí y grito de placer cuando, sin tocarme la polla, me vuelvo a correr como un loco, impulsando mi pelvis hacia arriba y metiéndome su verga hasta donde es imposible que llegue. Lo suyo tampoco parece baladí, ¡Dios!, como aprieta los riñones para meterse más y más, que no me preña porque lleva el condón puesto.
Ahora puedo degustar un poco de mi leche que recojo con la mano, me gusta más mi leche que la suya, ¿qué comerá?, la mía sabe dulce y la de él salada, va a terminar padeciendo de hipernatremia, pero bueno, ése no es mi problema.
-Alberto, somos dos máquinas del amor, nos hemos compenetrado a la perfección.
Habla mientras acaricia con ternura mi boca y va llevando poco a poco mi leche, que recoge de mi pecho, hasta ella.
¡Anda ya!, ahora se vuelve hasta dulzón y mariquita el tío, pienso si no me estará haciendo la rosca.
-Te equivocas Mauricio, somos, como mucho, dos máquinas de follar, ¡Hala!, bien engrasadas de momento, eso sí. - vuelvo a besar su boca, me cuesta abandonar el calor de su cuerpo y hubiera seguido follando por los siglos; mejor será dejarlo descansar, no soy el único al que proporciona satisfacciones.
Me limpio un poco en el baño, decido que ya me ducharé en mi casa, - ni se ha movido de la cama, debe sentirse tullido - le doy un beso y me despido; le hubiera arrancado la polla para llevármela de recuerdo, es guapo el condenado, como para perder la cabeza por él.
-Ya sabes, a partir de ahora, cuando queramos algo, me llamas por teléfono lo primero y sé discreto, no quiero que en mi casa se enteren de lo que puede haber entre tú y yo.
Al día siguiente voy a la Universidad y no me puedo concentrar en las clases, estoy pendiente del encuentro que voy a tener con Eduardo a la tarde, deseo saber qué decisión han tomado en su casa y, también, no sé el motivo, tenerlo conmigo. Se está convirtiendo en un apéndice de mi cuerpo del que no me puedo desprender.
El misterio se resuelve muy rápidamente; cuando llego a casa, Eduardo está en la acera esperándome, tiene una suave sonrisa en su cara que, conociéndole, puede significar tanto que sí como que no.
-Venga, desvélame el misterio, ¿qué han decidido tus padres?
-Que está bien, que sí, que puedo venirme a vivir a tu casa, contigo; - esto último lo dice mirándome muy fijo y en sus ojos hay una luminosidad que los embellece - pero… con una condición.
-Vamos a ver qué condición es la que ponen los esforzados papás de Eduardo.
-Ellos quieren pagar lo que cueste mi estancia contigo; ahora, en principio, tienen un poco de dinero ahorrado, lo destinaban para dar la entrada de una vivienda. Tú debes aceptar esa cantidad, y, cuando yo acabe mis estudios y trabaje, lo primero que haremos será reembolsarte lo que falte. Esa es la condición.
¡Leches! ¡Estos pobres!, son más orgullosos que los ricos, no me queda otra solución que aceptar la salomónica decisión, ya vería la forma de que no se cumpliera y reintegrarles su dinero.
Se van a quedar sin lo poco que tienen, que no les llegaba ni para pagar la entrada de una casa, y luego, Eduardo, se tendría que pasar años para devolverme el dinero restante, pues sí que era buena.
-Conforme, acepto las condiciones, estoy conforme con la propuesta.
Entonces el chaval mete mano en su camisa, y saca un sobre que me alarga.
-¿Qué es esto? - hice la pregunta sabiendo de antemano la respuesta.
-El dinero que tienen mis padres ahorrado, el primer pago de mi estancia.
Recojo el sobre y lo llevo conmigo. Mientras subimos en el ascensor, hasta que lo deposito encima de la mesa del salón, parece como si me quemara en las manos.
-¿Cuándo quieres realizar el cambio a tu nueva casa?
-Cuando tú quieras me vengo. - se le nota contento y nervioso.
-Entonces…, ¿a qué esperamos?, no vamos a estar pendientes de que en un mes termines todo lo que tienes pendiente, pide la cuenta en tu trabajo y a partir de mañana a estudiar, éste será tu trabajo, en exclusiva, desde ahora.
-Ya lo he hecho, me han dado la liquidación y estoy libre. - por su rostro pasa una ligera sombra de tristeza - Ya no te voy a poder hacer regalos de cumpleaños, no voy a ganar dinero pero, podemos arreglarlo; si quieres, te los hago y lo vas apuntando en la cuenta, cuando trabaje y tenga recursos te lo pagaré todo.
-¿Ahora te vas a preocupar por esas tonterías? Yo no necesito tus regalos, no necesitas hacérmelos.
-Ya sé que tú no necesitas que te regale nada pero, yo necesito hacerlo.
Me doy cuenta de que he metido la pezuña hasta el fondo, él necesita, de alguna forma, demostrarme su agradecimiento y yo se lo desprecio.
Empiezo a pensar que va a ser difícil convivir con una persona con esos principios, tan pura y tan honesta, es difícil vivir con personas así, en parte, porque están poniendo continuamente, delante de ti, la mierda que tú eres. Sinceramente, si mis padres se sentían orgullosos de mi, ¿qué pensarían si tuvieran un hijo como Eduardo?
Lo que pensé, en un principio, que iba a ser difícil, la convivencia, no lo fue tanto. Eduardo, además de ser como sabía que era, resultaba un compañero increíble, deseando ayudar en todo, siempre atento para lo que se le necesitara. Mamá comenzó a frecuentar mi casa, le hacía regalos, de forma que él no los viera como tales, ropa que decía había sido mía y la había arreglado para él, zapatos nuevos que yo no había estrenado en la vida. Ella buscaba sus tretas, una vez de conocerle, enseguida le encontró sus fallos, y la forma de embaucarlo y de que aceptara mejor la ayuda que se le brindaba.
Al año siguiente acabé mis estudios y papá, con la prontitud y la puntualidad de los ferrocarriles ingleses, -al menos, aquellos que había antes de que la Sra. Thatcher los regalara a, vaya usted a saber que amigotes-, me consiguió un trabajo, mi primer trabajo.
Papá no me retiró su aportación a pesar de estar ya trabajando, dijo que ellos no necesitaban ese dinero y que a nosotros nos venía mejor.
Hablaban en plural, como si en lugar de tener un hijo tuvieran dos; cuando les presenté a Eduardo, un día que mamá nos invitó a comer, y lo empezaron a conocer, se enamoraron perdidamente de él, era imposible no quererle y, cuanto más le conocían, más profundo era ese cariño.
A veces fallaba la confianza, en algunos aspectos. Además, Eduardo, aparte de conmigo, con los demás era y se mostraba muy tímido y guardaba celosamente su intimidad. No le importaba andar totalmente desnudo por la casa, no haciendo exhibicionismo que no va con él, sucedía cuando salía del cuarto de baño a buscar algo, y era frecuente verle en slip; bueno, era fácil que yo le viera, fue así desde el primer día.
Un día llegó mamá y él estaba en el salón en slip, estudiando, había montado allí su despacho para un trabajo que tenía que hacer y llevaba varios días moviendo papeles, dejándolos en montoncitos por todas partes. Cuando entró mamá, ella se lo tomó como la cosa más natural y él, en cambio, salió corriendo del salón hacia su habitación.
-Pero muchacho, que no pasa nada, a mi edad y con dos hombres en casa, he visto de todo, hijo.
No volvió a reaparecer hasta que no estuvo vestido, casi con corbata.
-Perdone señora, no sabía que iba usted a venir; no volverá a ocurrir, se lo prometo.
-No pasa nada, hijo, mis ojos han visto mucho, fíjate que dos hombres tengo yo; no tienes que preocuparte, estás en tu casa y vas vestido o desnudo, como prefieras, que ahora soy yo la invitada o la entrometida.
A veces pasaban cosas de esas, pequeñeces sin importancia pero, raras, que no te explicabas. Empezaron a llegar algunos amigos suyos, mejor dicho, compañeros de estudios. En ocasiones estudiaban en el salón y otras en su habitación, a donde mamá, había encargado traer mi escritorio de su casa.
Todos los años le invitábamos, yo o mis padres para pasar algunos días de vacaciones con ellos y en eso estuvo tajante, declinando las invitaciones una y otra vez. Estaban sus padres y era con ellos con los que debía estar. No se le podía poner pegas a nada, todo lo hacía correctamente y hacía lo que debía.
Algunos de sus compañeros eran realmente guapos, un día mi curiosidad me pudo y empezamos una conversación que, igual hubiera sido mejor que no se hubiera producido.
-¿Eduardo, tu sabes que yo soy gay?
-Sí, lo sé. - mantiene su sonrisa amable, que le ilumina el rostro.
-¿Cómo te has llegado a dar cuenta de ello?, ¿tan obvio soy? - él hace un gesto negativo con su cabeza.
-No…, no es eso, tienes que darte cuenta de que llevamos mucho tiempo juntos y ya, más de dos años, viviendo en la misma casa, en ese tiempo tengo que haberme dado cuenta de cosas, de que no tienes novia, de que tienes amigos que a veces te vienen a buscar y quedas con ellos en la calle, nunca los traes a casa, como si tuvieras miedo de presentármelos. Sí…, sé que eres gay.
Se queda callado un momento, centrado en sus pensamientos y con el ceño fruncido.
-También te voy a hacer yo una pregunta a ti, ¿si me lo permites? - le asentí con un gesto de mi cabeza.
-¿Y yo?, ¿tú qué crees que soy yo? - me quedo dubitativo.
-No lo sé, no podría decirte, tampoco a ti te conozco una novia y no conozco a tus amigos, sé de éstos que traes a casa, que son compañeros de estudios, me imagino. No…, no sabría decir lo que eres tú.
-Pues yo también, igual que tú, soy gay.
-¡Leches!, entonces…, ¿te gustan los tíos?
-Primero te tengo que decir que tu ya tenías pistas para saber lo que soy, el día que nos conocimos te comenté que, cuando te atabas el cordón de tu zapato, me gusto el culo que tenías. A tu pregunta te he de decir que no, no me gustan los tíos, me gusta un tío, solo un tío, como tú dices. Yo lo veo como un hombre, un hombre maravilloso.
-¿Nunca has tenido relaciones con nadie?, a relaciones sexuales me refiero.
-Nunca, con nadie. - me río realmente intrigado.
-Pero Eduardo, tú eres guapo, tienes que tener muchos chicos que querrían estar contigo, seguro que alguno de los que traes aquí a estudiar te habrá dicho algo.
-Sí, decirme cosas sí, pero nada más, ya saben que conmigo no tienen nada que hacer.
-Igual te molesta este interrogatorio que te estoy haciendo, me puede la curiosidad. ¿Cómo espantas a los que llegan hasta aquí?, ¿a casa?, trabajando tan cercanos y muchas veces estando solos.
-Les digo que tú eres mi novio. - abro la boca que bien podría haberme entrado un avión.
-¡¿Qué me dices?!, ¿les dices que yo soy tu novio y se acabó?
-Sí, eso les digo pero, si te molesta, me desdeciré, les diré que les mentí y no pasa nada.
-No…, no, puedes decirles que soy tu novio, no me importa.
Me quedo sin habla y perplejo por lo que voy descubriendo.
-Ya puedes perdonar que te haya hecho todas estas preguntas, soy un poco curioso.
-Lo extraño, Alberto, es que no me lo hayas preguntado hace tiempo, ya que tú, por ti mismo, no sueles darte cuenta de lo que tienes a tu alrededor.
En el transcurso del primer año que estuvo Eduardo conmigo, en mi casa quiero decir, murió mi abuelo, el padre de papá y creo que al pobre hombre le cayeron varios años encima de sus espaldas. Todos sus bienes me los dejó en herencia a mí, su único nieto; él es el que lleva esos asuntos de dinero y la familia. No se molestó y le pareció la cosa más natural del mundo.
Mis relaciones con Mauricio habían decaído bastante; lo sentí, realmente me di cuenta del aprecio que sentía por él, que no era como creía, todo sexo y nuestros encuentros se habían espaciado; el gran macho no podía atender a la casi media docena de imbéciles que pululábamos a su alrededor pero, cuando conseguía mi turno, me lo pasaba pipa, había probado con otros, para ser sinceros, varios de los que ni me quiero acordar. No le llegaban a Mauricio ni a la suela de sus zapatos. Estuve liado con un profesor de Universidad, de más de cincuenta años, que duró lo que un caramelo a la puerta de un colegio. Jodía de maravilla, a pesar de sus años tenía un cuerpo de envidiar, sabía hacer el amor con maestría y también conseguía llevarme a la locura del placer; me cuidaba, decía que mi juventud era el último regalo que le haría la vida pero, jodía muy poco y se cansaba enseguida. Unos meses de locura, donde no paraba y me buscaba todos los días, y luego se acabó. También con un joven empleado de la empresa, tenía novia y solo quería probar, le gustó, le encantó y le gustaba que le diera más que dar; en el tiempo que estuve con él, no había día que no me lo follara, en un lugar o en otro, y duró también unos meses, además lo hacíamos en lugares inadecuados y hoteles. Se acabó.
Esporádicamente caía alguno, de alguna forma tenía facilidad para atraerles, como la miel a las moscas diría más bien. Otras preocupaciones, sin embargo, empezaban a torturar mi cabeza y a quitarme el sueño.
Ahora estaba empezando a preocuparme la conversación que mantuve con Eduardo hace más de dos años, cuando me dijo que no le gustaban los tíos, que le gustaba un tío, un hombre maravilloso. Empezaba a darle vueltas y vueltas de a quién se referiría, quien sería ese tío al que le había tocado la lotería. La suerte de que un hombre como Eduardo se hubiera enamorado de él.
Prácticamente se convirtió en una obsesión, mi obsesión. Cuando estaba en casa vigilaba para ver si pudiera ser alguno de los chavales que iban a estudiar con él. No conseguía descifrar el misterio. Podría haberle preguntado pero, ya le hice, en aquella ocasión, bastantes preguntas que no tenía obligación de contestar.
Se acercaba el momento en que terminaría su carrera, sin un fallo, sin cumplir veintitrés años iba a finalizar sus estudios y con resultados excelentes.
Otro problema que se me venía encima, ¿qué iba pasar ahora?, ¿qué sucedería cuando acabara los estudios?, ¿querría continuar viviendo conmigo? Me iba a resultar muy difícil vivir sin él, también a mis padres les iba a suponer un duro golpe. Me pareció que empezábamos a estar un poco raros, todos nosotros.
Ese año había tenido que estar fuera, por causas de mi trabajo, mucho tiempo, a veces hasta un mes sin venir a casa. ¿Extrañaba mi casa?, realmente extrañaba a Eduardo, le echaba de menos terriblemente y llegué a pensar en qué sería de mi cuando se fuera a vivir por su cuenta o con ese hombre, el que le gustaba, el único hombre que le gustaba y que era maravilloso, según él.
Eduardo, en estos años, cinco viviendo conmigo, siete desde que lo conocí en el bazar del chino, había cambiado, ya no tenía el pelo hasta los hombros, lo llevaba largo pero no tanto, había engordado, aquellas piernitas de cigüeña, tan zancudo que era, cambiaron, ahora tenía una piernas fuertes y musculosas. Seguíamos corriendo, muchos días, a las mañanas o a las tardes, cuando teníamos tiempo libre. Su culito, que rocé aquel día entre los anaqueles del bazar, era otro culo, tan bonito como aquel pero más hecho, su cara seguía siendo de niño bueno con barba, que ahora afeitaba casi todos los días, y sus ojos marrones empezaban a enamorarme, o igual llevaba mucho tiempo enamorado y sin saberlo ver. Era ahora, cuando lo probable es que le perdiera, cuando me daba cuenta, tarde y mal.
Sí, sí, me daba cuenta de que poco a poco iba sucumbiendo a los encantos de mi niño, de, en lo que ahora, se había convertido mi niño, un hombre que hacía levantar la vista a muchas chicas y a alguno que otro chico, entre ellos, al imbécil presente.
Siete años para darme cuenta de que lo quería, de que lo amaba, la primera vez en mi vida que puedo decir que amaba a un hombre, antes eran las vergas o los culos los que buscaba, pasar el rato y hasta luego, veinte habían pasado por mi culo y por mi polla y ahora, justo ahora, me enamoraba, de la peor manera posible, del hombre que me había confesado, indirectamente, que ya tenía ocupado su corazón, ¡mierda!
Igual es castigo o justicia, yo que sé, ¡qué pena!, en nuestra ceguera siempre estamos persiguiendo quimeras, en mi caso las quimeras eran vergas, tíos dispuestos a darme leña y no me daba cuenta del ángel milagroso que tenía al alcance de la mano. Cuando quiero darme cuenta ya no hay remedio, he perdido el tren.
Empiezo a estar cabizbajo y taciturno y a veces a dar malas contestaciones a quienes menos debía darlas, Eduardo y mis padres eran las víctimas; como siempre, los más cercanos. Faltaba un mes para que acabara su carrera, ya le habían ofrecido un puesto de trabajo para cuando terminara, los oficios de papá, que tenía que proteger también a su hijo adoptado, al que parecía que quería más que al de sangre.
Pues bien, ese día, que además estaba de un irascible subido de tono, después de la carrera y soltar un par de malas contestaciones a Eduardo, de esas puñeteras que duelen en el alma y dejan el corazón maltrecho, llegamos a casa, fui corriendo a la ducha y después me puse mi pijama y me senté a ver la tele.
Al cabo de un rato vino Eduardo, era extraño, siempre tenía cosas que hacer, si hasta, a veces, le tenía que vestir yo para ir a correr, porque no quería dejar los libros.
Tomó asiento a mi lado, bajó el volumen del sonido y se quedó en silencio, observándome, con una tristeza que me mataba.
-Mira Alberto, creo que debo marcharme, podría decirte que, nuestro contrato fue que estaría aquí, contigo, hasta el día que finalizara mis estudios y encontrara un trabajo que me permitiera vivir, si no son las palabras textuales, el sentido fue este que te digo. Podría decirte que, el contrato que suscribimos de palabra, no se ha cumplido pero veo que, por alguna razón que desconozco, no quieres que siga más a tu lado y no me importará marchar, quiero que seas feliz y si mi presencia es lo que impide que lo seas, soy yo el que rompe el contrato.
Coloca suavemente su mano en mi rodilla, le tiembla convulsa, me aprieta con cariño en la pierna.
-Perdóname, Alberto, debí haberme dado cuenta antes, mañana me marcho.
Se levantó del asiento, encaminándose a su habitación. Quise gritarle que no era cierto, más bien al revés, todo lo contrario. Las palabras, como siempre, no salieron de mi garganta, las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos incontenibles y amargas. Apago el aparato y la luz y me dirijo a mi cuarto. No sé el tiempo que lloro, pudieron ser horas. Me siento perdido. Tengo sed y me levanto a por un vaso de agua a la cocina. Voy avanzando por la oscuridad del pasillo, debajo de la puerta de su cuarto se ve una línea de luz. Pienso que tampoco él puede conciliar el sueño. Bebo mi agua y, de vuelta, hacia mi cuarto, puedo escuchar sus sollozos. Todo por mi culpa, yo soy el culpable de que esté sufriendo; sujeto la manilla de la puerta, no está colocado el seguro y la puerta se abre. Cuando oye abrirse la puerta levanta la cara, la tiene arrasada en lágrimas y desde allí puedo ver sus ojos rojos. Me acerco a su cama y tomo asiento en el borde.
-No tienes que marcharte Eduardo, el contrato sigue en vigor, puedes quedarte y cuando se cumpla, que yo no me acordaba de eso, fue un decir de aquel momento, pues, si cuando se cumpla deseas continuar aquí, conmigo, aguantándome, por mi puedes quedarte toda la vida; es más, desearía que no te marcharas nunca, entiendo que, claro, si estás enamorado, que te quieras marchar, pero no quiero que sea por otro motivo, te quiero mucho para desear que te vayas... Me he dejado caer en la cama y reposo a su lado, es la primera vez que esto sucede. Eduardo pasa su brazo por mi pecho y me lleva hacia él.
-¿Quién te ha dicho que yo me quiera marchar porque estoy enamorado?, ¿quién?
Aprieta mi brazo y llora contra él.
-Yo, yo he supuesto que ahora que vas a terminar tus estudios y vas ponerte a trabajar, cómo me dijiste un día que había un hombre maravilloso que te interesaba, pues que ya puede haber llegado el momento, no lo sé, conjeturas mías.
-Eres tonto, eres un tonto y un estúpido, siempre imaginando cosas y no sabes ver nada de lo que tienes a tu lado. ¡Es a ti!, ¡entérate ya!, ¡tú eres el tipo ése!, el hombre maravilloso que me interesa, un tipo tonto y creído del que me enamoré perdidamente hace siete años.
Me ha dejado helado, sin poder reaccionar y poco a poco voy asimilando todo lo que ha dicho, soy yo el tipo aquel y está enamorado de mí desde hace siete años.
Me vuelvo hacía él y sujeto su lloroso rostro entre mi manos.
-¿Has dicho que me amas, a mí? - Eduardo no habla, sólo hace un gesto afirmativo con su cabeza.
Elevo suavemente su cara hacia la mía, tengo la vista perdida en sus temblorosos labios, rojos ahora como la grana y los beso con ternura, aspirando las lágrimas que llegan incontenidas hasta el remanso de su boca. Pasa sus brazos por mi cuello me aplastan contra él y abre su boca para tomar aire, aprovecho para tocar la punta de su lengua con la mía y nuestros cuerpos sufren como una descarga eléctrica.
-Te amo, te amo, tonto, siempre, siempre te he amado. Alberto, bésame otra vez, no me dejes de besar, por favor, te necesito tanto.
-Nunca me dijiste que me amabas. – le digo con ternura.
-Nunca me lo preguntaste, a quién iba amar si solo te sentía a ti y mis ojos solo te veían a ti, desde que, por poco te caes al pisar el cordón suelto de tu zapato y me enseñaste la redondez de tu culo. ¿Cómo te lo iba a decir?, te reirías de mí, tú, tan guapo, con tantos hombres, siempre buscándote, persiguiéndote, pasando fuera de casa tantas noches, esperándote hasta caer desfallecido.
-Yo también te amo, desde hace un año me he ido dando cuenta de que no podía vivir sin ti, cuando iba a mis viajes y estaba fuera no hacía otra cosa más que pensar en ti, y ahora que se acercaba el momento de separarnos me volvía loco de dolor, de dolor y de celos por ese tío que ahora resulta que soy yo.
-Te amo, Eduardo y si tú me amas no nos vamos a separar nunca más, te compensaré por lo que has pasado.
Beso sus labios de nuevo y acaricio la suavidad de su pelo y sellamos de nuevo nuestro encuentro, uniendo nuestros labios y fundiendo nuestro aliento, ya no podré dejar de besar sus labios en mi vida, son tan cálidos y dulces que es imposible olvidarlos y despegarse de ellos.
Abrazados y besándonos nos vamos quedando dormidos, con nuestros corazones sosegados y nuestras almas fundidas en una sola.
A la mañana siguiente, cuando despierto, tengo en mis brazos a Eduardo, su rostro de niño luce una sonrisa feliz, no deseo despertarlo pero la tentación es tan fuerte que no puedo evitar llevar mis labios a los suyos para probar de su fragancia y calidez.
Abre los ojos, primero sorprendido y luego sonríe, una sonrisa que ilumina la mañana, que la hace maravillosa y diferente, pasa sus brazos por mi cuello para llevarme hacia él. Me dice quedo al oído.
-Tú tienes que ir a trabajar y yo ir a la Universidad, mi trabajo ahora, ¿recuerdas?, tenemos que dejar esto para la tarde. - antes de dejarlo, como él dice, arranca mi alma con un dulce y prolongado beso.
Esa mañana, ese día, debería haber sido pagado por mí a la empresa y no al revés o al menos serles devuelto el salario. No hago nada, nada en mi trabajo, únicamente pensar en Eduardo, cada momento del día es un constante recuerdo de él. Que le quería, que le amaba, que le iba a entregar mi vida, que nunca le engañaría y los, “ques”, se hicieron montañas. Casi no puedo comer, los compañeros me hablan y no los entiendo, creo que llegué a preocuparles, pero viendo la sonrisa de mi cara, piensan que no sería algo malo, cuando llevaba esas risas del alma que reflejaban mis labios.
El día me parece, a veces, un siglo y otras un segundo. Salgo del trabajo y, sin despedirme, arranco mi coche para llegar en otro siglo o segundo a mi casa, ahora sí, a nuestra casa.
Eduardo ha llegado y ya está vestido con la ropa de correr, con una sonrisa amplia que aplasto, contra mis labios deseosos.
-Creía que hoy no íbamos a correr, que haríamos otras cosas. - le digo, devolviéndole la sonrisa.
-Tenemos tiempo para todo, quiero que estés sano para tenerte toda una vida a mi lado. - me muerde el labio inferior - Venga, prepárate y vamos a correr un poco.
Trotamos, como todos los días, como si no hubiera pasado nada, que diferencia al día de ayer, hoy mi pecho se ensanchaba, respiraba el aire fresco y me parecía volar, flotar en el aire, él corre tres o cuatro pasos por delante de mí, a veces a la par, y le quiero y le admiro. Llegamos a la pérgola y los bancos. Como si fuera un imán, mi vista busca la casa de ladrillo rojo y piedra. El invernadero de cristal y lo más importante, lo que hay allí dentro, mis padres que tanto quiero. Con mi corazón les envío un mensaje, que los adoro, que ellos me perdonaron y ahora, al fin, me perdono yo.
Eduardo se queda mirándome, me sonríe y acaricia mi brazo.
-El primer día que vinimos me extrañó verte tan triste mirando la casa, hoy no veo aquella tristeza en tu mirada.
-Algún día te lo explicaré todo, dame tiempo, fueron cosas tan tristes e hice mucho daño, pero me perdonaron hace tiempo. Yo acabo de perdonarme. Venga, vamos de vuelta.
-Espera, espera Alberto, dame un beso, el que no me diste aquel día y que tanto deseaba.
Se cuelga de mi cuello y me besa queriendo atraparme y yo no me suelto. Sí, es posible que si hubiera hecho lo que él deseaba las cosas hubieran sido diferentes, pero ahora no están mal, sujeto con fuerza su cintura y lo atraigo con fuerza, para fundir nuestros sudores y sentir el sabor de nuestras bocas.
Se ducha en su baño y yo en el mío, tengo tentaciones de llamarlo para bañar su cuerpo y escurrir mis manos por él, para ver su desnudez que, por otro lado, aunque ya la había visto, ahora es diferente, mis ojos lo ven, mis sentidos lo sienten de otro modo.
Cuando salgo del baño, envuelto en una toalla, Eduardo, sonriente, estaba metido en mi cama. Tiemblo de emoción y me acerco muy despacio para embeberme la belleza de su cara, el rubor de sus mejillas, el rubí granadino de sus labios y las perlas que mostraban.
Retira la ropa de cama para ofrecerme el lugar que quería que ocupara, mis ojos se embriagan de su cuerpo, me tumbo a su lado, con un comportamiento extraño en mí, sin atreverme a tocarle, solo sentir el calor que desprende, tibio y atrayente, es él quien me sujeta del brazo para que me acerque, se gira y me obliga a que me gire y a que no pierda su mirada.
-¿No te gusto?, no dices nada.
-¿Que si me gustas?, me encantas, no dejaría de admirarte pero tú te tapas, te tapas todo. - coge con sus manos las mantas y las retira dejando nuestros cuerpos desnudos y al aire.
-¿Y ahora, qué me dices? - me sonríe picarón.
-Ahora, con tu permiso, te voy a comer a besos y a mordiscos. – ríe gozoso y se lanza entre mis brazos y estalla el mundo en colores, eclosionan los sentidos, nos empapamos el uno en el otro.
Beso con ardor su boca, lamo con pasión sus labios, acaricio cada rincón de su cuerpo, bebo el elixir sagrado de su saliva, que sabe divina, y desciendo con mi boca por el manjar de los dioses que se ofrece regalado.
Ahora que está excitado, tiene una polla de escándalo, para mí, está claro. Le miro a los ojos pidiendo permiso para tocarla, por vez primera voy a sentir su tibieza, su tacto aterciopelado, su rigidez absoluta. Según me voy acercando paso mi mano por su vientre, acariciándolo a mi paso; le tiemblan los abdominales, casi como si fuera un flan y así le sabe a mi lengua, a vainilla y a canela, a los sabores que me gustan. Gotea como una fuente y se escurre por su fuste, dulce esencia que huelo y saboreo con la punta de mi lengua y luego le lamo; él suspira agitado, y la atrapo con mi boca y da un gritito ahogado, introduzco lo que puedo y ahora es un, ¡ayyyyyy!, de profundísimo placer que no acabará en mucho rato.
-Alberto, quiero tenerte dentro de mí, por favor.
-Seguro, va a ser algo doloroso, igual es mejor dejarlo, para otro día.
-No, ha de ser hoy, llevo siete años esperando; deseo sentirte mío, dentro de mí, pertenecerte, no me hagas sufrir más.
-Espera. - voy al baño, a buscar una crema que ayude a hacerlo más llevadero y cojo un preservativo.
Sigue en la misma postura, con los ojos cerrados, las piernas muy abiertas, sus manos sobre su vientre temblorosas y respirando agitado.
-No sientas miedo, iré muy despacio y tú me avisas si quieres que pare, ¿de acuerdo?
Me dice que sí, sin hablar, con su cabeza, pero sonríe para animarme. Vuelvo a meterme su virilidad en la boca y vuelve a su placentero, ¡ayyy! Accedo con mis dedos a su entrada y noto que, por reflejo, se tensa y se cierra, lo acaricio con ternura con la yema de mis dedos y beso su vientre; poco a poco se relaja, aplico la crema y, en círculos la extiendo en su entrada, y aunque intento introducir mi dedo índice, no puedo, no me deja.
-Ponte en la cama de rodillas y apoya el cuerpo en tus manos.
Lo hace y me ofrece todo su trasero, es divino, maravilloso, y sus caderas, todo él tan armonioso; él está rojo de vergüenza por la postura tan expuesta, le comprendo pero necesito abrirle, de lo contrario no podré tomarle.
Su olor, su perfume me marea, beso sus redondas y prietas medias lunas y le muerdo con suavidad, lo nota y se queja con un suspiro, soplo con mi aliento los vellos que adornan su entrada y aplico mis labios y mi lengua a lamer todo el entorno y a jugar con el fruncido ojal, dándole piquitos cortos y se va abriendo, muy lento y goloso. Suspira, gime, mueve su culo y aprieta la punta de mi lengua que explora su interior y así sigo un rato, de su verga sale un manantial que está manchando las sábanas, formando un charco.
-Ya vale, ya vale, es suficiente, hazme tuyo ya. – quiero estar seguro, meto en su interior, mi dedo índice y juego dentro de él, añado el corazón y los abro para forzar la entrada y el anular. Creo que está preparado para recibirme dentro de él. Le pido que se coloque de espaldas y dispongo una almohada en su cintura, saco el condón y voy a enfundarlo.
-No, no por favor, no, sin eso, quiero que me llenes de ti, sentirte a ti.
Me excitan sobremanera sus palabras y tiro el condón a un lado, enfilo mi lanza que tiembla, tengo miedo de dañarlo, y la coloco a la entrada, el fruncido de su ojal se cierra y se abre como si estuviera angustiado esperando lo desconocido, temiéndolo y deseándolo a un tiempo, abre sus piernas a tope para ofrecérseme todo, para dejarme todo el espacio.
-Entra, entra ya. - me anima y empujo y la cabeza se abre paso, él abre la boca buscando aire, sus ojos me miran sorprendidos, asombrados con la boca muy abierta, sabe que tengo la cabeza dentro de él y empuja su cuerpo para que meta más y yo le obedezco, con suavidad, sin parar, veo su gesto de dolor, como abre su boca otra vez buscando aire y su respirar de angustia.
Intento retirarme pero él se eleva y sujeta mis caderas con sus manos.
-No, no, no, por favor, continúa, no te salgas, no me dejes, no me abandones.
Estoy todo dentro de él, disfrutando del calor de su interior, de su suavidad placentera, mirando como el rictus de dolor va cediendo su lugar, al de placer, cuando logra adaptarse a mi verga.
-¿Estás bien, Edu? - le miro y le hablo con un amor infinito.
-¡Gracias!, me has llamado Edu por primera vez, estoy en la gloria, te noto en mi interior, siento como palpitas, como tu corazón te riega, noto tu suavidad, tu calor que se funde con el mío, me posees y te poseo, somos uno. Muévete un poco.
Le obedezco, quiero ir lento, retardar el momento que es inminente, la tensión y el placer son grandísimos y no voy a poder contenerme mucho tiempo.
-¿Cómo vas, Edu? - él tiene su vista perdida en el vacío y recupera el enfoque para mirarme.
-Bien, muy bien, no te preocupes por mí, me va a venir ahora.
Vuelve a perderse su vista en espacios invisibles y tiembla su cuerpo en espasmos y chorros interminables escapan de la punta de su polla. La simiente de la vida, a veces transparente, a veces cremosa. Muerde sus labios con fuerza para no gritar, una gota de sangre se desliza por su barbilla. Ver ese espectáculo hace que yo también me vierta, que me hinque profundamente, y le regale mi semilla en espasmos incontrolables que hacen temblar mi cuerpo, estirándome hacía atrás para entrar lo más profundo que puedo, como un arco en el momento en que el tirador suelta la flecha en busca de su diana.
Le acaricio con ternura, sujeto su mano que acaricia mi pecho y la llevo a mi boca para besar sus dedos uno a uno y luego se los chupo, me giro hacia él.
-¿Qué te ha parecido Edu?
Vuelve su cabeza para mirarme, le sonríen sus labios, le sonríe su mirada, me envuelve en la ternura de su luz.
-Calla, calla un poquito, estate tranquilo, solo un poquito.
Fin
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