A mediados de enero me había incorporado a mi nuevo trabajo en Madrid. Proveché las Navidades para hacer el traslado desde Cáceres y ultimar la venta de mi apartamento allí, ya que no pensaba volver, por mal que me fuera en Madrid. Había alquilado un apartamento en un edificio con más de veinte viviendas por planta y diez plantas. Era como una colmena de pequeñas viviendas.
A mediados de marzo llevaba solo dos meses trabajando y ya me había hecho a mi nuevo trabajo, estaba encantado. Había salido un par de veces con una compañera y habíamos acabado follando en mi casa. Sabía que la cosa no iba a ir a más, porque ella esta felizmente casada, eso decía, y tiene dos hijas maravillosas. Vamos que para ella yo era un simple complemento sexual en su vida.
En esas fechas nos llegó la orden de confinarnos en casa a causa de COVID y empecé a trabajar desde casa sin problema, soy programador de sistemas y con tener un ordenador delante puedo trabajar desde cualquier sitio, siempre que tenga cobertura wifi.
La vida cambió para todo el mundo. Empezaron a confinar a los ciudadanos por barrios en función del número contagios y mi empresa, previniendo que nos confinaran decidió que todos los que pudiéramos trabajar desde casa, nos lleváramos los equipos y nos conectáramos al sistema central de la empresa. A finales de abril ya llevábamos un mes y medio todos confinados, solo se podía salir a comprar lo básico para alimentarnos y sin alejarte de tu domicilio.
Un día al volver de la compra escuché a la vecina de enfrente de mi puerta discutir por teléfono. Estaba intentando que el servicio técnico de su empresa la mandara a una persona para reparar su ordenador y al parecer no la estaban haciendo ni caso. Furibunda les amenazaba cancelar el contrato de mantenimiento y demandarles, ni por esas. Al final colgó cagándose en todos los muertos de su interlocutor.
Los dos estábamos esperando el ascensor y solo se percató de mi presencia cuando las puertas se abrieron y entró. Yo entré detrás y en ese momento se dio cuenta de que no estaba sola y de que seguro la había escuchado soltar todos los improperios posibles por el teléfono.
Se disculpó y mientras lo hacía vi que tenía los ojos vidriosos y a punto de soltar una lágrima. La verdad es que me conmovió y eso me dio pie a preguntarle que le pasaba a su ordenador. Le dije que yo solo era programador informático, pero llevaba años destripando ordenadores y arreglándolos en casa para sacarme unos euros extra.
Me miró abriendo mucho los ojos y una sonrisa como si la estuviera salvando la vida. Me dijo que no lo sabía, lo había intentado encender y el ordenador no respondía. Me ofrecí a echarle un vistazo sin prometerle que sería capaz de solucionarle el problema.
Entramos cada uno a su casa y diez minutos después toco el timbre de mi casa, me traía su ordenador. Ni siquiera entró en casa, se lo cogí en la puerta y me entregó un papel con su número de teléfono por si necesita algo. Las ordenanzas prohibían juntarnos.
Me puse a mirarlo y enseguida di con lo que le pasaba, tenía un conector quemado y había que cambiar una pieza. Me metí en internet y la localicé enseguida a través de un proveedor que me la podía proporcionar vía mensajería. Llamé a Alicia, la vecina, le dije lo que le pasaba y el importe de la pieza que había que cambiar. Sin dudarlo me dijo que la pidiera.
Dos días después la recibí en casa y nada más cambiarla la pantalla se iluminó. Llamé a Alicia y le dije que de momento encendía, pero no podía revisarlo porque tenía contraseña puesta y la necesitaba. Me la facilitó por teléfono y lo desbloqueé. Todo parecía estar correcto, solo había que volver a configurar algunos ajustes y listo.
Nada más conectarme y al poner la primera letra en Google se desplegaron las web a las que se había conectado últimamente, casi todas eran páginas porno. No debí hacerlo, pero la curiosidad me pudo. Abrí el historial y pinché en algunas. Lo que vi me dejo perplejo, a aquella chica le iba el porno duro, casi todas eran páginas de BDSM, sexo con dolor.
La llamé y le dije que ya estaba arreglado. Cinco minutos más tarde estaba llamando a mi casa. Esta vez no se quedó en la puerta, entró directamente sin pedir permiso y saltándose todas las ordenanzas de precaución de contagios.
Al ver el ordenador encima de la mesita del salón se acercó y al ver la pantalla me miró directamente a los ojos. No me había dado cuenta y se estaba reproduciendo un video que ella conocía. Se trataba de una mujer atada a una silla mientras dos hombres la follaban salvajemente. Yo no sabía dónde meterme.
Se acercó a mí y me dijo que estaba harta de hacerse pajas. Llevaba casi dos meses sin echar un polvo y me debía un favor por lo del ordenador. Se arrodilló delante mí, me sacó la polla y se la metió en la boca, después de quitarse la mascarilla. Me dijo que me corriera en su boca, llevaba tiempo sin saborear una buena corrida y lo echaba de menos.
A la vista de lo que le gustaba empecé a follarla la boca. Cada vez le entraba más, hasta que me sujeto para que dejara de embestirla y con cuidado se la metió en la garganta. Nunca me la habían chupado así y el morbo me pudo, me corrí casi sin darme cuenta y fue glorioso. Se la sacó poco a poco y se dedicó a degustar mi capullo hasta vaciarme totalmente.
Al incorporarse me miró y me preguntó si me había gustado. No respondí, alargué la mano y le agarré una teta, busqué el pezón y lo apreté con fuerza. Me cogió la otra mano y se la puso en la otra teta. Le apreté los pezones y empezó a gemir. Ella se llevó las manos al sexo por dentro del pantalón corto que llevaba y empezó a masturbarse.
La levanté los brazos hacia arriba y le quité la camiseta, ya con las tetas al aire le cogí un pezón y empecé a retorcérselo al tiempo que le bajaba el pantalón y las bragas para atacar su coño con la mano. Tenía el clítoris grande y le sobresalía del sexo. Lo cogí con dos dedos y empecé a pellizcarlo. Ella se cogió el otro pezón y se lo retorció con más fuerza aún de lo que yo se lo hacía. Empezó a tener espasmos y se corrió a gritos.
Para entonces yo estaba empalmado de nuevo, lo que tiene la abstinencia. La agarré de la mano y me la llevé a la cocina. Le puse una pinza de la ropa en cada pezón y cerró los ojos cuando sintió la presión. Le dije que apoyara las manos en la mesa y me ofreciera su coño. Dobló el cuerpo, separó las piernas y se humedeció el culo con saliva.
En seguida comprendí lo que quería y me pareció una buena idea, ante la carencia de condones. Me ensalivé la polla, se la puse en la entrada y ella se separó las nalgas con ambas manos al tiempo que me pedía que se la metiera hasta dentro de un solo empujón.
Supe que le iba a doler, pero si era lo que quería no pensaba defraudarla. Me preparé y se la metí de golpe, ella gritó y enseguida empezó a mover el culo para sentir la polla moverse dentro de ella. Le puse las manos por delante y empecé a masturbarla como un animal.
Los movimientos de su culo me estaban llevando al orgasmo y en el momento que volvió a gritar al correrse, la secundé y me corrí yo también. Me dijo que no se la sacara y siguiera masturbándola, quería un orgasmo más y no tardó en conseguirlo mientras se apretaba las pinzas de los pechos y las retorcía.
Yo nunca había practicado sexo de esa manera, pero debo decir que no me disgustó. En los días siguientes hicimos cosas que a mí nunca se me había pasado por la cabeza. Ella tenía en casa todos los artilugios necesarios para el sexo con dolor.