Son las siete de la mañana. Es domingo, un domingo fresco de primavera.
En la otra habitación, apenas a dos metros de distancia, duerme mi invitada.
Llegó ayer de un largo viaje y tras una rápida cena se fue a dormir.
En tres horas desayunaremos e iremos a dar una vuelta. Han pasado dos largos años desde la última vez que nos vimos. Nos conocemos bien, pero el primer día se me hace extraño, irreal, verla aquí, tan cerca. Hablamos un poco ayer, durante la cena, pero había que ir a cama pronto, tenía que descansar mi princesa.
El aire se cuela por la ventana, fresco. Se está a gusto en la cama, entre las sábanas...
y aprovecho para rascarme la espalda allí donde pierde su casto nombre.
De repente, mientras disfruto de tan íntimo momento, unos pasos se dejan oir en el pasillo. Poco después un rostro con el pelo alborotado asoma a través de la puerta entreabierta.
- ¿Estás despierto? ¿puedo entrar? - Me pregunta
- Sí por supuesto, pasa - Digo recostándome de lado para no perder detalle, mientras bajo mis calzoncillos comienza a palpitar el miembro viril.
- ¿Has dormido bien? Susurro.
- Sí, más o menos... pero te echaba de menos.
- Y yo a tí baby. respondo cariñosamente.
Después el silencio. Ella allí, con su pijama arrugado, con cara todavía de sueño, pero más hermosa que nunca.
- Hace un poco de frío. - Añade.
- Es verdad, si quieres te dejo un hueco. - Respondo haciéndome a un lado y retirando
la sabana, invitándola a compartir el lecho.
Ella no se lo piensa dos veces, se baja los pantalones con rapidez, quedándose en tanga
(mi "pajarito" crece un poco más ante tal atrevimiento) y se desliza en mi lecho.
Nos abrazamos con ternura durante medio minuto y después nuestros labios se encuentran, nuestras bocas se unen, nuestras lenguas se entrelazan con avidez buscando recuperar el tiempo perdido. El sabor de su boca, el aroma natural de su piel, me vuelven loco.
Mis manos manosean sus nalgas desnudas mientras las de ella se deslizan bajo mi calzoncillo y acarician mi culo. Los gemidos de placer, la escasa tela del tanga, ya empapada, su aroma, su piel.
Me incorporo con torpeza, mis manos abren el cajón y de algún modo me las arreglo para ponerme un condón. Ella observa, expectante, paciente.
Por propia iniciativa, sin que yo se lo pida, se recuesta sobre el estómago y se baja
el tanga, ofreciéndomelo todo. Yo me tumbo sobre ella, con cuidado de no dejar caer todo el peso de mi cuerpo, y cubriéndola, introduzco mi pene en su vagina por detrás y empujo... y vuelvo a empujar, aumentando el ritmo de las envestidas a medida que aumentan sus contorsiones, a medida que su espalda se arquea. Su cuerpo tiembla de placer bajo el mío y ambos nos corremos.
Después todo se calma, ella se pone arriba sentándose a horcajadas sobre mí, dominando la escena... nuestras bocas se encuentran de nuevo.
Luego apoyo mi mejilla en la suya y así, sin apenas movernos, enganchada a mi cual koala a su árbol, disfrutando del momento, dejamos que el tiempo pase.