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Dos amantes retozando frente a mi ventana
Una de esas tardes de invierno estaba en su casa aburrida y sin ganas de salir cuando al echar un pequeño vistazo al bloque de oficinas de enfrente, en el tercer piso, vio como de pronto se encendía una luz…..Riendo y bien apretados vio entrar a una mujer rubia de unos cuarenta años y pegado a ella iba un chico de no más de treinta años. Él la cogía de la cintura con sumo cariño, la acariciaba restregándole las manos por los muslos escondidos bajo la falda. Poco a poco aquellas jóvenes manos fueron subiendo hacia las erguidas tetas de la satisfecha mujer…..
Quiero hacer partícipes a los amables lectores de una interesante experiencia que me acaeció una de esas tardes frías en que a una no le apetece salir a la calle y lo único que desea es tumbarse o ver una buena película en la tele. Aquella tarde descubrí mi interés por espiar a la gente convirtiéndome así en una mirona redomada.
Empezaré contando que estaba sola en mi cuarto pues mis compañeras de piso habían marchado a tomar un café con sus nuevos amigos a los que habían conocido hacía apenas un mes en una de esas fiestas universitarias en que los chicos aprovechan para ligar con compañeras erasmus deseosas de un buen polvo con cualquier desconocido.
Así pues me encontraba sola y aburrida, completamente a oscuras mirando los coches correr por la calle. Los frenazos y pitidos de los conductores se sucedían en aquella ciudad en la que nadie respetaba el código de circulación siguiendo cada cual el dictado de sus propias normas circulatorias.
Levanté la vista y me entretuve mirando el bloque de oficinas que tenemos enfrente de casa. Hacía frío en la calle así que cerré bien la ventana y seguí observando la calle sin tener nada mejor que hacer. Estábamos en noviembre, la Navidad se acercaba poco a poco y el cielo estaba nublado y plomizo a pesar de ser tan solo las seis y media de la tarde. La tarde se iba oscureciendo más y más amenazando una buena tormenta.
Creo que será mejor presentarme. Me llamo Sofía y tengo 22 años. Soy morena y llevo el cabello largo en una bonita melena ondulada que me cae a media espalda. A fuer de ser sincera debo decir que me considero atractiva, al menos no tengo problemas para que se me junten numerosos moscones a mi alrededor para invitarme a una copa cuando salgo con mis compañeras de piso con las que estudio cuarto curso de Arquitectura en la Facultad de Santiago.
Hará cinco meses rompí una relación de más de dos años con mi antiguo novio y durante este tiempo debo admitir que he estado con dos guapos muchachos pero no porque necesitara volver a tener una relación con alguien sino simple y llanamente por venganza y despecho hacia mi anterior pareja.
Ramón me dejó, entre otras causas, porque según él era fría en la cama y no le daba todo lo que él necesitaba. Se pensaba que, después de estar estudiando hasta las cinco de la tarde y luego trabajando en un pub hasta las diez de la noche para ganarme un pequeño sueldo, iba luego a apetecerme nada más verle abrirme de piernas y ser penetrada como una estrella porno. Las cosas no son así, no todo se reduce al sexo. Necesitamos amor, caricias, cariño pero está claro que eso Ramón no lo entendía así que tuve que cortar con él pese a seguir enamorada de él como una tonta.
Mirando a la calle pensaba en él, la melancolía me envolvía recordando los buenos momentos que pasamos juntos. No sé por qué extraña razón arrimé un poco más mis piernas al radiador. Estaba sentada en la cama, perezosa, cansada y asqueada de mi trabajo. Había sido un día más, un día cualquiera del que seguro que no iba a guardar un recuerdo especial. No había tenido clases así que mi jefe me pidió el favor de ir al pub por la mañana pues necesitaba que le cubriera el hueco ya que la chica de la mañana le había pedido cambiar el turno. Así pues aquella tediosa y desesperante tarde en la que no pasaban las horas, lo único que me apetecía era echarme a dormir y esperar a que la mañana siguiente las cosas pintaran de mejor color.
Apartando la cortina a un lado pude divisar como las primeras gotas de lluvia empezaban a caer suavemente sobre la calle. Los paraguas de las gentes que miraban los escaparates de las tiendas empezaban a abrirse. De pronto, en el tercer piso del bloque de enfrente pude ver como una luz se encendía mientras la puerta se abría dando paso a una mujer cuarentona, rubia y algo más alta que yo y tras ella un joven muchacho de no más de treinta años pegado a su espalda como una lapa.
El chico llevaba una cazadora marrón de piel y tejanos desgastados e iba calzado con zapatillas deportivas mientras la madura mujer, una vez se deshizo del abrigo, vestía un jersey entallado color azul celeste y de cuello cisne que remarcaba su sensual figura pese a la edad que tenía. Llevaba una falda de color negro a juego con las medias y los zapatos de alto tacón.
Riendo y bien apretados ambos se dirigieron al amplio salón. El chico pegado a su espalda la tenía bien agarrada por la cintura acariciándola por detrás dulcemente mientras le restregaba las manos por los muslos que quedaban escondidos bajo la falda, subiendo poco a poco hacia los redondos y tentadores pechos de la mujer los cuales parecían querer romper la tela del jersey que los ocultaba.
Aquel guapo muchacho aprovechó la circunstancia de tener una compañera tan entregada para, apartándole el rubio cabello a un lado, dedicarse a lamerle y chuparle el cuello con gran placer al tiempo que le sobaba los pechos con las dos manos por encima de la ropa. Ella, complacida con aquella caricia de su amante, reía deshinbida al sentir el contacto y de forma encantadora ladeó la cabeza mientras giraba el cuello buscando los labios de él. Ambos se besaron apasionadamente mientras el chico la seguía tocando y apretando contra él.
Me sentí un tanto incómoda y aturdida ante la escena que estaba viendo. No podía dejar de pensar que estaba haciendo algo malo espiando a aquella pareja que se amaba completamente ajenos a que alguien les estuviera observando desde la ventana del edificio de enfrente. Me asustaba la idea de estar invadiendo la intimidad de otras personas, pero no podía apartar la mirada de aquel salón donde aquel hombre y aquella mujer se amaban sin cortapisas de ningún tipo.
De repente aquella bella mujer apartó al muchacho de ella echándole a un lado para dirigirse sin perder tiempo a cerrar la puerta de la calle la cual había quedado abierta a causa del desenfreno que les invadía. El joven se quedó quieto en medio del salón sin apartar los ojos de ella mientras su amante tomaba asiento en aquel sofá de piel marrón.
Al llegar al apartamento la mujer había entreabierto levemente la ventana para que se refrescara la habitación, así pues podía oírles hablar con algo de dificultad. La ventana de aquel cuarto tenía las cortinas blancas y la persiana estaba subida hasta arriba con lo que la luz interior de la habitación provocaba que lo que acontecía dentro de la misma se viera envuelto como en una especie de aire fantasmal pero al mismo tiempo claro y brillante.
Gracias a la potente luz del salón podía verles sin problema alguno sin temor a ser vista por ellos. La mujer, sentada placenteramente en aquel costoso sofá de piel, se subió levemente la falda para deshacerse de sus pequeñas braguitas negras las cuales dejó resbalar suavemente a lo largo de las piernas hasta que el chico se acabó abalanzando sobre ella deseando hacerla suya.
Sin embargo, aquella hermosa mujer deseaba retrasar el momento en que sus cuerpos se unieran por lo que le lanzó un fuerte puntapié que a punto estuvo de encontrar su objetivo. El muchacho, adoptando una actitud sumisa, y sabedor de que no tardaría en tener entre sus brazos a su pareja se limitó a retroceder observando las curvas de aquella hembra que tanto le hacía enloquecer.
Sin duda, ella estaba jugando con él, retrasando el tan deseado momento en que se entregara a él. Esa actitud dominante, haciéndole ver que era ella quien llevaba las riendas y que sería suya cuando ella lo decidiera, me empezó a excitar. Abrió las piernas mostrándole su bien recortado pubis mientras le miraba sin apartar los ojos de los de él. ¡Cómo me gustaría tener un pubis tan bien cuidado como el de esa hermosa mujer! –pensé llevando mi mano hacia uno de mis pechos el cual acaricié por encima de la enorme camiseta que le había cogido a una de mis compañeras de piso.
La mujer echó la cabeza hacia atrás atusándose el cabello entre sus dedos y luego llevó la pequeña braguita hasta su boca empezando a mordisquearla entre sus labios provocando la excitación del hombre que la miraba. Introduje mi mano derecha dentro de la camiseta, tocando mi pecho derecho, acariciando suavemente el contorno del rosado pezón el cual respondió al momento ante tan agradable contacto.
En un breve momento de cordura pensé en lo que estaba haciendo. No sé qué estaba haciendo allí, asomada a la ventana acechando los movimientos de aquella pareja de amantes….no sé porqué me empecé a acariciar mientras les veía, jamás me había ocurrido una cosa como aquella pero sin embargo allí continué sin apartarme de la ventana y esperando el paso siguiente de aquella escena sensual y llena de erotismo.
Sin poder aguantar más noté cómo me empezaba a mojar, notaba mis braguitas empapadas por debajo del pantalón del pijama que no me había quitado desde por la mañana. Sentí como el interior de mi cuerpo se estremecía, toda yo se excitaba y mi clítoris se hinchaba como hacía mucho tiempo que no lo hacía.
Mi inesperada vecina, que seguía sentada en el sofá, se tumbó hacia atrás abriendo bien las piernas, todo lo que le permitía la falda, y levantando las piernas hasta dejarlas suspendidas en el aire llamó al muchacho con uno de sus dedos indicándole que se acercara.
El chico obedeció ante tan encantador reclamo y arrodillándose en el suelo, su compañera le agarró del cabello señalándole dónde debía encaminar sus próximos movimientos. Hundió el rostro entre las piernas de ella, haciendo desaparecer la mitad de su cabeza dentro de la falda. La mujer lanzó un fuerte gemido de satisfacción mientras echaba la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados y los dedos enredados entre el cabello de su joven pareja tratando de que no escapara de tan dulce tesoro cosa que, evidentemente, el muchacho no estaba dispuesto a hacer.
Y yo, por mi parte, me mordí los labios al ver al joven en semejante postura, tan solícito, tan sumiso entre las piernas de su sometida amante. No lo pude resistir y, tras deshacerme del pantalón, decidí meter mi mano por debajo de la tela de mis diminutas braguitas. El deseo me dominaba, estaba cada vez más empapada y, de ese modo, mi dedo no encontró resistencia cuando lo introduje en mi coñito. Al mismo tiempo sentí la necesidad imperiosa de tener una lengua lamiendo mi caliente entrepierna.
La madurita, concentrada en lo suyo, se dejaba hacer y apretaba con fuerza los dientes acariciando el pelo del chico el cual parecía saber hacer muy bien su trabajo pues ella, con ambas manos, le agarraba la cabeza hundiéndola entre sus piernas con incontrolable pasión, como si fuera a ahogarle.
Los bellos ojos de la mujer mantenían los párpados cerrados sin posibilidad alguna de poder abrirlos delatando el enorme placer que ella sentía. Era evidente que la maldita perra estaba disfrutando de verdad con lo que su compañero le hacía. No sé cuánto tiempo estuvo comiéndole el coñito de aquel modo tan formidable pero, tras haberse corrido dos veces con aquel dulce tratamiento que con tanto cariño le prodigaba, llegó un momento en que ella apoyó sus pies sobre los hombros del chico empujándole hacia atrás para que la dejara descansar.
El apuesto muchacho, todavía arrodillado, se mantuvo quieto sin importarle lo más mínimo la reacción de la exhausta mujer. Pude observar, terriblemente exasperada tras mi último orgasmo, cómo por la boca de él chorreaban los abundantes jugos femeninos y cómo se relamía los labios con la lengua recogiendo aquel exquisito elixir como si estuviera disfrutando de la comida.
Yo me encontraba a mil viéndole así, tan solícito y complaciente tratando de cumplir todos los deseos de la estupenda hembra con la que le había tocado lidiar. Y mi preciosa vecina de largos cabellos rubios desde luego que también parecía enormemente satisfecha, ya que con gran ternura se dedicaba a limpiarle la saliva y los cálidos fluidos con la palma de la mano, restregándoselos a continuación por toda la cara.
El chico parecía no haber tenido bastante pues daba la sensación de seguir teniendo hambre. Cogiendo la mano de ella con extrema delicadeza le lamió un dedo chupándolo como si fuera un pequeño pene. Ella negó amablemente con la cabeza y le obligó a ponerse de pie ante ella.
Yo, mientras tanto, en la soledad de mi dormitorio, no paraba de tocarme, rozarme y restregarme con la yema de los dedos sobre mi ardiente almeja viendo el increíble espectáculo que me estaban ofreciendo aquel par de sátiros. ¡Sentí rabia y una inmensa contrariedad por no poder ocupar su lugar, por no ser yo quien disfrutara de los favores de tan magnífico amante!
Mi sensual vecinita era, sin lugar a dudas, quien llevaba la manija de las operaciones así pues decidió devolverle convenientemente el favor al muchacho agarrándole con decisión de los bolsillos de los tejanos. Le llevó hacia ella haciendo que se colocara a escasos centímetros de ella. De ese modo, su cabeza quedaba justo a la altura de la bragueta del chico, el cual completamente quieto, se dejaba manejar por su experta compañera sin ningún tipo de pudor ni recato.
Debía saber muy bien lo que le esperaba estando en manos de aquella guapa mujer. Y yo tampoco albergaba dudas de cuál sería el siguiente paso que ella pensaba dar. Imaginando lo que iba a ocurrir en breves momentos en aquel salón de moderna decoración me pasé la lengua por los labios, humedeciéndolos y comenzando a babear como una perra.
Ella, sin pérdida de tiempo, le soltó la hebilla del cinturón pasando a desabrocharle el botón y, sin darse un momento de pausa, le bajó la cremallera dejando caer el tejano hasta las rodillas, lo justo para que aparecieran unos slips negros bajo los que se apreciaba un enorme bulto. Al menos desde la posición en la que me encontraba y viéndole de perfil se observaba un paquete de considerables dimensiones. El joven manifestaba su evidente excitación tras la espléndida comida de coño que le había pegado a su madura compañera.
La bella mujer no se hizo de rogar y empezó a lamer aquella barra de carne por encima de la tela del slip el cual se mostraba incapaz de mantener oculto aquel tremendo músculo que luchaba por salir al exterior. Estuve a punto de lanzar un grito emocionado ante la imagen llena de perversión que aquella pareja me estaban ofreciendo. Ahora era el muchacho el que tenía fuertemente cogido el cabello de su amante apretándola contra su pubis.
Por la parte inferior del calzoncillo apareció finalmente un trozo cilíndrico de carne de más de quince centímetros, quizás dieciocho, no sé, pero lo que sí puedo asegurar es que se trataba de un buen pedazo de polla del que la mujer se apoderó agarrándolo firmemente con una de las manos.
El atractivo joven, totalmente inmóvil y entregado a las caricias de su compañera, observaba desde arriba lo que ella pretendía hacer con su duro miembro. Ella parecía adorar tan magnífico instrumento empezando a masturbarlo moviendo lentamente los dedos arriba y abajo una y otra vez. La excitada hembra fijó la mirada en la de su fornido compañero provocándole con aquellos ojos de gatita perversa.
Llevó la piel del prepucio hacia atrás observando con delectación el oscuro glande masculino para, sin darle tregua, abrir la boca sacando la lengua para empezar a lamer con gran placer aquel redondo capullo. Lo lamía despacio, sin prisa alguna, se lo metía en el interior de la boca y lo sacaba como si estuviera saboreando un helado, como si se estuviera comiendo un plátano maduro hasta que, finalmente, se lo introdujo por completo empezando con tranquilidad a chuparlo succionándolo como si estuviera sorbiendo de una pajita dentro de un vaso de refresco de limón.
El rostro congestionado del muchacho era todo un poema. Se notaba que estaba disfrutando como un bendito. Mi vecina, impasible al desaliento, seguía chupa que te chupa, escupiendo sobre el miembro masculino para ensalivarlo de manera conveniente y succionando de manera profunda y volviendo a chupar mientras el chico gemía sonoramente echando la cabeza hacia atrás. El pobre, si no estaba en la gloria, debía estar muy próximo a alcanzarla……
Yo, mientras observaba aquella fantástica felación que aquella putita le hacía a su bello compañero, me seguía masajeando el coñito cada vez de forma más rotunda, introduciendo primero un dedo para después acompañarlo por otro más. Tenía la vulva encendida e irritada y mi pequeño botoncito duro como un garbanzo gracias a las delicadas caricias que me prodigaba.
Debo reconocer que sentía envidia de esa formidable mujer que tan bien lo pasaba con su joven amante. Me sentía rabiosa, llena de ganas de tener un buen pene cerca de mí para poder introducírmelo lentamente en mi empapada vagina y poder disfrutar moviéndome sin descanso sobre tan magnífico músculo.
Mi vecina, para sorpresa del muchacho, decidió detener tan amable tratamiento quedándose quieta con el rabo del chico balanceándose a escasos centímetros de su boca, vibrando de emoción ante tan repentino alejamiento. Me dio la sensación que el joven estaba a punto de perder el equilibrio…¡tanto lo estaba disfrutando!.
El elegante pene se mantenía soberbio y arrogante desafiando las leyes de la gravedad al permanecer en paralelo al suelo. Pude comprobar que tenía cierta tendencia a girar a la izquierda lo cual no parecía molestar lo más mínimo a su bella compañera. El chico mostraba su evidente desilusión aunque la misma no duró demasiado pues una vez más mi rubia vecina volvió a sorprenderme gratamente revelando la tremenda capacidad que tenía su garganta.
Sin hacer uso de sus manos y tan solo con la ayuda de su boca se dispuso, ni corta ni perezosa y con una habilidad más que notable, a ingerir el enorme pollón del muchacho para, lentamente y con gran descaro, empezar a tragárselo centímetro a centímetro. Una vez tuvo medio miembro en el interior de su boquita se hizo con las nalgas de su satisfecho amante el cual dio un respingo cuando notó cómo ella llevaba uno de sus dedos hacia su estrecho agujero posterior.
Relajadamente y sin precipitarse un ápice, aquella estupenda hembra engullía sin apenas trabajo, ante mis fascinados y atónitos ojos, el más que fantástico miembro del hombre hasta conseguir prácticamente unir sus labios a la tela negra del slip logrando de ese modo hacerse durante unos breves instantes con la totalidad del pene en el interior de su hambrienta boca ante la mirada maravillada del chico y, no cabe decirlo, también de la mía.
Instantes en los que yo continué masturbándome de forma salvaje, como si fuera lo último que hiciera en mi vida…..con un coraje, una angustia y una lujuria tales que grandes convulsiones envolvieron mi cuerpo corriéndome sobre mi deshecha cama completamente estremecida de placer.
Por unos momentos perdí la noción del tiempo. Cuando la pude recuperar sentí palpitar mi sien, mi pecho y la totalidad de mi cuerpo ante tan increíble escena de la que estaba siendo espectadora de lujo, asombrada ante el cuadro que estaba viendo desde mi cama, desde la soledad de mi habitación con una envidia desesperada e insana.
Un escaso minuto más tarde, aquella experta hembra decidió liberar nuevamente la herramienta del muchacho. De manera suave y, como si se estuviera recreando en su tarea, abría la boquita dejando al aire a su grueso oponente el cual aparecía brillante y reluciente gracias al ensalivamiento recibido.
El hermoso joven suspiraba cada vez más profundamente, extasiado, con el rostro enrojecido y el cuerpo sudoroso imagino que por el inmenso sacrificio realizado a la hora de refrenar las horribles ganas que debía tener de eyacular sobre tan encantadora mujer. Desde mi discreto observatorio, me mantenía ensimismada con dos de mis deditos jugando con mis labios y mis paredes vaginales. Mi diminuto botón estaba durísimo y deseoso de recibir el brutal contacto del pene masculino el cual se movía nervioso bombeando sangre con los latidos del corazón fatigado del muchacho.
Con gran determinación y sin darle tiempo para recuperarse, la mujer volvió al ataque haciéndole tumbar boca arriba sobre el sofá para montarse a continuación sobre él. Con inusitada pericia y de manera decidida agarró el miembro, que apenas unos segundos antes había tenido dentro de su boca, para sin pensárselo dos veces encajárselo en el mismo lugar donde yo me acariciaba con dos de mis dedos, allí donde yo tendría que estar disfrutando de igual regalo.
Aunque de forma lenta y reposada al inicio, empezó a subir y bajar adquiriendo ritmo paso a paso para hacerse con aquella montura de la que, estaba segura, aquella rubia amazona pensaba gozar hasta arrancarle todo aquello que pudiera ofrecerle. Lanzó un fuerte lamento de placer y dolor apoyando las manos sobre el respaldo del sofá y arqueándose hacia atrás tratando de hacerse al tamaño de aquel eje que la atravesaba por entero.
Con los ojos cerrados fuertemente cayó sobre él respirando junto al oído de su joven amante el cual se hizo con las redondas nalgas de su compañera emprendiendo un pausado y fascinante masajeo con sus poderosos dedos sobre aquella magnífica grupa. Segundo a segundo los gemidos doloridos de la mujer fueron convirtiéndose en verdaderos suspiros de placer demostrando cómo saboreaba tan estupenda sentada.
Igualmente el muchacho emitía leves gruñidos de satisfacción como resultado de la cabalgada que le daba aquella madura hembra la cual iba tomando una cadencia acelerada en busca del tan deseado orgasmo mutuo. La expresión del joven daba a entender bien a las claras que aquello que le estaba haciendo su amiga le estaba volviendo completamente loco.
Afligida y atormentada en la soledad de mi cuarto podía escuchar los gritos de aquella espléndida mujer que no hacía más que cabalgar sobre el tronco de su amante al que no daba un momento de respiro mientras él pellizcaba con dificultad los pezones de ella haciéndola alcanzar el orgasmo cayendo derrengada sobre el pecho de tan admirable semental.
Alucinando en colores y caliente como una mona no hacía más que darme caña con los dedos a falta de un buen rabo que saciara mi apetito sexual. Me retorcía salvajemente los pezones hasta hacerme daño aullando como una auténtica perra en celo sin poder quitar los ojos de aquel par de cuerpos desnudos, sin apartar los ojos de la ventana donde podía ver a mi vecina moviéndose sin descanso y berreando como una descosida.
Quedé sorprendida al ver cómo le sacudía dos sonoros guantazos con la mano bien abierta dejándolo allí tendido y cortado ante la actitud un tanto sádica de la mujer. Ella no prestó demasiada atención a dicho episodio volviendo a botar de nuevo, clavándose y desclavándose enloquecida por completo mientras arañaba con fuerza uno de los cojines.
El muchacho devolvió a su hermosa compañera la caricia que ésta le había prodigado unos minutos antes. Chupó uno de sus dedos humedeciéndolo convenientemente y lo llevó al oscuro culito de su amante presionando con energía hasta que el estrecho anillo se fue dilatando permitiendo el paso del dedo invasor. Ella, al sentirse penetrada de aquel modo tan magnífico, redobló su cabalgada haciéndola completamente insoportable para él.
Controlando el ritmo de la follada, dominaba cuándo moverse más despacio y cuándo más deprisa para hacer que aquel polvo se alargara lo máximo posible. Primero imponía un ritmo lento, moviendo a continuación de forma circular su tremenda grupa para, por fin, acabar saltando sobre él con ambas piernas estiradas a cada lado.
El fornido muchacho gemía descontrolado golpeando sobre su compañera tratando de incorporarse para deshacerse de ella. Apretaba con fuerza los dientes buscando salida a tan tremenda galopada; por los gestos que hacía era evidente que estaba a punto de correrse. A diferencia de él, no aguanté más tanto placer acumulado volviendo a correrme meándome del gusto que sentía.
Al fin observé cómo el joven lograba ponerse en pie con gran dificultad, teniendo sujeta por la cintura a tan estupenda hembra, y sin sacar su verga del coño de ella. Mi desesperación alcanzó límites insospechados al comprobar cómo era ella misma quien sacaba el palo del chico de su empapada vagina y lo llevaba hacia su agujero posterior hasta quedar completamente ensartada por el mismo. La cara del muchacho era todo un poema ante la osadía de aquella cuarentona que se le entregaba de aquel modo tan total.
Tras cinco clavadas en el interior de ese estrecho agujero, escuché cómo lanzaba un fuerte quejido quedándose completamente quieto para, sacando su polla de aquel redondo ano, acabar explotando sobre aquellas nalgas las cuales llenó con su espeso y cálido semen, parte del cual fue a parar al suelo.
Ella reía complacida ante la tremenda eyaculación de su compañero. Descabalgando de su montura, llevó la mano hacia su trasero esparciendo por el mismo el líquido seminal para luego dirigir los dedos hacia su boca saboreando la leche con gran satisfacción. El chico babeaba al tiempo que dejaba escapar las últimas gotas de su blanquecino esperma.
Mi vecina respirando con rapidez decidió ayudarle y alargando la mano se hizo con aquel flácido miembro, meneándolo con gran cariño intentando sacar todo lo almacenado en esos agotados testículos.
Él cayó rendido sobre el sofá junto a ella. Se le veía tan satisfecho y agotado que tuvo que apoyar la cabeza sobre el hombro de mi vecina la cual, girándose hacia él, le acarició gentilmente la cara para acabar dándole su lengua en un beso delicado y agradecido.
Una vez acabaron de besarse, se dirigió a la ventana y, ante mi mirada oculta entre las sombras, bajó la persiana desapareciendo de mi vista las figuras desnudas de aquella pareja de amantes que me habían obsequiado con aquel increíble polvo.
Desde ese día siempre me asomo a la ventana de mi dormitorio para ver si vuelvo a descubrir a mi cuarentona vecina y a su joven y apuesto amante retozando como animales en celo frente a mi casa……..
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