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Doña Trini

DOÑA TRINI



 



Doña Trini era una mujer voluptuosa, de grandes pechos, orondas carnes , grandioso culo, rellenita sin llegar a gorda, y una buena estatura para una mujer... tal vez se podría decir que era una mujerona. Sus facciones dulces, su sonrisa pícara, sus labios carnosos que invitaban al beso, y su mirada entre seductora y traviesa por momentos... hacían de ella el blanco de mis pajas de adolescente.



Doña Trini, como habréis podido adivinar era alguien cercano a mí en aquellos años jóvenes. Era mi profesora de música en el colegio. Cuando se acercaba a mí con aquellas inmensas tetas, y me revolvía con un gesto cariñoso la frondosa mata de pelo que yo tenía por aquel entonces, yo no podía por menos que reaccionar con una evidente erección, que los días en los que llevaba chandal, porque tocaba gimnasia, me costaba disimular en aquellos pantalones. Mi polla se movía como si de una fiera se tratase, aprisionada, tratando de salir a por su presa, doña Trini. Pero doña Trini creo que no hubiese sido la presa, sino más bien la predadora, aunque nunca llegó a serlo. Nunca tuvo ningún desliz conmigo, ni con nadie que yo sepa, pero en el fondo creo que le gustaba coquetear, y quiero pensar que a lo mejor ella también fantaseaba conmigo, e imagino que sabía que me pajeaba a su salud y eso la halagaba.



Yo por aquella época era un chico alto, con una buena envergadura para mi edad con lo cual todo el mundo me calculaba más edad. A doña Trini le hacía gracia mi incipiente bigotillo de adolescente. Por otra parte, destacaba también en el ámbito intelectual, y creo que a ella todo eso le gustaba. Yo era inmensamente tímido con las chicas, y su sóla presencia me azoraba. Pero doña Trini no era una chica... era una MUJER, toda una mujer con mayúsculas... aquellas tetas ufff, me ponían malísimo. Me imaginaba a mí mismo comiéndolas, estrujándolas, metiendo mi cara entre aquellas dos masas de carne que suponía blanditas, ya que las únicas tetas que había visto era en revistas compradas a hurtadillas, o en pelis de dos rombos, que también veía a escondidas. Nunca había tocado unas, mi conocimiento de ellas era meramente visual. En el fondo, mis fantasías casi no tenían experiencias en las que basarse, eran pura imaginación, pero el instinto a esa edad hacía el resto. Mis masturbaciones pensando en esa mujer, alguna compañera del colegio, alguna presentadora de TV, o actriz de cine eran continuas. Mis energías eran inagotables... Me pasaba el día entero dispuesto, mi polla era una fuente inagotable y demandaba una atención continua. Cerraba los ojos, cogía mi polla, y empezaba a fantasear con aquella mujer de ensueño... las ensoñaciones no contenían excesivos detalles, más bien eran situaciones, procuraba alargar las pajas hasta quedarme medio dormido para que en ese estado de semisueño la fantasía fuese aún más vívida. Cuando dejé el colegio, no volví a ver a doña Trini, pero aún la recordé durante mucho tiempo... hasta aquel día.



 



 



 



Aquel día yo salía del auditorio después de oír un concierto. La masa de espectadores ya había abandonado el lugar, y yo era de los rezagados en salir. Había acudido yo solo, y bueno,... no sabía muy bien que hacer. ¿Ir a casa? ¿Tomar algo en algún bar de los alrededores? En realidad nada me apetecía, y no tenía a nadie en mente con quien quedar. Mientras me debatía en mis pensamientos interiores, oí unas risas a mis espaldas, risas contagiosas por cierto. Destacaba sobre todas una risa de mujer. Era una mujer de unos cincuenta años, me sonaba su cara, pero no sabía ubicarla. ¿De quién se trataba? Es una de esas situaciones en que sabes que conoces a alguien, pero no... ni idea. Ella notó mi mirada, y mientras se despedía de sus acompañantes, me sonrió. Yo me había quedado hipnotizado mirándola. Llevaba el pelo corto, unos pendientes de aro, los labios rojos pintados, labios carnosos. Las arruguitas en torno a sus ojos, no la hacían fea, más bien interesante. Lo mejor era su sonrisa. Poco más podía ver de ella, ya que llevaba un abrigo de bisón largo, casi cerrado, aunque fijándome un poco más, se adivinaba bajo este, un generoso escote... mi debilidad. Empezaba a llover. Y abrió su paraguas. Yo, atontado, ni me daba cuenta de la lluvia, hasta que se acercó a mí y me habló, lo cual me hizo despertar de mi hipnosis autoinducida.





  • Hola, ¿nos conocemos? - Me dijo sonriendo.




  • Emmm, no sé. Estoy tratando de recordar, la cuestión es que pienso que nos conocemos, pero no sé de qué. - Respondí, sin saber muy bien que decir.




  • Yo tampoco sé quien eres, pero vi que me mirabas tan fijamente que despertaste mi curiosidad. Además no todos los días soy el objeto de las miradas de los jovencitos, jajaja.





Sonreí, y dije a módo de galantería:





  • Bueno no sé... yo la veo una mujer guapa, seguro que más de uno se fija en usted.




  • Jajaja, claro claro, todos los días... - dijo irónicamente -  ¿Por qué no hablamos en un lugar más... seco por lo menos? Aquí nos vamos a mojar, y más tú sin paraguas.




  • Cierto... con todo esto ni me había dado cuenta.




  • Mira como te estás poniendo. Anda, ven conmigo, acércate a mí que no muerdo, hay paraguas suficiente para los dos, y conozco un sitio que ponen un chocolate con churros que está riquísimo.




  • Me gusta el chocolate con churros – Sonreí y me pegué a ella debajo de aquel paraguas que nos protegía del aguacero.





Caminamos apenas cinco minutos, y al final llegamos a una churrería que yo solía visitar. Tal vez me sonaba su cara de haberla visto allí, y así se lo dije.



 



 



 





  • No sé, tal vez, puede ser. ¿Cómo te llamas?




  • Ángel. ¿Tú? ¿Me dejas tutearte?




  • Yo Trini, y claro que puedes tutearme, sino me siento mayor.





Trini... vaya, como mi profesora... pero hacía tantos años, que... ¿sería ella?





  • ¿A qué te dedicas?




  • Ahora soy ama de casa, de joven fui maestra durante varios años, pero los niños de ahora son un poco rebeldes y ya no tengo paciencia para ellos, jajaja.




  • ¿En qué colegio?





Cuando me dijo el colegio debió ver el asombro en mi cara, y sonrió.





  • ¿Me conoces de allí? ¡No me digas!





Contrastamos datos, y efectivamente, era mi maestra de aquellos años... y ella también me recordaba, pero claro, yo había cambiado físicamente y tampoco me había reconocido a primera vista. Era lógico. En todos aquellos años habíamos perdido el contacto y no nos habíamos vuelto a ver. Creo que incluso después de tanto tiempo me puse rojo recordando los efectos que causaba en mí.





  • Veo que sigues siendo tan vergonzoso como entonces – dijo mientras reía.





Me sorprendió que me recordara.





  • Claro que te recuerdo, eras un jovencito muy guapo, y se notaba que te ibas a convertir en un hombre muy atractivo.





No me considero tal, pero tanto elogio me resultó halagador. Debía resultar curioso verme hinchado como un pavo ante los piropos de aquella madurita... Pero la que tuvo retuvo, y aquella madurita, sin el abrigo que se acaba de quitar, resultaba de lo más apetecible... ¡20 años después! Casi nada...



Joder.... y allí estaban, aquellas tetas, aquellas dos maravillas, aquellos monumentos a la feminidad, aquel súmmun de la magnificencia... ¡joder! ¡joder! ¡joder!... ¡qué dos tetas!. ¡Qué básicos somos los hombres! Sonreí ante mis propios pensamientos. Ella algo se debió oler, porque puso la misma mirada pícara que ponía siendo mi maestra. Pasó la lengua por sus labios, y dijo:





  • Veo que siguen causando en ti el mismo efecto que entonces...





Debí ponerme rojo como un tomate, porque ella soltó una sonora carcajada.





  • No te preocupes, estoy acostumbrada – Me dijo guiñando un ojo – Además, es halagador que un chico de tu edad se fije aún en mí. Seré mayor, pero también sigo siendo una mujer...




  • Una mujer muy guapa. - Contesté yo.




  • Vaya, a ver si ahora la que se va a poner roja soy yo... pues sí que has crecido, y has cogido confianza en ti mismo... con lo tímido que eras. - Dijo sonriendo con benevolencia.





Hablamos durante una hora por lo menos, rememorando aquellos tiempos. Me preguntó por mi vida, le pregunté yo a su vez por la suya. Parece que estaba casada, pero compartía poco con su marido, al que consideraba aburrido, y hacía más bien lo que a ella le daba en gana. De vez en cuando soltaba algún comentario procaz... alentando que mi imaginación despertase cada vez que conseguía dominarla. El tiempo junto a ella pasó rápidamente, y nuestro encuentro me pareció fugaz, dejándome con ganas de verla otro día. Así se lo dije, y me dijo que podía ir a recogerla el próximo jueves, para ir juntos al auditorio. Acepté la propuesta.



El día en cuestión estaba esperando, puntual, ante su puerta, llamé al timbre de su portal. Me contestó con voz alegre y me mandó subir.



Me abrió en bata... y poco faltó para quedarme sin aire. No penséis que se desnudó o algo así, no, no era eso, simplemente pasaba que esa tarde no pude evitar volver a mis prácticas adolescentes... imaginando precisamente esa escena... ella abriéndome en bata, desnudándose presa de un arrebato de pasión... pero aquello había sido una paja, y yo era realista. Sabía que no iba a pasar algo así. Y no pasó... En lugar de eso la esperé en el salón, mientras veía la tele. Volvió a los pocos minutos, vestida ya, con unos zapatos de tacón, una falda ceñida a sus caderas, y un jersey ajustado a su busto, que si bien en otra mujer hubiese quedado holgado, en ella parecía hecho a medida... Modelando aún más sus tetas... tetas... tetas... tetas.... Dios, esa palabra martilleaba mi mente. ¿Debería empezar a preocuparme esa obsesión mía con sus tetas? Creo que me la hubiese follado allí mismo, la hubiese puesto a cuatro patas, con sus tetas colgando y le hubiese dado polla sin pensármelo dos veces. Pero lo malo de ser un caballero, es que esas cosas no se hacen a noser que te lo pongan muy, muy, muy, a huevo, y en esta ocasión no pasó nada de eso. Me dijo que estaba lista y salimos dirección al auditorio.



El concierto estuvo genial, nos divertimos muchísimo, y a la salida lo contábamos, compartíamos la misma afición y eso nos hacía estar agusto juntos. La acompañé a su casa, y me invitó a pasar, para tomar algo y seguir hablando. Sacó dos copas y una botella de vino. Le comenté que a mí el vino se me subía enseguida a la cabeza. Ella sonrió, y dijo que a lo mejor lo que pretendía era emborracharme... Ese día estaba sola, me comentó, así que podría quedarme hasta tarde en caso de que no me atreviese a conducir inmediatamente... Vi el abanico de posibilidades que se abría ante mí. Ella se había puesto cómoda, había vuelto de la habitación con una bata de seda, que se dejaba caer como una segunda piel sobre su cuerpo. Sus formas redondeadas se percibían debajo de aquella suave tela. Sentados en el sofá, con nuestros cuerpos cerca uno del otro, sólo con las copas de vino entre nosotros... su cercanía, su calor, el olor de su perfume, el vino también, como no.... todo iba haciendo que en mí se despertase el deseo. La copa rozaba sus labios... su nariz aspiraba los efluvios del vino. Yo ya me sentía algo mareado... Lo bueno del vino es que si la cosa va mal, siempre puedes echarle la culpa. Puedes decir que estabas borracho, que no se te levantó por eso... o que te lanzaste porque no eras dueño de tus actos... cualquier disculpa. Y si la cosa va bien... pues te puede desinhibir, y te lanzas más. En este caso creo que fue algo mutuo, y los dos acercamos nuestras bocas, uno al otro... dándonos nuestro primer beso. Mi lengua exploraba su boca, su lengua jugueteaba con la mía, mis labios se pegaban a los suyos, mi nariz aspiraba su piel, deseoso de capturar su esencia. Ella más atrevida que yo, sabía lo que quería, y agarró mi polla por encima del pantalón... la masajeó un rato, y abrió mi bragueta. Metió la mano dentro, y buscó su juguete en el interior de mi pantalón. Yo por una parte quería arrancarle la bata, y follarla salvajemente allí mismo, pero por otra no quería estropearlo todo, y seguí los tiempos que ella marcaba. Aparté la tela que cubría su hombro, besé su cuello... seguí la curva de su piel... contorneándola con mis labios... Retrasaba el momento de ver sus tetas... Lo tenía al alcance de la mano, después de tanto tiempo... me hizo poner en pie... me quitó los zapatos... los calcetines... sin prisa, sin pausa... desabrochó mi cinturón... mis pantalones... los bajó. Me desnudó de mis calzoncillos... la polla se me había bajado un poco, estaba nervioso... ¡joder!. ¡Tantas veces que me la había puesto dura y se me baja en ese momento! Creo que leyó mis pensamientos...





  • Shhhhhhhhh – Chistó – Tranquilo... Relájate.





Me molestaba volver a los tiempos en que era un adolescente que se pajeaba con la mujer que tenía delante, en lugar de un adulto con experiencia, e intenté relajarme tal como ella me pedía.



Sus labios rodearon mi polla, morcillona, atraparon mi glande... su lengua la impregnó de saliva... Noté sus dedos cogiéndome los cojones, masajeándolos. Empezó a pajearme mientras me la comía... Su cara mostraba vicio mientras me miraba a los ojos. La erección volvió casi instantáneamente. Puro vicio. Ver a aquella mujer haciéndome una mamada era puro vicio. Se notaba que le gustaba comer una buena polla. Lo disfrutaba. Su cabeza subía y bajaba variando el ritmo a golpe de cuello. Marcaba los tiempos maravillosamente. Era una experta. La madurez da eso, la experiencia, la sabiduría. Se levantó y pegó su cuerpo al mío... abrió su bata... y noté sus tetazas pegadas a mí, mi polla buscaba entre sus piernas, atraída por su complemento natural. Nos besamos durante largo rato... mi mano buscó su coño, estaba mojado, pero no lo bastante para penetrarla. Me aparté de ella para contemplarla. El corpiño que llevaba realzaba sus tetas, eran dos monumentos. Por sí solas pondrían en pie de guerra a un regimiento. Me pregunto cuantas revueltas, revoluciones habrán sido provocadas por un par de tetas... Desde Cleopatra a Josefina.... Repito, los hombres somos muy básicos. Su coño aparecía depilado, con dos labios bien definidos. Se sentó en el sofá, y ella misma separó las piernas, pidiendo lo que le apetecía. Como un alumno aplicado, seguí sus indicaciones. No hay que contrariar a la seño... Mi lengua exploraba aquel coño, jugaba con sus pliegues, recorría sus profundidades... ensalivé bien la zona. Serviría de lubricación para cuando la montase. Se corrió por primera vez, dijo que lo hacía muy bien, y yo no paré. Se corrió por segunda vez, enlazando este segundo orgasmo con el primero... así hasta cinco veces... Y sin haberla follado todavía... Aquello prometía. Yo estaba excitado, y todavía no había mojado mi polla en aquel coño. Así que puse sus piernas sobre mis hombros... y se la clavé. No costó mucho. Estaba muy dilatada, y aunque ya no era jovencita mantenía elasticidad. El coño se adaptaba bien. Bombeé con fuerza, y ver como con cada embestida mía sus tetas vibraban... era para mí una gozada. Mientras la jodía apretaba aquellas tetazas, por fin disfrutaba de ellas, las amasaba con mis manos, las modelaba, estiraba sus pezones, lamía sus areolas. No estaba acostumbrado a follar a pelo, si seguía así me correría en breve. Le saqué la polla y volví a comerle la almeja. Ahora la masturbaba con mis dedos mientras estimulaba el clítoris con la lengua y los labios. Tres dedos...cuatro... los movía en su interior y ella daba espasmos con sus caderas. Cada orgasmo que tenía parecía multiplicarse en intensidad respecto al anterior...





  • Dame tu leche, en las tetas, ¡dámela! - Me pidió con una voz de viciosa que no me dejó otra opción que darle lo que pedía.





Me pajeé a horcajadas sobre ella, mientras con mi mano libre estrujaba sus tetas. Me la meneé hasta derramar mi leche en ellas... largos chorros de espeso semen se repartieron por sus pechos, cada descarga disparada impactaba sobre una zona diferente... Ávida de leche la esparció por su piel.... por las tetas, por su cara.... incluso por su coño. Apuró las últimas gotas que salían de mi polla con su lengua, saboreándolas. Comenzó así una mamada, sin dejarme descansar, tratando de que no se bajase... y lo consiguió. Ensalivó una y otra vez mi polla y cuando estuvo a su gusto, se puso a cuatro patas, con el culo en pompa, ofreciéndome que la montase, entornó su mirada retadora hacia mí...





  • Fóllame... - Susurró.





Me coloqué detrás de ella, apunté mi polla, y la clavé en aquel coñejo que tanta ganas de verga tenía. Su culo imponente se presentaba ante mi mirada, no era un culo fofo, era un culo prieto, redondo, grande, con una curva perfecta, un culo que me ponía la polla a reventar. Le di caña hasta que me dolía la polla de tanto clavársela. Al tener el otro polvo tan reciente era difícil que yo me corriese pronto. Así que me centré en su disfrute. Tocaba la sinfonía del placer en su cuerpo. Acariciando allá donde sabía que la podía excitar más, este me respondía y reaccionaba a mis estímulos. Los pezones... eran puntos claves en esta melodía... el clítoris.... los lóbulos de sus orejas... la curva de sus caderas, su cuello, su garganta, su vientre... cada punto que tocaba tenía una respuesta diferente. Clavar mi polla en aquella mujer era lo máximo. Aumente la follada de forma que el ritmo iba in crescendo. Así que sin aguantar más, cuando noté que se corría de nuevo... solté mi leche.



Ayer y hoy... doña Trini siempre sería toda una mujer...



Tal vez después de ese día no se repitiese más veces, incluso sería mejor no hacerlo. ¿Por qué estropear aquel sabor de boca tan bueno que nos había quedado a los dos? Pero por otra parte, ¿por qué renunciar al placer que nos podíamos dar? Ya se vería, de momento, por fin había conseguido mi sueño, ¡aquellas tetas! Sí, los hombres somos muy básicos.  


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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